Algo sucede cuando nos vamos al?campo
Al alejarnos de la ciudad y adentrarnos en la naturaleza, algo cambia en nosotros, escribe Samantha Walton. ¡®Ideas¡¯ adelanta un extracto de ¡®Todos necesitamos la belleza¡¯, ¨²ltimo libro de la profesora de Literatura londinense
Algo sucede cuando ¡°vamos al campo¡±, algo que no se puede comprar ni vender. A lo mejor solo estamos atravesando el bosque u holgazaneando junto a un lago. A lo mejor estamos paseando hasta nuestro trabajo por un carril bici cubierto de hojas secas, o cortando a trav¨¦s de una carretera que rodea a la urbe, donde las semillas de rastrojos resecos se esparcen por el cemento. Si de algo nos damos cuenta es de que ha descendido nuestro ritmo card¨ªaco, de que la mente empieza a divagar, o de que ese dolor de cabeza que no le ha dado respiro a nuestras sienes empieza poco a poco a remitir. Cuando hablamos de c¨®mo nos influye la naturaleza, probablemente nos referimos a momentos como estos. Momentos en que por fin nos relajamos, en que nos dejamos llevar, respiramos profundamente y desconectamos. Resulta un tanto caprichoso, y dudoso en t¨¦rminos hist¨®ricos, utilizar la ciencia moderna para darle sentido a las creencias del pasado, pero es muy posible que la naturaleza curativa surgiera en la antig¨¹edad a partir de sensaciones similares. Los sentidos reverdecen una vez m¨¢s y la incansable adrenalina que nos ha mantenido casi al borde del p¨¢nico comienza a diluirse en la sangre.
La pregunta m¨¢s simple es ?por qu¨¦? Uno de los primeros cient¨ªficos que la formularon fue el bi¨®logo americano E. O. Wilson. Desde la d¨¦cada de 1950, Wilson viaj¨® por el mundo para estudiar la vida de las plantas y de los insectos. Pese a que su cometido era recopilar informaci¨®n, durante aquellos viajes fue dando forma al n¨²cleo de su ¡°hip¨®tesis de la biofilia¡±. El amor por la naturaleza en los seres humanos es algo innato, aseguraba Wilson, un producto de milenios de evoluci¨®n en los que hemos vivido en estrecha relaci¨®n con los elementos, las criaturas y los h¨¢bitats naturales. Nuestros instintos, nuestro f¨ªsico y nuestros sentidos est¨¢n perfectamente sintonizados para percibir las amenazas naturales, y para encontrar seguridad, refugio y los nutrientes que proporcionan la vida en los entornos donde esta se halla presente. M¨¢s que eso, la naturaleza es el sustrato de nuestras fantas¨ªas, que se entreveran en nuestros lenguajes, y cuyos elementos y vida animal aparecen de manera recurrente en f¨¢bulas y religiones. ¡°La naturaleza es la clave de nuestra satisfacci¨®n est¨¦tica, intelectual, cognitiva e incluso espiritual¡±, escribi¨® Wilson. La biofilia expresa, por decirlo de manera sencilla, nuestro amor por la vida. No solo nuestra propia vida, sino la vida intensa, vibrante, de los organismos, especies y lugares salvajes con los que, en palabras de Wilson, sentimos una innata ¡°e imperiosa llamada a vincularnos¡±.
Wilson puso nombre y un trasfondo psicoevolutivo al aprecio por la naturaleza; m¨¢s tarde, desde 1990, otros cient¨ªficos procedieron a desentra?ar la mec¨¢nica. Gracias a la compilaci¨®n de datos obtenidos a partir de muestras de sangre, de la monitorizaci¨®n del pulso card¨ªaco y de la informaci¨®n que aportan los pacientes, comienzan a acumularse los estudios cient¨ªficos que intentan demostrar que los lugares verdes y azules, ya sean parques, bosques o zonas costeras, pueden aliviar el estr¨¦s, devolver la capacidad de atenci¨®n, reducir la tensi¨®n y mejorar el estado an¨ªmico.
Estos hallazgos resultan muy convincentes, y me han urgido a ser un poco m¨¢s sincera acerca de mi propia relaci¨®n con la naturaleza, especialmente cuando era m¨¢s joven. Por mi parte, yo no me limitaba a representar el estereotipo del adolescente medio al adentrarme en lo que nos imagin¨¢bamos como un p¨¢ramo en pleno Metroland, y m¨¢s bien me ve¨ªa a m¨ª misma como una hero¨ªna g¨®tica afligida de malditismo. Lo que sent¨ªa era lo que hoy reconozco como depresi¨®n, aunque por entonces carec¨ªa de las palabras que la definen o permiten comprenderla. Mi devoci¨®n por las caminatas bosque a trav¨¦s se solapaba con mi temperamento cambiante, que los traumas y las experiencias que suscitan los prejuicios de las ciudades peque?as contribuyen a aumentar. Es solo al echar la vista atr¨¢s como puedo apreciar por completo lo vivificantes y vitales que eran aquellos tranquilos y comprensivos espacios de bosques y campos.
Todav¨ªa padezco constantes rachas de insomnio, de pensamiento autocr¨ªtico y de ansiedad, y debido a ello dependo enormemente de los entornos naturales para controlar el estr¨¦s y mantener la cordura. Ciertas rutas aseguran la calma y arrancan mis pensamientos de sus peque?os y agitados laberintos. Me he familiarizado muy ¨ªntimamente con los senderos que se inician en mi casa, en las afueras de Bristol, y se desgranan en direcci¨®n al r¨ªo, y con los caminos que reptan desde mi despacho en la universidad hasta los tranquilos campos verdes donde la se?al de mi m¨®vil y la invasiva 4G no alcanzan a penetrar.
Me impresiona lo que la ciencia nos cuenta acerca de la naturaleza curativa, e instintivamente me identifico con muchos de sus hallazgos. Pero tambi¨¦n soy esc¨¦ptica acerca de algunas osadas afirmaciones realizadas por los investigadores. Es peligroso asumir que un tratamiento puede funcionar igual para todo el mundo, y que todos experimentamos la salud y la enfermedad de la misma manera. Nuestra excitaci¨®n por el modo en que la luz, el color o los aromas naturales afectan a nuestro estado de ¨¢nimo nos lleva irresponsablemente a tratar a la gente poco menos que como a plantas que necesitan un arreglo: una gota de magnesio, ocho horas de sol y cinco cent¨ªmetros de agua cada semana, y floreceremos tal y como tenemos prometido. ?No ser¨¢ que nuestra cultura, nuestras creencias, las historias que compartimos, as¨ª como nuestros traumas personales y nuestros deseos, esculpen la manera en que sentimos y la clase de interrelaciones que aspiramos a conseguir? ?Y qu¨¦ hay de la gente con enfermedades cr¨®nicas, o persistentes, o dif¨ªciles de tratar, que pueden pasarse a?os probando la mezcla adecuada de medicinas y tratamientos con el ¨²nico fin de aliviar los s¨ªntomas, llegar a la remisi¨®n o simplemente dar con la manera de vivir sin dolor? La naturaleza curativa a menudo se nos vende como medicina alternativa, o se la publicita como algo que nos ayudar¨¢ a reducir poco a poco la medicaci¨®n. Hay much¨ªsimas y muy buenas razones para ser cr¨ªticos con la industria farmac¨¦utica y su ansia de beneficios, pero no es menos cierto que muchos medicamentos salvan vidas. El lenguaje de la ¡°cura¡± puede resultarle alienante a aquellas personas que quiz¨¢ nunca se vean ¡°curadas¡± o quieran cortar de ra¨ªz con las prescripciones m¨¦dicas.
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