En el vientre de la bestia. Donald Trump en el Madison Square Garden
El liberalismo prefiere seguir creyendo que el candidato republicano es un desliz o una anomal¨ªa, y no lo que resulta evidente, que Trump es el sistema, uno de los resultados m¨¢s probables del experimento estadounidense
Scott Lobaido rasga la bandera gringa que ha pintado para 20.000 exultantes personas en la arena del Madison Square Garden y del fondo del lienzo, como si viniera de una tierra inh¨®spita o tal vez del coraz¨®n de la patria, emerge Donald Trump con el Empire State en brazos. Parece haberlo rescatado de alguna parte y traerlo de vuelta a su lugar.
Lobaido es un artista de Staten Island, en el sur de la ciudad de Nueva York, que ha pintado innumerables veces a su l¨ªder pol¨ªtico y tambi¨¦n la bandera de su pa¨ªs. Nada indica que a estas alturas aspire o le haga falta pintar otra cosa. Con la ayuda del tenor Daniel Rodr¨ªguez, cuya vibrante versi¨®n de America the Beautiful irrumpe en los parlantes del estadio y enardece todav¨ªa m¨¢s a los presentes, Lobaido ha asistido a su consagraci¨®n a los 59 a?os.
Es domingo 27 de octubre y faltan apenas nueve d¨ªas para que Estados Unidos elija a su cuadrag¨¦simo s¨¦ptimo presidente en una carrera que ahora mismo parece trabada en un empate t¨¦cnico. La candidata dem¨®crata Kamala Harris se ha ido a Filadelfia, dado el car¨¢cter hist¨®rico de la ciudad, pero sobre todo porque el estado de Pensilvania resulta crucial en las aspiraciones de triunfo de ambos contendientes. Donald Trump, el l¨ªder republicano, ha venido a Nueva York y ha programado su evento en el Madison Square Garden, la arena de los m¨¢s publicitados conciertos, las m¨¢s electrizantes peleas de boxeo y la casa de los Knicks y los Rangers, equipos de basket y hockey sobre hielo de la ciudad.
Su decisi¨®n ha desconcertado en buena medida a los analistas de mesa, pues Nueva York es un Estado dem¨®crata en el que Trump no va a vencer, no tiene supuestamente nada que hacer aqu¨ª, donde en mayo ¨²ltimo fue hallado culpable de 34 cargos judiciales. Pero, al fin y al cabo, Trump es neoyorkino, por m¨¢s que los neoyorkinos quieran deshacerse de ¨¦l. Su equipo sabe que no van a ganar el Estado, pero s¨ª pueden generar considerables efectos simb¨®licos en una recta final normalmente caracterizada por su indiscutido, fren¨¦tico pragmatismo. Esos golpes de tim¨®n son los que han convertido a Trump en la figura pol¨ªtica que es.
Nueva York es su hogar y, a pesar de que su hogar lo rechaza, no tiene por qu¨¦ huir de ¨¦l. Viene a levantar el pu?o y a dar pelea, que es lo que pidi¨® a sus seguidores que hicieran despu¨¦s de que en julio pasado una bala rozase su oreja derecha en un intento de asesinato, mientras efectuaba otro mitin en Butler, Pensilvania. Adem¨¢s, un mitin en Nueva York nunca es un mitin en Nueva York. Es un evento con resonancias en todos los rincones del pa¨ªs, tambi¨¦n en aquellos Estados que van a definir las elecciones. La jugada es astuta, en cierto sentido impredecible, y transmite la idea de que Trump no est¨¢ desesperado por el triunfo, que puede avanzar a un ritmo distinto y tomarse ciertas licencias.
En 2016, cuando Trump gan¨® sorpresivamente las elecciones presidenciales con una insolencia y desfachatez impropias de los c¨®digos formales de la democracia estadounidense, su persona fue catalogada como una figura bananera. Se trataba de un desliz o una anomal¨ªa del sistema. Ocho a?os despu¨¦s, cuando no hay en Trump nada bananero, sino todo estadounidense, a menos que sus compatriotas est¨¦n dispuestos a admitir que frecuentemente lo bananero y lo estadounidense son lo mismo, el liberalismo prefiere seguir creyendo que Trump es un desliz o una anomal¨ªa, y no lo que resulta evidente, que Trump es el sistema, uno de los resultados m¨¢s probables del experimento gringo, algo tan constitutivo de la naci¨®n norteamericana como lo es el supremacismo y la certeza mesi¨¢nica de la excepci¨®n.
Cada lunes a las nueve de la noche sintonizo el show estelar de Rachel Maddow en MSNBC, y aunque no leo The New Yorker desde ning¨²n apartamento de la Quinta Avenida o el Soho, s¨ª lo hago desde mi renta en Prospect Park South, y a¨²n no he encontrado ni en la televisi¨®n ni en las revistas de la conciencia dem¨®crata una l¨ªnea o un juicio sobre Trump que no sea admonitorio o que no se dedique a reprenderlo o a exponerlo como un farsante desde cierta suficiencia y distancia moral, lo que ha catapultado su imagen una y otra vez. Inspira incluso cierta compasi¨®n el candor con que los medios de prensa tradicionales se llevan las manos a la cabeza cuando ven que las denuncias de sus mentiras surten escaso o ning¨²n efecto en su contra, m¨¢s bien lo opuesto.
Uno puede decir que Estados Unidos, asumiendo que Estados Unidos son sus instituciones, a¨²n no ha entendido a Trump, o lo han entendido muy bien y simplemente no est¨¢n en condiciones de detenerlo, pues hacerlo implicar¨ªa detenerse a s¨ª mismos, una reforma pol¨ªtica que probablemente ya se encuentre fuera de las posibilidades hist¨®ricas de este pa¨ªs, cuya existencia en definitiva es casi un milagro. El vigor econ¨®mico, su fuerza multicultural y el empuje racionalista han mantenido en pie un proyecto nacional tambi¨¦n constituido y agrietado por un feroz segregacionismo y el fundamentalismo religioso de decenas de ramas protestantes menos cristianas que gn¨®sticas, ya que solo el gnosticismo pudo permitirles inventar un alma propia y arrancar de cero en estas tierras, como suelen creer que sucedi¨®.
***
Al filo del mediod¨ªa cuasi invernal, avanzamos amontonados, a paso de hormiga, hacia las entradas habilitadas del Garden. Cada miembro del tumulto teme quedarse afuera de la instalaci¨®n. El evento no arranca hasta las dos y treinta de la tarde y todav¨ªa restan un par de horas de fila. Dos se?oras menudas de ascendencia asi¨¢tica cargan con banderas trumpistas y de sus cuellos cuelgan carteles que llaman a su l¨ªder un elegido de Dios y alguien que pelea contra el mal. Un se?or blanco ondea una pancarta con Biden sostenido como una marioneta por Kamala Harris y Bernie Sanders. Una mujer afroamericana del Bronx, extrovertida y elocuente, quiere que bajen los impuestos y odia tener que decirlo, pero lo dice: ¡°Los haitianos s¨ª est¨¢n comiendo gatos en Springfield¡±. Unas mujeres ucranias de lentes extravagantes sonr¨ªen y asienten. Una familia china reparte octavillas que explican de modo did¨¢ctico los horrores padecidos por su pueblo bajo el r¨¦gimen de Mao. A cada tanto la espera adormece los ¨¢nimos y alg¨²n entusiasta arenga al grupo con consignas: ¡°?Fight!¡± ¡°?Fight!¡± ¡°?Fight!¡±. Un chico jud¨ªo no tiene m¨¢s remedio que tapar su kip¨¢ con una gorra roja MAGA (Make America Great Again).
A mi lado hay un c¨ªrculo de j¨®venes que acaban de conocerse. Van a votar ahora por primera vez y cualquiera puede percibir que la emoci¨®n los desborda. Son cinco, est¨¢n orgullosos de haber venido hasta aqu¨ª. Miran los edificios alrededor, sus techos y azoteas, intentan localizar algunos francotiradores que los resguarden. Hay dos inmuebles residenciales, un Starbucks, un restaurante indio de pollo frito, la oficina de una empresa de telecomunicaciones. Les parece una locura y una irresponsabilidad de la organizaci¨®n haberlos encerrado en esta calle estrecha, rodeados de tantas ventanas, pero la verdad es que yo no conozco otro modo de acceder al Madison Square Garden, ni ninguna calle de Manhattan que no sea estrecha o est¨¦ rodeada de ventanas. Uno de ellos teme que le disparen tal como le hicieron a su ¨ªdolo.
Un hombre alto habla de varios temas con un amigo en tono modulado, cauto, en medio del gent¨ªo, y llega a inspirarme respeto por la convicci¨®n con que expresa sus ideas y la disciplina espiritual que evidentemente lo acompa?a. Entonces se acerca poco a poco a lo que a m¨ª me parece es el n¨²cleo duro de la vida del hombre blanco norteamericano de clase media. ?C¨®mo organizar la experiencia pragm¨¢tica de la competencia y el estatus dentro de la idea de Dios, c¨®mo funciona el recurso interior de la creencia que, en cualquiera de sus variantes b¨ªblicas, pr¨¢cticamente todos ellos profesan? Despu¨¦s de algunas vueltas, el se?or llega a la definici¨®n del dinero como energ¨ªa. Ya la soledad no puede leerse como alienaci¨®n ni el dinero como fetiche. La soledad es plenitud religiosa y el dinero, m¨¢s all¨¢ de todas las transacciones, es un veh¨ªculo o una convenci¨®n de lo divino.
Intento seguirlo, pero una vez cruzamos el cerco y entramos al Garden, el tumulto lo diluye. La lista de los oradores es larga, casi treinta, y el mitin no va a acabar hasta la noche. Lo que sucede, y al parecer siempre funciona de ese modo, sea en un plazo de seis horas o diez a?os, es que la masa se cierra, se compacta, entra en su misi¨®n vital, cada quien sube la parada y autoriza al colega a la liberaci¨®n de un nuevo insulto, como una subasta que se paga con calumnias. Es un juego adictivo cargado de adrenalina. Yo dir¨ªa que se trata de un asunto de termodin¨¢mica, de fricciones.
Ninguna promesa o sentencia, ni la burla a los dem¨®cratas, ni la reducci¨®n de impuestos, ni el llamado a hacer historia, ni el deber con la patria, ni la reconducci¨®n de la econom¨ªa, despiertan en el Madison Square Garden las pasiones que despiertan el odio a los migrantes y el af¨¢n de exterminio del pueblo palestino. Hay chiflidos, golpes en los asientos, choques de manos, palmadas en los hombros.
En ocasiones todo parece un sketch, pero no lo es, porque lo que Trump ha revelado de la sociedad norteamericana es algo que el pacto bipartidista manten¨ªa bajo siete llaves y que ahora, expuesto, les averg¨¹enza profundamente. La parodia no viene de una deformaci¨®n de los gestos, sino que la parodia y la astracanada son una representaci¨®n realista del orden del consumo y la acumulaci¨®n, tr¨¢tese de las aspiraciones del peque?o propietario o de las ambiciones del multimillonario, como puede verse en Succession. En ese sentido, Trump, sobre todo, los ruboriza.
Cuando Sid Rosenberg emerge del t¨²nel, saluda a la gente como si ¨¦l mismo fuera la estrella del lugar, como si todo ese p¨²blico estuviese all¨ª por ¨¦l, y a medida que el show transcurre, su comportamiento va a volverse una tendencia, aunque nadie llegar¨¢ tan lejos como la abogada Alina Habba, que baila y se mueve al ritmo de un tema pop y que en la tribuna parece m¨¢s bien la actriz que interpreta a una abogada que en la vida real se llama Alina Habba. La percepci¨®n del pintor Lobaido se generaliza, todos est¨¢n en la cima del mundo, salvo los que provienen del mundo del espect¨¢culo televisivo, la familia Trump o los que tienen demasiado dinero en un escenario donde no hay nadie que no tenga ya demasiado dinero.
David Rem, un supuesto amigo de Trump de la infancia, saca un crucifijo durante su alocuci¨®n y exorciza el estadio. Llama a Kamala Harris el Anticristo y se estremece al borde las l¨¢grimas. Robert Kennedy Jr., que corri¨® para estas elecciones como presidente y que lastimosamente ya no parece saber ni qui¨¦n es, dice con su voz gangosa que apoya la candidatura republicana porque desde ah¨ª va a poder combatir las enfermedades cr¨®nicas y proteger el deporte femenino, socavado por la presencia de hombres que compiten como mujeres. Hulk Hogan, que es una exageraci¨®n de la exageraci¨®n que Trump ya es, rompe su camiseta y ruge como en cualquier competencia de wrestling. Pero no son ellos los que articulan la m¨¢quina de guerra. Es Giuliani, cuando dice que los palestinos quieren matar a los beb¨¦s estadounidenses de dos a?os, o el magnate Howard Lutnick, quiz¨¢ el m¨¢s supremacista de todos los presentes, en una velada en la que el asesor Stephen Miller lleg¨® a decir que ¡°Am¨¦rica es para los americanos y solo para los americanos¡±.
La prensa ha establecido los paralelismos correspondientes con el mitin nazi que en febrero de 1939 una organizaci¨®n llamada German American Bund celebrara tambi¨¦n en el Madison Square Garden, aunque en ese entonces el recinto estaba ubicado en la Octava Avenida entre las calles 49 y 50. Isadore Greenbaum, un fontanero jud¨ªo de 26 a?os que luego combatiera en la Segunda Guerra Mundial como miembro de la Marina, intent¨® llegar a la tribuna y arrebatarle el micr¨®fono a Fritz Kuhn, l¨ªder de aquella organizaci¨®n, pero antes fue interceptado por la turba y golpeado con sa?a hasta que la polic¨ªa lo rescat¨®.
Donald Trump es, en efecto, un hombre megal¨®mano, xen¨®fobo y racista. Es tambi¨¦n un prototirano que hasta cierto punto solo la solidez de las instituciones pol¨ªticas estadounidenses han logrado frenar. Miente continuamente, pero ¨¦l no es una mentira. Sus palabras no son verdad, pero ¨¦l, como palabra o como signo, s¨ª lo es. El ego de Trump no puede separarse del ego nacional, no es distinto de ¨¦l. Mientras m¨¢s pasa el tiempo, menos puede verse a Trump como una persona. Es una especie de medium o un vac¨ªo alrededor del cual se articulan una serie de fuerzas abstractas, muchas veces contradictorias entre s¨ª.
La polivalencia de su imagen lo ha vuelto m¨¢s resistente que lo que cualquiera habr¨ªa supuesto. Es una criatura ins¨®lita, un golem blanco que recoge en s¨ª cada variante disponible del sujeto yanqui moderno. En ¨¦l desembocan el Sur desquiciado y racista y el Norte industrial, el Este de los padres fundadores, el Oeste inh¨®spito e inabarcable, la industria del entretenimiento de las costas atl¨¢nticas y pac¨ªficas, el Mid West de haciendas y cowboys, las ¨¦lites financieras y el white trash fabril que el mundo posfordista tirara a la basura. Trump tiene fieles dependientes de cada una de estas econom¨ªas. No se me ocurre ninguna otra persona en el pa¨ªs, y probablemente no la haya, que pueda organizar un evento conservador de tal magnitud en el coraz¨®n de Manhattan, desajustar lo que se encuentra celosamente compartimentado.
Hay alrededor del mundo muchas secuelas de su esquema, muchas copias. Cada una de ellas tiene su pintor Lobaido, su magnate Musk, su comediante Hinchcliffe, su abogada Habba. Son un producto est¨¢ndar, con sucursales nacionales autogestionadas. La publicidad impuso finalmente un eslogan como la figura pol¨ªtica m¨¢s relevante de Occidente y el magnate inmobiliario se convirti¨® en el profeta crepuscular del neoliberalismo. El mundo tecn¨®crata y financiero se ha mezclado con la sed milenarista gringa y Trump y su carisma, casi accidentalmente, han instituido no un movimiento pol¨ªtico, sino una secta de la fe.
Ha deformado un partido para abrirle paso a una congregaci¨®n, el culto nativista MAGA. A¨²n no cuentan con escritura sagrada o prop¨®sito ulterior plenamente suyos, pero pueden llegar a tenerlo. Quiz¨¢ este no sea m¨¢s que otro cap¨ªtulo fundamentalista en la historia pol¨ªtico-religiosa norteamericana, ?pero cu¨¢ntos cap¨ªtulos as¨ª puede permitirse un pa¨ªs, por m¨¢s poderoso que sea? Ver a la mitad de la naci¨®n intentando aniquilar a Donald Trump es como ver a un cuerpo queriendo deshacerse de su sombra. Y triunfe o fracase en las pr¨®ximas elecciones, Trump va a permanecer, porque habiendo vencido sobre todo los dem¨¢s, Estados Unidos a¨²n no sabe c¨®mo derrotarse.
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