Dejemos en paz a Ana Frank y leamos su diario
El uso del nombre de la ni?a asesinada por los nazis vuelve a estar en el centro de la pol¨¦mica
La muerte de Ana Frank, la ni?a alemana que se escondi¨® durante dos a?os en una casa de ?msterdam con su familia, hasta que fue capturada por la Gestapo y deportada a ?Auschwitz, simboliza la gran tragedia del siglo XX, el Holocausto. Su figura va incluso m¨¢s all¨¢ porque ha acabado por representar la inocencia de todas las v¨ªctimas de persecuciones racistas. Pero la universalidad de su legado ¡ªsu diario ha vendido 30 millones de ejemplares en 67 idiomas¡ª no siempre es f¨¢cil de gestionar.
Todo el mundo est¨¢ de acuerdo en condenar y tomar medidas serias contra los hooligans del equipo de f¨²tbol romano de Lazzio que se rieron recientemente de la ni?a m¨¢rtir. En eso no hay ning¨²n problema, ni siquiera en el castigo que se les impuso: visitar el campo de exterminio en Auschwitz. Tambi¨¦n existe un consenso general en que no es una buena idea vender en Internet un disfraz de Ana Frank para Halloween: no hay ninguna ofensa directa, pero es una falta de respeto evidente. Sin embargo, existe una zona gris m¨¢s amplia, en la que las cosas est¨¢n menos claras. La ¨²ltima pol¨¦mica que ha rodeado a la peque?a Frank tiene que ver con los ferrocarriles alemanes, que anunciaron que iban a poner su nombre a un tren.
La intenci¨®n de Deutsche Bahn es rendir homenaje al recuerdo de la ni?a, ¡°no faltar a su memoria¡±, expres¨® la compa?¨ªa en un comunicado. ¡°Al contrario, somos conscientes de nuestra responsabilidad hist¨®rica y por eso tomamos la decisi¨®n de tratar de mantener viva la memoria de Ana Frank¡±, prosegu¨ªa el texto. La responsabilidad de los ferrocarriles alemanes en el Holocausto es, efectivamente, enorme. Uno de los grandes historiadores de la Shoah, Raul Hilberg, analiz¨® los registros del ferrocarril para estudiar c¨®mo se pudo llevar a cabo un crimen tan descomunal. Los organizadores de los trenes eran conscientes de que llegaban llenos a los campos de exterminio y volv¨ªan vac¨ªos y planificaron minuciosamente el transporte de millones de personas hacia la muerte. Un detalle especialmente siniestro es que las SS obligaban a las v¨ªctimas a pagar un billete de ida, con descuento de grupo. Hilberg y muchos otros historiadores consideraban a los responsables de los ferrocarriles c¨®mplices.
Alemania es un pa¨ªs que ha tenido un comportamiento impecable en el reconocimiento de los cr¨ªmenes de su pasado y que persigue como pocos el negacionismo. No hay ninguna mala fe, todo lo contrario, en la idea de los ferrocarriles alemanes, fruto adem¨¢s de una encuesta popular. Se trata del reconocimiento de un crimen, no de su trivializaci¨®n. Sin embargo, la memoria de aquella ni?a que muri¨® de tifus en Bergen-Belsen a los 15 a?os es delicada y debe ser tratada con much¨ªsimo respeto. Tal vez lo deseable ser¨ªa dejarla en paz y recordarla de la mejor manera posible: promover la lectura del texto que nos dej¨® y que demuestra que, incluso en sus peores momentos, el odio no es capaz de destruir a la humanidad. En vez de poner su nombre al tren, se deber¨ªan repartir ejemplares en todos los ferrocarriles de Europa.
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