¡°Cuando est¨¢ sobrio es aburrid¨ªsimo¡±: 25 a?os sin Oliver Reed, la estrella que televis¨® su larga decadencia
Fue uno de los grandes int¨¦rpretes brit¨¢nicos y uno de los grandes buscal¨ªos mundiales. Tras una carrera fascinante pero afectada por su car¨¢cter turbulento y problemas con el alcohol, decidi¨® convertirse en lo que el mundo quer¨ªa ver: el borrach¨ªn m¨¢s medi¨¢tico del mundo
El 2 de mayo de 1999 era d¨ªa de descanso en el rodaje de Gladiator, y el equipo de la pel¨ªcula se dispuso a disfrutar del soleado domingo. Tambi¨¦n Oliver Reed (Londres, 1938 ¨C La Valeta, 1999), que hab¨ªa jurado a Ridley Scott no probar el alcohol hasta concluir el trabajo pero, habiendo mantenido rigurosamente su palabra durante meses y no qued¨¢ndole m¨¢s que un par de escenas por delante, dio por cumplida su promesa y se acerc¨® a un pub de La Valeta. Ocho pintas despu¨¦s decidi¨® volver a su hotel. Claro que al salir por la puerta escuch¨® una frase que equival¨ªa a toda una declaraci¨®n de guerra: ¡°?Tomamos una copa, Ollie?¡±.
Unos soldados de la Marina Brit¨¢nica lo hab¨ªan reconocido. Ocasi¨®n id¨®nea para pasarse al trago largo. Reed se ventil¨® una docena de copas de ron charlando con ellos. Dobles. Y para evitar el reseco durante los pulsos a los que le retaron, una botella de whisky. Nada mal para sus 61 a?os. Gan¨® unos, perdi¨® otros, firm¨® aut¨®grafos, se despidi¨® con abrazos cuando lleg¨® la hora de que los marinos regresaran al barco. Y fue ah¨ª cuando sinti¨® que le faltaba el aire. El cuerpo le hab¨ªa reventado. Al d¨ªa siguiente los peri¨®dicos hablaron de lo absurdo de aquel final, pero Reed no hubiera estado de acuerdo: morir bebiendo en un pub siempre le pareci¨® la mejor de las opciones posibles.
Puede que para entonces Reed fuera una estrella en declive, pero qu¨¦ pod¨ªa importar eso a alguien que se sab¨ªa en el terreno de la leyenda. Y Reed se sent¨ªa all¨ª desde su infancia, cuando ve¨ªa en los ojos de sus compa?eros la admiraci¨®n por su resistencia ante los castigos f¨ªsicos, ¨²nico m¨¦todo que los 14 colegios brit¨¢nicos que pis¨® emplearon para intentar controlar a un alumno incontrolable que conjugaba confusamente la dislexia, la hiperactividad y una timidez extrema.
Nunca dud¨® Reed que estaba destinado a convertirse en una estrella. Su t¨ªo Carol, director de El tercer hombre (1949), le abri¨® las puertas de los estudios de cine. Y ah¨ª comenz¨® una r¨¢pida escalada que arranc¨® como extra en producciones televisivas, hizo escala en pel¨ªculas de terror de la Hammer y culmin¨® en un papel de villan¨ªsimo en Oliver (1968) que, am¨¦n de traumatizar a toda una generaci¨®n de ni?os, le dar¨ªa reconocimiento internacional. No puede decirse que fuera un actor tradicional en el panorama brit¨¢nico, sin ninguna formaci¨®n teatral ni el m¨¢s m¨ªnimo inter¨¦s por Shakespeare: su libro favorito, confesaba sin reparos, era Winnie the Pooh. Pero a cambio manejaba una intuici¨®n con la que forzaba sus personajes al l¨ªmite como pocos actores sab¨ªan hacerlo y un f¨ªsico de virilidad exultante marcado por una agresividad no muy distante de la que manejaba en su vida real.
Su gran amigo Michel Winner, a?os antes de dirigir a Charles Bronson en El justiciero de la ciudad (1974), consideraba que ¡°Ollie era el hombre m¨¢s amable, tranquilo y educado del mundo, excepto cuando se tomaba una copa¡±. Y de copas Reed nunca anduvo escaso. ¡°Entrar a un pub era un continuo OK Corral¡±, se excusaba, porque tras ellas sol¨ªan llegar las peleas. Su manera favorita de afrontarlas era la del gentleman que obligaba su origen nobiliario: retarse, ir a casa, ponerse su mejor traje de Savile Row y acudir puntualmente a la cita. Pero sol¨ªan ser m¨¢s habituales las otras. Una de ellas estuvo a punto de costarle la carrera, cuando disinti¨® con una docena de parroquianos que manten¨ªan que todos los actores eran ¡°maricones¡±.
Del vaso que le reventaron en la cara Reed no lamentaba la noche que pas¨® escupiendo cristales, ni tan siquiera las cicatrices que le quedar¨ªan de por vida, sino haber tenido que pasar varios meses bebiendo whisky con pajita hasta recuperar el movimiento. Pero la culpa, claro, no era siempre de los pubs. David Hemmings (el protagonista de Blow Up) intent¨® evitarlos cuando lo llev¨® al bar de su hotel. Cay¨® noqueado al en¨¦simo trago y cuando se despert¨® se encontr¨® colgado de la ventana de un sexto piso. Al levantar la cabeza vio a Reed sujet¨¢ndole por los tobillos mientras se re¨ªa a carcajadas.
En un plat¨® se cruz¨® con Ken Russell, enfant terrible del cine brit¨¢nico empe?ado en labrarse una filmograf¨ªa a golpe de exceso sobre el exceso. Reed encaj¨® milim¨¦tricamente en aquella mec¨¢nica. Fue entonces cuando su fama se dispar¨® por su papel en Mujeres enamoradas (1969), que inclu¨ªa el primer desnudo frontal masculino del cine ingl¨¦s. No le fue f¨¢cil hacerlo, pero una vez cumplido, abandon¨® cualquier timidez. Una noche et¨ªlica decidi¨® acercarse a un local clandestino para tatuarse un ala de ¨¢guila en la parte m¨¢s querida de su organismo. Sol¨ªa explicar c¨®mo amold¨® su anatom¨ªa para que la tatuadora tuviera una superficie lisa sobre la que trabajar. A partir de ah¨ª, bajarse los pantalones a la m¨ªnima ocasi¨®n se convirti¨® en ua performance habitual que no ten¨ªa reparos en cumplir por igual en una fiesta de la alta sociedad que en un bar frente a Ozzy Osbourne.
Russell fue tambi¨¦n responsable del mayor choque de titanes jam¨¢s conocido en el mundo del cine al ofrecerle un papel en Tommy, la ¨®pera-rock que iba a filmar con los Who. En la banda militaba el bater¨ªa Keith Moon, un hombre que una tarde hab¨ªa decidido esquivar el aburrimiento probando el efecto de los tranquilizantes de caballo. Al enterarse del acierto de casting no le dio la paciencia para conocer a su nuevo compa?ero y se acerc¨® a su mansi¨®n victoriana en helic¨®ptero. Ante el estruendo Reed, que estaba d¨¢ndose un ba?o intuimos que no muy entero, sospech¨® una invasi¨®n militar rusa y sali¨® a coger una escopeta con la que defenderse sin tiempo para vestirse. La amistad fue inmediata y durante los dos d¨ªas que se extendi¨® aquella visita las diversiones comunes que encontraron no fueron pocas: batirse con la colecci¨®n de espadas antiguas de Reed, intentar atropellarse con el coche o ver juntos las pel¨ªculas caseras en las que Moon recog¨ªa las sesiones de sexo con su novia.
A la vista de lo que se ven¨ªa encima, producci¨®n decidi¨® alojarlos en un hotel apartado del que ocupaba el resto del equipo. Pero atra¨ªdos por la continua turbamulta de jaranas y se?oritas desnudas, todos sus integrantes se terminaron mudando a ¨¦l. Reed dec¨ªa que le costaba seguir el ritmo a Moon, pero desde luego no fue por falta de empe?o: de org¨ªas multitudinarias a habitaciones destrozadas por el mero placer de hacerlo, ning¨²n lugar com¨²n de la fama excesiva qued¨® all¨ª por cumplir. Algo que, eso s¨ª, no afectaba al trabajo: sucediera lo que sucediera durante la noche, por la ma?ana era el primer en llegar al plat¨® y cumplir con una estricta profesionalidad sus escenas.
Nunca alcanz¨® la primera divisi¨®n del estrellato. Estuvo cerca de hacerlo cuando Sean Connery decidi¨® abandonar el personaje de James Bond y fue designado como su sucesor, pero el escoc¨¦s se lo repens¨®. Tambi¨¦n cuando Steve McQueen viaj¨® a Londres para proponerle una pel¨ªcula conjunta, pero Ollie lo recibi¨® en su pub de confianza y no tard¨® en vomitarle encima. Y cuando le ofrecieron El golpe (1973) y Tibur¨®n (1975), pero las termin¨® rechazando porque a ¨¦l del cine no le interesaban las pel¨ªculas, sino el reto de trabajar con int¨¦rpretes que entend¨ªa de su estirpe.
No todos se mostraron receptivos. Al concluir Pesadilla diab¨®lica (1976), Bette Davis lo calific¨® como ¡°uno de los seres humanos m¨¢s repugnantes que nunca he tenido la desgracia de encontrarme¡±. Piers Haggard, director de Veneno (1981) se lo encontr¨® intentando volcar la caravana de Klaus Kinski al grito de: ¡°?Sal de ah¨ª si tienes cojones, nazi hijo de puta!¡±. A Robert Mitchum no le hizo particular gracia tener que ver el ala de ¨¢guila ya el primer d¨ªa de rodaje de Detective privado (1978). Pero cuando Reed encontraba un amigo, lo era de por vida. La presencia de Lee Marvin, uno de los borrachos m¨¢s legendarios de Hollywood, fue el ¨²nico motivo que le llev¨® a embarcarse en el ignoto western Botas duras, medias de seda (1976). La camarader¨ªa qued¨® forjada su primera noche conjunta en Durango, cuando en un club de striptease Marvin cay¨® al suelo por un coma et¨ªlico en medio de una balacera y Oliver consigui¨® sacarlo de all¨ª a rastras.
Reed comenz¨® a intuir el final de sus a?os de gloria al cruzar la barrera de los cuarenta, cuando todos los excesos se hicieron visibles de golpe: un cr¨ªtico dir¨ªa de su rostro que hab¨ªa mutado en la parte peor conservada de Stonehenge. Pero demostrando que sent¨ªa la misma vitalidad que siempre, anunci¨® su tercer matrimonio con una chica 25 a?os menor que ¨¦l. Y muy comprensiva, a juzgar por sus declaraciones: ¡°Lo prefiero borracho, es mucho m¨¢s divertido. Cuando est¨¢ sobrio es aburrid¨ªsimo¡±.
Al concluir los tres d¨ªas con sus tres noches que dur¨® la boda, que Reed cumpli¨® vestido solo con un kilt, anunciaron que dejaban aquella casa y se mudaban a la isla de Guernsey, en pleno Canal de La Mancha. No era ajeno a la decisi¨®n que el Bull¡¯s Head, ¨²ltimo pub de la zona que segu¨ªa permiti¨¦ndole la entrada, acababa de vetarlo de por vida tras subirse a su chimenea gritando ¡°?Soy Santa Claus!¡± mostrando a todos el ala de ¨¢guila. El problema no volver¨ªa a repetirse, porque Reed se hizo instalar un pub en el hall de su nueva casa.
Fue entonces cuando se present¨® la ¨²ltima oportunidad de reflotar una carrera definitivamente perdida y Reed se aferr¨® a ella como a un clavo ardiendo. Nicolas Roeg, uno de los directores m¨¢s prestigiosos del pa¨ªs, le ofreci¨® el papel principal de su siguiente pel¨ªcula, Robinson Crusoe por un a?o (1986). Pero al concluir el rodaje los m¨¦dicos le dijeron que hab¨ªa llegado el momento de decir basta: de seguir bebiendo, su vida no ser¨ªa larga. Por un momento dud¨®, aunque la idea de afrontar una aburrida vejez esperando la muerte le horroriz¨® mucho m¨¢s que la de consumirse r¨¢pidamente y no tard¨® en solventar la incertidumbre.
Robinson Crusoe por un a?o fue un ¨¦xito, pero dados los antecedentes ning¨²n productor se atrevi¨® a proponerle ning¨²n otro papel relevante. Por esas fechas el respetad¨ªsimo British Film Institute ofreci¨® a su t¨ªo Carol un homenaje que Oliver decidi¨® no perderse. Incapaz de decir dos palabras coherentes ante el micro, termin¨® cayendo de bruces en el escenario. Pero al regresar abochornado a su butaca, un compa?ero le felicit¨® dici¨¦ndole que hab¨ªa dado al p¨²blico exactamente lo que esperaba y que pocos actores eran capaces de algo as¨ª. Y ah¨ª Reed vislumbr¨® una luz, recordando que no eran sus pel¨ªculas sino dos apariciones medi¨¢ticas lo que m¨¢s le recordaban sus seguidores de ambos lados del oc¨¦ano.
Los de este, un programa de la BBC en el que, preguntado por el famoso objeto imprescindible para la supervivencia que se llevar¨ªa a una isla desierta, respondi¨® sin ning¨²n asomo de iron¨ªa que una mu?eca hinchable. Los de aquel, una aparici¨®n en el programa de Johnny Carson donde hab¨ªa expresado su opini¨®n sobre la liberaci¨®n femenina de manera tan desenvuelta como para que Shelley Winters entrara en el plat¨® y le volcara un whisky en la cabeza. Y si eso era lo que quer¨ªa su p¨²blico, qui¨¦n era ¨¦l para neg¨¢rselo, pens¨®.
No hubo desde entonces aparici¨®n en la que Reed no ofreciera ante las c¨¢maras el espect¨¢culo de alto octanaje que el cine no le permit¨ªa. Convertido en carne de programas nocturnos, las ca¨ªdas, las promociones de pel¨ªculas de las que era incapaz de recordar el argumento, las provocaciones a Stallone en el programa de Letterman, los bailes propios de un macaco, el ¡°una ninf¨®mana sordomuda hija del due?o de una cadena de licorer¨ªas¡± con el que defini¨® su mujer ideal y hasta el ¡°follarme a tu esposa¡± con que respondi¨® a un presentador al preguntarle por sus planes futuros, fueron norma.
Apenas un aperitivo ante lo que suceder¨ªa cuando comenz¨® a intuir en el horizonte el concepto ¡°pol¨ªticamente correcto¡± y en ¨¦l encontr¨® la caja de resonancia perfecta para todo aquello. No siempre calibr¨® bien los l¨ªmites, claro: la feminista radical Kate Millett soport¨® que le saludara con un desenvuelto ¡°?Hola, tetas!¡±, pero no que intentara rebajar la tensi¨®n d¨¢ndole un beso en la mejilla.
El que al ser expulsado del plat¨® se despidiera en perfecta verticalidad con un correct¨ªsimo ¡°Buenas noches, damas y caballeros¡± despert¨® la duda de qu¨¦ hab¨ªa de realidad y qu¨¦ de simulaci¨®n en aquella continua performance. Para algunos, la degradaci¨®n grotesca de una persona que hab¨ªa tocado fondo; para los otros, una asombrosa capacidad de convertir en show su propia vida y un pionero llevando el humor inc¨®modo hasta l¨ªmites extremos. Fuera como fuese, aquello marc¨® su punto m¨¢ximo de popularidad y cada una de sus apariciones dio unos shares como solo Serge Gainsbourg los conoc¨ªa en Francia por aquellos a?os.
Reed nunca vio nada ofensivo en algo que entend¨ªa como una simple prolongaci¨®n de los famosos bromazos que hab¨ªa empezado a gastar a todo el mundo desde que al acabar las sesiones de rodaje de La maldici¨®n del hombre lobo decidiera decidiera no quitarse el maquillaje para divertirse viendo la reacci¨®n de la gente que se cruzaba por la calle. En uno de aquellos programas un presentador le pregunt¨® si era incapaz de entender su vida como una continua fiesta y ah¨ª Reed no hab¨ªa dudado: ¡°Deber¨ªa serlo. A todo el mundo le gustar¨ªa que su vida lo fuera. Pero solo unos pocos tenemos la oportunidad¡±. Y si de algo no queda duda es de que Reed la aprovech¨® hasta sus ¨²ltimas consecuencias.
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