Tik-tok, Telegram y lanzar sopa en los museos: nuevas formas de lucha ante la crisis clim¨¢tica
La cat¨¢strofe medioambiental nos afecta a todos, pero son los j¨®venes quienes est¨¢n liderando las campa?as para concienciar sobre la deriva
Greta Thunberg fue detenida hace unos d¨ªas en L¨¹tzerath, un municipio de Alemania, por manifestarse en contra de una mina de carb¨®n. Su imagen arrastrada por polic¨ªas llen¨® portadas y puso a esta energ¨ªa f¨®sil en el foco medi¨¢tico. ¡°Proteger el clima no es un crimen¡±, escribi¨® la activista sueca tras ser liberada. Pas¨® lo mismo en Madrid el pasado noviembre. Dos j¨®venes se pegaron al marco de Las majas, de Goya, en el Museo del Prado y pintaron un n¨²mero en la pared: 1,5. Es el aumento de temperatura m¨¢ximo que soportar¨ªa el planeta sin una cat¨¢strofe ecol¨®gica. Y en octubre, dos chicas hab¨ªan lanzado sopa de tomate a Los girasoles, de Van Gogh, en la National Gallery de Londres. Tras arrojarla, su mensaje fue claro: ?qu¨¦ merece m¨¢s la pena, el arte o la vida?
Todas estas protestas tienen un denominador com¨²n: la defensa de la naturaleza. La crisis medioambiental, con una merma de biodiversidad y una sucesi¨®n imparable de desastres clim¨¢ticos, es un problema capital. Afecta a toda la humanidad, pero son los miembros de la llamada generaci¨®n Z quienes est¨¢n liderando las campa?as para concienciar sobre esta l¨²gubre deriva. Grupos como Juventud Por El Clima, Extinction Rebellion o Futuro Vegetal recurren a canales de Telegram y TikTok, a convocatorias en redes sociales o a las acciones en espacios p¨²blicos para exigir el fin de los combustibles no renovables, la ganader¨ªa intensiva o las devastadoras pr¨¢cticas agroalimentarias.
Aprovechan la tecnolog¨ªa actual para propagar sus reivindicaciones. Y esta viralizaci¨®n agita el debate. Sus modos ampl¨ªan la transmisi¨®n de las demandas, pero tambi¨¦n generan repudio. A menudo se les acusa de desagradables, de molestos o peor a¨²n: de in¨²tiles. ¡°Hay opiniones muy diferentes, pero el hecho de que se hable ya es positivo¡±, dice Sara Santana, miembro de Extinction Rebellion en Espa?a: ¡°Cualquier cosa que se salga de la normalidad provoca rechazo, pero no se puede tachar de chiquillada a lo que se hace para evitar un desastre¡±.
¡°Nos enfrentamos a los poderosos y no hay m¨¢s remedio que usar estos m¨¦todos, siempre sin violencia¡±, a?ade Bilbo Bassaterra, de Futuro Vegetal. ¡°Tenemos cuidado para que no haya da?os. No creo que garabatear una pared o tirar comida sea una gamberrada si es por la habitabilidad. Lo que me da coraje es que nos arriesgamos y a lo mejor funciona en determinados c¨ªrculos, pero no sabemos si es suficiente¡±, dice este licenciado en Derecho de 30 a?os. Sergio Aires, de Juventud Por El Clima, apunta: ¡°Expresamos la urgencia de modificar el modelo. Y necesitamos llevarlo al centro pol¨ªtico. Las t¨¢cticas son cada vez m¨¢s pol¨¦micas. Si no, no te hacen caso¡±.
Seg¨²n Aires, las cr¨ªticas favorecen al movimiento. ¡°Son una puerta de entrada a la reflexi¨®n¡±, anota. Ares menciona otras insurrecciones que sirvieron para alterar el curso de los acontecimientos, como las sufragistas de principios de siglo XX, los Panteras Negras a finales de la d¨¦cada de los sesenta o los recientes MeToo y Black Lives Matter. En todas hubo oposici¨®n, incluso dentro de las propias filas: ¡°Suelen tener un tono paternalista, generalmente de alguien a quien ya no le preocupa¡±, sopesa, ¡°pero no es nada nuevo: hace tiempo ya se encadenaban a las v¨ªas o bloqueaban carreteras¡±.
Las protestas por el medio ambiente, efectivamente, no han brotado repentinamente. El grito de auxilio viene de lejos, ya sea advirtiendo sobre los peligros de los residuos nucleares, exigiendo la protecci¨®n de especies como las ballenas o alertando sobre el vertido de residuos en los oc¨¦anos. Lo que se percibe ahora es el protagonismo de una poblaci¨®n m¨¢s joven y un mayor calado global, despertando alianzas entre pa¨ªses del norte y del sur. ¡°Puede que se les preste m¨¢s atenci¨®n, aunque no estoy segura de que cambie las mentalidades¡±, sostiene Nat¨¤lia Cant¨®, soci¨®loga de la Universitat Oberta de Catalunya, que duda del papel de los medios de comunicaci¨®n y de la fugacidad del mensaje.
¡°El valor simb¨®lico es muy importante, pero no s¨¦ si se difunde correctamente o solo como un espect¨¢culo. En el caso de los museos, la idea es que, si lo que dedicamos a mirar un cuadro lo dedic¨¢ramos a saber qu¨¦ estamos haciendo con el planeta, se podr¨ªa salvar la vida de nuestros nietos¡±, esgrime Cant¨®. Seg¨²n una encuesta del Pew Research Center de 2021, para los estadounidenses nacidos despu¨¦s de 1996 el clima es la mayor preocupaci¨®n. Un 32% de ellos ha participado en alguna acci¨®n sobre el tema y hasta un 67% habla sobre las amenazas que se ciernen sobre la Tierra. En 2022, Deloitte llegaba a una conclusi¨®n similar: la generaci¨®n Z y los mileniales est¨¢n ¡°profundamente¡± inquietos por la situaci¨®n ecol¨®gica y un 75% considera que el mundo se aboca a un punto de no retorno. Pocos confiaban en las decisiones de gobiernos o grandes compa?¨ªas, pero casi la mitad miraba con optimismo los esfuerzos individuales.
Ha habido muchos flujos en el activismo ambiental, seg¨²n Colin Davis, profesor de Psicolog¨ªa Cognitiva en la Universidad de Bristol (Reino Unido). En 2018, sin embargo, hubo un salto cualitativo con las concentraciones de Fridays For Future, aduce. ¡°Son m¨¢s disruptivas: fumigaci¨®n de edificios, rotura de ventanas, paralizaci¨®n de aeropuertos¡ No son nuevas, pero no se hab¨ªan empleado a gran escala¡±, puntualiza. La capacidad para diversificar la informaci¨®n y su excepcionalidad, indica el brit¨¢nico, son ingredientes esenciales para el inter¨¦s period¨ªstico.
Acciones como las de las pinacotecas, esgrime Davis, representan otro giro: ¡°Ya se intent¨® avergonzar a instituciones que aceptaban la financiaci¨®n de empresas de combustibles f¨®siles; lo que ocurre es que no se centran en el patrocinio, sino que utilizan el arte para desviar la atenci¨®n hacia el problema general¡±. Dicha actitud, m¨¢s combativa, busca un gran impacto. ¡°Y puede derivar de dos formas. Una es el llamado efecto del flanco radical. Significa que los procedimientos m¨¢s radicales hacen que los grupos moderados se vean como m¨¢s razonables y aumenten el apoyo p¨²blico. Otra, que los gobiernos utilicen esta disrupci¨®n del orden para justificar leyes m¨¢s represivas¡±, explica Davis, convencido de que la tendencia se inclina hacia esta segunda opci¨®n.
La participaci¨®n es mayor gracias a las herramientas digitales, dice el soci¨®logo Alexander Araya L¨®pez, de la Universidad de Potsdam (Alemania). ¡°Somos testigos de la seriedad de la crisis clim¨¢tica y puede que las protestas sean m¨¢s visibles. Pero hay que tener en cuenta el contexto y las reacciones, habitualmente polarizadas¡±, indica Araya L¨®pez, que ve positivo resaltar lo apremiante y cuestionar lo da?ino. ?Por qu¨¦ enfadarnos por un ataque a una obra de arte y no se percibe como ofensa la destrucci¨®n de ecosistemas?, se pregunta.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.