El hilo
Escribo desde el taller de grabado que compartimos con Roser Bru y en el que ahora 14 mujeres trabajan inspiradas por sus panes, sus granadas y sus sand¨ªas atravesadas por cuchillos. Escribo desde el lugar en el que, escuch¨¢ndola, supe que yo misma empezaba a ser
El pasado d¨ªa 4 tom¨¦ un vuelo, cruc¨¦ un oc¨¦ano y una cordillera, y llegu¨¦ de nuevo a Santiago de Chile. Los ¨²ltimos d¨ªas estuvo lloviendo y se limpi¨® el aire, as¨ª que la nieve, que llega hasta bien debajo de las monta?as, luce blanca y cegadora en los Andes. Me envuelvo en jers¨¦is y bufandas de lana para soportar el invierno mientras mi madre me env¨ªa fotos desde un verano infernal. Veo lenguas de fuego que avanzan peligrosamente hacia ella.
Siete de mis alumnas hicieron el mismo recorrido que yo unos d¨ªas m¨¢s tarde y est¨¢n aqu¨ª conmigo. A pesar de todos los a?os que nos separan, estamos compartiendo una experiencia que viv¨ª cuando ten¨ªa su edad, aunque no es exactamente la misma porque yo me tir¨¦ de cabeza hacia lo desconocido y este lugar lleva meses prepar¨¢ndose para recibirlas. Las puertas del Taller 99 se abrieron para m¨ª como por arte de magia y nunca volvieron a cerrarse. Tambi¨¦n lo hicieron las de la casa en la que vivi¨® los ¨²ltimos 32 a?os de su vida la pintora y grabadora espa?ola Roser Bru, y hace unos d¨ªas nos sentamos en su cama, tomamos caf¨¦ en su cocina, pasamos el dedo por los lomos de los libros de su biblioteca y admiramos su obra mientras entraba por las ventanas la luz del invierno. El taller de Roser tiene ventanales tambi¨¦n en el techo, y mesas amplias, fotograf¨ªas enganchadas a los muros, textos manuscritos y pinceles secos. Miguel Hern¨¢ndez nos mira serio desde la pared, Virginia Woolf esconde la nariz detr¨¢s de un bastidor, Ir¨¨ne N¨¦mirovsky y Santa Teresa de Jes¨²s nos observan desde la estanter¨ªa. Su cuerpo ya no est¨¢, pero Roser nos acompa?a con su presencia.
Llevamos varios d¨ªas cortando planchas de aluminio y granulando piedras, espolvoreando pez de castilla, ahumando barnices blandos mientras sostenemos varas con fuego. Nos hemos frustrado con las primeras estampas, pero volvemos al taller cada d¨ªa temprano dispuestas a seguir buscando. En un momento en el que el culto a lo individual se impone, trabajamos desde lo colectivo y aprendemos las unas de las otras, aprendemos de las vivas y tambi¨¦n de las muertas. ¡°Uno solo no es nada, ha de pensar en los dem¨¢s¡±, dec¨ªa Roser Bru. Le doy las gracias por eso. Tambi¨¦n al Taller 99, a la empresa chilena que ha asumido los gastos que todo esto requiere y a la fundaci¨®n catalana que ha apoyado esta iniciativa en la que estudiantes de las dos patrias de Roser se encuentran y permiten que crezcamos cogidas de la mano con las u?as negras de tinta.
Una de nosotras decidi¨® construir vol¨²menes para desconectar de un dibujo que no le agradaba y despu¨¦s de un buen rato apareci¨® algo interesante. Se levant¨® a por agua y cuando volvi¨® a la mesa quiso retocar una sombra, pero el material ya estaba seco y estrope¨® la imagen. Quiso destruirla de un manotazo y sin querer dibuj¨® un cuchillo que part¨ªa en dos el trozo de pan que hab¨ªa dibujado, un cuchillo que era exactamente igual a los que pintaba Roser Bru. ¡°?Aqu¨ª faltan manotazos!¡±, gritaba Roser cuando ve¨ªa que trabaj¨¢bamos con demasiada delicadeza.
Delphine de Vigan, en Las gratitudes, habla de la muerte de una anciana a la que ella quer¨ªa. El libro se public¨® en Espa?a justo cuando Roser estaba a punto de irse, y lo le¨ª con la angustia de sentir que tambi¨¦n mi maestra se iba apagando, lo notaba en cada nota de voz que recib¨ªa. ¡°?Os hab¨¦is preguntado cu¨¢ntas veces en la vida hab¨¦is dado realmente las gracias?¡±, escrib¨ªa de Vigan. A lo largo de todos estos a?os, ?hab¨ªa sido capaz de transmitirle mi amor?, pensaba yo. ?Lleg¨® a saber que su figura me inspir¨® para modelar la m¨ªa, que mi vida es m¨¢s rica gracias a ella?
Escribo desde el taller de grabado que compartimos y en el que ahora 14 mujeres trabajan inspiradas por sus panes, sus granadas y sus sand¨ªas atravesadas por cuchillos. Escribo desde el lugar en el que, escuch¨¢ndola, supe que yo misma empezaba a ser.
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