El primer ¡®Madrid R¨ªo¡¯ y aquella costumbre de ba?arse en el Manzanares
De siempre el r¨ªo madrile?o acogi¨® a los ba?istas y en el siglo pasado alberg¨® ba?os y piscinas en su cauce
Unos ba?os se reservaban para Isabel II, por si a la reina se le ocurr¨ªa bajar de Palacio a refrescarse junto al Manzanares. Cerca se levantar¨ªa una escuela de nataci¨®n, con su zona para hombres y, con ¡°separaciones convenientes¡±, la de las mujeres. Aquel era un proyecto para que los potentados de la Villa disfrutaran en el modesto r¨ªo de la capital de unos ba?os de agua caliente, otros minerales y de chorros, y de un puerto para embarcarse en peque?as barcas. El establecimiento de recreo P¨®rtici?se plane¨® en torno a 1835 para ubicarlo entre el camino de El Pardo y el r¨ªo, y, a juzgar por los pleitos que se sabe acarre¨®, la obra no lleg¨® a buen puerto. Quedaron como una an¨¦cdota en un continuo af¨¢n de los madrile?os por ba?arse en los sotos y riberas de su r¨ªo.
Hubo ba?os en Migas Calientes, junto al arroyo de Cantarranas, pegados a la ermita de la Virgen del Puerto, y hay que presumirlos muy frecuentados por las gentes, porque en 1799 un visitador de la Villa se acerca a uno de aquellos establecimientos y se horroriza del da?o, hoy se dir¨ªa que medioambiental, que aquellas instalaciones causaban en los ¨¢rboles.
Algo de traj¨ªn debieron dar aquellos ba?os para que el Ayuntamiento, que permit¨ªa a propietarios, arrendatarios y colones de los lavaderos en las dos riberas pedir una licencia para construirlos, publicara en 1886 unas ordenanzas municipales?para poner orden. Se dict¨® que ten¨ªan que levantarse en forma "de caja y no de cama, empleando en aquella buenos tablones y estacas debidamente introducidas en el terreno". El consistorio impidi¨® cavar pozos a menos de 30 metros del r¨ªo, obligaba a limpiar las instalaciones a primeras horas de la ma?ana, establec¨ªa que en todo ba?o vigilar¨¢n "constantemente uno o dos ba?eros que sepan nadar", socorristas que ser¨¢n mujeres en el caso de los ba?os femeninos, y fuerza a que ning¨²n ni?o menor de 10 a?os se ba?e solo. Se prohibi¨® tambi¨¦n que entren a ellos borrachos y personas "privada[s] de raz¨®n". Y a los "tintoreros, latoneros y pellejeros" se les impidi¨® lavar sus ¨²tiles de trabajo en las zonas donde hubiera ba?os.
Hay que imaginarse caprichoso aquel r¨ªo que alternaba meses corriendo pobre en caudal, pusil¨¢nime, con la ira desbordada de sus crecidas en primavera y oto?o. En 1900 se plantea un plan para hacerlo navegable hasta el mar y ocho a?os despu¨¦s un concurso internacional propone ajardinar una isla frente a la Casa de Campo. Pero una idea y otra quedan en meros proyectos.
La que s¨ª prospera es la idea de canalizarlo. A partir de 1914 empieza a llegar hormig¨®n al cauce, que se regulariza, y se reservan 40 metros de ancho en los tramos en que el r¨ªo ba?a los puentes hist¨®ricos. ¡°Se busca as¨ª destacarlos¡±, apunta Jos¨¦ de Coca, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Polit¨¦cnica. La obra que se extendi¨® hasta 1925 y dej¨® el legado de los puentes met¨¢licos del Matadero y de San Isidro. El Manzanares se adecent¨®, pero fue perdiendo pintoresquismo conforme las lavanderas de sus m¨¢rgenes iban abandonando el oficio.
Aquella enorme empresa no fue suficiente para domar al r¨ªo levantisco. ¡°Fue una soluci¨®n ineficaz cuando las crecidas y adem¨¢s costosa de mantener, y se degrad¨® r¨¢pidamente¡±, describe De Coca.
La zona segu¨ªa dando dolores de cabeza a los regidores. "El sur de Madrid carec¨ªa de espacios libres y saneados, y la gran mayor¨ªa de sus viviendas estaban aglomeradas y resultaban antihigi¨¦nicas. Adem¨¢s, el terreno de las riberas se asentaba sobre un subsuelo h¨²medo y malsano, poco apto para edificar sobre ¨¦l", apunta Juana S¨¢nchez Gonz¨¢lez, doctora en Arquitectura, que investig¨® en su tesis una figura esencial para entender el Manzanares: la del arquitecto Gustavo Fern¨¢ndez Balbuena, a quien el Ayuntamiento le encarga en los a?os veinte un proyecto para adecentar el r¨ªo cuando ya se hab¨ªa encauzado.?
El Manzanares para los ilustrados
El corregidor Marqu¨¦s de Vadillo, a principios del siglo XVIII, acerc¨® la ciudad al r¨ªo construyendo el camino que iba al nuevo Puente de Toledo desde la ciudad. Carlos III previ¨® luego alcanzarlo con grandes avenidas que partir¨ªan de Madrid, y bajo su reinado se auspici¨® un canal para hacer el Manzanares navegable hasta Aranjuez.
La idea de aquel t¨¦cnico parece una ambiciosa predecesora de Madrid R¨ªo. Fern¨¢ndez Balbuena dibuja un gran parque lineal a lo largo de las m¨¢rgenes desde el que admirar a ese Madrid encaramado sobre su balc¨®n natural. ¡°Esta puede ser una de las primeras perspectivas que se ofrezcan al viajero que llega a la capital de Espa?a¡±, deja escrito. Desde algunos puntos de su obra se observar¨¢ ¡°la silueta caracter¨ªstica de Madrid¡±, con los a?adidos modernos del Edificio Telef¨®nica y los nuevos jardines del Parque del Oeste, y lo celebra. En 1927 presenta la memoria, aunque ya lleve trabajando en ella al menos dos a?os, para reformar una superficie de ocho kil¨®metros de largo, desde el puente de los Franceses a la confluencia del arroyo Abro?igal, y de medio kil¨®metro de ancho.
La larga franja ensartar¨ªa los parques que se encontraba a su paso. Serpentear¨ªan dos paseos, uno para cada margen, con un vial para caballos de cuatro metros de ancho bordeado por una acera para peatones. Caballos y peatones, eso era todo. Con una mentalidad verde,?Fern¨¢ndez Balbuena excluye que puedan circular tranv¨ªas, autobuses o tr¨¢fico pesado. ¡°Plantea espacios deportivos y un gran parque de atracciones que calcula visitar¨¢n de 8.000 a 10.000 visitantes al a?o¡±, detalla De Coca.?
Fern¨¢ndez Balbuena fue un ¡°adelantado a su tiempo¡± en opini¨®n de la profesora S¨¢nchez Gonz¨¢lez. ¡°Ten¨ªa una visi¨®n social. Frente a al eje norte-sur de la Castellana que era el monumental, ¨¦l quiere que el Manzanares se convierta en un eje este-oeste digno para las clases populares que habitan a sus m¨¢rgenes, y quiere dignificarlo con una zona verde llena de jardines y viales¡±. Su muerte a los 43 a?os en un accidente mar¨ªtimo priv¨® al urbanismo de una figura se?era. Y aunque su parque lineal no se ejecutase tal y como lo hab¨ªa planteado, su idea pervivi¨® en parte en los sucesivos planes para urbanizar esa amplia zona de Madrid.?
Tiempo de moreno y de piscinas
El siglo XX va dejando anticuadas las polveras que las mujeres llevaban en el bolso para blanquear el rostro. Sus trajes de ba?o con falda y bombachos dan paso al maillot. El cuerpo se descubre al sol, y el moreno que antes resultaba vulgar ahora es atractivo. En Madrid no hay mar, pero a sus pies corre un r¨ªo del que desde siglos atr¨¢s han disfrutado los madrile?os. Los a?os treinta redescubren el Manzanares, y los arquitectos, las piscinas.
"El urbanismo da respuesta al descubrimiento del cuerpo tras la Gran Guerra", afirma el catedr¨¢tico de Historia de la Arquitectura Carlos Sambricio. "Sorprende cu¨¢nto y qu¨¦ r¨¢pido asumi¨® la burgues¨ªa determinadas corrientes naturalistas", apunta.
En aquella ¨¦poca, el arquitecto madrile?o?Luis Guti¨¦rrez Soto (1900-1977) deja buena traza de modernidad art d¨¦co en su cine Callao, y racionalista, luego, en los cines Barcel¨® o Europa. En parecida l¨ªnea proyecta un balneario para el Manzanares, a la altura de la estaci¨®n de Pr¨ªncipe P¨ªo. Plantea "un volumen m¨¢s compacto y m¨¢s exento" que el del club na¨²tico de San Sebasti¨¢n, otra obra racionalista, describe Miguel ?ngel Baldellou, catedr¨¢tico em¨¦rito de Composici¨®n de la Polit¨¦cnica, que conoci¨® al autor en los a?os sesenta y ha publicado varias obras sobre ¨¦l.?"Casi podr¨ªamos hablar de un estilo club n¨¢utico, porque aquellos edificios se prestaban para dise?ar algo moderno, como moderno era que en un mismo sitio se pudieran reunir chicos y chicas", describe.
Tres piscinas ¡ªla central, cubierta y dotada de un sistema de calefacci¨®n para calentar el agua¡ª?luc¨ªa aquel edificio, un trasatl¨¢ntico varado dibujado con rectas y curvas para que navegase sobre ¨¦l la alta sociedad madrile?a el mismo a?o, 1931, en que Espa?a estrenaba su Segunda Rep¨²blica. A la oferta de ocio se suman luego las piscinas del Lago, la Florida y los Ba?os del Ni¨¢gara, iluminada con reflectores colocados bajo el agua. Pero los da?os sufridos durante al Guerra Civil en la zona, pr¨®xima al frente, y la nueva canalizaci¨®n del r¨ªo en los a?os cincuenta acabaron con la elegante Isla, derruida en 1956. Una propuesta en 2017 pidi¨® que se reconstruyese el edificio, pero no prosper¨®.
El Jarama tambi¨¦n quiso su playa
Todos los domingos sal¨ªan de Madrid "miles de almas" hacia el Jarama, "por tener un cauce superior al Manzanares". Con ese hecho en mente, los arquitectos del grupo Gatepac dise?aron en los a?os treinta un proyecto para construir embalses y elevar el nivel del agua y, en sus orillas, restaurantes, clubes de remo, playas artificales y viviendas para las clases trabajadoras. Una idea para "potenciar un espacio natural comunicado por transporte p¨²blico", apunta Carlos Sambricio.
Frente a la exclusividad de aquella instalaci¨®n, otro proyecto, en 1935, pretend¨ªa devolver el Manzanares a las clases populares. Porque Madrid s¨ª tuvo playa: la primera artificial de Espa?a abarcaba 22 hect¨¢reas justo donde conflu¨ªan el Manzanares y el arroyo del Fresno. Un embalse acumulaba agua para permitir el ba?o, aunque pronto la contaminaci¨®n hizo necesario construir piscinas. "De ah¨ª viene el nombre de carretera de la Playa", ilustra el profesor de Arquitectura Jos¨¦ Tovar. Aquella instalaci¨®n inclu¨ªa frontones y hasta una pista de patinaje. La limpieza del dise?o racionalista se vio alterada tras la Guerra Civil: como La Isla, La Playa de Madrid qued¨® muy tocada durante la contienda, y en su reconstrucci¨®n se a?adieron acabados que recordaban los remates imperiales, tan del gusto franquista, del edificio del Ministerio del Aire en Moncloa, un dise?o de un Guti¨¦rrez Soto que ya hab¨ªa dejado atr¨¢s el racionalismo.
El franquismo, omnipresente, tambi¨¦n lo fue en el ocio. En 1954 se convoca un concurso para crear un balneario popular junto al puente de San Fernando y cerca de la Playa de Madrid. Pronto se apod¨® aquel Parque Sindical (hoy Parque Deportivo Puerta de Hierro) como "el charco del obrero". La obra volv¨ªa a recurrir al embalsamiento del r¨ªo y pretend¨ªa crear una playa para 5.000 usuarios. Pero aquellas instalaciones no disuadieron a los madrile?os de seguir ba?¨¢ndose libremente en las aguas del r¨ªo, sobre todo en zonas no urbanizadas, pero no solo. Hasta hace unas d¨¦cadas los viajeros de los trenes que cruzan el Puente de los Franceses pod¨ªan mirar abajo y ver a decenas de madrile?os chapotear en el agua de un r¨ªo menesteroso, pero suyo.?
Un r¨ªo ridiculizado y festivo
"Humilde corriente" la de un r¨ªo ridiculizado por Tirso de Molina por "enano", el mismo feo que le hizo G¨®ngora, y "cuyas corrientes est¨¢n tan sin carne que parece esqueleto de cristal" (Salvador Jacinto Polo de Medina), un mero "arroyo aprendiz de r¨ªo", con "dos charcos por muletas" (Quevedo), cuya gran virtud era ser "navegable a caballo y en coche por espacio de cuatro o cinco meses" (un embajador alem¨¢n, Juan de Rhebiner). Luego, inmundo basurero: "R¨ªo tr¨¢gico, siniestro, maloliente; r¨ªo negro que lleva detritos de alcantarillas, fetos y gatos muertos", dice de ¨¦l P¨ªo Baroja.
Se rieran de su poco caudal o luego de su suciedad, los madrile?os no le hac¨ªan feos a ba?arse en sus aguas. En la noche de San Juan acud¨ªan al puente de Segovia "gentes del populacho, tanto hombres como mujeres", para lavarse "entremezclados" y "con poco recato", relata el cardenal Francesco Barberini en 1626. En julio, y tambi¨¦n de noche, en los ba?os del Manzanares se reun¨ªan "los Adanes y las Evas de la Corte", describe Luis V¨¦lez de Guevara en El Diablo Cojuelo (1641). Aquel r¨ªo era frecuentado por??"lindas madrile?as, que acud¨ªan all¨ª a refrescar sus carnes de n¨¢car" (Jos¨¦ Deleito) y, aunque "pobre de agua", es?"riqu¨ªsimo de mujeres"?(Fulvio Testi, poeta italiano, en tiempos de Felipe IV). Tan exiguo es su caudal, que dice Quevedo, dando voz al Manzanares: "Se me mueren de sed las ranas y los mosquitos". De nuevo Quevedo asegura que en el cauce se ve¨ªan "en verano y en est¨ªo, las viejas en cueros muertos, las mozas en cueros vivos".
Este reportaje pertenece a la serie ?rase una vez Madrid, que divulga a aspectos poco conocidos del pasado de la ciudad y que se publican semanalmente a lo largo del verano. Puede leer aqu¨ª los reportajes ya publicados:?Las otras 'Gran V¨ªa' que no pudieron ser, La primera plaza de Espa?a de la que solo se salv¨® Cervantes, Una enorme calle para un ¡®Escorial¡¯ laico y republicano,?De la pol¨¦mica Almudena a un ¡®San Pedro¡¯ futurista para Madrid?y El calendario de las fiestas perdidas de Madrid.?Tambi¨¦n,?ver las fotogaler¨ªas que los acompa?an:?As¨ª ser¨ªa el Madrid del futuro, Tres siglos de la plaza de Espa?a de un vistazo, La Castellana naci¨® de una fuente y una casa de campo,?Las catedrales que pudo tener Madrid?y?Una 'torre infiel' para las fiestas de Lavapi¨¦s.
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