La guerra: el ruido en la cabeza
Louis-Ferdinand C¨¦line consigue trasladar al lector al verdadero infierno de los campos de batalla y atrapa el hilo de vida que queda cuando no hay valor que se sostenga y no queda que perder
En las primeras p¨¢ginas de Guerra, el libro en el que Louis-Ferdinand C¨¦line debi¨® trabajar entre la publicaci¨®n de Viaje al fin de la noche (1932) y Muerte a cr¨¦dito (1936), y que se ha encontrado y publicado hace poco, enseguida se ve uno trasladado al interior del infierno y es entonces cuando se puede vislumbrar, aunque sea de lejos, lo que significa el desamparo de haberse convertido en el ¨²nico superviviente de una compa?¨ªa tras un ataque del enemigo, y no entender nada de lo que ha pasado, solo saberse ah¨ª tirado. ¡°Ten¨ªa la oreja izquierda pegada al suelo con sangre, la boca tambi¨¦n. Y entre las dos, un ruido inmenso. Me dorm¨ª en el ruido y luego llovi¨®, una lluvia muy densa¡±. Alarga uno de los brazos, el otro no le responde, sabe del cuerpo de un compa?ero hundido en el agua. Grita, el barullo que lleva dentro le rompe la cabeza. Ese ruido atroz. ¡°Atrap¨¦ la guerra en la cabeza. La tengo encerrada en la cabeza¡±.
As¨ª empieza el libro, en esa radical soledad, cuando el ¨²nico que ha quedado tras una escaramuza se pone en pie para localizar a su regimiento. Y avanza con el ruido en la cabeza, y con el brazo muerto a su lado, y sigue caminando, o medio arrastr¨¢ndose o lo que sea, y encuentra un soldado ingl¨¦s que lo ayuda y, de pronto, se despierta en una cama en una iglesia. Es la Gran Guerra, el frente de Ypres, C¨¦line fue entonces herido en 1914.
Manuel Aza?a estuvo hasta tres veces en distintas zonas que padecieron los estragos de la I Guerra Mundial y visit¨® algunas ciudades masacradas y f¨¢bricas de armas. Era entonces secretario del Ateneo, estuvo en el frente franc¨¦s durante casi dos semanas a finales de octubre de 1916 y en el italiano en septiembre 1917, regres¨® a Francia en diciembre de ese a?o. Viaj¨® siempre con otros intelectuales, en el conflicto tom¨® posici¨®n contra Alemania, reclam¨® que Espa?a abandonase su posici¨®n neutral. Escribi¨® algunas conferencias sobre su experiencia, notas en sus diarios. ¡°?Nada! Un silencio de muerte pesaba sobre el campo¡±, recogi¨® en Nuestra misi¨®n en Francia tras una visita a las trincheras. ¡°?Nadie! Esta sensaci¨®n de soledad y de silencio nos produc¨ªa una gran angustia; pens¨¢bamos en los pobres soldados obligados a vivir meses y meses bajo tierra, como topos, vigilantes como serpientes, enervados por el acecho¡±.
De esas guerras que ocurren siempre lejos de casa, lo habitual en la retaguardia es saber de ellas por testimonios como el de Aza?a, o por el trabajo que hacen los periodistas. M¨¢s dif¨ªcil resulta poder meterse dentro de lo que le ha pasado a alguien que ha participado en alguna campa?a. Es lo que consigue C¨¦line, conocido por sus posiciones antisemitas y sus simpat¨ªas por los nazis, cuando ilumina el interior del horror con la naturalidad de un superviviente que se aferra a la vida cuando la vida no vale nada, y muestra la quiebra m¨¢s brutal de todo valor y la procacidad del que nada tiene que perder. En medio de esa destrucci¨®n sin paliativos y con ese ruido incesante, descubre ante el cuerpo de una mujer que algo le llega ¡°incluso m¨¢s adentro, hasta el aut¨¦ntico uno mismo, que no est¨¢ completamente al fondo porque lo separan de la muerte tres peladuras de vida temblorosas, pero que tiemblan tan bien, tan intensamente, tan fuerte, que uno no puede evitar decir s¨ª, s¨ª¡±. En plena devastaci¨®n, una agarradera. As¨ª es Guerra (Anagrama), y es impresionante.
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