El (lento) final de ETA
Diez a?os despu¨¦s, es justo reconocer que fue el impulso pol¨ªtico de Zapatero, Eguiguren, Rubalcaba y Otegi lo que llev¨® a t¨¦rmino la agon¨ªa de la banda terrorista, en contra de una amplia oposici¨®n al proceso de di¨¢logo
En 1973, hubo una posibilidad real de acabar con la violencia terrorista en Irlanda del Norte. Se firm¨® el Acuerdo de Sunningdale, pero fracas¨® al cabo de unos meses. Dicho acuerdo prefiguraba las caracter¨ªsticas principales de lo que contendr¨ªa el Acuerdo de Paz de Belfast de 1998 que acab¨® con la larga etapa de conflicto armado (en lo esencial, se trataba de f¨®rmulas para compartir el poder entre las comunidades religiosas enfrentadas). 25 a?os y m¨¢s de 1.200 asesinatos despu¨¦s, el IRA Provisional acept¨® algo muy parecido a lo que ya se le hab¨ªa ofrecido en 1973. Seamus Mallon, un destacado miembro del Partido Socialdem¨®crata y Laborista de Irlanda del Norte, que hab¨ªa participado en las negociaciones de los a?os anteriores, declar¨® con sorna que el Acuerdo de Belfast de 1998 era ¡°Sunningdale para alumnos lentos (slow learners)¡±.
Como el IRA Provisional, si algo caracteriz¨® a ETA, m¨¢s all¨¢ del enorme sufrimiento causado por sus atentados terroristas, es haber llegado siempre tarde. Tuvo m¨²ltiples oportunidades para abandonar la violencia y las desaprovech¨® todas salvo la ¨²ltima, cuando se encontraba en un estado de m¨¢xima debilidad. Al echar la vista atr¨¢s, resulta exasperante y desolador constatar las ocasiones perdidas y el dolor que se podr¨ªa haber evitado.
En la Transici¨®n, todos los grupos pol¨ªticos, los que proced¨ªan del r¨¦gimen y los que ven¨ªan de la oposici¨®n clandestina, tuvieron que tomar la decisi¨®n de entrar o quedarse fuera del proceso democratizador. Casi todos entraron. En la cumbre de Txiberta celebrada en Anglet en abril de 1977, las fuerzas nacionalistas vascas debatieron qu¨¦ hacer ante las primeras elecciones democr¨¢ticas. Salvo ETA militar (ETAm), todos los dem¨¢s, desde el PNV hasta ETA pol¨ªtico-militar (ETApm), decidieron participar. El planteamiento pol¨ªtico acab¨® arrastrando a ETApm a una renuncia temprana de la violencia. ETAm no quiso saber nada de la democratizaci¨®n del pa¨ªs. Unos meses despu¨¦s, tuvo otra oportunidad con la aprobaci¨®n de la Ley de Amnist¨ªa de octubre de 1977: en diciembre de ese a?o, sali¨® a la calle el ¨²ltimo etarra encarcelado. Era un buen momento para haber renunciado al terrorismo. Pero en lugar de entender el cambio hist¨®rico que se estaba produciendo y las opciones que se abr¨ªan con el proceso auton¨®mico, ETAm puso en marcha una ofensiva brutal entre los a?os 1978 y 1980 (207 asesinatos en tres a?os) que alej¨® toda posibilidad de pacificaci¨®n del Pa¨ªs Vasco. Errores importantes del Estado (torturas generalizadas, excesos policiales, terrorismo de Estado) contribuyeron a congelar el enfrentamiento.
Hubo despu¨¦s varios intentos, tanto con el PSOE de Felipe Gonz¨¢lez como con el PP de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, de negociar con ETA el fin de la violencia, pero todos ellos fracasaron. ETA entend¨ªa aquellas aproximaciones como un s¨ªntoma de la debilidad del Estado y, por tanto, como confirmaci¨®n de que el terrorismo la acercaba a sus objetivos. Las fuerzas de seguridad consiguieron, con extremada lentitud, ir minando la capacidad operativa de ETA. En este sentido, hubo un punto de inflexi¨®n en 1992, cuando cay¨® la c¨²pula de la organizaci¨®n en Bidart. ETA nunca se recuper¨® de aquel golpe; no consigui¨® reproducir los niveles de violencia de antes de esa fecha. Tuvo entonces que adaptar su estrategia a las nuevas circunstancias y abandon¨® la idea de que podr¨ªa imponer su voluntad en una mesa de negociaci¨®n. De ah¨ª que ensayara otras v¨ªas, como la constituci¨®n de un frente nacionalista que presionara pol¨ªticamente a favor de la independencia. Fue la ¨¦poca en que puso en marcha tanto el Pacto de Lizarra con las fuerzas nacionalistas (1998) como la ¡°socializaci¨®n del sufrimiento¡±, comenzando a atentar contra pol¨ªticos del PP y del PSOE (en la Transici¨®n los ataques contra pol¨ªticos fueron cosa de ETApm) y que provoc¨® el surgimiento de la resistencia civil frente a ETA, clave para entender su deslegitimaci¨®n popular.
El fracaso del frente nacionalista y la debilidad estructural de ETA dejaron a la organizaci¨®n sin expectativas de futuro. La ilegalizaci¨®n de Batasuna no hizo sino ahondar en la crisis de la organizaci¨®n terrorista. En mayo de 2003, tras el asesinato de dos polic¨ªas en Navarra, ETA dej¨® de matar por un tiempo largo. El Gobierno de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero entendi¨® que aquel cese unilateral abr¨ªa una oportunidad y era un s¨ªntoma de debilidad terminal. En agosto de 2004, Zapatero recibi¨® una carta de ETA en la que se le instaba a explorar una v¨ªa de final dialogado de la violencia. Dicha carta era el fruto del largo trabajo preparatorio anterior realizado por Jes¨²s Eguiguren y Arnaldo Otegi. El 17 de mayo de 2005 (tras dos a?os sin atentados mortales), Zapatero pidi¨® en el Congreso autorizaci¨®n para iniciar el proceso dialogado de paz con ETA.
Los procesos de paz son siempre operaciones de riesgo extremo. Se enfrentan a dilemas morales y pol¨ªticos importantes y, si salen mal, pueden empeorar la situaci¨®n. En Espa?a, el anuncio de Zapatero produjo una oleada de indignaci¨®n en el Partido Popular (Mariano Rajoy le acus¨® de traicionar a los muertos), la prensa de derechas, las asociaciones mayoritarias de v¨ªctimas y m¨²ltiples analistas e intelectuales, todos los cuales hicieron cuanto pudieron para que el proceso de paz fracasara. El Gobierno, no obstante la oposici¨®n tan amplia a sus planes, sigui¨® adelante. Las conversaciones causaron graves disensiones en el seno de ETA y el sector m¨¢s militarista, insatisfecho con la actitud del Gobierno, organiz¨® el atentado con coche-bomba de la T4 del aeropuerto de Barajas el 30 de diciembre de 2006, que acab¨® con la vida de dos inmigrantes ecuatorianos.
A pesar de aquel golpe, el proceso de paz ensayado por el Gobierno socialista acab¨® dando sus frutos. El Gobierno mantuvo los contactos para hacer saber que segu¨ªa dispuesto a facilitar las cosas si ETA daba el paso esperado. Otegi, por su parte, a pesar de sus complicidades, ambig¨¹edades y silencios, entendi¨® que la continuaci¨®n de la violencia era una losa demasiado pesada para Batasuna y jug¨® a favor de la paz. La presi¨®n de las fuerzas de seguridad por un lado y de Batasuna por otro llev¨® a la declaraci¨®n de final de la violencia en 2011.
ETA habr¨ªa acabado de todos modos, pero sin la visi¨®n y determinaci¨®n de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, Jes¨²s Eguiguren, Alfredo P¨¦rez Rubalcaba y Arnaldo Otegi, el final del terrorismo habr¨ªa sido incluso m¨¢s ag¨®nico. Todo esto es importante porque, al no haber terminado ETA bajo un Gobierno de la derecha y no haberlo hecho como algunos hubiesen querido, la fase ¨²ltima que lleva a la renuncia de la violencia hace ahora una d¨¦cada sigue envuelta en una cierta confusi¨®n y en silencios inc¨®modos. Luis Rodr¨ªguez Aizpeolea es quien ha contado la historia del final del ETA con mayor precisi¨®n y exactitud. En sus libros puede encontrarse lo que realmente sucedi¨® en el fin de ETA sin tergiversaciones ideol¨®gicas.
ETA era un anacronismo en la Euskadi del siglo XXI, un trozo de pasado sangriento en medio de una sociedad pr¨®spera. De todos los grupos armados surgidos en Europa en los a?os sesenta y setenta del siglo pasado, el ¨²nico que sobreviv¨ªa en nuestro tiempo era ETA. Aunque arrastre tan mala fama la pol¨ªtica, el fin de ETA fue posible gracias a un impulso pol¨ªtico. Bien est¨¢ que se reconozca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.