Vicente Mu?iz, el embajador mexicano que dio asilo a 400 personas durante la dictadura en Uruguay
El diplom¨¢tico abri¨® las puertas de su residencia para todo aquel que llegara temiendo por su vida. A 50 a?os del Golpe de Estado en el pa¨ªs sudamericano, su legado vive en la memoria de todos aquellos a quienes ayud¨® a salir al exilio
Don Vicente Mu?iz Arroyo, embajador de M¨¦xico en Uruguay de 1974 a 1977, ten¨ªa un mensaje con el que instru¨ªa a su personal: ¡°Primero se otorga la protecci¨®n a quien viene a pedir asilo, despu¨¦s se averigua si hay que otorgarla o no¡±. Advert¨ªa la situaci¨®n que se estaba dando en el pa¨ªs sudamericano, y sab¨ªa que no hab¨ªa tiempo para burocracias diplom¨¢ticas. El golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y la subsecuente imposici¨®n de una dictadura hab¨ªan tra¨ªdo a la naci¨®n una ola de persecuciones, encarcelamientos, torturas y desapariciones forzadas de cientos de opositores al r¨¦gimen de Juan Mar¨ªa Bordaberry. Durante los tres a?os que estuvo al mando de la Embajada, Mu?iz Arroyo hosped¨® en su casa alrededor de 400 personas que acudieron al consulado temiendo por sus vidas. Tambi¨¦n tramit¨® los salvoconductos para que pudieran salir del pa¨ªs y organiz¨® los vuelos que llevaron a cientos de exiliados a territorio mexicano.
Su casa de la infancia, en el pueblo de Churintzio, en el Estado mexicano de Michoac¨¢n, siempre ten¨ªa las puertas abiertas; se compart¨ªa comida y cama con quien lo necesitara. Tras titularse como economista en la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico, Mu?iz Arroyo lleg¨® a Montevideo en 1965 como representante de M¨¦xico en la Asociaci¨®n Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Fue en este cargo que el michoacano teji¨® los primeros acuerdos comerciales entre las dos naciones. En 1974 la Secretar¨ªa de Relaciones Exteriores lo design¨® embajador en Uruguay. Coincid¨ªa con el inicio de los a?os m¨¢s represivos en la historia de Uruguay; de una dictadura que llev¨® a cerca del 10% de la poblaci¨®n a salir del pa¨ªs.
La represi¨®n hacia las guerrillas y a grupos opositores que comenzaron a surgir en el cono sur en respuesta a la imposici¨®n de medidas que respond¨ªan a la pol¨ªtica de seguridad nacional -a menudo dictada desde la Casa Blanca- fue una de las razones por las que la situaci¨®n termin¨® por explotar en el pa¨ªs con un golpe de Estado. Solo dos a?os despu¨¦s, en noviembre de 1975, Uruguay formar¨ªa parte oficialmente del Plan C¨®ndor, la asociaci¨®n de los militares de Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay para ¡°colaborar¡± conjuntamente en la persecuci¨®n, desaparici¨®n y tortura de su principal enemigo: los comunistas. La tortura f¨ªsica y psicol¨®gica y el terrorismo de Estado se legalizaron en Uruguay. El presidente Bordaberry se enfrentaba a una situaci¨®n cada vez m¨¢s tensa ante las acciones de varios grupos opositores y sobre todo de la guerrilla urbana del Movimiento de Liberaci¨®n Nacional-Tupamaros, un grupo armado fundado en 1963 cuyo objetivo era ¡°transformar la sociedad a trav¨¦s de la lucha armada¡±. El pa¨ªs estaba bajo la atenta y vigilante mirada del Gobierno de Estados Unidos, temeroso de que el eco del triunfo de la Revoluci¨®n Cubana, en 1959, detonara una oleada de desorden p¨²blico que afectara sus intereses pol¨ªticos y econ¨®micos en la regi¨®n.
El miedo reinaba entre la poblaci¨®n uruguaya. La polic¨ªa y el Ej¨¦rcito patrullaban las calles permanentemente. Clara Emilia Puchet, profesora y bi¨®loga originaria de la ciudad de Durazno, fue una de las 400 personas que recibieron el cobijo del embajador Mu?iz Arroyo. Ten¨ªa 16 a?os cuando ocurri¨® el golpe. ¡°Fue una ¨¦poca aterradora para el pa¨ªs. Pod¨ªan a uno detenerlo por cualquier motivo. Ser joven y estudiante era una cosa terrible seg¨²n los est¨¢ndares del r¨¦gimen¡±, recuerda Puchet en entrevista con EL PA?S. Su padre, el periodista Carlos Puchet, fue el primer asilado en la Embajada mexicana. En octubre de 1975 hicieron un operativo en su casa. Carlos no estaba, pero s¨ª su esposa, Emilia Anyul, y sus dos hijas, Clara y Ana. La vivienda estuvo tomada por militares durante tres d¨ªas. ¡°Hay visita¡±, alcanz¨® a decirle Emilia a su esposo en una llamada telef¨®nica. Esa era la clave para notificarle que las autoridades estaban en la casa. El periodista permaneci¨® escondido en la vivienda del embajador durante m¨¢s de un mes.
Emilia, Clara y Ana recibieron un citatorio de Mu?iz Arroyo en noviembre de 1975. Su padre se iba a M¨¦xico, y era momento de despedirse. Para sorpresa de las tres mujeres, el embajador les dijo que ellas tambi¨¦n tendr¨ªan que salir al exilio ya que su vida corr¨ªa peligro en Uruguay. En un principio, Emilia consider¨® que eso no ser¨ªa necesario; que habiendo salido su esposo iban a poder tener una vida relativamente estable. ¡°La represi¨®n no hizo m¨¢s que agudizarse. Despu¨¦s de que mi padre se fue a M¨¦xico, a mi hermana la secuestraron y torturaron, y una vez que mi madre logr¨® sacarla, nos fuimos de nuestra casa. Nos estuvimos moviendo de lugar en lugar, tratando de ser lo menos localizables posible, pero mientras est¨¢bamos en una playa llamada Piri¨¢polis, lleg¨® personal de la Embajada a avisarnos que ten¨ªan informaci¨®n de que el Ej¨¦rcito ven¨ªa tras nosotras y que ten¨ªamos que asilarnos inmediatamente en la Embajada¡±, recuerda Clara Puchet. No tra¨ªan m¨¢s que un bolso con las pertenencias que uno lleva a un d¨ªa de playa, y con eso se dirigieron a la residencia del Embajador, en la Rambla de Montevideo. Permanecieron en esa casa durante 65 d¨ªas.
El arribo a la Embajada
Don Vicente Mu?iz Arroyo se encarg¨® de rastrear a algunos de los perseguidos por el r¨¦gimen y ofrecerles cobijo en su vivienda. Sin embargo, la mayor¨ªa de las personas que se asilaron ah¨ª, lo hicieron pidiendo auxilio a la Embajada. Jos¨¦ Luis Blasina, de 87 a?os y originario de Montevideo, era un sindicalista afiliado al Partido Socialista uruguayo cuando ocurri¨® el golpe de Estado. Ese mismo d¨ªa fue detenido y trasladado a una prisi¨®n municipal. Permaneci¨® dos meses tras las rejas. Con el recrudecimiento de la represi¨®n en el pa¨ªs, en septiembre de 1976 Blasina se vio obligado a dejar a su esposa y tres hijos y buscar refugio en el consulado mexicano. As¨ª lo recuerda en una entrevista con este peri¨®dico: ¡°Sent¨ªa que me pisaban los talones. Tuve que correr a la Embajada, que sab¨ªa era la ¨²nica representaci¨®n que estaba recibiendo personas. El edificio, en el centro de la ciudad, estaba cercado por militares y polic¨ªas. No s¨¦ c¨®mo lo cruc¨¦, fue en un impulso de flaqueza¡±, cuenta Blasina.
El embajador se encargaba, junto con su chofer, de trasladar a su vivienda a todos los que llegaban al consulado. Se mov¨ªan en un veh¨ªculo diplom¨¢tico, que ofrec¨ªa garant¨ªas de seguridad a los ocupantes. El d¨ªa que Blasina viaj¨® junto con otros tres asilados a la casa del diplom¨¢tico, recuerda que la entrada de la residencia oficial estaba bloqueada por un grupo de militares. Los soldados ordenaron al chofer que detuviera el autom¨®vil. ¡°Acelere¡±, orden¨® Mu?iz Arroyo, y los soldados tuvieron que saltar para evitar ser embestidos. Los cuatro asilados lograron llegar sanos y salvos al que ser¨ªa su hogar durante los pr¨®ximos meses.
En los momentos de mayor ocupaci¨®n, la residencia oficial del embajador lleg¨® a estar habitada por hasta 200 personas. Silvia Dutr¨¦nit, una historiadora originaria de Montevideo y afincada en M¨¦xico desde 1976, ha dedicado numerosos trabajos a contar la historia de Mu?iz Arroyo y de quienes fueron auxiliados en su vivienda. Ella no estuvo asilada en esta casa; Dutr¨¦nit sali¨® al exilio atravesando fronteras. Ella y parte de su familia llegaron a M¨¦xico gracias a una iniciativa del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). La historiadora explica que no existe un registro exacto de cu¨¢ntos uruguayos se asilaron en M¨¦xico, ya que no todos realizaron un tr¨¢mite diplom¨¢tico para entrar al pa¨ªs. Sin embargo, algo que Dutr¨¦nit tiene claro, es que la caracter¨ªstica del exilio uruguayo en M¨¦xico fue el asilo diplom¨¢tico en la Embajada en Montevideo. El 95% de los uruguayos que obtuvieron este tipo de asilo, pasaron por el refugio de la casa de Mu?iz Arroyo.
Dutr¨¦nit explica que fueron muy pocas las Embajadas que abrieron sus puertas a personas cuyas vidas peligraban durante la dictadura en Uruguay, y las que lo hicieron, como la de Colombia o Venezuela, recibieron a un n¨²mero muy escaso de protegidos. ¡°Sin embargo, Mu?iz Arroyo trabajaba de una manera diferente. ?l recib¨ªa a todo el que llegara. No esperaba a que le entregaran una carta solicitando asilo. Esa sensibilidad era una de sus caracter¨ªsticas, y otra fue su inmensa generosidad y valent¨ªa¡±, cuenta la historiadora, que en 2010 dirigi¨® junto a los acad¨¦micos Ana Buriano y Carlos Hern¨¢ndez el documental M¨¢s all¨¢ del reglamento, sobre la vida del diplom¨¢tico y las vivencias de algunas de las personas que se asilaron en su casa.
Jos¨¦ Carlos Fazio Varela naci¨® en 1948 en Montevideo. Ten¨ªa 24 a?os cuando sali¨® de Uruguay, una noche despu¨¦s de que los militares lo retuvieran durante unas horas sin conseguir acusarlo de nada en espec¨ªfico. Como Dutr¨¦nit, busc¨® la ayuda de Acnur, una vez que estuvo en territorio argentino, a donde lleg¨® solo una noche despu¨¦s de su arresto. En Argentina, vivi¨® la muerte de Juan Domingo Per¨®n, en 1974, y el inminente golpe de Estado de Jorge Rafael Videla. Para ese momento, era imposible permanecer ah¨ª si quer¨ªa seguir vivo. Fazio lleg¨® finalmente a M¨¦xico el 6 de agosto de 1976, en calidad de refugiado perseguido por la dictadura; fue cobijado por una colonia de exiliados uruguayos y por las gestiones del consulado mexicano en Argentina y del embajador Mu?iz, de quien luego escribir¨ªa: ¡°Como embajador de M¨¦xico en Uruguay brind¨® asilo a muchos perseguidos, y fue uno de los diplom¨¢ticos que como Gonzalo Mart¨ªnez Corbal¨¢ en Chile y en otros tiempos Luis I. Rodr¨ªguez, Gilberto Bosques e Isidro Fabela, actualizaron el credo de la cultura mexicana que ve en la libertad la m¨¢s valiosa de las posesiones y el principal de los valores¡±.
Cotidianidad en la adversidad
Cuando Clara Puchet lleg¨® a la residencia del embajador junto a su madre y su hermana, hab¨ªa otras 30 personas escondidas en la casa. En los 65 que permanecieron ah¨ª, el n¨²mero se elev¨® a m¨¢s de 100. No solo hab¨ªa uruguayos, tambi¨¦n llegaban exiliados de otros pa¨ªses de la regi¨®n como Paraguay y Brasil. Mu?iz Arroyo tuvo que ir cediendo los espacios de su vivienda para poder recibir a m¨¢s personas. Su habitaci¨®n, el comedor y todas las estancias se convirtieron en dormitorios para asilados. Por las noches, decenas de colchonetas cubr¨ªan los pisos, y por los d¨ªas, se recog¨ªan para poder reacomodar los muebles y utilizar los espacios. Se crearon cuadrillas para limpiar, cocinar o aportar cualquier conocimiento que se tuviera y pudiera ser compartido con los dem¨¢s. Clara y su hermana, por ejemplo, ofrec¨ªan clases de franc¨¦s. Su madre se encarg¨® de crear y dirigir un colegio provisional para los ni?os que habitaban la casa. Tambi¨¦n hab¨ªa quienes daban clases de pintura, de m¨²sica, de historia y de computaci¨®n. Se intentaba lograr una cotidianidad dentro de la adversidad del asilo diplom¨¢tico.
Vicente Mu?iz lo ofreci¨® todo a los asilados. El secretario de la Embajada de 1973 a 1976, Gustavo Maza, recuerda en un momento del documental M¨¢s all¨¢ del reglamento c¨®mo el diplom¨¢tico fue cediendo espacios y pertenencias para hacer m¨¢s llevadero el d¨ªa a d¨ªa de sus hu¨¦spedes: ¡°Su casa, sus vajillas, sus discos, su ropa, su cama, sus s¨¢banas, todo, se qued¨® sin nada, porque lo ofrec¨ªa a los asilados¡±, cuenta Maza, quien a?ade que Mu?iz Arroyo nunca rindi¨® cuentas mensuales a M¨¦xico. ?l se encargaba de pagarlo todo.
Nadie pod¨ªa salir. La casa estaba permanentemente vigilada. Exist¨ªa un miedo permanente de que cualquiera entrara a la casa y sacara a sus residentes. Jos¨¦ Luis Blasina recuerda que los momentos dif¨ªciles que cada uno de los asilados pasaba se hac¨ªan m¨¢s llevaderos gracias a los gestos de solidaridad del diplom¨¢tico. ¡°La casa era muy grande, pero cuando yo estuve ah¨ª ¨¦ramos alrededor de 200 personas. No era f¨¢cil de sobrellevar, pero entre todos se logr¨® una magn¨ªfica convivencia,¡± rememora. Cualquier oportunidad de festejo no pasaba desapercibida por Mu?iz Arroyo. Siempre que un ni?o cumpl¨ªa a?os, el embajador le organizaba una fiesta con globos, pastel y alg¨²n regalo, al igual que el D¨ªa de Reyes, en el que se encargaba de conseguirle alg¨²n presente a todos los menores.
Cada que el Gobierno militar entregaba un salvoconducto para que alguno de los asilados saliera del pa¨ªs, Mu?iz Arroyo preparaba una despedida. ¡°Sonaba m¨²sica mexicana y se beb¨ªa alguna copa,¡± cuenta Blasina. El embajador daba siempre alg¨²n regalo de despedida para los que estaban a punto de emprender el viaje a M¨¦xico. Tambi¨¦n los acompa?aba al aeropuerto y sub¨ªa al avi¨®n junto con quienes hab¨ªan sido sus hu¨¦spedes para verificar que no tuvieran ning¨²n problema a bordo.
Los exiliados llegaban en grupos a Ciudad de M¨¦xico. La Secretar¨ªa de Gobernaci¨®n los recib¨ªa, los entrevistaba y los alojaba en alguno de los hoteles dispuestos como viviendas temporales. Clara Puchet recuerda la impresi¨®n que sinti¨® el d¨ªa de su arribo a la capital mexicana: ¡°Llegamos el 26 de marzo de 1976. Me pareci¨® que era una ciudad muy colorida y enorme, especialmente para alguien que viene de Montevideo. En Ciudad de M¨¦xico hay un mundo de gente. En la vida hab¨ªamos visto la cantidad de personas que se juntan en las calles de esta ciudad. En Uruguay, esos tumultos solo se daban en las manifestaciones¡±, explica Puchet.
Don Vicente Mu?iz fue retirado como embajador en 1977. Jos¨¦ L¨®pez Portillo, quien hab¨ªa asumido la Presidencia de M¨¦xico un a?o antes, asign¨® el puesto al coronel Rafael Cervantes Acu?a. A partir de entonces se acab¨® el asilo diplom¨¢tico en esta dependencia. Silvia Dutr¨¦nit explica que este y otros nombramientos fueron una disposici¨®n para terminar con la pol¨ªtica de puertas abiertas de las embajadas mexicanas en Sudam¨¦rica.
La dictadura en Uruguay se prolong¨® hasta el 1 de marzo de 1985 con la recuperaci¨®n de la democracia. Miles de exiliados pudieron regresar a casa, como ocurri¨® con Blasina y parte de su familia. O con Carlos Fazio, quien se present¨® como corresponsal de Proceso, por petici¨®n del periodista Julio Scherer y a donde acudi¨® una vez que escuch¨® por la radio el anuncio del presidente Julio Maria Sanguinetti de la ley de amnist¨ªa que dej¨® libres a 200 presos pol¨ªticos. Sin embargo, muchos otros optaron por seguir con sus vidas en los pa¨ªses que los acogieron, como ocurri¨® con la familia Puchet y la Dutr¨¦nit, que permanecen en M¨¦xico.
Mu?iz Arroyo pudo regresar a Uruguay en 1987, ahora como representante de M¨¦xico en la Asociaci¨®n Latinoamericana de Integraci¨®n (ALADI, predecesora de la ALALC). Vivi¨® en este pa¨ªs hasta su muerte el 23 de agosto de 1992. Hay en La Rambla de Montevideo, frente a la Plaza de la Armada, un monolito en su honor. Tiene una placa en la que se puede leer: ¡°Don Vicente Mu?iz Arroyo, defendi¨® la democracia y aplic¨® de manera irrestricta el derecho de asilo que garantiz¨® la libertad y salv¨® vidas de perseguidos por la dictadura¡±.
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