Mujer, migrante, mayor y africana: ¡°Parece que ya no existimos, pero estamos y somos muchas¡±
Un peque?o proyecto en Madrid intenta arropar a estas mujeres, especialmente afectadas por la soledad, la falta de pol¨ªticas p¨²blicas y los estereotipos sociales
Son las 10 y media de la ma?ana y una quincena de mujeres se re¨²ne en las instalaciones de Casa Bibi de Madrid. Son de Camer¨²n, Nigeria, Mal¨ª, Gab¨®n, Costa de Marfil y Guinea Ecuatorial, entre otros. Todas migraron para reunirse con sus familias o para pedir refugio ante el desamparo estatal en sus pa¨ªses. ¡°Nos enfrentamos a la soledad, al aislamiento social y econ¨®mico, al desamparo institucional. Por eso parece que no existimos, pero estamos y somos muchas¡±, explica Alphonsine Kitumua Bangizila, congole?a de 63 a?os, que es psic¨®loga y voluntaria de este proyecto impulsado por la Asociaci¨®n Karibu y destinado a dar apoyo y acompa?amiento a migrantes mayores africanas.
El ambiente se llena de alegr¨ªa porque esa ma?ana, como todos los jueves, tienen clase de yoga. ¡°Queremos romper con el estigma de que ser una persona mayor es sin¨®nimo de no servir para nada. Venimos a acompa?arnos, a aprender espa?ol, a hacer yoga, pero tambi¨¦n a compartir lo que sabemos¡±, dice M¨®nica Olufunlayo (Nigeria, 64 a?os), que desde que sus hijos y nietos crecieron prefiere salir y reunirse con sus amigas en vez de quedarse encerrada en casa.
A mediados de 2020, Naciones Unidas estimaba que unos 34 millones de personas en el mundo eran migrantes mayores. De esta cifra global, cerca de 26.000 extranjeros de m¨¢s de 55 a?os residen en Espa?a, un n¨²mero que, seg¨²n Kitumua, sigue aumentando, aunque no existen datos oficiales recientes.
¡°Venir aqu¨ª me da alegr¨ªa. Cuando mi nieta se va a clases o con sus amigas, me quedo sola en casa y me lleno de tristeza. Es como si no pudiera salir de esos pensamientos¡±, dice Antonina, de 70 a?os y oriunda de Guinea Ecuatorial, que prefiere no compartir su apellido. Para esta mujer, ¡°los a?os solo son n¨²meros¡±. Ahora, su proyecto principal es sacar adelante a su nieta y a su hijo con discapacidad. Antonina ha vivido y trabajado en Espa?a 23 a?os, pero en los documentos oficiales solo han quedado registrados cinco. ¡°No he podido cotizar lo suficiente para tener una vida digna, porque a pesar de trabajar como interna no ten¨ªa papeles, as¨ª que no recib¨ª la Seguridad Social¡±, lamenta. ¡°Despu¨¦s de tantos a?os, no puedo descansar porque debo seguir luchando para solventar mis necesidades y apoyar a mi familia¡±, lamenta.
Ser una mujer mayor migrante, subraya Kitumua, implica sufrir una doble discriminaci¨®n. Primero por ser migrantes y tener que adaptarse al idioma y a la cultura y hacer frente a las trabas administrativas y al racismo ¡ªcomo todos los reci¨¦n llegados, independientemente de su edad y sexo¡ª. Y segundo, por ser mujeres mayores y ver c¨®mo la salud se deteriora y las puertas del mercado laboral se cierran.
¡°Los encierran en residencias¡±
Para Oumo T. (Mal¨ª, 64 a?os) atr¨¢s quedaron los a?os en los que compart¨ªa la vida con su hijo en Sikasso, su ciudad de origen, ubicada al sur del pa¨ªs. La inestabilidad econ¨®mica agravada desde 2012, la inseguridad y la falta de atenci¨®n m¨¦dica la obligaron a salir de all¨ª hace cuatro a?os. En Madrid la recibi¨® una pareja del mismo pueblo, que la ayud¨® a buscar asistencia m¨¦dica y una traductora. ¡°Me sent¨ªa bien porque estaba acompa?ada, pero al poco tiempo muri¨® el hombre y mi paisana se regres¨® al pa¨ªs. Me qued¨¦ sola, sin tener la agilidad para comunicarme en espa?ol, porque antes solo hablaba b¨¢mbara [un idioma utilizado por cerca de 10 millones de personas en Mal¨ª]¡±, explica. Ahora, Oumo reside en una casa de acogida de la Asociaci¨®n Karibu. ¡°Aunque convivo con otras mujeres, cada una hace su vida, algunas trabajan, otras hablan un idioma diferente al m¨ªo. Aqu¨ª no tengo familia, ni permiso de trabajo y a veces me siento muy aislada¡±, lamenta.
Nos dimos cuenta de los grandes desaf¨ªos y situaciones de vulnerabilidad que atraviesan las mujeres, mayores, migrantes y africanas en Espa?aBel¨¦n Espiniella, antrop¨®loga y coordinadora de Casa Bibi
Pero el esp¨ªritu inquieto de Oumo se impone. Es voluntaria en varios proyectos de sensibilizaci¨®n en contra de la mutilaci¨®n genital femenina y tambi¨¦n colabora en una campa?a de prevenci¨®n de la soledad en residencias de ancianos en Espa?a. ¡°He visto a muchas personas mayores que se quedan muy solas, pese a tener hijos y nietos. Los encierran en residencias. En ?frica es distinto, los mayores siempre estamos rodeados de nuestra familia y la comunidad nunca nos abandona, porque nuestra opini¨®n es importante¡±, afirma. Oumo dice que su anhelo es aprender a hablar muy bien espa?ol ¡°para conocer a m¨¢s gente¡± y ser m¨¢s independiente a la hora de desplazarse por la ciudad.
Lucrecia (Guinea-Bis¨¢u, 67 a?os), que prefiere no compartir su apellido, cuenta los d¨ªas desde que lleg¨® a Espa?a. ¡°En octubre cumplo un a?o. El d¨ªa 12¡å, recalca. ¡°Mi familia se preocupa por m¨ª, por c¨®mo estoy viviendo. Yo les digo que estoy bien, que tengo comida y un lugar para dormir. Los extra?o mucho, pero no se lo digo porque no quiero que se preocupen¡±, asegura mientras un espeso llanto le recorre el rostro. Montero se refiere a los tres hijos y cinco nietos que dej¨® en Bis¨¢u, su ciudad natal. ¡°Aqu¨ª estoy sola, desde que la mujer de mi sobrino me expuls¨® de su casa. ?l me trajo a Madrid para ayudarme a encontrar un tratamiento a mi problema del h¨ªgado, pero en menos de dos meses me dejaron en la calle¡±, recuerda, mientras se levanta la blusa y ense?a dos grandes cicatrices que le atraviesan el est¨®mago en forma de cruz. Se dio cuenta de que estaba sola en un pa¨ªs desconocido, con un idioma y una cultura diferentes y, lo que es peor, ¡°sin la misma energ¨ªa¡± de cuando era joven.
Montero tambi¨¦n vive en la casa de acogida de Asociaci¨®n Karibu. Ella y Oumo fueron una especie de detonante que hizo nacer Casa Bibi, que en suajili significa abuela. ¡°Nos dimos cuenta de los grandes desaf¨ªos y situaciones de vulnerabilidad que atraviesan las mujeres, mayores, migrantes y africanas en Espa?a. Es lamentable, porque estos calificativos, en realidad, deber¨ªan sin¨®nimo de fortaleza y sabidur¨ªa, pero en una sociedad que no las contempla dentro del sistema, corren en riesgo de ser excluidas¡±, desgrana Bel¨¦n Espiniella, antrop¨®loga y coordinadora del proyecto.
La p¨¦rdida de la posici¨®n social y familiar que ten¨ªan en su pa¨ªs de origen, la desprotecci¨®n y la falta de dominio del idioma pueden ser un c¨®ctel que dispare una inestabilidad emocional en estas mujeres. ¡°Se ven sin su red de apoyo, sin documentos ni estabilidad econ¨®mica. No es que sientan soledad porque s¨ª, es porque sus realidades son convulsas. La ¨²nica manera para impedir que esto escale es brindar a las personas la oportunidad de regularizar su situaci¨®n legal desde su llegada, garantizando su derecho a migrar, as¨ª como el acceso a servicios que aseguren su bienestar y dignidad¡±, concluye.
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