Roland Beaufre, el fot¨®grafo franc¨¦s que ama Marruecos: ¡°Los europeos que viven aqu¨ª y se creen la esencia de T¨¢nger me resultan muy c¨®micos¡±
Entramos en el apartamento del fot¨®grafo, una mezcla de todo lo que cambia y todo lo que permanece inalterable en una ciudad inagotable y reticente a la nostalgia
En 1962 el fot¨®grafo franc¨¦s Roland Beaufre (Bonn, Alemania, 70 a?os) lleg¨® a un T¨¢nger famoso en la literatura, pero poco conocido todav¨ªa en las publicaciones de decoraci¨®n; fue ¨¦l quien abri¨® la puerta a ese mundo de telas de colores y techos artesonados que tiempo despu¨¦s sigue abasteciendo de im¨¢genes a las revistas y los libros de mesa. Las fotograf¨ªas que ha hecho ahora de su moderno apartamento de T¨¢nger pueden considerarse el ep¨ªlogo de una historia que se inici¨® ese a?o en Villa Victoria, la mansi¨®n que su padre, el general Andr¨¦ Beaufre, uno de los hombres clave en la II Guerra Mundial, compr¨® en la ciudad despu¨¦s de retirarse del Ej¨¦rcito franc¨¦s.
¡°Un amigo suyo le llam¨® para avisarle de que despu¨¦s de la integraci¨®n de T¨¢nger en Marruecos muchas de las mejores casas de la ciudad estaban a la venta, porque casi toda la gente de la ¨¦poca internacional se hab¨ªa marchado¡±, cuenta Beaufre por tel¨¦fono. ¡°Mi padre fue a visitarle y encontr¨® Villa Victoria. Con ese nombre, debi¨® de creerla destinada para un general¡±.
Los veranos que pas¨® all¨ª de ni?o y adolescente le mostraron un Marruecos muy distinto: el de los sobrevivientes de la famosa comunidad de expatriados de T¨¢nger. Beaufre se relacionaba con personajes como el novelista Paul Bowles, uno de los responsables de que T¨¢nger se pusiera de moda entre los artistas del siglo pasado. ¡°Me lo present¨® una amiga m¨ªa, que traduc¨ªa sus novelas al franc¨¦s. Siempre fue muy amable conmigo y me dej¨® fotografiarle muchas veces¡±. Otra leyenda de la ciudad con la que hizo amistad fue el diletante ingl¨¦s David Herbert, cercano a la familia real brit¨¢nica y anfitri¨®n de las fiestas m¨¢s extravagantes del viejo T¨¢nger.
¡°Cuando mi madre se qued¨® viuda y se mud¨® a T¨¢nger, ¨¦l la ayud¨® a redecorar Villa Victoria con nuevos colores: rosa el sal¨®n y su dormitorio; verde la salita de estar; amarillo el comedor; y rojo el recibidor. Un d¨ªa que estaba habl¨¢ndome de su juventud antes de la II Guerra Mundial me cont¨® que Cecil Beaton, quien fue su primer amante, sol¨ªa visitarle en T¨¢nger muy a menudo. ¡®Tu madre le conoci¨®¡¯, me dijo Herbert, pero ninguno de los dos lleg¨® a present¨¢rmelo nunca. Cecil Beaton era mi fot¨®grafo favorito en esa ¨¦poca y me hubiera gustado mucho poder conocerle¡±. El viejo Beaton seguramente se hubiera reconocido en un chico que como ¨¦l hab¨ªa desentra?ado los secretos de la fotograf¨ªa siendo muy joven (Beaufre aprendi¨® el oficio con una c¨¢mara que le regal¨® su ni?era, igual que Beaton) y sab¨ªa ganarse a la gente importante para que posara para ¨¦l.
Cuando a finales de los setenta empez¨® a pasearse por las redacciones de Par¨ªs en busca de trabajo, Roland Beaufre comprob¨® igualmente que en el gran mundo ciertas amistades valen m¨¢s que un diploma. ¡°Propuse fotografiar las casas de amigos m¨ªos como Herbert o el pintor Claudio Bravo. En esa ¨¦poca las villas de T¨¢nger apenas hab¨ªan aparecido en las revistas y pens¨¦ que a los lectores les gustar¨ªa verlas. D¨¦coration Internationale fue la primera revista que me encarg¨® un reportaje. Luego vinieron muchas otras¡±.
Roland Beaufre, uno de los fot¨®grafos de interiores m¨¢s codiciados del mundo, es desde entonces el hombre en Marruecos de cabeceras tan prestigiosas como The World of Interiors, para las que ha retratado otras villas tangerinas como la que dise?¨® Andr¨¦e Putman para el fil¨®sofo Bernard-Henri Levy. La que aparece en estas p¨¢ginas ocupa el s¨¦ptimo piso de un edificio de apartamentos construido hace solo siete a?os en uno de los barrios nuevos de la ciudad. Beaufre lo compr¨® despu¨¦s de perder a su madre y vender Villa Victoria, una casa de la que solo conserva dos muebles Napole¨®n III. ¡°Es un estilo que obsesionaba a mi madre. Cuando se mud¨® definitivamente a T¨¢nger se trajo todos sus muebles Napole¨®n III de su piso en Par¨ªs: el piso ten¨ªa casi 400 metros cuadrados menos que Villa Victoria, pero estaba tan atiborrado que encajaron perfectamente en la casa¡±.
El resto de la decoraci¨®n del apartamento (un sal¨®n, dos dormitorios, un ba?o y una cocina) es de tipo marroqu¨ª, con las paredes forradas de tapices y los suelos cubiertos de alfombras. Las ventanas enmarcan una vista panor¨¢mica de T¨¢nger, que no ha dejado de transformarse. ¡°La ciudad no se parece nada a la que conoc¨ª en los sesenta. Cuando llegu¨¦ yo hab¨ªa 160.000 habitantes, de los cuales 80.000 eran cristianos, y el barrio en el que vivo ahora era campo. Ahora el 99% del m¨¢s de un mill¨®n de habitantes de T¨¢nger es musulm¨¢n y mi apartamento est¨¢ en el centro de la ciudad. La comunidad de europeos que vive aqu¨ª y se cree la esencia de T¨¢nger me resulta muy c¨®mica: la realidad es que est¨¢n perdidos en medio de una enorme urbe marroqu¨ª. Si eres nost¨¢lgico, lo mejor que puedes hacer es largarte. Yo no lo soy. No lamento nada y solamente miro al futuro¡±.
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