Emociones a flor de piel y guardaespaldas a la carrera
"Nos hemos hecho grandes compa?eros", ha dicho Moon Jae-in de Kim Jong-un
¡°Ha sido muy conmovedor¡±, reconoc¨ªa el l¨ªder norcoreano, Kim Jong-un, al brindar en el banquete que ha cerrado su cumbre con el presidente del Sur, Moon Jae-in, en Panmunjom, en la Zona Desmilitarizada. Una cumbre cargada de simbolismo y de emociones, resumidas en un apret¨®n de manos y el salto sobre una frontera de cemento. Unas emociones que incluso parecieron abrumar en algunos instantes a los propios l¨ªderes.
¡°Este es un sitio donde la gente del sur y del norte se re¨²ne, pero apenas puedo decir qui¨¦n es del sur y qui¨¦n del norte. Es una escena que demuestra que somos uno y no podemos estar separados, y esto hace palpitar mi coraz¨®n, siento que es un sue?o¡±, declaraba Kim al proponer el brindis. Por su parte, Moon, un hombre que le dobla la edad, puntualizaba que durante el d¨ªa ¡°pesaba sobre nuestros hombres el sentimiento de deber hist¨®rico, pero ha sido una jornada llena de recompensas¡±.
La suya parec¨ªa una amistad improbable. Pocos l¨ªderes son, a priori, m¨¢s opuestos que el antiguo abogado de derechos humanos de 65 a?os, hijo de refugiados norcoreanos, y el aut¨®crata de 34, nacido en el privilegio. Pero, al menos de puertas hacia afuera, hubo qu¨ªmica. Y momentos para el recuerdo, que hubieran parecido imposibles hace poco m¨¢s de cien d¨ªas, cuando ambos pa¨ªses comenzaron su deshielo tras meses de ret¨®rica hostil.
Kim, en traje de estilo mao¨ªsta con raya diplom¨¢tica, descendi¨®, acompa?ado de un enorme s¨¦quito de funcionarios y guardaespaldas, los escalones del pabell¨®n Panmunjak para llegar a la l¨ªnea de demarcaci¨®n, que marca con un escal¨®n de cemento la frontera entre los dos pa¨ªses. Moon, que le esperaba del otro lado, le ofreci¨® la mano, sonriente. Ambos se saludaron con un apret¨®n de manos hist¨®rico, el primero en once a?os entre l¨ªderes coreanos.
Una de las grandes im¨¢genes de la jornada lleg¨® cuando Kim cruz¨® al lado surcoreano, el primer l¨ªder de su pa¨ªs en pisar terreno del pa¨ªs vecino y hasta ahora enemigo. ¡°?Cu¨¢ndo podr¨¦ pisar yo suelo norcoreano?¡±, le pregunt¨® Moon. Espont¨¢neamente, Kim le respondi¨®: ¡°?ahora?¡± Ambos, tomados de las manos, saltaron el escal¨®n hacia el lado del Norte, entre aplausos y exclamaciones de asombro de los presentes.
No ser¨ªa el ¨²nico gesto. La sesi¨®n matutina de la cumbre, de cien minutos, gener¨® momentos de charla distendida. Moon reiter¨® su deseo de visitar el monte Paektu, el m¨¢s venerado por los coreanos de ambos lados y en la frontera entre el Norte y China. ¡°Creo que le causar¨ªa verg¨¹enza e incomodidad el transporte en el Norte, comparado con el sur¡±, admit¨ªa Kim, seg¨²n la Casa Azul, la sede de la presidencia en Se¨²l.
El almuerzo dio un respiro en las conversaciones. Kim regresaba al norte para un descanso. Esta vez no lo hizo a pie, sino en coche. Un Mercedes negro, escoltado por una docena de guardaespaldas norcoreanos de ¨¦lite al trote.
La sesi¨®n de la tarde dio lugar a otro momento de distensi¨®n. Los dos mandatarios plantaban un ¨¢rbol. Un pino que brot¨® en 1953, el a?o del armisticio, y que regaron con agua de los r¨ªos de las dos capitales: el Taedong, de Pyongyang, y el Han, de Se¨²l. Ambos se cubrieron las manos con guantes blancos. La siempre atenta Kim Yo-jong, la hermana y asesora del l¨ªder supremo norcoreano, le ayud¨® sol¨ªcita a pon¨¦rselos y quit¨¢rselos.
A continuaci¨®n, los dos cruzaron un puente y se sentaron en un mirador. All¨ª, sin ayudantes y con las c¨¢maras lejos, mantuvieron una conversaci¨®n, a todas luces intensa por su lenguaje corporal, durante cerca de media hora. Moon, fue quien mantuvo el peso de la charla, mientras el joven aut¨®crata asent¨ªa o pronunciaba alguna frase corta.
Para entonces, lo m¨¢s importante estaba hablado. El texto de la Declaraci¨®n de Panmunjom, en coreano, ya hab¨ªa sido distribuido a los medios. Pero a¨²n quedaba hacer m¨¢s historia: por primera vez, los dos l¨ªderes firmaban el texto en directo. El apret¨®n de manos ¡ª?cu¨¢ntos ya, para entonces?¡ª se convirti¨® en un abrazo. Ambos, agarrados de la mano, alzaron los pu?os en se?al de victoria, antes de comparecer ante los medios por primera vez para presentar su acuerdo.
Al banquete final se sumaron tambi¨¦n las esposas de ambos, tambi¨¦n por primera vez en una cumbre coreana. La de Kim Jong-un, Ri Sol-ju, lleg¨® en la tarde para sumarse al festejo.
¡°Nos hemos convertido en grandes compa?eros¡±, brindaba Moon. Deb¨ªa ser verdad. En la fiesta de despedida, un espect¨¢culo de m¨²sica e iluminaci¨®n, los dos l¨ªderes volvieron a agarrarse las manos. No se soltaron hasta que acab¨®.
Llegaba el momento de decir adi¨®s. Una guardia de honor surcoreana hizo pasillo al Mercedes del l¨ªder del Norte. ?l y Ri Sol-ju se subieron entre saludos, palmadas en el codo e incluso un abrazo de las dos primeras damas. El coche arranc¨®, entre ¨²ltimas despedidas, y comenz¨® su regreso a Pyongyang, perdi¨¦ndose en la noche. Con los guardaespaldas norcoreanos al trote.
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