Nuestro cerebro no es como un ordenador
La met¨¢fora dominante en las neurociencias es que el cerebro es como un computador. Y que de ¨¦l surge la actividad mental. Pero William James, fundador de la psicolog¨ªa moderna, cre¨ªa que la actividad fundamental del cerebro no era la producci¨®n, sino la selecci¨®n
Cuando el pensamiento est¨¢ vivo, cuando innovamos, cuando hablamos de lo importante, hablamos con met¨¢foras. Si el entendimiento quiere avanzar, necesita de ellas. Es inevitable, para hablar de una silla no las necesitamos, para hablar del amor, del tiempo o del pensamiento abstracto son indispensables. Las cosas importantes de la vida est¨¢n cargadas de met¨¢foras. El tiempo es un r¨ªo (que transcurre), el amor un viaje (con encrucijadas), las ideas son comida (que hay que digerir o asimilar). Y, sin embargo, cuando se invent¨® la silla, hizo falta una met¨¢fora para nombrarla. Cuando se est¨¢ inmerso en lo m¨¢s abstracto, la met¨¢fora es la luz que permite aclarar las cosas. Lo mismo pasa con el bos¨®n de ?Higgs. Si el cient¨ªfico quiere comprender su propio trabajo, debe ser capaz de convertir lo extra?o en familiar, lo desconocido en ¨ªntimo. Hacer sitio a lo nuevo entre el resto de las cosas (ya conocidas, ya literales). Y para ello necesita de la met¨¢fora, que permite ver una cosa en t¨¦rminos de otra.
Si la met¨¢fora es la clave del pensamiento in¨¦dito, al mismo tiempo es la confesi¨®n de la inefabilidad de lo real. Pues la met¨¢fora alude, se?ala de un modo indirecto, resalta algunos aspectos, oculta otros. Orienta, en definitiva, al pensamiento. Cuando se piensa lo ya pensado, la met¨¢fora no hace ninguna falta. Los que creen que la met¨¢fora es una cuesti¨®n decorativa, m¨¢s propia de poetas que de cient¨ªficos, nunca han innovado. Viven en el disco rayado de lo literal. La met¨¢fora abre camino en las selvas desconocidas del pensamiento.
S¨®lo podemos comprender lo nuevo mediante la asociaci¨®n con lo conocido. Un buen ejemplo lo tenemos con el propio t¨¦rmino ¡°computadora¡±. Conviene recordar que el ingl¨¦s no es el ¨²nico idioma. En castellano, catal¨¢n y franc¨¦s decimos ordenador (ordinador, ordinateur). La historia de la elecci¨®n de esta palabra es curiosa. En 1955, el equipo de marketing de IBM-Francia decidi¨® no etiquetar su nuevo producto como las calculadoras ya existentes. Buscaron un nombre mejor y m¨¢s breve para ¡°la nueva m¨¢quina electr¨®nica (programable) destinada al procesamiento de informaci¨®n¡±, y se decantaron por ordinatrice ¨¦lectronique. As¨ª, el ordenador pas¨® al lenguaje com¨²n y literal.
La met¨¢fora dominante en las neurociencias es que el cerebro es una computadora. Y que la actividad mental surge del cerebro. Se trata de un milagro parecido al del Big Bang, del que emergi¨® toda la materia y energ¨ªa del universo sin un motivo aparente. Bajo este paradigma, un tanto m¨¢gico y dualista (software-hardware), se realiza casi toda la investigaci¨®n reciente. La materia gris ser¨ªa el manantial del que brota el agua fluida del pensamiento o, mejor dicho, el cerebro convertir¨ªa (nadie sabe c¨®mo) el agua de lo objetivo en el vino de la subjetividad. Una met¨¢fora impugnada parcialmente por los casos de hidrocefalia, donde apenas habiendo cerebro, hay todav¨ªa pensamiento, incluso la posibilidad de una vida normal en algunos casos cl¨ªnicos contrastados. Pensamiento del coraz¨®n, de la piel o del est¨®mago. En todo caso, nadie discute la importancia del cerebro (nosotros tampoco), pero conviene no idolatrarlo.
El debate sobre la idoneidad de la analog¨ªa cerebro-computadora est¨¢ m¨¢s vivo que nunca. De hecho, la analog¨ªa tecnol¨®gica por excelencia muestra signos de fatiga. Al margen de la postura que adopte cada cual, no deja de ser curioso que los ling¨¹istas hablen de la base neural del pensamiento metaf¨®rico y los neurocient¨ªficos de la base metaf¨®rica de la jerga neural. Un ejemplo m¨¢s de que la met¨¢fora es inevitable y de que nos encontramos, desde el inicio mismo de la reflexi¨®n, atravesados por ellas. Las met¨¢foras dirigen nuestra mirada, aunque no las veamos (de hecho, ellas nos hacen ver). El cerebro es pura asociaci¨®n viva y la reina de la asociaci¨®n es la met¨¢fora.
La meta?fora dominante es que el cerebro es una computadora y que de e?l surge la actividad mental
En lugar de polemizar sobre la met¨¢fora del cerebro como computadora, nos gustar¨ªa rescatar otras alternativas. Reorientar el foco de la atenci¨®n. Para ello debemos hacer un poco de historia. Hace cuatro siglos, Descartes consideraba que la conducta de cada cual se deb¨ªa a unos aut¨®matas hidr¨¢ulicos que impulsaban los esp¨ªritus animales a trav¨¦s del cuerpo. La met¨¢fora se desplaz¨® despu¨¦s a la del reloj, a pesar de las objeciones de Leibniz, que afirm¨® que si entr¨¢ramos en el engranaje de dicho mecanismo no encontrar¨ªamos nada parecido a la mente. En la ¨¦poca del doctor Frankenstein, Galvani y Volta exploraron el papel de la electricidad en los cuerpos de los animales. Los nervios se convirtieron en cables y los cerebros en tel¨¦grafos. La plasticidad neuronal pronto dej¨® obsoleta la analog¨ªa. Cajal prefer¨ªa las im¨¢genes naturales (¨¢rboles, jardines, bosques). Para Darwin, el pensamiento era una ¡°secreci¨®n¡± del cerebro, an¨¢loga a como el h¨ªgado secreta bilis. Su visi¨®n integradora del origen de las especies no evit¨® que todos los animales, incluidos los humanos, se convirtieran en m¨¢quinas conscientes. Como corolario, las m¨¢quinas tambi¨¦n se volver¨ªan animales (perros el¨¦ctricos, escarabajos mec¨¢nicos, polillas de tres ruedas). Con la implementaci¨®n emp¨ªrica de los bucles de retroalimentaci¨®n, la l¨ªnea entre la biolog¨ªa y la tecnolog¨ªa se difumin¨®. La ¡°red neuronal¡± de Pitts y McCulloch desdibuj¨® a¨²n m¨¢s la distinci¨®n entre redes naturales y artificiales. Y entonces se produjo la inversi¨®n de la met¨¢fora: las computadoras eran como cerebros y viceversa. La guerra se col¨® en los laboratorios por la necesidad de descifrar los c¨®digos del enemigo. Se dej¨® de rendir culto a la materia. El nuevo ¨ªdolo era la informaci¨®n. Desde entonces, el cerebro se considera un ¨®rgano computacional. Y ah¨ª nos hemos quedado.
Pero hay otra clase de met¨¢foras que se quedaron en el tintero. Una de ellas se debe a Henri Bergson: el cerebro como el ¨®rgano de ¡°atenci¨®n a la vida¡±, cuyo principal papel ser¨ªa recibir, retrasar y canalizar, seleccionando ¡°im¨¢genes¡± en lugar de produci¨¦ndolas (el cerebro y el cuerpo ser¨ªan tambi¨¦n im¨¢genes). Desde esta perspectiva, los cerebros se parecen m¨¢s a receptores de radio, a antenas o cuevas resonantes. Su funci¨®n ser¨ªa sintonizar, que es el fundamento de la atenci¨®n. Nada se crea en ellos; se va de m¨¢s a menos, no de menos a m¨¢s.
La otra met¨¢fora se debe a William James, fundador de la psicolog¨ªa moderna. James cre¨ªa que la actividad fundamental del cerebro no era la producci¨®n sino la selecci¨®n. El cerebro como velo o filtro. La idea tiene sus antecedentes en la antigua filosof¨ªa india y en Ralph Waldo Emerson, amigo del padre del James. El pensador de Concord dej¨® escrito: ¡°Yacemos en el regazo de una inmensa inteligencia que nos hace receptores de su verdad y ¨®rganos de su actividad. Cuando percibimos la justicia, cuando percibimos la verdad, nosotros mismos no hacemos nada sino permitir que nos atraviesen sus rayos¡±. La funci¨®n del cerebro no ser¨ªa producir, sino ¡°dejar pasar¡±. El cerebro no crear¨ªa el pensamiento, sino que lo filtrar¨ªa. Aldous Huxley tambi¨¦n lo consideraba una ¡°v¨¢lvula reductora¡±. Una hip¨®tesis que merece la pena investigar, ahora que en California renace la investigaci¨®n psicod¨¦lica, bendecida por nuevos intereses corporativos tras d¨¦cadas de puritanismo y tab¨²es.
La idea de James surge en un momento cr¨ªtico de su vida. Le parece que el estudio de la mente depende demasiado de la ¡°tiran¨ªa de los laboratorios¡±, como dec¨ªa Ortega, y que con la rigidez de sus m¨¦todos no se lograr¨ªan grandes avances. La mente es el mundo de las cualidades, el laboratorio de las cantidades. El laboratorio entra en la mente como elefante en cacharrer¨ªa. En 1892, James abandona la disciplina y empieza a dedicarse a la filosof¨ªa. Poco a poco revive en ¨¦l una idea antigua. La mente humana ser¨ªa una porci¨®n de una mente m¨¢s amplia, que se filtra en la experiencia a trav¨¦s del cerebro (siendo posible que, una vez desactivado el filtro, regrese a su fuente, sin que haya que lamentar la p¨¦rdida de algunas de nuestras limitaciones personales tras la muerte ¡ªla pregunta no es si hay vida despu¨¦s de la muerte, sino qu¨¦ sobrevive tras el tr¨¢nsito¡ª).
James, fundador de la psicologi?a, cree en cambio que la funcio?n principal del cerebro es la seleccio?n
El argumento de James es sencillo y esclarecedor. La mayor¨ªa de la gente cree que el pensamiento es funci¨®n del cerebro. Esa dependencia no se discute. Pero no estamos obligados a pensar que esa funci¨®n es ¡°productiva¡±, es decir, que la mente emerge del cerebro. Cuando decimos que el vapor es funci¨®n de la tetera, la iluminaci¨®n del circuito el¨¦ctrico o la energ¨ªa hidr¨¢ulica del salto de agua, entendemos esa funci¨®n como productiva. Lo mismo se cree hoy que sucede con el cerebro, que engendra la conciencia en su interior, como engendra tambi¨¦n colesterina, creatina y ¨¢cido carb¨®nico. Si el funcionamiento del cerebro se deteriora o muere, entonces la producci¨®n de conciencia cesa. Sin embargo, es posible considerar esa funci¨®n como ¡°permisiva¡± o de transmisi¨®n. El cerebro no producir¨ªa entonces el pensamiento, sino que lo filtrar¨ªa y transmitir¨ªa. El cerebro ser¨ªa ¡°una m¨¢scara provisional que refracta un pensamiento infinito, ¨²nica realidad entre los millones de corrientes finitas de conciencia que conocemos como nuestros yoes privados¡±. En ciertos momentos, debido a un traumatismo, una experiencia ext¨¢tica o psicod¨¦lica, el velo puede hacerse m¨¢s tenue y permitir que el resplandor infinito inunde la mente individual, que se ve desbordada y ampliada por una impresi¨®n de totalidad.
La neurociencia dominante entiende de modo unilateral y dogm¨¢tico la palabra ¡°funci¨®n¡±. La ventaja de la opci¨®n de James es que ofrece una soluci¨®n al ¡°problema dif¨ªcil de la conciencia¡±. De hecho, lo desplaza, como dir¨ªa Derrida. Pero nos ofrece un relato m¨¢s rico e interesante sobre el universo. Detr¨¢s de este universo tiene que haber una buena historia. El ciego tedio mecanicista no est¨¢ a la altura. James advierte que conciencia y cerebro son elementos completamente heterog¨¦neos y que la producci¨®n de la primera por el segundo supone un milagro tan grande como si fuera creada de la nada o se generara de forma espont¨¢nea. So pena de volver a un dualismo provisional, se buscan opciones viables a un materialismo inoperante y desesperado.
James y Bergson se acercan a la idea de la mente que encontramos en las upanisad hind¨²es. La conciencia existe ya entre bastidores y el velo del cerebro (o quiz¨¢ ser¨ªa mejor decir del cuerpo en su totalidad, dados los recientes estudios sobre la importancia del coraz¨®n y el est¨®mago en la cocreaci¨®n de la experiencia humana) la matiza y restringe. Ese velo puede tener distintas rugosidades, diferentes espesores. La cultura mental puede hacerlo m¨¢s o menos poroso, lograr que deje pasar m¨¢s o menos luz. Ese umbral, claro est¨¢, es variable y depende de la circunstancia. Hay momentos de gran lucidez y momentos de extrema obcecaci¨®n.
La teor¨ªa de la transmisi¨®n encaja mejor con fen¨®menos ps¨ªquicos an¨®malos como la telepat¨ªa, los m¨¦diums, las curaciones instant¨¢neas, las revelaciones o impresiones de clarividencia. Experiencias en las que ¡°nos barre una marea¡± y que explican la mente expandida que se suscita en ciertos estados de meditaci¨®n o la emoci¨®n c¨®smica de saberse parte de la totalidad. El propio James las hab¨ªa experimentado con una sustancia psicoactiva: el ¨®xido nitroso. Fen¨®menos a los que se puede llamar de ¡°gravedad inversa¡± y que sintonizan con las teor¨ªas budistas sobre inconsciente (¨¡layavij?¨¡na) o con la visi¨®n jungiana. ¡°Solamente tenemos que suponer la continuidad de nuestra mente con un mar madre, que ocasionalmente permite que unas olas excepcionales sobrepasen un dique¡±. Las causas de esas subidas o bajadas seguir¨¢n siendo un misterio. Pero a veces resulta posible propiciarlas.
La visi¨®n de Bergson y James, como la que proponemos aqu¨ª, permite un perspectivismo pluralista con el que simpatizamos. ¡°Cada nueva mente trae consigo su propia edici¨®n del universo, su propia habitaci¨®n para vivir, y estos espacios nunca est¨¢n api?ados¡±. James concluye con una frase enigm¨¢tica sobre la que ser¨ªa oportuno indagar. ¡°La ley de incremento de la energ¨ªa espiritual se opone expresamente a la ley de conservaci¨®n de la energ¨ªa f¨ªsica¡±. Una gravedad inversa. Quiz¨¢ sea el momento de reabrir l¨ªneas de investigaci¨®n guiadas por la luz de estas otras met¨¢foras.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.