El Partido Dem¨®crata s¨ª existe
Mientras los republicanos se rinden al culto a Donald Trump, sus rivales demuestran con la renuncia de Biden que mantienen su identidad
Durante casi toda la historia de Estados Unidos se dio por sentado que las candidaturas a la Casa Blanca las decid¨ªan los partidos. Estas organizaciones identificaban, formaban y promocionaban a pol¨ªticos cualificados y fiables; creaban coaliciones y negociaban acuerdos entre ideolog¨ªas y electorados diversos; e instaban a los cargos p¨²blicos para que trabajaran juntos en el gobierno, adem¨¢s de mantener el conocimiento institucional. Pero sin duda su herramienta m¨¢s importante era el control sobre qui¨¦n formar¨ªa parte de su candidatura presidencial. Un proceso que culminaba en la convenci¨®n nacional del partido donde los cargos electos y los delegados de confianza se reun¨ªan para elegir al que pod¨ªa ser el pr¨®ximo presidente de EE UU.
A pesar de lo que algunos puedan pensar, los responsables de la toma de esta decisi¨®n no ignoraban a la opini¨®n p¨²blica porque, al fin y al cabo, pretend¨ªan ganar. Lo que s¨ª pod¨ªan hacer era combinar el peso de esa opini¨®n con otras consideraciones, como qui¨¦n pod¨ªa unificar al partido, gobernar despu¨¦s de las elecciones y promover los intereses de la organizaci¨®n. Adem¨¢s, eleg¨ªan candidatos cualificados, descartando a los extravagantes, los incompetentes o los p¨ªcaros. Los miembros del partido sol¨ªan conocer personalmente a sus candidatos, hab¨ªan trabajado con muchos de ellos o al menos los hab¨ªan observado durante a?os.
En la d¨¦cada de 1960, sin embargo, los partidos se vieron presionados para democratizar su proceso de selecci¨®n. Despu¨¦s de que Hubert Humphrey ganara la nominaci¨®n dem¨®crata en 1968 sin presentarse a ninguna primaria, el partido puso a los votantes de las primarias al mando, y los republicanos les imitaron.
Lo que sigui¨® fue un periodo provisional en el que el antiguo sistema funcion¨® junto con el nuevo. Los votantes de las primarias llevaban la voz cantante, pero los dirigentes partidistas recuperaban influencia en lo que se conoci¨® como las primarias invisibles, una carrera por el apoyo de los l¨ªderes del partido, los donantes y organizaciones clave como los sindicatos y las empresas. El sistema h¨ªbrido pareci¨® funcionar, hasta que en 2016 dej¨® de hacerlo.
Ese a?o surgieron dos candidaturas externas a los partidos. Ni Donald Trump era republicano ¡ªhab¨ªa pasado por dem¨®crata, independiente, y de nuevo republicano, haciendo donaciones a los dos grandes partidos¡ª ni Bernie Sanders era dem¨®crata ¡ªsino un independiente que se hab¨ªa pasado a la afiliaci¨®n nominal dem¨®crata el d¨ªa que se present¨® a las primarias de New Hampshire¡ª. Sin embargo, ambos vieron que pod¨ªan eludir a los guardianes del partido explotando las redes sociales, recaudando dinero por internet y menospreciando o prescindiendo de los avales. La ¨¦lite dem¨®crata se defendi¨® de Sanders con sus instrumentos tradicionales, mientras que Trump se hizo con la nominaci¨®n republicana y luego con el partido.
Cuando los hackeos rusos de correos electr¨®nicos revelaron en 2016 que funcionarios del Comit¨¦ Nacional Dem¨®crata favorecieron a Hillary Clinton frente a Sanders, el p¨²blico y los medios de comunicaci¨®n se escandalizaron. Pero en ¨¦pocas anteriores, la reacci¨®n habr¨ªa sido otra: el Partido Dem¨®crata hab¨ªa apoyado al candidato genuinamente dem¨®crata. Pero para entonces el p¨²blico ya ve¨ªa a los partidos pol¨ªticos como un medio utilizado por aquellos con aspiraciones personales, y que en general, funcionaban mal. Desde entonces, el Partido Republicano se empez¨® a dise?ar para servir a Trump, mientras que el Partido Dem¨®crata no fue nunca tan lejos.
Y lleg¨® la sorpresa. En un conflicto frontal con su presidente en ejercicio y l¨ªder nominal, el Partido Dem¨®crata institucional ha prevalecido, recuperando el control sobre su candidatura. Los l¨ªderes electos del partido y los donantes se alinearon y le dijeron a Biden que el partido no pod¨ªa aceptar su candidatura, priv¨¢ndole de hecho del apoyo que necesitaba para ganar. Hasta entonces, el peligro de otra Administraci¨®n de Trump hab¨ªa eclipsado el descontento con Biden hasta que muchos empezaron a temer que si perd¨ªa estrepitosamente la Casa Blanca, los republicanos mantendr¨ªan su mayor¨ªa en la C¨¢mara de Representantes y adem¨¢s se har¨ªan con el control del Senado, lo que permitir¨ªa a Trump implementar su programa sin una resistencia efectiva por parte del Congreso. Hac¨ªa falta recordar que un partido pol¨ªtico puede actuar con independencia y sensatez para servir al inter¨¦s nacional en un momento crucial. Y eso es lo que ha ocurrido.
El partido ha sido, por lo tanto, realista sobre su situaci¨®n y Biden ha actuado, al final, como hombre de partido que es. Ambos merecen todo el cr¨¦dito por anteponer la instituci¨®n a la persona.
Pero la retirada de actual presidente tambi¨¦n pone de manifiesto otro hecho importante de la pol¨ªtica estadounidense actual: los dos partidos ya no son lo mismo. Uno es un partido de coalici¨®n que trata de mantener y seguir construyendo su identidad e independencia; el otro es un culto a la personalidad que proyecta la voluntad de un hombre de mentalidad claramente autoritaria. Uno mantiene los l¨ªmites institucionales; el otro no. Ambos presentaron candidatos presidenciales peligrosamente inadecuados en 2024, pero solo uno fue capaz de reunir la voluntad y el deseo de corregirse a s¨ª mismo, aunque fuera en el ¨²ltimo momento. Los republicanos tuvieron su oportunidad despu¨¦s de la turba del 6 de enero de 2021 ante el Congreso, pero no la quisieron aprovechar.
Ahora habr¨¢ que esperar el resultado. Si los dem¨®cratas pierden en noviembre, se juzgar¨¢ que la intervenci¨®n del partido ha sido desesperada, in¨²til y seguramente tard¨ªa. Pero si ganan, su apuesta reivindicar¨¢ al partido como fuerza institucional. Por primera vez en varias generaciones, EE UU podr¨¢ constatar por qu¨¦ los partidos son importantes y que sin instituciones fuertes no hay una democracia s¨®lida.
Y para tal tarea todo el establishment dem¨®crata, desde cargos electos a delegados, se ha unido en torno a la candidatura de Kamala Harris. Es la ¨²nica cualificada para tomar el relevo; despu¨¦s de todo, la raz¨®n por la que hay vicepresidentes en EE UU es, en primer lugar, que pueden hacerlo r¨¢pidamente. Harris ha estado en la Casa Blanca casi cuatro a?os completos, ha dirigido delegaciones en el extranjero, ha tenido acceso a informaci¨®n clasificada y ha negociado con el Congreso. Aunque hay otros candidatos con enorme talento entre las filas dem¨®cratas, no hay tiempo para prepararlos.
Harris es una mujer del partido, una oradora din¨¢mica que se mueve entre la fina l¨ªnea que separa el ala progresista y el ala moderada del Partido Dem¨®crata. Se le asociar¨¢ a las facetas m¨¢s impopulares de la Administraci¨®n de Biden, como la inflaci¨®n y la inmigraci¨®n irregular, pero dejar¨¢ atr¨¢s preocupaciones sobre la edad y la salud. Y puede revitalizar a una base dem¨®crata desanimada, especialmente las mujeres, los votantes j¨®venes y las minor¨ªas. Eso garantizar¨ªa al menos que su base de apoyo sea ya m¨¢s amplia que la de Biden. Sin embargo, la cohesi¨®n de la base no es suficiente para ganar en noviembre. Para lograrlo en Estados como Pensilvania, Harris deber¨¢ ser capaz de ganarse a los votantes indecisos y sobre todo a los votantes blancos de clase trabajadora, muchos de los cuales votaron dos veces por Trump y est¨¢n dispuestos a hacerlo de nuevo. No lo tiene f¨¢cil, fundamentalmente por sus or¨ªgenes raciales y por estar asociada a la ¨¦lite dem¨®crata, a la que se acusa de haberse alejado de su tradicional base entre la clase trabajadora.
EE UU est¨¢ nadando en aguas totalmente desconocidas. En pocos meses veremos si el Partido Dem¨®crata acert¨® con su apuesta y si el pa¨ªs vuelve a creer en las instituciones pol¨ªticas de antes.
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