Donald Trump | El perdedor que odiaba a los perdedores
Despidos, dimisiones, ceses. Simpat¨ªa por los supremacistas blancos, negacionismo, corrupci¨®n. El vociferante inquilino de la Casa Blanca pasa sus peores horas llamando a las puertas de los tribunales
En el verano de 2015, el ascenso del histri¨®nico constructor Donald Trump a candidato republicano para la presidencia de Estados Unidos se antojaba tan absurdo que una teor¨ªa conspirativa consist¨ªa en que el magnate se hab¨ªa conchabado con los Clinton para torpedear la campa?a de los conservadores y favorecer as¨ª la victoria de la ex secretaria de Estado. Pero Trump, tambi¨¦n estrella de reality show, hijo de otro promotor millonario e ilustre residente de la Quinta Avenida de Nueva York, lleg¨® a la Casa Blanca apelando ni m¨¢s ni menos que a la insatisfacci¨®n de la clase trabajadora a lomos de un discurso contra la inmigraci¨®n y el globalismo.
Al arrancar la campa?a presidencial, se mostraba exultante, ganador antes de ganar nada, provocador. ¡°Tengo a la gente m¨¢s leal, podr¨ªa pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perder¨ªa votos¡±, lleg¨® a decir aquel enero, cuando a¨²n nadie cre¨ªa de veras que alg¨²n d¨ªa dormir¨ªa en la Casa Blanca. No andaba disparando a nadie, al menos en sentido literal, pero s¨ª insultaba a los inmigrantes mexicanos, promet¨ªa suspender la entrada de musulmanes al pa¨ªs, hab¨ªa convertido el ¡°A la c¨¢rcel¡± contra Hillary Clinton en el c¨¢ntico de cabecera en sus m¨ªtines y atacaba a diestro y siniestro en su cuenta de Twitter. Mientras, el culto hacia su persona no dejaba de crecer.
El historiador brit¨¢nico James Bryce emprendi¨® a mediados de 1880 un largo viaje para estudiar aquel joven pa¨ªs. En su libro resultante, The American Commonwealth, advirti¨® del peligro de que la democracia estadounidense cayese v¨ªctima de ¡°un tirano¡±, pero no ¡°un tirano contra las masas¡±, matiz¨®, ¡°sino un tirano con las masas¡±.
Donald John Trump (Nueva York, 1946) gan¨® las elecciones del 8 de noviembre de 2016. Muchos esperaban que, al llegar a la Casa Blanca, adoptase una actitud m¨¢s presidencial. Lo que pas¨® despu¨¦s les sorprender¨¢.
Tuits y mentiras
El d¨ªa de su toma de posesi¨®n, el 20 de enero de 2017, llov¨ªa. Es f¨¢cil recordarlo. En medio del discurso del nuevo presidente, ante el imponente Capitolio de Washington, las gotas de agua empezaron a caer sobre las libretas de los periodistas que segu¨ªan el acto y emborronaban las notas. Por la noche, en el baile de gala, Donald Trump celebr¨® con la prensa: ¡°La cantidad de gente ha sido incre¨ªble hoy. Ni siquiera hubo lluvia. Cuando terminamos el discurso, nos fuimos dentro y entonces cay¨®¡±. Y as¨ª, al mismo tiempo que se inaugur¨® la presidencia comenz¨® tambi¨¦n la era de los ¡°hechos alternativos¡± ¡ªtal y como los bautiz¨® una asesora de Trump¡ª, es decir, unos hechos diferentes de los reales.
Trump miente con frecuencia. The Washington Post, que hace un recuento de todas las falsedades o tergiversaciones del republicano, ha calculado que, hasta el pasado 27 de agosto, el presidente hab¨ªa dicho 22.247 cosas inciertas. De todo tipo y condici¨®n, desde atribuir declaraciones inexistentes a otras personas ¡ªcomo que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, estaba impresionado con su capacidad de acci¨®n y dijo que nadie hab¨ªa hecho tanto como ¨¦l¡ª, hasta acusar a Barack Obama de espiarle o asegurar que, en comparaci¨®n con Europa, a Estados Unidos no le est¨¢ yendo tan mal con la pandemia. En realidad, sufre m¨¢s contagios y fallecidos per capita que todos los grandes pa¨ªses europeos salvo Espa?a y B¨¦lgica. Las mentiras no han cesado. Ni los enredos. En las ¨²ltimas horas no para de cuestionar un sistema electoral que en otro momento le dio ganador.
Twitter es su v¨ªa de comunicaci¨®n m¨¢s inmediata. Tuitea sin parar, al amanecer, de madrugada, a cualquier hora del d¨ªa y, en ocasiones, de forma fren¨¦tica. El pasado 5 de junio, en plena ola de protestas contra el racismo tras la muerte de George Floyd, bati¨® su r¨¦cord de publicaciones en una sola jornada: 200. La cima anterior, en el fragor del impeachment, el 22 de enero, era de 142. Por Twitter hemos sabido de su contagio de coronavirus, en Twitter ha comunicado el despido de altos cargos, ha amenazado a Corea del Norte con ¡°una furia y fuego que el mundo jam¨¢s ha visto¡± o ha roto en el ¨²ltimo momento un acuerdo, tachando al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de ¡°d¨¦bil¡± y ¡°deshonesto¡±. Y Twitter sigue siendo el altavoz de la realidad paralela en la que parece haberse instalado. Pero esta vez, la red social anuncia en los mensajes que emite la falsedad que puede habitar en sus palabras para que nadie se llame a enga?o.
Porque insultar, y hacerlo de forma feroz, se ha convertido en la nueva normalidad de la presidencia m¨¢s poderosa del mundo. A una de las asesoras a la que despidi¨®, Omarosa Manigault, que le hab¨ªa criticado, la llam¨® ¡°loca¡±, ¡°escoria¡± y ¡°adefesio¡±. Aunque el insulto m¨¢s recurrente de su vocabulario, independientemente de la falta que quiera denunciar, es el de ¡°perdedor¡±. Y lo dijo el mismo d¨ªa de las elecciones: ¡°Ganar es f¨¢cil, perder, no, no para m¨ª¡±. As¨ª lo est¨¢ demostrando ahora. Cuando los resultados le dan la espalda, se revuelve como un jabal¨ª herido.
Al principio de su mandato y durante meses, analistas y ciudadanos aguardaban el momento en el que Trump abandonar¨ªa el personaje de mat¨®n con el que hab¨ªa ganado las elecciones y asumir¨ªa al fin el porte presidencial que se esperaba, pero ese d¨ªa nunca lleg¨®. Trump segu¨ªa siendo el juez ogro del concurso de talentos El aprendiz; el magnate que se hab¨ªa iniciado en el mundo de los negocios reclamando, puerta a puerta, el pago a los inquilinos morosos de su padre; el tipo capaz de congraciarse con los supremacistas blancos y primar la credibilidad del presidente ruso Vlad¨ªmir Putin frente a la de sus servicios de inteligencia.
El hombre espect¨¢culo
Pero si Donald Trump es tan malo como cuentan, ?por qu¨¦ le vota tanta gente? ?Por qu¨¦ le han premiado con m¨¢s de 70 millones de votos? Si es tan t¨®xico, ?por qu¨¦ sus ¨ªndices de popularidad entre los republicanos han superado su marca anterior? M¨¢s all¨¢ del pragm¨¢tico voto conservador, que traga con sus extravagancias, ?por qu¨¦, contra viento y marea, hay una masa de irreductibles trumpistas que le apoya en cada incendio?
Cuando uno pregunta en sus m¨ªtines por qu¨¦ les gusta o votan al republicano, lo primero que responden sus seguidores es: ¡°No es un pol¨ªtico¡±. Serlo, en el ecosistema trumpiano, equivale a ocultar la realidad, vivir del contribuyente y rendirse a los principios de la correcci¨®n pol¨ªtica. Y los ataques del presidente, sus salidas de tono, les sugieren una autenticidad que a?oran en la clase dirigente. En sus cr¨ªticas p¨²blicas a pa¨ªses aliados, aunque sean tan descarnadas como las dirigidas aquella vez a Trudeau, ven una puerta abierta a las cocinas de la diplomacia que normalmente se les cierran.
Un d¨ªa, a Emmanuel Macron le preguntaron por una discusi¨®n que supuestamente hab¨ªa mantenido con Trump. El presidente franc¨¦s se neg¨® a responder usando una cita del canciller Otto von Bismarck. ¡°Nunca he explicado las bambalinas. Porque, como dec¨ªa Bismack, si explic¨¢semos a la gente la receta de las salchichas, no es seguro que sigui¨¦ramos comi¨¦ndolas¡±. Trump, por explicarlo con este s¨ªmil, hace pensar a su p¨²blico que, por primera vez, va a saber la cruda realidad de c¨®mo se hacen esas salchichas. Si algo logra transmitir Trump es espontaneidad. ¡°Dice las cosas como son¡±, ¡°con ¨¦l, lo que ves es lo que hay¡±, suelen decir sus votantes. Pero millones creen bulos que ¨¦l extiende en las redes.
Como escribi¨® hace poco Lauren Collins en The New Yorker, durante la campa?a de 2016, ¡°si la promesa de Obama es que ¨¦l era t¨², la promesa de Trump es que t¨² eres ¨¦l¡±.
Todo, en realidad, se reduce al show. A Trump le obsesiona la atenci¨®n medi¨¢tica, ha seguido y publicitado las ratios de audiencia de sus intervenciones televisivas como si fueran logros pol¨ªticos. Ataca a la prensa cr¨ªtica con sa?a, pero es adicto a los focos. Contempla las ruedas de prensa como conciertos de rock que a veces se prolongan m¨¢s de una hora. Una vez, en la ONU, pidi¨® a los periodistas una buena pregunta como apoteosis final. ¡°?Recuerdan aquello que dijo Elton John? Cuando tocas la ¨²ltima y es buena, no vuelvas¡±. Y se han dado situaciones ins¨®litas, como cuando en el Despacho Oval, en un saludo protocolario con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, le presion¨® para responder a una pregunta sobre Corea del Norte.
No es que sea transparente, porque miente con frecuencia, pero no se recuerdan presidentes tan accesibles y expuestos. Muchas veces, lo que estaba anunciado a la prensa como un simple posado ante las c¨¢maras, al inicio de una reuni¨®n, se convert¨ªa en una rueda de prensa improvisada en la que entraba a todos los trapos.
Sus m¨ªtines han sido largos mon¨®logos, plagados de humor. En el del pasado junio en Tulsa (Oklahoma) habl¨® durante casi dos horas. Parodi¨® conversaciones con Angela Merkel, con la primera dama, Melania, y, por supuesto, alent¨® el miedo: ¡°Si ganan los dem¨®cratas en noviembre ¡ªadvirti¨®¡ª, los alborotadores tendr¨¢n el poder, nadie volver¨¢ a estar seguro¡±, dijo.
Un pantano de corrupci¨®n
La ¨²ltima noche de campa?a, en la v¨ªspera de las elecciones de 2016, este peri¨®dico estuvo en el ¨²ltimo mitin de Trump en el Estado de New Hampshire. En su alegato final para llegar a la Casa Blanca prometi¨®: ¡°Mi contrato con los estadounidenses comienza con un plan para acabar con la corrupci¨®n, quiero que todo el establishment corrupto de Washington lo sepa: vamos a drenar el pantano¡±.
Para entonces, en realidad, ya se hab¨ªa negado a hacer p¨²blicas sus declaraciones fiscales, ten¨ªa problemas en los tribunales por el desv¨ªo de fondos de su fundaci¨®n ben¨¦fica y afrontaba una ristra de denuncias por negligencia contra la Universidad Trump, un proyecto educativo que acab¨® cerrando tras pagar una indemnizaci¨®n millonaria a los perjudicados. Pero el volumen de lo que iba a ser todo el entramado de irregularidades con el fisco, delitos de campa?a, conflictos de intereses, intervencionismo en la justicia y amistades peligrosas de estos cuatro a?os a¨²n estaba por descubrirse. En 2019, el fiscal especial Robert S. Mueller estaba culminando la investigaci¨®n sobre la trama rusa, es decir, las pesquisas centradas en la injerencia del Kremlin en los comicios de 2016 y la posible conchabanza del entorno de Trump. Para entonces, el presidente de Estados Unidos estaba salpicado por hasta 17 investigaciones judiciales distintas, que abarcaban los ¨¢mbitos m¨¢s diversos.
Un posible delito de financiaci¨®n ilegal de campa?a para pagar a dos mujeres, la actriz de cine porno Stormy Daniels (nombre art¨ªstico) y la modelo de Playboy Karen McDougal, con el fin de silenciar sus supuestas relaciones extramatrimoniales. Otra investigaci¨®n, originada en Nueva York, centrada en la sospecha de evasi¨®n fiscal. Una ristra derivada de la trama rusa. Se a?ad¨ªan las pesquisas sobre la financiaci¨®n de la ceremonia de inauguraci¨®n de su presidencia en 2017. Y, adem¨¢s, los pleitos por su hotel de lujo en Washington, que se convirti¨® en parada y fonda de l¨ªderes extranjeros, embajadas y actos republicanos que incitaron las denuncias por enriquecimiento indebido. Unas fueron desestimadas, otras salieron adelante.
Porque el hombre que prometi¨® arrebatar la Casa Blanca de ¡°la clase pol¨ªtica corrupta¡± para devolv¨¦rsela a ¡°la gente¡± nunca se ha desvinculado de la propiedad de sus empresas, solo dej¨® la gesti¨®n en manos de sus hijos. Y la presidencia ha resultado ser un buen negocio: seg¨²n los c¨¢lculos de The Washington Post, entre actos de car¨¢cter oficial y otros de partido, las propiedades de Trump han recibido hasta 8,1 millones de d¨®lares de dinero p¨²blico de donantes pol¨ªticos desde 2017. Mientras, tal como revel¨® una investigaci¨®n period¨ªstica de The New York Times, apenas ha pagado impuestos alegando p¨¦rdidas econ¨®micas. En 2016, el a?o en que fue elegido, solo tuvo que desembolsar 750 d¨®lares, la misma cantidad que en 2017, su primer a?o de mandato. Trump hab¨ªa creado, como acu?¨® Martin Wolf en Financial Times, el ¡°plutopopulismo¡±, un matrimonio perfecto entre la plutocracia y el populismo de derechas.
Por otro lado, la investigaci¨®n de la trama rusa termin¨® sin consecuencias legales para Trump. En 2019, el fiscal Mueller dio por probada la injerencia de Mosc¨², pero no hall¨® evidencias suficientes de colusi¨®n alguna con el entorno del presidente. Respecto a la obstrucci¨®n a la justicia, otro delito por el que ha sido investigado Trump, justific¨® que un mandatario no es procesable, salvo por la v¨ªa del impeachment, es decir, el juicio pol¨ªtico.
En efecto, el tercero en la historia de Estados Unidos llegar¨ªa, meses despu¨¦s, de la mano de un esc¨¢ndalo distinto, el de Ucrania. El caso consisti¨® en las presiones de Trump al Gobierno de Kiev para lograr que la justicia del pa¨ªs anunciase investigaciones que perjudicaban a sus rivales dem¨®cratas, recurriendo incluso a la congelaci¨®n de 391 millones de d¨®lares en ayudas militares ya comprometidas. Una de las pesquisas ten¨ªa por objetivo precisamente a Joe Biden, y al hijo de este, Hunter, por sus negocios en el pa¨ªs.
Los republicanos, mayor¨ªa en el Senado, absolvieron a su presidente, pero el proceso dej¨® declaraciones para la historia, como cuando un embajador estadounidense, Gordon Sondland, admiti¨® que hab¨ªa presionado a Ucrania siguiendo las ¨®rdenes del presidente. O cuando otra diplom¨¢tica, Marie Yovanovitch, relat¨® que le llegaron a advertir de que ¡°cuidara sus espaldas¡± y se marchara de Kiev ¡°en el siguiente avi¨®n¡±.
La normalizaci¨®n del caos
Aquel invierno del impeachment, el que vio morir el a?o 2019 y comenzar el turbulento 2020, transcurri¨® en medio de una sensaci¨®n de calma extra?a. El recuerdo de esc¨¢ndalos presidenciales anteriores, como el juicio a Bill Clinton, en 1998, o el Watergate de Nixon, que dimiti¨® antes de enfrentarse a la fase final del proceso, se recordaban como cap¨ªtulos transcendentales de la historia del pa¨ªs, pero el Washington de Trump viv¨ªa instalado en la zozobra. Con un l¨ªder tan ins¨®lito, que parec¨ªa siempre subido a un toro mec¨¢nico, un impeachment semejaba un d¨ªa m¨¢s en la oficina.
Su Administraci¨®n se convirti¨®, desde muy pronto, en un reguero de despidos, dimisiones y ceses, algunos de ellos, estruendosos. En diciembre de 2018, cuando no hab¨ªa llegado siquiera al ecuador de su mandato, llevaba ya m¨¢s de 30 bajas, un volumen de adioses que no se recordaba de ning¨²n otro Gobierno.
El cese de John Bolton, su segundo jefe de Seguridad Nacional, lo comunic¨® en Twitter, sin advertir a miembros de su Gabinete y con trifulca mediante. El jefe del Pent¨¢gono, Jim Mattis, dimiti¨® en una agria y p¨²blica pol¨¦mica por la pol¨ªtica de Trump en Siria. El consejero econ¨®mico Gary Cohn hizo lo propio en desacuerdo con la guerra comercial y, tambi¨¦n, atribulado por la comprensi¨®n que el mandatario hab¨ªa mostrado hacia los supremacistas blancos. Al fiscal general Jeff Sessions le ense?¨® la puerta disgustado porque se hab¨ªa recusado en la investigaci¨®n de la trama rusa y favorecido la investigaci¨®n de un fiscal independiente. As¨ª, una larga lista.
Altos cargos empezaron a relatar de forma an¨®nima el frenop¨¢tico en el que, a su juicio, se hab¨ªa convertido la Casa Blanca. Uno de ellos, cuya identidad se acaba de conocer (Miles Taylor, exjefe de personal del Departamento de Seguridad Nacional), public¨® un art¨ªculo en The New York Times en septiembre de 2018 titulado ¡°Yo soy parte de la resistencia interna de la Administraci¨®n de Trump¡± y en ¨¦l contaba que varios miembros del Ejecutivo se confabulaban para controlar los ¡°impulsos¡± del republicano. ¡°Trabajo para el presidente pero, como otros colegas, he prometido boicotear partes de su agenda y sus peores inclinaciones¡±, aseguraba, y subrayaba la ¡°amoralidad¡± de Trump. ¡°Cualquiera que haya trabajado con ¨¦l¡±, a?ad¨ªa, ¡°sabe que no est¨¢ anclado a ning¨²n principio discernible que gu¨ªe su toma de decisiones¡±.
Poco despu¨¦s, el prestigioso periodista Bob Woodward, public¨® Miedo, un libro en el que describ¨ªa la vida en la Casa Blanca como un vodevil de Halloween. Mediante fuentes an¨®nimas relataba, por ejemplo, que Gary Cohn rob¨® un documento del escritorio del presidente, que este ten¨ªa intenci¨®n de firmar para romper un acuerdo comercial con Corea del Sur, y el mandatario republicano nunca se dio cuenta. Tambi¨¦n, que el general John Kelly, exjefe de Gabinete, lleg¨® a calificar a Trump de ¡°desquiciado¡± y que ¡°era un idiota¡±. ¡°Esto es una casa de locos¡±, sosten¨ªa.
Contar las interioridades del Gobierno se convirti¨® en un subg¨¦nero literario. Bolton puso su grano de arena con unas memorias explosivas. Aseguraba, por ejemplo, que Trump pidi¨® ayuda a Pek¨ªn para ganar las elecciones, detallaba situaciones incriminatorias sobre el esc¨¢ndalo de Ucrania y expon¨ªa la incultura general del presidente, quien, dijo, pregunt¨® una vez si Finlandia pertenec¨ªa a Rusia y se sorprendi¨® de que el Reino Unido fuera una potencia nuclear.
De esos vac¨ªos intelectuales, Trump ha hecho muchas veces virtud, acostumbrado como est¨¢ a identificar las ¨¦lites acad¨¦micas o burocr¨¢ticas como s¨ªmbolos de un sistema viciado. ¡°Me gusta la gente poco formada¡±, dijo en su primera campa?a. A Woodward, hace escasos meses, le describi¨® de este modo su primera cumbre con el dictador norcoreano Kim Jong-un, en 2018: ¡°Conoces a una mujer. En un segundo, sabes si va a pasar o no. No te lleva 10 minutos, no te lleva seis semanas. Es como: ¡®Guau¡¯. Vale. ?Sabes? Te cuesta menos de un segundo¡±.
En la era Trump, los piropos a l¨ªderes autoritarios y viejos rivales de Estados Unidos como Vlad¨ªmir Putin se han convertido en costumbre, aun cuando el Kremlin est¨¢ acusado de atacar el sistema electoral estadounidense. Una de las figuras m¨¢s influyentes en el presidente ha sido Jared Kushner, el marido de Ivanka Trump, la primog¨¦nita del presidente, y tambi¨¦n nombrada asesora. El empresario, de 39 a?os, dijo a Woodward que para entender a Trump hay que fijarse, entre otras cosas, en el gato de Cheshire de Alicia en el pa¨ªs de las maravillas. ¡°Si no sabes d¨®nde vas, cualquier camino te llevar¨¢ all¨ª¡±. M¨¢s que la direcci¨®n, trataba de explicar Kushner, importaba la perseverancia. ¡°La pol¨¦mica eleva el mensaje¡±, dijo tambi¨¦n.
Hablaba, al fin y al cabo, del mismo presidente que no ten¨ªa problemas en amenazar con una guerra termonuclear por Twitter. Era, en resumen, el mismo tipo que se hab¨ªa presentado a las elecciones convencido de que podr¨ªa disparar a alguien en la Quinta Avenida y la gente le seguir¨ªa votando. Igual que entonces, durante los primeros a?os de su Gobierno mucha gente se preguntaba: ?C¨®mo responder¨ªa Donald Trump ante la llegada de una gran crisis nacional?
Y entonces, lleg¨® la pandemia
Cuando el coronavirus empez¨® a extenderse por el mundo, Trump se instal¨® en la negaci¨®n. ¡°Pr¨¢cticamente lo hemos parado¡±, sosten¨ªa el 2 de febrero; ¡°un d¨ªa desaparecer¨¢, como un milagro¡±, lleg¨® a decir el 27 de ese mes; ¡°nada se cierra por la gripe¡±, insist¨ªa a¨²n el 9 de marzo.
Luego, cuando la ferocidad del virus se hizo evidente y se declar¨® la pandemia, se impuso el instinto del animal televisivo y, durante semanas, ofreci¨® ruedas de prensa diarias a cu¨¢l m¨¢s err¨¢tica. A menos de un a?o de las elecciones, y con una crisis ins¨®lita que daba al traste con su principal argumento de campa?a ¡ªla econom¨ªa iba rabiosamente bien¡ª, decidi¨® ponerse el traje de comandante en jefe ante una naci¨®n en peligro, pero lo hizo tan embebido de s¨ª mismo que dio lugar a algunos de los episodios m¨¢s estramb¨®ticos de su presidencia.
D¨ªa tras d¨ªa, contradec¨ªa a los propios expertos de la Casa Blanca en vivo y en directo, daba informaci¨®n err¨®nea sobre los tratamientos y rechazaba las recomendaciones de su propio Gobierno, como cuando anim¨® a reabrir el pa¨ªs el Domingo de Pascua, azuz¨® las protestas contra el confinamiento y se empe?¨® en no usar mascarilla. Esta deriva alcanz¨® el paroxismo el 23 de abril, animando a los estadounidenses a inyectarse desinfectante. ¡°Veo el desinfectante, que lo deja KO en un minuto, ?hay alguna manera de que podamos hacer algo as¨ª mediante una inyecci¨®n? Porque ves que entra en los pulmones y hace un da?o tremendo en los pulmones, as¨ª que ser¨ªa interesante probarlo¡±, dijo. Dos d¨ªas despu¨¦s asegur¨® que bromeaba, pero suspendi¨® las ruedas de prensa.
Pronto retom¨®, eso s¨ª, los actos multitudinarios con sus seguidores, en los que no llevar mascarilla era una declaraci¨®n de principios, y redobl¨® su agenda de actos oficiales. Mientras, se burlaba de que su rival dem¨®crata en las elecciones, Joe Biden, pasase la campa?a pr¨¢cticamente recluido en casa.
La madrugada del 2 de octubre, comunic¨® que tanto ¨¦l como su esposa se hab¨ªan contagiado. Con 74 a?os de edad, el presidente formaba parte del grupo vulnerable al virus y fue hospitalizado y tratado con fuertes medicaciones. Quien a estas alturas de su historia en la Casa Blanca pensase que el episodio ser¨ªa un punto de inflexi¨®n en su relaci¨®n con la crisis sanitaria, es que no hab¨ªa sabido tomar a¨²n las medidas del personaje.
Cuando abandon¨® el hospital, grab¨® un v¨ªdeo haciendo de la necesidad virtud: ¡°He aprendido mucho de la covid, he aprendido yendo de veras a la escuela, esta es la verdadera escuela, y lo capto, lo entiendo, es una cosa muy interesante¡±, dec¨ªa. ¡°Esta es la verdadera escuela¡±, insist¨ªa, erigi¨¦ndose en experto. A las pocas semanas, volvi¨® a los actos multitudinarios sin mascarillas.
?Trump es natural o interpreta un papel? ?Sus extravagancias son espont¨¢neas u obedecen a una pensada estrategia? Preguntado por ello, John Bolton respondi¨® en una entrevista a este peri¨®dico: ¡°Creo que es su forma de ser, pero no soy loquero, no voy a explicar por qu¨¦ es as¨ª, qu¨¦ le pas¨® en la infancia, ni nada de eso. No me importa; lo que importa es su forma de comportarse y ha sido as¨ª siempre, seg¨²n la gente que le conoce desde hace d¨¦cadas¡±.
El show toca a su fin, pero Estados Unidos ha descubierto con Trump una nueva normalidad que costar¨¢ mucho olvidar. En la convenci¨®n republicana de este verano, la que le coron¨® como candidato presidencial, su hija Ivanka celebr¨® ante el p¨²blico: ¡°Washington no ha cambiado a Donald Trump, Donald Trump ha cambiado Washington¡±. Y no pudo resumirlo mejor.
La primera versi¨®n de este texto se public¨® en el suplemento de ¡®Ideas¡¯. Puede consultarlo aqu¨ª.
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