Convirtamos una deuda impagable en una inversi¨®n en los ni?os
Permitir que el pago de la deuda entorpezca los esfuerzos para combatir la creciente pobreza infantil, la malnutrici¨®n, las enfermedades prevenibles y la desigualdad educativa es un acto de injusticia intergeneracional
En plena crisis de la deuda africana a mediados de la d¨¦cada de 1980, el entonces presidente de Tanzania, Julius Nyerere, hizo a los acreedores del pa¨ªs una pregunta sencilla: ¡°?Tenemos que dejar morir de hambre a nuestro pueblo para pagar nuestras deudas?¡±. Los ministros de Econom¨ªa de muchos de los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo que participan estas semanas en las Reuniones Anuales (virtuales) del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial formular¨¢n la misma pregunta.
Esperemos que reciban una respuesta diferente a la que recibi¨® el presidente Nyerere.
Cuando la crisis de la deuda desbord¨® a los gobiernos de toda ?frica y Latinoam¨¦rica en los a?os ochenta, los gobiernos occidentales se quedaron cruzados de brazos. Su devoluci¨®n se logr¨® exprimiendo unas econom¨ªas en contracci¨®n mediante programas de austeridad supervisados por las instituciones financieras. Los ni?os fueron los que m¨¢s sufrieron las consecuencias de una d¨¦cada perdida para el desarrollo, ya que se sacrificaron los presupuestos para salud, nutrici¨®n, protecci¨®n social y educaci¨®n, y la pobreza se dispar¨®.
La pandemia de la covid-19 ha creado condiciones de tormenta perfecta para una nueva crisis de la deuda en gran parte del mundo en desarrollo. El crecimiento econ¨®mico se ha ralentizado, los ingresos por exportaciones han descendido, las divisas se est¨¢n depreciando y las reservas est¨¢n disminuyendo. A diferencia de los pa¨ªses ricos, que pueden pedir generosos pr¨¦stamos en su propia moneda y aprovechar la rumbosidad de los bancos centrales, los pa¨ªses en desarrollo tienen serias dificultades para devolver los pr¨¦stamos ya existentes, financiar nuevos endeudamientos y responder a la pandemia.
De nuevo, la deuda est¨¢ desviando recursos de servicios vitales. Est¨¢ previsto que este a?o y el que viene, los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo paguen 45.000 millones de d¨®lares a sus acreedores. Cumplir con estos pagos supondr¨¢ que m¨¢s del 40% de esos Estados gastar¨¢n m¨¢s en reembolsos a los acreedores que en sanidad.
Detr¨¢s de las estad¨ªsticas sobre la deuda est¨¢n los rostros de los ni?os a los que se les niega la oportunidad de desarrollar su potencial. Calculamos que, solo en este a?o, la crisis de la covid-19 empujar¨¢ a otros 117 millones de ni?os a la pobreza. La malnutrici¨®n grave est¨¢ aumentando. Mientras tanto, la interrupci¨®n de los servicios sanitarios podr¨ªa tener como consecuencia otro medio mill¨®n de muertes de menores de cinco a?os debido a que enfermedades mortales como la malaria, la neumon¨ªa y la diarrea no reciban tratamiento. Los abandonos escolares se han disparado en un contexto en el que la pobreza empuja a los menores de edad a los mercados de trabajo o a los matrimonios tempranos, un destino que amenaza a millones de adolescentes.
Los pa¨ªses en desarrollo tienen serias dificultades para devolver los pr¨¦stamos ya existentes, financiar nuevos endeudamientos y responder a la pandemia
Ante una crisis de esta magnitud, los ni?os ¨Dno los acreedores¨D deber¨ªan ser una prioridad a la hora de asignar los recursos de los presupuestos nacionales.
Organizaciones como Unicef y Save the Children pueden prestar apoyo a las comunidades cuando se enfrentan a una crisis. Podemos establecer la diferencia. Pero no hay protecci¨®n posible contra la inminente desinversi¨®n en la infancia, mientras que la deuda creciente reduce el ya estrecho margen fiscal de que disponen los gobiernos y los hogares pobres se ven obligados a reducir gastos fundamentales, incluyendo en alimentos.
Podemos debatir los or¨ªgenes de los problemas de endeudamiento de los pa¨ªses m¨¢s pobres. Sin duda, las peticiones imprudentes y las concesiones irresponsables de pr¨¦stamos han tenido que ver. Ahora est¨¢ claro que se acumul¨® demasiada deuda extrapresupuestaria, en muchos casos garantizada con exportaciones de mineral, en unas condiciones de devoluci¨®n tan opacas como gravosas. Pero lo que ciertamente no puede ser objeto de debate es nuestra responsabilidad compartida de proteger a la infancia de una crisis que pone en peligro su futuro.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han empezado a abordar la crisis de la deuda. La primavera pasada lograron que el G-20 acordase un plan ¨DIniciativa de Suspensi¨®n del Servicio de la Deuda (DSSI por sus siglas en ingl¨¦s)¨D que concede una moratoria de seis meses del servicio de la deuda a 74 de los pa¨ªses de m¨¢s pobres del mundo. Todos los acreedores fueron llamados a participar en ¨¦l. No todos han prestado atenci¨®n. Mientras que la mayor¨ªa de los acreedores oficiales han suspendido el cobro, los comerciales todav¨ªa tienen que seguir su ejemplo. La cuesti¨®n no carece de importancia, ya que los acreedores comerciales ¨Dprincipalmente, tenedores de deuda soberana¨D representan casi una tercera parte de la factura del servicio de la deuda.
La participaci¨®n desigual en la DSSI no es el ¨²nico problema. Algunos pa¨ªses no elegibles para la iniciativa se enfrentan a necesidades igualmente urgentes. Por otra parte, la suspensi¨®n que ahora se ofrece es el ant¨ªdoto a una crisis temporal de liquidez, pero no un remedio para las dificultades de solvencia que en estos momentos muchos pa¨ªses tienen ante s¨ª. Zambia pidi¨® recientemente a sus acreedores que reestructurasen unas deudas que se hab¨ªan vuelto impagables por la recesi¨®n y la ca¨ªda de los precios del cobre. Es probable que otros le sigan.
Por supuesto, el alivio de la deuda no es una estrategia aislada. Se deber¨ªa hacer mucho m¨¢s para facilitar financiaci¨®n asequible a pa¨ªses que se enfrentan a la recesi¨®n. Pero, como ha puesto de relieve un reciente estudio del FMI, la demora en su alivio no solo perjudica a las poblaciones vulnerables, sino tambi¨¦n a las econom¨ªas, adem¨¢s de retrasar la recuperaci¨®n.
Ha llegado el momento de hacer una revisi¨®n a fondo de la sostenibilidad de la deuda, seguida por una acci¨®n coordinada que abarque a todos los acreedores a fin de reestructurar y, all¨ª donde sea necesario, reducirla.
Ante una crisis de esta magnitud, los ni?os ¨Dno los acreedores¨D deber¨ªan ser una prioridad a la hora de asignar los recursos de los presupuestos nacionales
Esta revisi¨®n deber¨ªa tener en cuenta, m¨¢s all¨¢ de los indicadores estrictos de la deuda, nuestras responsabilidades m¨¢s profundas. Casi todos los pa¨ªses del mundo han firmado la Convenci¨®n de los Derechos del Ni?o. Les recordamos que ello conlleva la obligaci¨®n de proporcionar salud y bienestar a la infancia ¡°hasta el m¨¢ximo de los recursos de que se disponga... dentro del marco de la cooperaci¨®n internacional¡±.
Permitir que el pago de la deuda entorpezca los esfuerzos para combatir la creciente pobreza infantil, la malnutrici¨®n, las enfermedades prevenibles y la desventaja en materia de educaci¨®n constituir¨ªa una violaci¨®n del esp¨ªritu y la letra de una convenci¨®n que define lo mejor de nuestra humanidad compartida. Representar¨ªa un acto de injusticia intergeneracional.
Instamos a los pa¨ªses acreedores y deudores a trabajar conjuntamente para convertir la carga de la deuda de hoy en inversiones en los ni?os que representan el futuro de sus pa¨ªses. La iniciativa que puso fin a la ¨²ltima crisis de la deuda de ?frica exigi¨® que los gobiernos se comprometiesen a dedicar lo ahorrado en deuda a mitigar la pobreza. No cabe duda de que establecer un v¨ªnculo expl¨ªcito entre la reducci¨®n de la deuda y el gasto en proteger a la infancia de las consecuencias de la pandemia de covid-19 y abrir oportunidades estimular¨ªa el apoyo m¨¢s all¨¢ de las diferencias pol¨ªticas, incluso en esta ¨¦poca de polarizaci¨®n.
El alivio de la deuda puede funcionar, como demuestra la experiencia reciente de Ecuador. Hace solo unos pocos meses, los acreedores acordaron reestructurar 17.400 millones de d¨®lares en deuda, incluyendo un rapado del 10% de ella. La credibilidad crediticia de Ecuador ha mejorado. Y es que el riesgo m¨¢s profundo para los acreedores y los deudores no proviene de una reestructuraci¨®n ordenada, sino de la perturbaci¨®n que seguir¨¢ a una ola de impagos desordenados.
La crisis de la deuda enfrenta al conjunto de la comunidad internacional a preguntas dif¨ªciles. No hay respuestas sencillas. Pero en estos tiempos desafiantes recordemos los v¨ªnculos que nos unen como comunidad humana, y ninguno es m¨¢s poderoso que nuestra responsabilidad compartida por los ni?os.
Henrietta Fore es directora ejecutiva de Unicef. Kevin Watkins es director ejecutivo de Save the Children, Reino Unido.
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