Trump es ¡®maquiav¨¦lico¡¯, pero Obama tambi¨¦n lo era
Algunos pol¨ªticos explotan el lado oscuro del autor de ¡®Pr¨ªncipe¡¯. Otros, en cambio, utilizan su fino an¨¢lisis de la realidad
Hay Maquiavelos y Maquiavelos entre los gobernantes de nuestro tiempo. Porque no es lo mismo la palabra con y sin cursiva. Los gobernantes maquiav¨¦licos, en cursiva, responden al uso corriente de este adjetivo: c¨ªnicos y malvados, astutos y maquinadores. Los maquiav¨¦licos, sin cursiva, son los que, consciente o inconscientemente, aplican no el maquiavelismo de la leyenda negra del sabio florentino, sino los consejos que de verdad Nicol¨¢s Maquiavelo dej¨® escritos en El Pr¨ªncipe: ver el mundo tal como es y no tal como lo imaginamos; saber que gobernar consiste en persuadir y a veces en intimidar; y que s¨®lo con talento y voluntad el pr¨ªncipe moderno puede domesticar las fuerzas de la adversidad y de lo imprevisible.
Un personaje de ficci¨®n y otro real podr¨ªan adecuarse a la definici¨®n corriente del t¨¦rmino, el Maquiavelo como el ¡°profesor de la maldad¡±, en palabras del fil¨®sofo estadounidense Leo Strauss. Son Frank Underwood, el presidente de Estados Unidos que protagoniza la serie House of Cards, y quiz¨¢ en algunos aspectos ¡ªsu maquiavelismo no es obviamente criminal, al contrario que el de Underwood¡ª el presidente real, Donald Trump. ¡°L¨®gica mal¨¦fica, ardides acumulados, perversidad serena, disfrute en el crimen, tales son los componentes del concepto de maquiavelismo, o al menos las resonancias de un t¨¦rmino al que nos ha acostumbrado la literatura, la prensa o el uso cotidiano del lenguaje¡±, escribi¨® el fil¨®sofo franc¨¦s Claude Lefort en Le travail de l¡¯oeuvre Machiavel, una obra de referencia sobre el pol¨ªtico y pensador florentino, publicada en 1972.
Existe otro maquiavelismo, nada maquiav¨¦lico. El presidente Barack Obama era maquiav¨¦lico en su mirada realista y tr¨¢gica al mundo, su pol¨ªtica de los peque?os pasos y sus guerras reticentes. Lo es la canciller Angela Merkel ¡ªa quien el soci¨®logo Ulrich Beck llam¨®, y no amablemente, ¡°Merkiavel¡±¡ª en su sobriedad y en su cautela en el oficio de gobernar: su disposici¨®n a observar lo que Maquiavelo llamaba ¡°la verit¨¤ effettuale della cosa¡±, la realidad sin adornos. Y acaso lo sea el novato Emmanuel Macron, quien escribi¨® su tesis de licenciatura sobre Maquiavelo y lo ha le¨ªdo bien, as¨ª como a sus exegetas franceses. Otro fil¨®sofo franc¨¦s, Maurice Merleau-Ponty, habl¨® de este maquiavelismo en una conferencia en la Europa en ruinas de 1949, recogida bajo el t¨ªtulo ¡®Note sur Machiavel¡¯ en el volumen Signes, de 1960. ¡°Hay una manera de desacreditar a Maquiavelo que es maquiav¨¦lica, es la piadosa argucia de los que dirigen su mirada, y la nuestra, hacia el cielo de los principios para desviarla de lo que hacen¡±, dijo. ¡°Y hay una manera de elogiar a Maquiavelo que es todo lo contrario del maquiavelismo, puesto que honra, en su obra, lo que representa una contribuci¨®n a la claridad pol¨ªtica¡±.
Hay en Trump algo de la caricatura del pol¨ªtico maquiav¨¦lico: el que enga?a y acosa, el que manipula a sus adversarios y a las masas. La caricatura es casi tan extremada como el personaje de House of Cards, maestro inveros¨ªmil en las tramas oscuras de Washington, capaz de todo, de lo peor, para alcanzar y mantenerse en el poder. Se dir¨ªa que Trump, en su trip narcisista, un d¨ªa podr¨ªa llegar a decir: ¡°No hay nadie en el mundo tan maquiav¨¦lico como yo¡±. El maquiavelismo del texto de El Pr¨ªncipe, por supuesto, es otra cosa. No es impulsivo, sino racional; no se regocija en la inmoralidad sino que contempla que, a veces, conviene desviarse de las normas morales; aconseja al gobernante ser temido pero sobre todo, si quiere conservar el poder, nunca odiado, ni despreciado.
El florentino no es impulsivo, sino racional, no se regocija en la inmoralidad, sino que contempla que a veces hay que desviarse de las normas
En este aspecto, Trump es el anti Maquiavelo. En otros, sigue al pie de la letra algunos de los preceptos del florentino. Por ejemplo, cuando aconseja ¡°ser un gran simulador y disimulador¡±, porque ¡°los hombres son tan simples y obedecen tan bien a las necesidades presentes que el que enga?e siempre encontrar¨¢ a alguien que se deje enga?ar¡±. O cuando, en el cap¨ªtulo de El Pr¨ªncipe en el que Maquiavelo explica qu¨¦ debe hacer un gobernante para ser estimado, elogia a Fernando de Arag¨®n por su hiperactividad b¨¦lica, que ¡°siempre mantuvo los esp¨ªritus de sus s¨²bditos en la espera, la admiraci¨®n y la ansiedad de su ¨¦xito¡±. La hiperactividad de Trump es de otra ¨ªndole, pero nadie duda de que es un showman,capaz, a golpe de Twitter, de mantener, no s¨®lo a los ciudadanos de su pa¨ªs sino al mundo entero en un estado de ansiosa expectaci¨®n.
El maquiavelismo de Obama era distinto, m¨¢s cercano a la ¡°claridad pol¨ªtica¡± de la que hablaba Merleau-Ponty que a los ¡°ardides acumulados¡± que describ¨ªa Lefort. Nunca fue tan maquiav¨¦lico como en su discurso de aceptaci¨®n del premio Nobel de la Paz en Oslo, en 2009, al reconocer la ambig¨¹edad moral en la que se colocaba todo gobernante democr¨¢tico: la de repudiar la violencia y la guerra y, al mismo tiempo, saber que la permanencia de su Estado se fundamenta en la violencia y la guerra. Porque un pr¨ªncipe, escribe Maquiavelo, ¡°con frecuencia se ve obligado a actuar contra su palabra, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religi¨®n¡±. Y, dice en otro momento, para combatir debe usar las ¡°leyes¡± y la ¡°fuerza¡±, pero ¡°como la primera muchas veces es insuficiente, debe recurrir a la segunda¡±.
En Oslo, Obama admiti¨® que ser¨ªa imposible erradicar el conflicto violento en nuestra ¨¦poca: ¡°Habr¨¢ momentos en que las naciones, actuando individualmente o en concierto, creer¨¢n que el uso de la fuerza no s¨®lo es necesario, sino moralmente justificado¡±. El presidente cit¨® a Gandhi y Martin Luther King, ap¨®stoles de la no violencia. Pero a?adi¨®: ¡°Como jefe de Estado que ha jurado proteger y defender mi naci¨®n, no puedo guiarme s¨®lo por sus ejemplos. Afronto el mundo tal como es, y no puedo quedarme paralizado ante las amenazas al pueblo americano. Porque no se equivoquen: el mal existe en el mundo (¡). Decir que la fuerza puede ser necesaria a veces no es cinismo: es un reconocimiento de la historia, de las imperfecciones del hombre y de los l¨ªmites de la raz¨®n¡±.
Obama, maquiav¨¦lico (pero no maquiav¨¦lico). Y maquiav¨¦lico Macron, y en distintos niveles. Lo estudi¨® y escribi¨® una tesina titulada El hecho pol¨ªtico y la representaci¨®n de la historia en Maquiavelo. Y es un pr¨ªncipe joven y audaz, cualidades, seg¨²n Maquiavelo, necesarias para saber acordar la fortuna y la virtud, las fuerzas que mueven la pol¨ªtica. El maquiavelismo de Macron, como el de Obama, tiene que ver con la violencia del Estado, con la guerra. ?No es ¨¦l el presidente que prometi¨® sacar a Francia del estado de excepci¨®n, decretado temporalmente tras los atentados terroristas de 2015, pero que ha consagrado sus elementos centrales en una ley que lo har¨¢ permanente?
Macron es autor de una tesina sobre Maquiavelo, mientras que Angela Merkel ha sido calificada, no de forma amable, como ¡®Merkiavel¡¯
En su serie radiof¨®nica sobre Maquiavelo, publicada en el libro Un ¨¦t¨¦ avec Machiavel, el historiador Patrick Boucheron evoca la cita de El Pr¨ªncipe seg¨²n la cual un buen gobernante ¡°no debe tener otro objeto ni otro pensamiento que la guerra y las instituciones y la ciencia de la guerra¡±. ¡°Pero entonces, ?qu¨¦ es la paz?¡±, se pregunta Boucheron. ¡°Maquiavelo responde: la violencia en potencia, la que no necesita ejercerse sino por los efectos de una amenaza insidiosa, tanto m¨¢s eficaz cuanto permanezca imprecisa, incierta, no formulada¡±. Es la posici¨®n del gobernante idealista que, el d¨ªa que se instala en los mandos del poder, en el Despacho Oval o en el El¨ªseo, con el bot¨®n nuclear al alcance, descubre con claridad la ambig¨¹edad tr¨¢gica del oficio pol¨ªtico que Maquiavelo entendi¨® hace medio milenio. ¡°La soledad es absoluta. Primero, el lugar a¨ªsla, es silencioso, cargado. Pero, sobre todo, la funci¨®n a¨ªsla¡±, confes¨® hace unos meses Macron a su amigo el escritor Patrick Besson tras instalarse en el El¨ªseo. ?Piensas en la muerte?, le pregunt¨® Besson. ¡°No. No m¨¢s que antes. O de manera fugaz. La muerte que importa es la que amenaza el pa¨ªs. Esta es mi responsabilidad¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.