Los obreros de la memoria
Ciudadanos desinteresados trabajan sin el apoyo de la administraci¨®n por recuperar los lugares olvidados de la guerra civil
Doce de febrero. Primera hora de la ma?ana. Los soldados brit¨¢nicos avanzan por un olivar cerca de Morata de Taju?a. Les llama la atenci¨®n el canto incesante de los grillos. Todav¨ªa no se han dado cuenta de que no son los grillos sino las balas que zumban a unos metros de su posici¨®n. J¨®venes e inexpertos, creen que saben lo que es la guerra, pero el plomo y la metralla en el frente del Jarama les van a descubrir que es algo mucho peor. El cerro al que se dirigen es tan solo un punto en un mapa de estrategias. Ni nombre tiene. Despu¨¦s de la batalla los pocos que sobreviven lo llamar¨¢n la Colina del Suicidio.
Ochenta y un a?os despu¨¦s, en ese mismo escenario, el ¨²nico zumbido es el de los motores en un campeonato de motocr¨®s. Es fin de semana y las familias se han reunido para aplaudir las acrobacias entre los cerros. Ser¨¢ dif¨ªcil que los que han venido a ver el espect¨¢culo encuentren hoy los restos de la batalla del Jarama. No porque no existan, sino porque no hay se?ales que indiquen d¨®nde est¨¢n.
Pero hay vecinos de Morata que s¨ª conocen los caminos y sus tragedias y esa otra memoria hist¨®rica de las piedras que vieron morir a los hombres. Como David Loriente, que a los ocho a?os descubri¨® las trincheras y ahora, a sus 44, se encarga de ense?ar a otros las huellas de la guerra civil con sus compa?eros de la Asociaci¨®n Tajar. Su aspiraci¨®n es crear en el Jarama un centro de interpretaci¨®n con un museo estable en el lugar donde hoy se alza solitario y sin se?alizaci¨®n el monumento de Mart¨ªn Chirino. Lo van consiguiendo poco a poco: en la base de las dos manos entrelazadas que recuerdan la batalla, el ayuntamiento est¨¢ restaurando las largas l¨ªneas de trincheras de la retaguardia.
David Loriente y sus compa?eros luchan contra el paso del tiempo pero tambi¨¦n contra el vandalismo. En la misma Colina del Suicidio, un humilde monumento recuerda a los ca¨ªdos del Batall¨®n British. A David se le cambia el semblante cuando se aproxima. ¡°Mira, han pintado la placa de negro. Es que es una pena. Es que siempre es lo mismo¡±. Se agacha junto al sencillo mont¨®n de piedras para comprobar los desperfectos. Alrededor de la placa ahora emborronada, unas piedras blancas, un ramo de flores ya marchitas, trozos reventados de metralla, lo que queda de la rosca de un ob¨²s, balines, alambre de espino. Cuenta David que haciendo las rutas no es raro encontrarse con bombas a ras de suelo. ¡°En el campo de batalla se quedaron toneladas y toneladas de metralla¡±.
Lo sabe bien Goyo Salcedo, un septuagenario vecino de Morata que lleva treinta a?os recuperando piezas de la guerra civil. ¡°De ni?o ya iba con mi padre y mi hermano a buscar balines, metralla, trocitos de metal que se vend¨ªan y al menos compr¨¢bamos pan. Eso te deja unas huellas imborrables¡±, explica. Con el tiempo, Goyo comprendi¨® que ten¨ªa que honrar la memoria de los que murieron en el frente junto a su pueblo. Y lo hizo creando un museo instalado junto a un mes¨®n de la localidad. Con la tenacidad de una hormiguita ha ido reuniendo una colecci¨®n que no se atreve a cuantificar. ¡°La idea es que esto no se olvide, porque hemos tenido y seguimos teniendo un vac¨ªo hist¨®rico. Porque las instituciones no quieren¡ les da verg¨¹enza la historia¡±.
El museo de Goyo tiene un hermano peque?o a 70 kil¨®metros de distancia, en otro de los grandes frentes, el de la batalla de Brunete. En el garaje de la casa de Ernesto Vi?as reposan 18 a?os de trabajo desinteresado. Empez¨® por casualidad, cuando al salir al monte en los alrededores de Quijorna comenz¨® a encontrar casquillos de bala. Enamorado de la historia, este argentino de 48 a?os termin¨® convirti¨¦ndose en un experto en la guerra civil. Hoy recita sin dudar el calibre de cada pieza de munici¨®n. Aunque, como a Goyo, lo que m¨¢s le impresiona no tiene que ver con la metralla sino con lo humano: una bota que conserva el papel de un peri¨®dico pegado, un l¨¢piz ra¨ªdo acoplado en un casquillo, tubos de pasta de dientes, una lata de conservas casi intacta con un sagrado coraz¨®n impreso sobre la tapa. Pero a Ernesto Vi?as no le bastaba con que cada pieza contara una historia. Quer¨ªa saber m¨¢s. Por eso empez¨® a bucear en los archivos para recuperar los documentos, las fotograf¨ªas y los nombres de los que lucharon en Brunete. Hoy ayuda a las familias que buscan datos sobre alg¨²n combatiente. Tiene 130 casos abiertos. ¡°Pero es un trabajo que deber¨ªa hacer el Estado, no aficionados¡±, se queja. ¡°Hace falta mirar de frente la historia. Nosotros lo hacemos sin ayuda alguna de la administraci¨®n porque es un trabajo pendiente. Somos obreros de la memoria¡±.
En Valencia, otro grupo de obreros contra el olvido lucha por recuperar un pedazo de historia a la vista de todos pero conocido por pocos. C¨¦sar Guarde?o es uno de los creadores del C¨ªrculo por la Defensa y la Difusi¨®n del Patrimonio, una iniciativa que se le vino a la cabeza cuando trabajaba como gu¨ªa en las calles de su ciudad. Se dio cuenta de cu¨¢ntos edificios hist¨®ricos estaban en peligro, como los refugios antia¨¦reos. Son muchos los paseantes que caminan al lado sin reparar en estructuras como la de la calle Espada: un rect¨¢ngulo macizo catalogado como bien de inter¨¦s cultural que languidece bajo la maleza con los accesos tapiados. ¡°Tenemos al menos la suerte de que son edificios muy duros¡±, dice C¨¦sar, ¡°que se construyeron para aguantar el peso de las bombas¡±.
Esa dureza ha salvado otra de las joyas de la arquitectura militar de la Rep¨²blica: el llamado Cop¨®n Miaja, una fortificaci¨®n defensiva en la playa del Saler que no se descubri¨® hasta 1998. Y aunque se salv¨® de la demolici¨®n, no se ha librado de la desidia y del olvido. Protegido por una valla, cada vez m¨¢s amenazado por el oleaje que se ha comido la arena, se alza enigm¨¢tico frente a la l¨ªnea de costa. El b¨²nker del Saler fue construido en el m¨¢s estricto secreto por orden del general Miaja en 1938. Se calcula que fueron necesarias 8.000 personas y una improvisada l¨ªnea de ferrocarril para levantarlo.
Hace un a?o, el C¨ªrculo de Defensa del Patrimonio denunci¨® el abandono del Cop¨®n de Miaja ante el ayuntamiento, pero cuando C¨¦sar llega a la playa del Saler para visitar la estructura no puede disimular su desilusi¨®n. Todo sigue igual. Ni siquiera una se?al que indique el camino. Las entradas a su laberinto de t¨²neles, clausuradas. La valla protectora se salta con facilidad. Sobre los ladrillos, un gran coraz¨®n rosa preside la colecci¨®n de grafitis. A la sombra del b¨²nker donde un d¨ªa atronaban las bombas, hoy solo se escucha el silbido del viento en las cometas de kitesurf. Como en el Jarama, como en Brunete, donde un d¨ªa rug¨ªa la guerra hoy reina el silencio cotidiano de la paz. Pero tambi¨¦n el silencio de un olvido que estos obreros de la memoria quieren conjurar.
El ¨²ltimo b¨²nker de Franco
Desde que se construy¨®, a finales de 1938, el Blockhaus 13 ya estaba condenado al abandono. El ej¨¦rcito de Franco proyect¨® 22 fortines como este que ten¨ªan que defender la l¨ªnea estrat¨¦gica de retaguardia en la zona donde se hab¨ªa librado la batalla de Brunete. Pero la guerra estaba a punto de terminar y los dem¨¢s b¨²nkeres ni siquiera llegaron a ser levantados. El Blockhaus 13 qued¨® como solitario y exquisito ejemplo de la arquitectura militar t¨ªpica de la Primera Guerra Mundial.
Hoy, surge como los restos de un naufragio acorazado al borde de la carretera que lleva a Colmenar del Arroyo. En el a?o 2013 fue excavado parcialmente por la Comunidad de Madrid. Actualmente, es el ¨²nico vestigio de la guerra civil que ha sido incluido en el plan de yacimientos visitables, aunque eso apenas se traduce en una se?al junto al b¨²nker que explica brevemente su historia. Al menos, se ha salvado de las pintadas y de la basura.
Se puede pasar a su interior por una rampa que da a la carretera. Dentro de sus muros, el vac¨ªo y el eco. El motor de los coches que pasan por la carretera retumba con la fuerza de una tormenta. Sus entra?as de animal varado multiplican el sonido de tal forma, que es inevitable pensar en c¨®mo se escuchar¨ªa dentro el vuelo rasante de un avi¨®n. Como es inevitable mirar por sus troneras para avistar lo que un d¨ªa fue campo de batalla, hoy una dehesa tranquila a la que apenas se acercan unos cuantos curiosos en busca de las huellas de la historia.
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