La verg¨¹enza: ese sentimiento que llev¨® a Rousseau a aferrarse a una mentira como si le fuera la vida en ello
El miedo a la verg¨¹enza arrasa con todo, afirma el fil¨®sofo franc¨¦s Fr¨¦d¨¦ric Gros, experto en historia de la psiquiatr¨ªa. Antes la culpa eterna, antes la muerte, que un breve y cruel instante de derrota, escribe
Cuando le habl¨¦ a un amigo acerca de mi proyecto de escribir un op¨²sculo sobre la verg¨¹enza, su respuesta fue: ¡°Qu¨¦ idea tan extra?a. Sobre la culpa, vale; Dostoievski, Kafka¡ Pero sobre la verg¨¹enza¡¡±.
Hoy en d¨ªa me sorprende esa reacci¨®n, puesto que ahora considero que la verg¨¹enza envuelve una experiencia profunda, m¨¢s extensa, m¨¢s compleja incluso que la culpa, y que implica m¨²ltiples dimensiones: moral, social, psicol¨®gica, pol¨ªtica (y tambi¨¦n porque me parece que Kafka y Dostoievski son sobre todo escritores de la verg¨¹enza).
En mi vida personal creo que me ha embargado m¨¢s a menudo la verg¨¹enza que la culpa, creo haber tomado m¨¢s decisiones dobleg¨¢ndome ante las imposiciones de la primera que ante los mandatos de la segunda.
Pienso en el fragmento de Rousseau sobre el robo de una cinta en Las confesiones. Se trata de una revelaci¨®n dif¨ªcil para su autor, que conf¨ªa en contar esa historia por primera y ¨²ltima vez en su vida, como si decidiera exponer una herida y volver a cerrarla al instante (por lo menos a ojos de los dem¨¢s). Tambi¨¦n le resulta una confesi¨®n dif¨ªcil porque revela que dej¨® que acusaran a una joven cocinera de un robo, y a buen seguro tuvo que pagar un precio muy alto por esa acci¨®n (?nos hacemos a la idea de c¨®mo pod¨ªa terminar una criada despedida por robo?).
Vuelvo a la historia. A Rousseau le encuentran una cinta de color rosa y plata ya vieja que hab¨ªan estado buscando durante mucho tiempo. Rousseau farfulla, balbucea (en efecto, ¨¦l es el ladr¨®n) y acusa a la joven Marion de hab¨¦rsela dado. Todo el mundo se sorprende, puesto que la joven siempre hab¨ªa sido buena y leal. Se organiza un careo. El jovenc¨ªsimo Jean-Jacques mantiene su acusaci¨®n. Marion llora quedamente y, por supuesto, protesta. Rousseau se mantiene firme, reitera los cargos con una ¡°diab¨®lica audacia¡±, se atrinchera en la mentira como si su vida dependiera de ello.
Antes la culpa eterna, antes la muerte, que un breve y cruel instante de derrota. El miedo a la verg¨¹enza arrasa con todo. La fuerza del texto reside en el hecho de que no est¨¢ presentando una escena en la que ha sufrido verg¨¹enza, sino que describe el terror que siente un coraz¨®n que m¨¢s que nada en el mundo quiere ahorrarse un momento de desnudez moral, y la asombrosa resistencia que conlleva. ¡°As¨ª, cuando la vi comparecer se me desgarr¨® el coraz¨®n, mas la presencia de tanta gente pudo m¨¢s que mi arrepentimiento. Poco miedo me daba el castigo, solo la verg¨¹enza me causaba espanto, pero la tem¨ªa m¨¢s que a la muerte, m¨¢s que al crimen, m¨¢s que a todo en el mundo. Hubiera querido hundirme y ahogarme en el centro de la tierra. La invencible verg¨¹enza imper¨® sobre todo, ella sola fue causa de mi impudencia, y cuanto m¨¢s criminal era, tanto m¨¢s osado me hac¨ªa el temor de confesarlo. Sent¨ªa tan solo el horror de verme reconocido y p¨²blicamente declarado, en presencia m¨ªa, por ladr¨®n, mentiroso, calumniador. Una turbaci¨®n general me ten¨ªa ajeno a todo sentimiento fuera de este¡±.
En realidad, la reacci¨®n de mi amigo me infundi¨® valor. Me dije a m¨ª mismo que, si bien se pueden llenar bibliotecas con vol¨²menes dedicados al sentimiento de culpa, sobre la verg¨¹enza se hab¨ªa escrito menos. Sin embargo, cada disciplina ten¨ªa su autor de referencia sobre el tema, y en todos los casos eran obras capitales: Serge Tisseron en psicolog¨ªa, Vincent de Gaulejac en sociolog¨ªa, Didier Eribon en sociofilosof¨ªa, Claude Jamin en psicoan¨¢lisis, Jean-Pierre Martin en cr¨ªtica literaria, Ruwen Ogien en filosof¨ªa¡
Llegaba tarde.
No obstante, me mantuve firme. Adem¨¢s, pod¨ªa apoyarme en sensaciones propias, sin tener que revelarlas necesariamente, pod¨ªa recurrir a las emociones experimentadas durante algunas lecturas (James Baldwin, Annie Ernaux, Primo Levi, Simone Weil), pod¨ªa citar a esas mujeres que sufrieron la humillaci¨®n de los hombres: Lucrecia, Fedra, Bola de Sebo, Anna Kar¨¦nina, las obreras de Daewoo en el relato de Fran?ois Bon y muchas m¨¢s.
La verg¨¹enza es el mayor afecto de nuestros tiempos, el significante de las nuevas luchas. Ya no gritamos ante la injusticia, lo antirreglamentario o la desigualdad. Gritamos ante la verg¨¹enza.
Enero de 2021, Par¨ªs, Rue Saint-Guillaume. Olivier Duhamel, presidente de la Fundaci¨®n Nacional de Ciencias Pol¨ªticas, es acusado por Camille Kouchner, su hijastra, de haber abusado sexualmente de manera reiterada de su hermano mellizo a finales de los a?os ochenta, algo de lo que el director del Instituto de Estudios Pol¨ªticos de Par¨ªs de la ¨¦poca ya estaba al corriente desde 2019. Ante el esc¨¢ndalo que golpea a su instituci¨®n, los estudiantes se manifiestan y publican una carta abierta titulada ¡°La verg¨¹enza¡± para exigir la dimisi¨®n del director; Olivier Duhamel ya hab¨ªa dimitido por voluntad propia al enterarse de que se iba a publicar pr¨®ximamente el libro.
Domingo 6 de septiembre de 2020, Bielorrusia. En las calles de Minsk, miles de manifestantes desfilan coreando ¡°?Verg¨¹enza!¡± contra Alexandr Lukashenko, su presidente.
D¨ªa 28 de febrero de 2020, Par¨ªs, sala Pleyel, cuadrag¨¦sima quinta ceremonia de los C¨¦sar. Cuando nombran mejor director a Roman Polanski, Ad¨¨le Haenel abandona la sala con gran estr¨¦pito gritando: ¡°Verg¨¹enza, verg¨¹enza, es una verg¨¹enza¡±.
En el mes de enero de 2020, Jean Ziegler, antiguo relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentaci¨®n, proclama tras una visita al campo de refugiados de Moria, situado en la isla de Lesbos, que es ¡°la verg¨¹enza de Europa¡±.
M¨¢s all¨¢ incluso de estos hechos, ha florecido un nuevo lenguaje para ilustrar nuevas militancias, nuevas indignaciones: ¡°Flight shame¡±, ¡°digital shame¡±, expresiones que sirven para alertar acerca del coste que le supone al planeta la aviaci¨®n civil y la digitalizaci¨®n. (¡)
La verg¨¹enza funciona con imaginaci¨®n. Es necesaria para sentir ¡°verg¨¹enza del mundo¡± y pensar que las cosas podr¨ªan ser de otra manera. Es necesaria cuando sentimos verg¨¹enza por el otro, que puede ser el humillado perplejo ¡ªentonces sentimos en ¨¦l el sufrimiento insoportable¡ª, pero tambi¨¦n el humillador sin escr¨²pulos, que nos obliga a sentir verg¨¹enza en su lugar, mientras que ¨¦l no lo siente as¨ª en absoluto.
Personalmente siento apego por aquella o por aquel en quien enseguida detecto ligeros malestares, un poco de bochorno, timidez, y es como si en esa falta de seguridad encontrara un motivo para forjar una amistad s¨®lida. De manera instintiva, no confiar¨ªa en alguien que afirmara no haber experimentado nunca verg¨¹enza.
A m¨ª me invade la verg¨¹enza cuando oigo noticias sobre lo que ocurre en el mundo, las intervenciones de los dirigentes pol¨ªticos, los discursos de los representantes de la patronal.
Lo que nos da la fuerza para desobedecer, para no resignarnos a esta terrible situaci¨®n que cada d¨ªa parece m¨¢s factible y para mantener intacta la capacidad de rebeli¨®n es, retomando la expresi¨®n de Primo Levi, ¡°la verg¨¹enza del mundo¡±. La verg¨¹enza es una mezcla de tristeza y rabia. No es algo que se supere, independientemente de lo que prometan los m¨¢nager del alma, sino que la transformamos confiri¨¦ndole la forma de la ira.
No, las verg¨¹enzas no se superan jam¨¢s, sino que las trabajamos, las elaboramos, las refinamos, las sublimamos. En ocasiones, incluso terminamos us¨¢ndolas como palancas, como c¨®mplices, como resortes. Las escurrimos, las purificamos con tal de eliminar la tristeza destructiva y el desprecio hacia uno mismo que puedan contener, y solo nos quedamos con la parte pura de ira.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.