?Es necesario que Uber me traiga la hamburguesa a la playa?
La masificaci¨®n tur¨ªstica hace que las ciudades dejen de vivir para s¨ª mismas y lo hagan para los forasteros
El pasado no es un tiempo; es una forma. Las muescas de lo dolido, las arrugas de lo re¨ªdo, las influencias fruto de lo compartido y todo lo aprendido a?o tras a?o, siglo tras siglo, cristalizan en cada instante y dan al presente, a cada ser, a cada espacio, la consistencia, la textura y la sonoridad que hacen posible diferenciar yo de t¨², aqu¨ª de all¨ª, esta ciudad de aquella, mi mano de la tuya. El tiempo vivido se muestra en el ahora, tangible, en lo viviente. Est¨¢ en el calibre de los granos de arena de la playa, en cada manera concreta de hablar, en los colores al vestir, en la colocaci¨®n de los puestos en el mercado, en las arrugas de las comisuras de los labios, en la inclinaci¨®n de los ¨¢rboles, acomodados a un viento concreto, y en lo que tomamos a la hora de la comida.
Cuando el pasado ya no es presente; cuando se desencaja del ahora; cuando ya no forma parte de lo vivo y queda atr¨¢s, sin utilidad, caduca deprisa y deviene un trasto, un peso muerto, un estorbo. Para dar salida a este resto existen los langoliers. Ellos se lo comen.
Los langoliers son unas criaturas salidas del imaginario de Stephen King. Aparecen en ¡°Las cuatro despu¨¦s de la medianoche¡±, un recopilatorio de historias cortas publicado por el rey del terror en 1990. En el cuento al que dan nombre, un avi¨®n se desencaja del tiempo. Por alguna raz¨®n, en alg¨²n momento en pleno vuelo, una de las hebras del tejido temporal se engancha en un ala de la aeronave, la s¨¢bana de las horas y los d¨ªas se arruga, y el aparato aterriza en el mismo escenario del que despeg¨® en el pasado, tan s¨®lo quince minutos despu¨¦s de haberlo hecho, y encuentra un mundo vac¨ªo, usado y desechado, en el que todo, minuto a minuto, va perdiendo prestancia y tersura y se difumina: los f¨®sforos no prenden, los licores y los refrescos se desbravan, el combustible no arde, los olores se desvanecen, los sabores se apagan. Ese decorado espera que los langoliers, esferas voladoras de dientes rechinando, que ya rugen en el horizonte, aparezcan y restablezcan la nada devor¨¢ndolo todo, como trituradores de basura siderales.
El proceso de extirpaci¨®n del pasado del presente es parecido en todas las ciudades que lo viven. Primero aparecen los turistas, y la ciudad, poco a poco, deja de vivir para s¨ª misma y pasa a vivir para ellos. Atracciones tur¨ªsticas, pisos tur¨ªsticos, bares tur¨ªsticos... los espacios van soltando su pasado y van reform¨¢ndose hasta que la metr¨®poli se convierte en un decorado. Luego, se gentrifica: el turista vuelve a casa con la buena nueva del para¨ªso reci¨¦n descubierto, ¡°?albricias!¡±, y la internacionalizaci¨®n del mercado inmobiliario hace el resto. El vecino es desplazado por inversores con un bolsillo m¨¢s holgado, pasa de ser habitante a aborigen, y finalmente, a ser expulsado. En la ciudad no queda nadie con pasado en ella. La lengua propia es arrinconada por el ingl¨¦s corporativo internacional y el ecosistema culinario, desertizado, foodificado, ahora hu¨¦rfano de aquellos que lo cultivaban y le infund¨ªan significado, acaba metamorfoseado en una extensi¨®n gastron¨®mica de la terminal de aeropuerto m¨¢s cercana. Una cocina sin historia.
Llegados a este punto, todo lo que dotaba la ciudad de car¨¢cter, de identidad, de textura, de forma, se desencaja de ella y se convierte en pasado muerto, en lastre. En el ¨²ltimo acto vienen los langoliers y se la comen.
Los siguientes nombres susceptibles de aparecer en el men¨² de la cena de estos roedores de espacio-tiempo son la playa de Can Pere Antoni en Mallorca, la d¡¯En Bossa en Ibiza, la de Llevant y la de San Juan en Alicante, Port Sa Platja en Valencia, la playa de las Canteras en Gran Canaria, la playa de la Concha en San Sebasti¨¢n, Lloret de Mar en Girona, la playa de Villananitos en Murcia, y Praia de Samil en Vigo. Estos, aparte de ser algunos de los lugares m¨¢s castigados por la masificaci¨®n tur¨ªstica en Espa?a, son, casualmente, los nuevos puntos de recogida estrat¨¦gicos que Uber Eats ha instalado en las playas del pa¨ªs este verano, y desde los cuales los usuarios podr¨¢n pedir y recibir, sin apenas moverse de la toalla, desde hamburguesas, sushi o nachos, hasta crema solar y helados.
Uber Eats no es cambio ni progreso, es sustituci¨®n. No es el futuro, sino un paso m¨¢s hacia la nada; una palanca empujando en favor del desarraigo, camino al sue?o h¨²medo turbocapitalista de una sola gran oferta gastron¨®mica mundial para un solo gran mercado de consumidores an¨®nimos.
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