Amar el trabajo es abrazar nuestro sometimiento
Las empresas intentan seducir al trabajador para que su esfera laboral se confunda con su vida
Conoc¨ª a N. en una app de citas. Paseamos por Alicante buscando una pizzer¨ªa y hablamos de nuestras ocupaciones. N. estudia Bellas Artes y trabaja en un outlet de ropa deportiva. Me cuenta que su trabajo es un poco tedioso, pero que se pone m¨²sica en los auriculares y se le pasan las horas. Y luego prosigue con desconcierto: sus compa?eras est¨¢n encantadas con la empresa. Tiene valores verdes y feministas, les hace un descuento en toda la tienda y les premia con un bono si trabajan a buen ritmo. Un c¨®ctel de ¨¦tica verde, competici¨®n y chantaje consumista vuelve encantador un curro mal pagado que consiste en apilar cajas de zapatillas para hacer deporte y estar en forma para apilar cajas de zapatillas. No imaginaba llegar a conocer en una sola tarde semejante despliegue de seducci¨®n.
Paul Lafargue escribi¨® en El derecho a la pereza que todas las miserias de las sociedades capitalistas ten¨ªan una sola causa, y esa causa es el amor al trabajo. Lafargue no se refiere a la codicia o a la envidia, sino a la pasi¨®n desatada que los propios trabajadores sentimos por nuestras ocupaciones. Situaba as¨ª la fuente de nuestras fatigas en la esfera de la reproducci¨®n social, un cambio de mirada que nos permite cuestionar el trabajo desde el apego y su econom¨ªa libidinal: ?c¨®mo hemos aprendido a amarlo? ?Qui¨¦n lo volvi¨® tan atractivo, tan extra?amente edificante? ?Por qu¨¦ nuestros trabajos nos encandilan con una ret¨®rica de vida buena cuando no hacen sino impedirla, saturando con sus demandas todos los tiempos, todos los afectos, todas las capacidades que tenemos?
En su libro Intimidades congeladas, la soci¨®loga Eva Illouz nos habla de los experimentos Hawthorne, desarrollados por Elton Mayo en el Chicago de los a?os veinte. Sus resultados revelaron que la productividad no aumentaba tanto con una mejora de las condiciones materiales del puesto de trabajo, sino prestando atenci¨®n a los operarios. Mostraban que el cuidado de un v¨ªnculo afectivo entre trabajador y empresa era una clave para el ¨¦xito y la explotaci¨®n tan sofisticada como desconocida. A partir de ese momento, valora Illouz, el estilo empresarial y el management comenzaron a revolucionarse, y las empresas se dedicaron a invertir en las oscuras artes de la seducci¨®n: se llenaron de psic¨®logos y coaches ontol¨®gicos, hicieron de su entorno un espacio siniestramente amigable, enarbolaron las banderas de la ayuda humanitaria. Lo que Mayo descubri¨® en los a?os veinte, la pel¨ªcula Monstruos SA nos lo ense?aba en 2001: las pasiones alegres generan mucha m¨¢s energ¨ªa que el miedo.
No importa qu¨¦ trabajo tengas, cualificado o no, manual o intelectual, sedentario o n¨®mada. No importa si cargas cajas o ense?as ¨¢lgebra, el trabajo siempre tratar¨¢ de seducirte, confundi¨¦ndose con tu vida, con tu credo, con tus valores, con tus anhelos. La clave de la servidumbre no est¨¢ ahora en gobernar el cuerpo con disciplinas varias, como en tiempos de capitalismo industrial, sino en gobernar las almas, esto es, gobernar el deseo. Se trata de implicar al sujeto plenamente en la conducta que ha de seguir, como explican los pensadores Christian Laval y Pierre Dardot, de relativizar en favor del capital la f¨¦rrea frontera entre ocio y negocio. El amor al trabajo que denunciaba Lafargue, en suma, es una versi¨®n contempor¨¢nea de lo que La Bo¨¦tie denomin¨® servidumbre voluntaria: amar el trabajo es abrazar nuestro sometimiento.
Estamos ante una nueva cultura de las emociones en la que estar motivado es sin¨®nimo de alto rendimiento
Si atendemos a lo que el soci¨®logo Renyi Hong explica en Passionate Work, esta jerigonza del entusiasmo cuenta con dos rasgos esenciales. El primero es una trampa ideol¨®gica: debemos ser felices y vivir bien pese a las dificultades econ¨®micas. La segunda pasa por reconocer que la pasi¨®n por el trabajo no es un mero sentimiento, sino una estructura afectiva: las formas contempor¨¢neas del trabajo se han vuelto a la vez m¨¢s deseables y m¨¢s explotadoras, de modo que se nos pide que sigamos nuestros sue?os precisamente para combatir los problemas de la econom¨ªa. La pasi¨®n por el trabajo se moviliza como un escudo, un medio de atenuar el drenaje ps¨ªquico de la incertidumbre econ¨®mica y la escasez de ingresos. As¨ª, el trabajo deja de ser un espacio de ejercicio de la virtud (¡°el trabajo dignifica¡±) para leerse en t¨¦rminos de compensaci¨®n psicol¨®gica (¡°no te quejes, trabajas de lo que te gusta¡±): nos ofrece m¨¢s glamur y menos sueldo, disfraza la precariedad con los ropajes de la aventura, llama flexibilidad a la disponibilidad absoluta. La realizaci¨®n personal que promete es una exigencia velada de no dejar de trabajar, de volvernos emocionalmente dependientes de nuestra ocupaci¨®n. Estamos ante una nueva cultura de las emociones donde estar motivado es sin¨®nimo tanto de alto rendimiento como de la ausencia de cualquier cuestionamiento cr¨ªtico.
Lo que quiero decir, me explica N. con un trozo de pizza en la mano, es que a veces tenemos que protegernos de lo que queremos, como clamaba la artista Jenny Holzer en sus carteles luminosos. O que, al menos, hemos de ser conscientes de c¨®mo deseamos, de qu¨¦ damos cuando amamos: ya que tenemos que vender nuestra alma para pagar el alquiler y los carbohidratos, vend¨¢mosla un poco cara. Si los aprendizajes de nuestro coraz¨®n sobre la vocaci¨®n y sus fanfarrias nos han llevado a estar sometidos en nombre de la libertad y la pasi¨®n, la disidencia consiste en preguntarnos si podemos amar distinto, si podemos transformar el modo en que deseamos para boicotear as¨ª la cultura de las emociones profesionales.
Un c¨®ctel de ¨¦tica verde, competici¨®n y chantaje consumista es capaz de volver encantador un curro mal pagado
Y lo cierto, por suerte, es que no estamos solos en este aprendizaje del desamor. All¨ª donde parec¨ªa que era necesario trabajar 10 y hasta 12 horas, la huelga de La Canadiense nos mostr¨®, en 1919 en Barcelona, que bastaba con trabajar ocho, y hoy entendemos que sobra con 32 semanales. All¨ª donde parec¨ªa que las mujeres ten¨ªan que dedicarse al hogar, y que lo suyo no era trabajo sino el tributo debido de su amor, los paros feministas que se iniciaron en Argentina en 2016 criticaron la divisi¨®n sexual del trabajo y visibilizaron esa mayor¨ªa silenciosa que se desloma en casa y no cobra. En la segunda mitad de 2021, unos veinticinco millones de estadounidenses dejaron sus trabajos: quer¨ªan una vida con menos reputaci¨®n y m¨¢s salud mental, se dijo. El fen¨®meno fue bautizado como la Gran Renuncia, y aunque dur¨® muy poco, aspiraba a inaugurar lo que The New York Times denomin¨® ¡°la era de la anti-ambici¨®n¡±. Las huelgas en Francia de la pasada primavera contra la reforma de las pensiones se alzan para vindicar que la vida est¨¢ en otra parte, m¨¢s all¨¢ de la meritocracia. Todas estas son historias de desamor, pero de desamor del bueno: nos ense?an a desenamorarnos del trabajo. Nos recuerdan que nuestra relaci¨®n t¨®xica con nuestro empleo no es incondicional, nos animan a vivir y amar de otro modo. Porque no es amor, no. Lo que sentimos se llama obsesi¨®n.
Solo cuando el proletariado se desenamore y diga ¡°yo no quiero¡±, se esfumar¨¢n todas las miserias capitalistas, nos promete Lafargue. Solo desenamor¨¢ndonos del trabajo podremos dirigir nuestro deseo a inventar una vida buena. No he vuelto a ver a N., creo que ahora vive en Bilbao. La pizzer¨ªa cerr¨® la semana pasada por falta de personal.
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