La cat¨¢strofe es creer que el sistema se puede reformar
El t¨®pico de la renovaci¨®n perpetua del capitalismo est¨¢ agotado, escribe el cr¨ªtico de arte Jonathan Crary en un ensayo br¨²jula para una sociedad poscapitalista. ¡®Ideas¡¯ publica un fragmento
Con las noticias diarias sobre la p¨¦rdida de inmensas masas de hielo en el oc¨¦ano ?rtico, con los glaciares de Groenlandia y la Ant¨¢rtida derriti¨¦ndose y los incendios prendiendo a lo largo de todo el permafrost siberiano, podr¨ªa parecer irrelevante llamar la atenci¨®n hacia una particularidad m¨¢s insignificante de la criosfera terrestre en proceso de desaparici¨®n. Ubicado en la linde del Parque Nacional de Yosemite, en las monta?as de Sierra Nevada, se encuentra el glaciar Lyell, o lo poco que queda de ¨¦l. Durante muchos a?os se cont¨® entre los m¨¢s visitados de los varios cientos de glaciares que una vez hubo en los cuarenta y ocho estados contiguos, pero en 2010 fue declarado muerto a todos los efectos. Ahora consiste en una serie de parches dispersos de hielo en recesi¨®n, oscurecidos por el holl¨ªn atmosf¨¦rico. Aqu¨ª tenemos no solo los restos de un glaciar, sino las ruinas de unas presuposiciones, que en su d¨ªa fueron influyentes e incluso irrefutables, relativas al tiempo, la permanencia o lo que ha ¡°venido para quedarse¡±.
El glaciar recibi¨® su nombre euroamericano en la d¨¦cada de los cincuenta del siglo XIX, tras la violenta expropiaci¨®n del valle de Yosemite a sus habitantes ind¨ªgenas. Para las ¨¦lites ilustradas, ya sea en Europa o en Norte?am¨¦rica, la conjunci¨®n de las palabras ¡°Lyell¡± y ¡°glaciar¡± sonaba muy armoniosa. A mediados del siglo XIX, el ge¨®logo escoc¨¦s Charles Lyell cobr¨® fama por su afirmaci¨®n de que los cambios geol¨®gicos significativos solo se produc¨ªan a lo largo de lapsos temporales inmensos. Ha habido enormes transformaciones en la tierra, pero a un ritmo lento e imperceptible, mediante procesos de erosi¨®n y sedimentaci¨®n que llevan much¨ªsimo m¨¢s tiempo que el breve marco que nos proporcionan nuestros registros hist¨®ricos. Un ejemplo para ilustrar el ¡°gradualismo¡± de Lyell eran los glaciares, que desde el punto de vista humano parec¨ªan presencias eternas, a pesar de su movimiento inapreciablemente lento. Lyell reconoc¨ªa el advenimiento peri¨®dico de sucesos violentos y an¨®malos, como las erupciones volc¨¢nicas y los terremotos, pero cre¨ªa que estos ejerc¨ªan un impacto menor sobre la constancia de los procesos a largo plazo.
La obra de James Hutton en la d¨¦cada de los noventa del siglo XVIII hab¨ªa introducido el influyente concepto de ¡°tiempo profundo¡±, que propon¨ªa una escala temporal de la historia de la tierra tan vasta que resultaba absolutamente inconmensurable con la experiencia humana. Partiendo del trabajo de Hutton, Lyell exager¨® la inconcebible lentitud con la que el estado de la tierra se modifica desde nuestra perspectiva, aun demostr¨¢ndonos que la tierra nunca deja de ser ¡°el teatro del cambio reiterado, de fluctuaciones lentas pero interminables¡±. Se estableci¨® un marco intelectual y cultural que identific¨® el medio ambiente terrestre como pasivo e inmune a la intervenci¨®n humana. En palabras de Lyell, ¡°la fuerza total ejercida por el hombre es verdaderamente insignificante¡± y la naturaleza hab¨ªa dejado de ser ¡°un actor relevante desde el punto de vista de la historia humana y las ciencias sociales¡±. La modernizaci¨®n econ¨®mica requer¨ªa que la tierra y sus estructuras fueran apartadas y cosificadas, como un paisaje pintado para su contemplaci¨®n y su estudio; pero, al mismo tiempo, sus reservas de recursos en apariencia infinitos deb¨ªan permanecer directamente accesibles para su explotaci¨®n y la adquisici¨®n de riquezas. Lyell conjetur¨® que la atm¨®sfera de la tierra pod¨ªa calentarse a lo largo de decenas de miles de a?os vista, pero acontecimientos recientes, como la desaparici¨®n de capas gigantescas de hielo polar en el lapso de una vida humana, le habr¨ªan resultado inimaginables.
Hoy en d¨ªa, con unas constantes revisiones al alza de los ¨ªndices de calentamiento clim¨¢tico, resulta dif¨ªcil dar por hecho que cualquier cosa haya ¡°venido para quedarse¡±, salvo los residuos radiactivos, los micropl¨¢sticos y las sustancias qu¨ªmicas ¡°eternas¡±. Vivimos en mitad de las consecuencias, cada vez mayores, que ha tra¨ªdo consigo la idea de que las acciones humanas son independientes del mundo del que formamos parte. Pero mientras consideremos que nuestro cometido es mantener a raya una inminente cat¨¢strofe planetaria, estaremos fracasando a la hora de comprender, como han dicho Walter Benjamin y muchos otros, que la verdadera cat¨¢strofe es la perpetuaci¨®n del modo en que han sido y son las cosas, de todas las formas de violencia imperialista, injusticia econ¨®mica, crueldad racista y sexual y devastaci¨®n ecol¨®gica. Es un momento en el que las continuidades y habituaciones presentes han de ser transgredidas, y en el que la gradualidad en la pr¨¢ctica pol¨ªtica ha dejado de ser una opci¨®n. En esta ins¨®lita encrucijada hist¨®rica, la evocaci¨®n de la cat¨¢strofe se hace cada vez m¨¢s oportuna en su calidad de arma para el poder corporativo y militar, y sus altavoces tecnomodernistas. Con frecuencia, las mismas autoridades que insisten en la permanencia de las instituciones globales y las redes 24/7 de la era digital son tambi¨¦n las que plantean que el calentamiento global es una crisis tan enorme que la ¨²nica soluci¨®n es la geoingenier¨ªa para la captura de carbono, que requiere de esfuerzos a una escala mucho mayor que el Proyecto Manhattan. Sumados, estos mensajes contradictorios suponen un punto muerto que alienta la par¨¢lisis y el fatalismo. En cualquiera de estos escenarios (el presente perpetuo de un empleo precario, dispositivos nuevos sin l¨ªmites y maratones de visionado de miniseries o bien la gesti¨®n militar/corporativa del desastre planetario), se nos presenta un futuro en el que se habr¨¢n de mantener las relaciones de poder vigentes, un pron¨®stico del cual quedan excluidas las versiones igualitarias del poscapitalismo o el ecosocialismo.
A pesar de tales gesticulaciones, hoy en d¨ªa se dan muchas menos definiciones grandilocuentes que presenten al capitalismo como indestructible, como un sistema vamp¨ªrico que es peri¨®dicamente erradicado, solo para volver a erigirse con una apariencia distinta. El t¨®pico mismo de la renovaci¨®n perpetua del capitalismo est¨¢ agotado. Si hay suerte, habremos escuchado el ¨²ltimo aforismo, anta?o repetido hasta la saciedad por los acad¨¦micos posmodernos entre otros, de que es m¨¢s f¨¢cil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. En el punto ¨¢lgido de este sentir, hab¨ªa millones de personas en el Sur global y otros lugares cuya perspicacia pol¨ªtica no se encontraba tan al borde de la par¨¢lisis. Diversos estudios aparecidos a ra¨ªz de la crisis de 2008 aseguraban que la partida casi se ha acabado: el capitalismo no tiene m¨¢s cartas que jugar y se ha producido una inexorable erosi¨®n de la producci¨®n de valor. Por ejemplo, el difunto Robert Kurz sosten¨ªa que la tan cacareada transici¨®n, iniciada en la d¨¦cada de los setenta, hacia una econom¨ªa de la informaci¨®n liderada por el sector servicios nunca estuvo cerca de igualar sus hiperb¨®licas descripciones y no logr¨® inaugurar una nueva fase de acumulaci¨®n. Para Kurz, el colapso de 2008 estaba ¨ªntimamente ligado con el dominio de la microelectr¨®nica y la inform¨¢tica en la econom¨ªa global. El capitalismo, seg¨²n explicaba, se debilita mortalmente cuando el trabajo y el tiempo de trabajo dejan de ser la principal fuente y medida de la riqueza. Como resumi¨® uno de sus entrevistadores: ¡°Aqu¨ª empieza la aniquilaci¨®n de la gallina de los huevos de oro del capitalismo: la mano de obra¡±. El capitalismo encara su agotamiento cuando la productividad humana no solo aumenta gracias a la tecnolog¨ªa, sino que se ve reemplazada por esta.
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