La izquierda debe apelar a la mayor¨ªa
Una parte del mundo progresista est¨¢ m¨¢s preocupada por cuestionar la legitimidad de las inquietudes ciudadanas que por darles una soluci¨®n
Juan Antonio Bardem estrena El puente en 1977, una pel¨ªcula de enorme inteligencia pol¨ªtica que pretendi¨® desmontar, o al menos servir de ep¨ªlogo, a la comedia desarrollista del franquismo. Cuenta la historia de un mec¨¢nico que, tras quedarse compuesto y sin novia, agarra su moto y se lanza a la carretera, direcci¨®n Torremolinos, en busca de aventuras.
El viaje compone una road movie castiza por la Nacional IV, donde un genuino representante de la clase trabajadora, interesado tan s¨®lo en las chicas y vivir el momento, va tomando conciencia de la situaci¨®n de Espa?a a cada kil¨®metro recorrido. Quien lo interpreta es Alfredo Landa, que transform¨® su carrera a partir de esta pel¨ªcula de una manera an¨¢loga a la metamorfosis experimentada por su personaje.
Bardem era miembro del Partido Comunista, pero no rueda una pel¨ªcula para militantes, sino para el p¨²blico convencional. Sit¨²a el foco sobre un tipo desclasado, fotografiando el pa¨ªs existente, no el que le gustar¨ªa que existiera, apoy¨¢ndose en un actor popular¨ªsimo con el que muchos podr¨ªan sentirse identificados. Parte del costumbrismo, pero lo hace avanzar d¨¢ndole un contrapunto cr¨ªtico. Se atreve con un cine que apela a la mayor¨ªa.
Eloy de la Iglesia, tambi¨¦n director, tambi¨¦n con carnet del PCE, estrena un a?o despu¨¦s El diputado, un genial thriller donde se entrecruzan el terrorismo de extrema derecha y la homosexualidad, un tema entonces tab¨² tambi¨¦n en la izquierda. A lo largo de la siguiente d¨¦cada se convierte en uno de los cronistas principales del cine quinqui, trayendo a primer t¨¦rmino la delincuencia, la marginaci¨®n y el consumo de drogas.
De la Iglesia, que conquista al p¨²blico a trav¨¦s del esc¨¢ndalo, busca epatar a la sociedad, agarrar la moral burguesa por la pechera y gritarle su hipocres¨ªa mientras la zarandea, posiblemente sin acabar de tener en cuenta que el pensamiento de la clase dominante es el pensamiento dominante. Si Bardem comprende, retrata y propone, De la Iglesia se indigna, mitifica e impone.
Esta disparidad constituye algo m¨¢s que materia para la arqueolog¨ªa cinematogr¨¢fica o ideol¨®gica. Ilustra un debate que afecta de lleno al coraz¨®n de la izquierda y que se extiende hasta nuestros d¨ªas, sobre qui¨¦n es su sujeto pol¨ªtico y cu¨¢l es la manera de llegar al mismo. Estas preguntas no parten de un capricho intelectual, sino que surgen candentes de la progresiva irrelevancia de este espacio en toda Europa.
Podemos encontrar un ejemplo pr¨¢ctico de esta discrepancia en la posici¨®n que el progresismo toma acerca de la inmigraci¨®n. En nuestro pa¨ªs, en los ¨²ltimos meses, esta cuesti¨®n se ha vuelto un tema central en la agenda p¨²blica, y ha llegado incluso a escalar a la primera posici¨®n en la encuesta del CIS como principal preocupaci¨®n para los espa?oles.
?Los motivos? M¨¢s all¨¢ de la propia elaboraci¨®n demosc¨®pica, que a los expertos les ha resultado pol¨¦mica, parece evidente que importa la llegada a nuestras costas de un n¨²mero mayor de inmigrantes irregulares. Si esto sucede cada verano, la diferencia es que en este hemos sufrido una intensa campa?a de la extrema derecha para equiparar inmigraci¨®n a delincuencia.
El tema es serio y no depende ¨²nicamente de los ultras nacionales. Hay que recordar c¨®mo el Reino Unido sufri¨® a principios de agosto los disturbios racistas m¨¢s graves en 40 a?os. Tambi¨¦n que su g¨¦nesis fue de todo menos espont¨¢nea. Una vez m¨¢s, los bulos, unidos a la potencia de difusi¨®n digital, incendiaron la pradera. Elon Musk, propietario de una de estas plataformas de la mentira, jefe de campa?a no oficial de Donald Trump, declar¨® que ¡°la guerra civil es inevitable¡±.
Debemos esclarecer si la ultraderecha internacional ha elegido el ep¨ªgrafe de la inmigraci¨®n para desestabilizar las democracias europeas. Pero tambi¨¦n c¨®mo de seco estaba el campo para que la chispa prendiera. Y esto ¨²ltimo, que la izquierda vea a la sociedad como es, no c¨®mo le gustar¨ªa que fuera, resulta poco usual. Adem¨¢s, vale para no atribuir a los ultras una capacidad omn¨ªmoda de manipulaci¨®n.
Es evidente que la migraci¨®n est¨¢ cambiando nuestro continente. En Espa?a viven m¨¢s de ocho millones de extranjeros, cuando en 1998 su n¨²mero era de 637.000. Si en 2015 llegaban a nuestro pa¨ªs de manera regular algo m¨¢s de 300.000 personas, en 2022 el n¨²mero ascendi¨® a 1,2 millones. Adem¨¢s, debemos tener en cuenta que su distribuci¨®n por el territorio no es homog¨¦nea, sino que se concentran en las zonas de menor renta.
Tengan o no una base cierta, las preocupaciones de la poblaci¨®n local por los recursos, por la seguridad e incluso por la identidad existen, sobre todo en un contexto tan ¨¢rido como el de nuestro presente. ?Atenderlas es comprar los marcos de la extrema derecha? Atenderlas es hacer pol¨ªtica con lo real, anticiparse d¨¢ndoles un encaje progresista para no brindar a los agitadores la exclusiva del tema.
Una parte de la izquierda, bien representada entre los dirigentes, la academia y los medios, est¨¢ m¨¢s preocupada por cuestionar la legitimidad de las inquietudes generales que por darles una soluci¨®n; por buscar un nuevo apellido a la fobia que por atajar las causas que alimentan ese miedo. Tambi¨¦n por montar procesos inquisitoriales a quien se atreve, tan s¨®lo, describir el escenario. Adem¨¢s, llamar privilegios a los derechos conquistados no parece la mejor idea mientras lo reaccionario galopa a lomos del populismo.
A menudo, la gente no necesita promesas desmesuradas, sino tan s¨®lo saber que alguien se est¨¢ ocupando de aquello que le preocupa. Los movimientos migratorios son, en nuestra ¨¦poca, el efecto directo de un neoliberalismo depredador con los pa¨ªses de origen y de una globalizaci¨®n que multiplic¨® los beneficios, pero tambi¨¦n las desigualdades. Y los ciudadanos, aun sin tener claros los t¨¦rminos de la ecuaci¨®n, s¨ª perciben la inestabilidad asociada al fen¨®meno.
En los ¨²ltimos 15 a?os hemos sufrido varias crisis de entidad. La extrema derecha sustenta su auge en ofrecer lugares falsos pero aparentemente seguros frente a estos cambios bruscos. Refugios hostiles con las minor¨ªas que hablan sin tapujos a la conmoci¨®n de las mayor¨ªas, aprovechando que la democracia liberal, maniatada por la ortodoxia de banqueros e inversores, ha reaccionado de manera muy lenta para garantizar el futuro.
Proteger a las minor¨ªas supone situar a las mayor¨ªas en el centro de la acci¨®n pol¨ªtica, tanto a un nivel material, garantizando el nivel de vida, como a un nivel cultural, dando al ciudadano medio la relevancia que merece. Ser¨ªa injusto no hacer notar los cambios producidos en este sentido ¡ªc¨®mo despu¨¦s de la pandemia elementos como el trabajo han tomado importancia en la agenda de la izquierda¡ª, tanto como obviar que sigue pesando la inercia de una ¨¦poca de identidades competitivas.
Asumir que existen conflictos centrales no significa condenar al ostracismo problemas de ¨ªndole particular, sino asegurarnos de que lo espec¨ªfico no sea lo ¨²nico que importe en el orden de prioridades. No se trata de elegir, sino de dejar constancia de que en estos ¨²ltimos 20 a?os la izquierda eligi¨® prestar mayor atenci¨®n a aquello que nos diferencia en dem¨¦rito de aquello que nos iguala.
?Y qu¨¦ es lo que nos iguala, es decir, cu¨¢l deber¨ªa ser la base para conformar sujetos pol¨ªticos en el siglo XXI? Pues la participaci¨®n en la econom¨ªa productiva, objeto de las clases medias y trabajadoras, frente a la econom¨ªa financiera, llevada a cabo por especuladores y rentistas. La vivienda, lo laboral o los servicios p¨²blicos, la existencia cotidiana, se vuelve m¨¢s precaria e incierta a medida que una minor¨ªa la considera un objeto accionarial.
No se trata tan s¨®lo de bienestar; se trata de no retroceder hasta el feudalismo.
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