Apoyar las protestas de Ir¨¢n
Las democracias occidentales est¨¢n acosadas por el des¨¢nimo interno, pero no deber¨ªan dejar de atender las demandas de libertad de quienes no tienen las m¨ªnimas condiciones de dignidad
Hubo un cierto malestar, de corto recorrido, al saberse que la nueva redacci¨®n de la Ley de Memoria Democr¨¢tica pretend¨ªa reconocer a los torturados y las v¨ªctimas de la violencia policial durante los primeros a?os de la democracia, hasta que con su consolidaci¨®n se logr¨® que las instituciones funcionaran de manera m¨¢s transparente y rigurosa. Esta l¨ªnea temporal ofend¨ªa a algunos. Sin embargo, es evidente que, aun despu¨¦s de la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n, persist¨ªan comportamientos profundamente dictatoriales, en especial cuando el ojo p¨²blico estaba cegado. Conviene no olvidarlo cuando miramos a los pa¨ªses que ahora emprenden un camino de lenta transici¨®n desde la dictadura a la democracia, porque en ellos volvemos a observar la incre¨ªble resistencia del poder a ceder el sitio. A¨²n est¨¢ reciente la valiente protesta en Bielorrusia, Nicaragua o Birmania, sofocada por sus autoridades dictatoriales. En el nuevo tablero internacional, los reg¨ªmenes m¨¢s salvajes han encontrado una comodidad de manejo absoluta. Es la misma inconsistencia que nos llev¨® a pensar que Putin podr¨ªa ser un interlocutor digno. Y en la versi¨®n m¨¢s sutil, la que nos condena a amparar a China por su potencia econ¨®mica, sin atender al grito desesperado de los que reclaman libertad desde el interior.
Cada cierto tiempo este latido de transici¨®n democr¨¢tica salpica a las dictaduras ¨¢rabes y, muy en especial, a Ir¨¢n. Tras las protestas por el fraude electoral vino la represi¨®n. Luego lleg¨® la revuelta por la subida del precio de la gasolina. Y ahora, las reivindicaciones contra la Polic¨ªa de la Moral, tras la muerte de una joven en dependencias policiales, cuyo ¨²nico delito era no llevar correctamente puesto el velo. Es muy posible que las protestas, que ya han causado m¨¢s de 40 muertos, sean reprimidas por el m¨¦todo habitual. Infiltraciones, descabezamiento de los m¨¢s significados, tortura y amedrentamiento general. La pregunta es si con cada estallido se suma una fuerza sumergida de contestaci¨®n y se a?ade al deterioro de estos reg¨ªmenes un gramo m¨¢s de podredumbre. O quiz¨¢ no, quiz¨¢ todo se olvida y disipa por la din¨¢mica de solo vivir el presente en que nos manejamos. Hay pa¨ªses que funcionan como una olla a presi¨®n, en la que al dejar salir al exilio una parte de quienes ya no aguantan m¨¢s se logra apaciguar a quienes no tienen otro remedio que quedarse adentro.
La pregunta es si las primaveras ¨¢rabes dejaron el rescoldo de una transici¨®n larvada en las entra?as de esos pa¨ªses. El deprimente fracaso en todos ellos de las aspiraciones de las generaciones m¨¢s j¨®venes no sabemos si las ha conducido a un fatalismo pasivo, donde la aceptaci¨®n es la ¨²nica receta, al estilo de Afganist¨¢n tras la penosa retirada. Podr¨ªa ocurrir que bajo la bota autoritaria se encuentre vivo el hormiguero de resistencia. Podr¨ªa ocurrir. Asistir¨ªamos entonces a la reversi¨®n del triste panorama de la ¨²ltima d¨¦cada, en el que se han multiplicado los golpes militares, las victorias de los represores y la perpetuaci¨®n de los autoritarismos. Las democracias occidentales est¨¢n acosadas por el des¨¢nimo interno, pero no deber¨ªan dejar de atender a la demanda de libertad de quienes no tienen las m¨ªnimas condiciones de dignidad. La presi¨®n migratoria, baza electoral de los ultras europeos, no va a parar de aumentar mientras no culminen estas transiciones silenciosas y casi invisibles.
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