Olvidar para conciliar el sue?o
Vivimos inmersos en sociedades cansadas, insertos en din¨¢micas de autoexplotaci¨®n y ansiedad, enredados en relatos de ¡°fin de mundo¡±, miedo y odio
De ¨¦l dijo el escritor David Foster Wallace que es una verdadera estrella de la literatura de no ficci¨®n, y es cierto. Cuando abrimos las p¨¢ginas de uno de los libros de Lewis Hyde sentimos esa luz que acompa?a el reconocimiento de un saber sanador, que el poeta y ensayista comparte con generosidad. Por ejemplo, sumergirse en su Breviario del olvido (Siruela) es penetrar en las costuras de la imaginaci¨®n humana, un tejido hecho de recuerdos y de olvidos, y, por tanto, de maneras de experimentar el tiempo, de comprender la historia o de ejercer la pol¨ªtica.
Seg¨²n la etimolog¨ªa del ingl¨¦s enraizada en el alto alem¨¢n antiguo, la palabra con la que se expresa ¡°olvidar¡± significa abstenerse de agarrar algo, mientras que la que se emplea para ¡°recordar¡± sugiere aferrarse a algo para retenerlo. As¨ª, olvidar es abrir la mano del pensamiento para dejar caer, y recordar es cerrar la mano del pensamiento para agarrar o para captar ese algo.
De forma diferente, pero igualmente elocuente, en la antigua Grecia el olvido se comprend¨ªa como aquello que permanece borrado, oculto o cubierto, como las ruinas del Angelus Novus benjaminiano, mientras que la memoria y el recuerdo refer¨ªan a aquello que se muestra o se descubre.
En cualquier caso, tanto aquello que permanece oculto o desasido como lo que se muestra o se agarra tienen un estatuto de verdad. La cuesti¨®n de fondo es el delicado equilibrio entre olvido y memoria, pues tan valioso es desprenderse del pasado como preservarlo. Hacerlo bien, mal o a medias tiene repercusiones cruciales en la formaci¨®n de la identidad de una persona, de una comunidad, de un grupo, de un pueblo, de una naci¨®n. Y a estas alturas de la historia, del mundo en su globalidad.
Escribe Hyde que, cuando no somos capaces de relegar al olvido verdades que son dolorosas, hechas de un sufrimiento que arrastra ira, las furias nos dominan. Estos esp¨ªritus de lo inolvidable provocan que nos aferremos al recuerdo del da?o y del dolor, hinchando el presente con un pasado mal digerido. Son afrenta, crueldad, venganza.
Contra el poder de las furias puede levantarse el velo de la amnist¨ªa, que no tiene por qu¨¦ ser un olvidarse de pensamiento, pues es importante que la verdad se muestre para poder dejarla atr¨¢s: curar el pasado requiere que se reconozcan las heridas. Sin embargo, la amnist¨ªa s¨ª debe ser un olvidarse de la acci¨®n de venganza que provoca el recuerdo.
Si olvidar es abrir la mano, podremos comprender el poema de Paul Celan (¡±T¨² / t¨² ense?as / t¨² ense?as a tus manos / t¨² ense?as a tus manos t¨² ense?as / t¨² ense?as a tus manos / a dormir¡±) como un dejar caer las furias, soltarlas, no agarrarse a ellas. Olvidar, no necesariamente para perdonar, pero s¨ª para conciliar el sue?o. Concordia y dormir van de la mano, de la misma manera que el sue?o est¨¢ emparejado con el olvido. Dormir cumple la imperiosa necesidad de descartar lo que no necesitamos y retener lo esencial, formatea una mente ¨¢gil, una buena salud mental. Seg¨²n la ciencia, un buen sue?o nos hace m¨¢s saludables, previene el c¨¢ncer, el alzh¨¦imer, las depresiones, reduce los efectos del envejecimiento y aumenta la longevidad.
Olvidar tambi¨¦n favorece huir de las verdades trilladas, de los prejuicios, de las elecciones realizadas bajo el poder del h¨¢bito o de la inercia, de los conceptos definitivos. Nos predispone a abrirnos a nuevas posibilidades y a disfrutar de una memoria m¨¢s sensorial, como la que ensalz¨® Marcel Proust, el escritor que m¨¢s bellamente ahond¨® en la fuerza redentora del recuerdo involuntario y, a su manera, previno contra la pobreza de los sentidos. En El tiempo recobrado, describe el cerebro como una rica cuenca minera donde hay una extensi¨®n inmensa y variada de yacimientos. Cultivar los sentidos, predisponer la mente a la contemplaci¨®n, proporciona variadas y enriquecedoras formas de ver la realidad. Y la realidad, ya se sabe, o al menos eso escribi¨® el poeta, es sobre todo un estado mental.
Como las manos de Celan, tambi¨¦n el mundo necesita dormir, pero parece que se le est¨¦ olvidando, por eso se atasca, colapsa, porque deja de so?ar. Vivimos inmersos en sociedades cansadas, en sistemas que estimulan la mediocridad, o peor a¨²n, insertos en din¨¢micas de autoexplotaci¨®n y ecoansiedad, enredados en narraciones de ¡°fin de mundo¡±, en plena agitaci¨®n hist¨®rica, entre discursos del miedo y del odio que nos exigen ser hostiles antes que hospitalarios, incapaces de crear nuevas narrativas, otras formas de proyectarnos y de representaci¨®n.
Solo una imaginaci¨®n sana y creadora puede ahuyentar a las furias, ayudar a aguzar el criterio, a desconfiar de pol¨ªticas que tratan de enterrar los recuerdos antes de que las heridas curen, o las que impelen al tribalismo, las que apartan del consuelo, del sue?o y de la reconciliaci¨®n. La imaginaci¨®n puede ayudarnos a configurar otro modo de ser y de habitar el tiempo. Ah¨ª est¨¢n las artes y las humanidades, siempre propicias y predispuestas a acompa?ar al ser humano en su transformaci¨®n.
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