En el mismo equipo
Para que sobreviva la democracia todos estamos llamados a poner algo de nuestra parte, desde los actores pol¨ªticos, pasando por los medios de comunicaci¨®n hasta los mismos ciudadanos rasos
En alguna otra ocasi¨®n he mencionado aqu¨ª la conocida frase del jurista alem¨¢n E. W. B?ckenf?rde seg¨²n la cual la democracia carece de los prerrequisitos o mecanismos necesarios para garantizar su supervivencia. Dicho en momentos en los que es mucho lo que est¨¢ en juego, esto equivale a lanzar una llamada de atenci¨®n sobre su fragilidad. Para que sobreviva, esta ser¨ªa la interpretaci¨®n, todos estamos llamados a poner algo de nuestra parte, desde los actores pol¨ªticos, pasando por los medios de comunicaci¨®n hasta los mismos ciudadanos rasos. Desde luego, excede los l¨ªmites de una columna tratar de enumerar todo lo que venimos haciendo mal. Partamos entonces de un ejemplo concreto, la renovaci¨®n del CGPJ o del propio TC. Ahora hay se?ales de cambio y celebramos que haya signos de revertir la situaci¨®n de colapso. Lo que no entendemos es por qu¨¦ haya tenido que esperarse casi cuatro a?os en conseguirlo. La respuesta solo puede ser una, la prevalencia del hiperpartidismo sobre la estabilidad de las instituciones. O, dicho en plata, que se prioriza el beneficio de partido sobre lo que deber¨ªa interesarnos a todos.
La parte mala de lo ocurrido consiste, sin embargo, en la proliferaci¨®n de los dichosos relatos justificadores de cada una de las posiciones ante el asunto. Ya dije en su momento que la posici¨®n del PP de no cumplir con su obligaci¨®n inicial hab¨ªa lastrado la posibilidad de llegar a un acuerdo tempranero. No todos son igual de responsables. Pero lo que de verdad me preocupa es que el tema fue languideciendo en el espacio p¨²blico durante a?os sin que, como ahora acontece, saliera al fin a la luz el aut¨¦ntico calado de su erosi¨®n para el sistema. Las inercias del seguidismo medi¨¢tico partidista prevalecieron sobre lo que era una exigencia existencial para nuestra democracia (por cierto, aqu¨ª todos los concernidos tampoco son iguales). Y lo preocupante es que acab¨® convirti¨¦ndose en un tema m¨¢s sobre el que acentuar las divisiones. A veces incluso compartiendo protagonismo con las algaradas de hormonados j¨®venes de un colegio mayor, los comentarios en la red sobre las gafas de sol de una vicepresidenta, el (m¨ªnimo) retraso del Presidente a la hora de recibir al rey en el desfile u otras cuestiones mucho m¨¢s accesorias e incluso intrascendentes.
Visto desde fuera, tal parece que lo importante es aprovechar cualquier cosa para escenificar el fanatismo ciudadano a favor o en contra de unos u otros, filtrar siempre la realidad a partir de cuestiones que nos permitan delimitarnos frente al otro satanizado. O sea, actuar como hooligans que no ven m¨¢s all¨¢ de lo que puede aprovechar a su equipo. No ser¨¦ yo quien denoste algunas dimensiones de las redes ni me escandalice por las cr¨ªticas vitri¨®licas. Muchas de ellas, adem¨¢s, francamente graciosas. O que me preocupe en exceso por las disensiones. Lo que me enerva es que seamos incapaces de ver que hay veces en que todos compartimos equipo, que en determinadas cuestiones debemos actuar unidos. Este era el caso en la renovaci¨®n del CGPJ, donde estaba ¨Dest¨¢¨D en juego un elemento sustancial para el funcionamiento efectivo de nuestra democracia.
Ah¨ª, no en la pol¨ªtica impositiva o en las alternativas energ¨¦ticas o el combate a la inflaci¨®n, es donde son¨® la advertencia del dictum de B?ckenf?rde con el que comenzamos. Y cabe dirigirla tambi¨¦n a los propios jueces. ?Por qu¨¦ no se revolvieron mucho antes? ?No hubiera cambiado las tornas una hipot¨¦tica dimisi¨®n de Lesmes hace, digamos, un par de a?os? ?Lo que nos hubi¨¦ramos ahorrado! Esto de velar por la salud de la democracia nos concierne a todos.
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