El ¨²ltimo d¨ªa en la vida de un bar
El restaurante cubano m¨¢s popular de Nueva York de los ¨²ltimos a?os, Mi Salsa Kitchen, muri¨® cuando m¨¢s vivo estaba. Era, ante todo, un espacio para la m¨²sica, pero no fue rentable
El bar finalmente cerr¨®. Ya han descolgado del techo las 13 l¨¢mparas de vitral. Han amontonado las 26 sillas de espaldar rojo y las 14 mesas de madera. Han empacado en cajas de cart¨®n los cubiertos de metal, los platos de porcelana blanca y las cantinas de frijol negro. De la oficina, han descolgado la foto de Juan Carlos Formell, un gesto que pondr¨ªa fin al luto por la muerte del bajista, que se desplom¨® hace poco en el escenario del Lehman Center durante un concierto de la orquesta Los Van Van; han desatornillado los cuadros de la pared, y un cartel que dice: E. Houston St, 1st Ave; han desmantelado la cocina, empacado la comida sobrante y contabilizado toda la bebida que no se bebi¨® ni la ¨²ltima noche, ni la anterior, ni el resto en la vida de Mi Salsa Kitchen: dos botellas de Patr¨®n A?ejo, una de Don Julio 1942, tres de Cazadores Blancos, varias cajas de Bacard¨ª, dos de Vermut extra dry, seis de Christian Brothers y la misma cantidad del vodka de la casa.
Todo ser¨¢ trasladado a un storage (almac¨¦n) del Bronx, esos cementerios del neoliberalismo destinados a la acumulaci¨®n de objetos que un d¨ªa sirvieron a alguien hasta que no sirvieron m¨¢s, y que permanecen con la promesa de ser usados de nuevo. Hoy se ha trabajado mucho, los amigos han pasado a ayudar. Los ¨¢nimos se notan ca¨ªdos. Suena de fondo una salsa boricua, digamos que Richie Ray y Bobby Cruz. Gustavo Mart¨ªnez, el mesero venezolano que hasta ayer abr¨ªa el lugar en sus turnos de once de la ma?ana a seis de la tarde, entra apurado a buscar la ¨²ltima propina de su ¨²ltima jornada laboral. Un llanto ahogado le llega de pronto: ¡°Me da dolor ver esto¡±, dice, y limpia sus espejuelos de pasta negra. ¡°Aqu¨ª no estaba trabajando en un restaurante, estaba trabajando con la familia¡±.
Luego sale por la puerta principal y se pierde entre la multitud del bajo Manhattan. Es lunes 27 de noviembre. Los neoyorquinos se recuperan del fin de semana de Thanksgiving. Se divisa en la acera de enfrente a unas j¨®venes con la bandera de Palestina, alguien que pasea un perro que no es suyo y los carteles fluorescentes que anuncian pizzas de 99 centavos que nunca cuestan 99 centavos sino m¨¢s. Al siguiente d¨ªa, Maritza Rodr¨ªguez y Ernesto Lago, los due?os de Mi Salsa Kitchen, el bar/restaurante cubano m¨¢s popular de Nueva York de los ¨²ltimos dos a?os, entregar¨¢n las llaves del local ubicado justo en la esquina de las calles Allen y Houston. El lugar, que est¨¢ muriendo cuando m¨¢s vivo est¨¢, no fue rentable. Se comenta que lo convertir¨¢n en un restaurante chino, uno m¨¢s en la lista de los 3,175 restaurantes chinos de Nueva York. Se ha o¨ªdo decir que se inaugurar¨¢ una hamburgueser¨ªa, una m¨¢s en la lista de los 17,253 negocios de hamburguesas de la ciudad. Nadie sabe con certeza lo que va a pasar.
***
El d¨ªa anterior, Maritza llega sobre las cinco de la tarde, una tarde de domingo que m¨¢s bien es una noche a la entrada del invierno neoyorquino. La ropa que viste no muestra se?al alguna del invierno. Lleva un vestido largo de flores rosas y tenis c¨®modos y unos aretes rosa. Mientras Ana envuelve los cubiertos y Camila recibe alg¨²n pedido, Maritza se sienta a comer una orden de tacos. Ana y Camila son dos meseras jovenc¨ªsimas que llegaron de Cuba hace poco m¨¢s de un a?o y trabajan en el bar. La primera es curadora de arte, la segunda, artista. Se vieron involucradas en la lucha pol¨ªtica contra el r¨¦gimen de La Habana y luego fueron desterradas. Maritza dice que es el tipo de gente que emplean: amigos, personas recomendadas o disidentes.
¡°No son los que mejor trabajan, pero no me importa¡±, dice mientras devora el segundo de los tacos.
Desde la puerta principal alguien saluda a Maritza alzando la mano. Maritza le devuelve el saludo de igual forma. Maritza tiene 51 a?os, se enamor¨® de Ernesto hace 15. Antes trabaj¨® en Amor Cubano, un restaurante ubicado en el coraz¨®n de Harlem. Es coqueta. Sonr¨ªe con frecuencia y cree que todo due?o de un bar tiene que ser emp¨¢tico y hacer que el cliente sea fiel. Otras veces, no pocas, ha tenido que mostrar car¨¢cter cuando alguien pasa tiempo en el bar sin consumir. ¡°Hay gente que viene y quiere pararse a o¨ªr m¨²sica gratis¡±, dice. ¡°Yo les he dicho que esto no es un parque, esto hay que pagarlo¡±. Es lo que Maritza considerar¨ªa un mal cliente. Por el contrario, uno bueno es aquel que no solo consume, sino que sabe disfrutar del lugar.
Por ahora la m¨²sica, una pista de la Charanga Habanera, se mantiene baja. El bar no est¨¢ lleno, pero no faltan clientes en las mesas. Clientes de todo tipo: cubanos en su mayor¨ªa, pero tambi¨¦n otros latinos, gringos y turistas de paso. Todo anuncia que se va a abarrotar. A un costado est¨¢ una se?ora de m¨¢s de 70 a?os con su perra en un coche peque?o. La se?ora profesa un profundo desprecio por las dem¨¢s personas. ¡°No me interesa la gente¡±, ha dicho. Tiene una cotorra de 36 a?os. La se?ora, de cejas pobladas y u?as de acr¨ªlico largu¨ªsimo, no habla con cualquiera. Si le caes m¨ªnimamente bien, podr¨ªa recomendarte vitamina D3 para los cuidados de la piel, o recitar la lista de los mejores cirujanos pl¨¢sticos de la ciudad. La se?ora es asidua al bar. De momento, entra un se?or, asiduo y cubano como ella. La se?ora lo mira y arquea una ceja:
¡°Por gente como esa es que el bar est¨¢ cerrando. No gastan dinero¡±.
La se?ora lleg¨® de Cuba en los sesenta. No tiene familia ac¨¢. Tampoco la necesita. Vive a unas pocas cuadras del bar. Cada cierto tiempo se va de viaje con su perra. Algunos de esos viajes son a Miami, donde tiene una casa que no piensa habitar mientras tenga fuerzas para vivir en Nueva York.
¡°Miami te hace sentir vieja. En Nueva York mira c¨®mo me mantengo¡±.
Carmelo, el ayudante de cocina mexicano de unos 60 a?os, sube y baja una escalera del s¨®tano al bar constantemente, reponiendo todo lo que el tiempo y las personas van devorando. Ernesto, de 47 a?os, permanece en la cocina. No quer¨ªa venir hoy, me dicen, pero c¨®mo no iba a hacerlo. Es la ¨²ltima noche. Suena una campana y Ana entiende que la orden de alg¨²n cliente est¨¢ lista. Todos saben que ser¨¢ el ¨²ltimo picadillo a la habanera, los ¨²ltimos tacos de carne y chipotle, las ¨²ltimas masas de cerdo, los ¨²ltimos frijoles negros y los ¨²ltimos tostones rellenos. Lo saben los empleados y lo saben los clientes, que van llegando cada vez m¨¢s, como si no fuera un domingo de rumba sino de misa.
Son cerca de las siete de la noche. Un cliente cincuent¨®n se acerca a la barra y no habla, pero con un gesto anuncia que va a comer. Maritza, que ya ha terminado sus tacos y ahora atiende a los que llegan, agarra el gesto y lo interpreta, con la complicidad de dos jugadores en un terreno de b¨¦isbol. ¡°?Congr¨ª y masas?¡±, le pregunta al cliente. El cliente asiente.
Las masas de cerdo son, probablemente, el plato m¨¢s exitoso del lugar. Lo dice Alfredo Junco, cocinero desde sus comienzos. Junco, quien m¨¢s de una vez dej¨® los fogones para saltar a la pista de baile, cree que el secreto de la comida en Mi Salsa Kitchen siempre estuvo en las texturas y los sabores, y en la libertad que le dio Ernesto para crear. ¡°No es cocinar y ya, es ir investigando y encontrar los gustos de la gente¡±.
Ernesto decidi¨® abrir el bar en febrero de 2020, cuando Nueva York devino el epicentro de la pandemia de coronavirus, y a un mismo tiempo cerraban sus puertas m¨¢s de 80.000 restaurantes y perd¨ªan sus empleos m¨¢s de 200.000 personas. ¡°Fue un buen deal [negocio]¡±, dice Maritza. ¡°Un momento en que te daban la renta baja. Ten¨ªamos miedo, pero est¨¢bamos convencidos de que iba a ser un ¨¦xito¡±.
La experiencia, la m¨²sica y la comida que pod¨ªan ofrecer les hizo pensar que iban a triunfar entre los varios restaurantes cubanos de la ciudad. Ernesto contrat¨® a un chef para elaborar el men¨², pero con la condici¨®n de que las masas fueran hechas estrictamente bajo la receta de su madre y su suegra. El largo men¨² lo integran platos tradicionales cubanos como la yuca frita, croquetas, lech¨®n asado o congr¨ª, con precios de hasta m¨¢s de 25 d¨®lares. A algunos les parece demasiado caro. A otros les parece justo. Maritza dice que no les qued¨® otra opci¨®n: ¡°La comida cubana en esta ciudad es p¨¦sima. Nosotros tratamos de que fuera como la comida de la casa. Pero los precios, desgraciadamente, tienen que ser altos. Estamos en Nueva York¡±.
El men¨² tiene, adem¨¢s, una lista de platos que nada tienen que ver con la comida cubana y que demuestran que, efectivamente, estamos en Nueva York: los tacos de pollo o carne asada, las quesadillas de camarones, los burritos de chorizo, el guacamole y el pico de gallo, y las deliciosas salsas verde y roja que prepara Doris, una mexicana que cocina como los dioses la comida que todos buscan en Nueva York, r¨¢pida y ligera, en un sitio donde todos aparentan todo el tiempo que el tiempo no les alcanza.
¡°Fuimos cambiando el men¨², porque empez¨® a venir gente que no era s¨®lo de la comunidad cubana, y nos interesaba atrapar a otras comunidades¡±, dice Maritza, que ahora mide la cantidad exacta de ron blanco, zumo de lim¨®n, agua gaseada, hielo y yerbabuena. Es un mojito lo que le han ordenado.
La primera idea de Ernesto, que ten¨ªa la experiencia como m¨¢nager del restaurante cubano Guantanamera, el de tapas Lizarran, o la taquer¨ªa Cascabel, no era inaugurar un restaurante, sino un lugar de comida cubana para llevar. Los neoyorquinos aman comer fuera y el pasado a?o cada hogar gast¨® 4.004 d¨®lares en comida fuera de casa, justo el 37,6% de sus ingresos. Pero la idea de Ernesto no result¨® y lo hicieron un restaurante. Cuando se dieron cuenta de que en esa zona del Lower East Side la gente com¨ªa menos y se divert¨ªa m¨¢s, creyeron que era ideal para un bar, y lo convirtieron en bar. Desde entonces han despachado incontables copas de Old Cuban Mojito, de margaritas, de vino tempranillo, shots de tequila Cazamigos, vasos de vodka Tito y, c¨®mo iban a faltar, las muchas cervezas Corona, Modelo, Peroni o Brooklyn IPA. A los neoyorquinos les encanta la cerveza, y se beben $830 por a?o, casi el doble del promedio nacional.
Yuri Herrera, un chef peruano que trabaja en la cocina de un hotel a dos cuadras de Mi Salsa Kitchen, conoci¨® el lugar buscando una cerveza para tomar. ¡°Era domingo y me dije: ¡®Voy a comprar cervezas para explorar el barrio¡±. Hab¨ªa llegado a la ciudad hac¨ªa muy poco, y entr¨® en la tienda de al lado. Oy¨® la m¨²sica. Era salsa. ¡°Desde ese d¨ªa me hice amigo de Maritza y Ernesto. La pregunta que nos sale a todos ahora que va a cerrar es: ?Y qu¨¦ vamos a hacer?¡±
Las noches de verano son las noches en que m¨¢s cerveza se vende en Mi Salsa Kitchen. Esas son las mejores noches. La vez que menos ha vendido el bar fue una en que contaron poco m¨¢s de 100 d¨®lares, y la vez que m¨¢s han vendido hicieron poco m¨¢s de 5.300. ¡°Eso es bueno, pero tampoco es excelente¡±, dice Maritza. Ernesto piensa que si siempre hubiesen vendido esa cantidad, hoy no estar¨ªan cerrando.
El bar es un bar distinto cada d¨ªa de la semana. Los lunes, el bar no abre. Un lugar muerto. Los martes, un sitio tranquilo, con clientes en su mayor¨ªa gringos. Los mi¨¦rcoles, un d¨ªa tremendo, para algunos el mejor de los d¨ªas, el d¨ªa de la rumba cubana, tocada por cubanos, y colombianos, y dominicanos, y chilenos, y que re¨²ne a la variada di¨¢spora latina de Nueva York. La rumba, el ritmo de los dioses negros en la tierra, que trajeron los primeros cubanos al Central Park, y que se ha infiltrado en la vida pagana de Nueva York como no la hecho en Miami, ciudad del Sol y del largo exilio cubano. Los jueves cuenta como un mal d¨ªa, de pocos clientes que se contonean con la m¨²sica del grupo de cumbia colombiana Los Mochuelos, o del cubano Danny Rojo, o las descargas de Juan Carlos Formell y Danae Blanco.
¡°Fueron muchos momentos lindos¡±, dice Blanco, que empez¨® a cantar en Mi Salsa Kitchen desde sus inicios. ¡°Hay algunos sitios donde se puede hacer m¨²sica cubana, pero no puramente m¨²sica cubana como en este¡±.
Algunos cubanos, sobre todos los cubanos de m¨¢s de 50 a?os que viven en la ciudad de Nueva York, coinciden en que el viernes es el m¨¢s especial de los d¨ªas. Cada viernes a las nueve de la noche, bajo la luz tenue de Mi Salsa Kitchen, estalla la voz de Xiomara Laugart, una de las voces femeninas m¨¢s importantes de Cuba. Todos quieren ver a Laugart. Todos creen que, en ciertos momentos, estar en Nueva York es como estar en La Habana. No pocas veces se oy¨® a alguien decir que estar en Mi Salsa Kitchen era como estar en Cuba. Lo que les recuerda a La Habana no es precisamente un parecido f¨ªsico, no son sus paredes amarillas, sus ventanales de marco azul o sus malangas colgantes, sino un sentimiento, la otra idea de un pa¨ªs, el abrazo com¨²n del exilio, otra dimensi¨®n de la semejanza. Para los cubanos, los viernes eran los d¨ªas de encontrarse con Laugart, y para Laugart los viernes eran los d¨ªas de encontrarse con los cubanos de Nueva York.
¡°Era lo mejor de todos los viernes, c¨®mo te recib¨ªa la gente¡±, dice la cantante. ¡°Todos ten¨ªamos la necesidad de sentirnos en casa. Cantar en Mi Salsa Kitchen era como estar en La Habana, con mi clave, mi hijo al piano, la gente bailando, haciendo coro, como si estuvi¨¦ramos en el centro de La Habana¡±.
Los s¨¢bados es el d¨ªa de la agrupaci¨®n Los tres del solar. Luego de cada funci¨®n, el Dj Yongolailan se apodera del set, con una mezcla de los m¨¢s antol¨®gicos temas de Van Van, los hits de verano de Bad Bunny, los merengues m¨¢s sabrosos de Juan Luis Guerra, alg¨²n reguet¨®n cubano de ¨²ltimo turno, y las m¨¢s emblem¨¢ticas pistas de H¨¦ctor Lavoe. Todos coinciden en que Mi Salsa Kitchen ha sido, ante todo, un espacio para la m¨²sica. Una noche de rumba pas¨® el uruguayo Jorge Drexler y agarr¨® el micr¨®fono y cant¨® a coro con los rumberos. Otra noche memorable cant¨® Diego el Cigala. Una vez, el cantautor Descemer Bueno explot¨® el sitio de gente que coreaba su hit Bailando. Estuvieron all¨ª la rapera Telmary, el rapero El B, el salsero Alexander Abreu, y varios de los integrantes de Van Van o de la agrupaci¨®n Los Mu?equitos de Matanzas.
¡°Estar en esta esquina es muy importante para m¨ª¡±, dijo en una ocasi¨®n B¨¢rbaro Ramos, primer bailar¨ªn de Los Mu?equitos de Matanzas, cuando visit¨® el lugar en su viaje n¨²mero 13 a Nueva York. ¡°El ambiente es el de Cuba, y la rumba, es que yo amo la rumba¡±.
Los domingos son los d¨ªas del Tr¨ªo Guataca. Pero hoy es domingo 26 de noviembre y un cartel anuncia que no se tocar¨¢ son cubano, sino que tendr¨¢ lugar la ¨²ltima rumba en Mi Salsa Kitchen. Lo han difundido en redes sociales y grupos de Whatsapp. El cartel tiene la foto del maestro rumbero Rom¨¢n D¨ªaz, una leyenda del percusionismo y exintegrante de la agrupaci¨®n Yoruba Andabo. Desde hace d¨ªas se comenta que el restaurante va a cerrar. Nadie se lo cree. La gente se pregunta si es verdad que va a cerrar. Es verdad. La gente se pregunta si es para siempre. Para siempre. Otras veces tambi¨¦n se pens¨® que el bar ya no daba m¨¢s, como cuando el virus Omicron volvi¨® a acuartelar a los neoyorquinos en sus casas, o con las subidas de los precios de la renta, o por la poca afluencia de bailadores durante el invierno. Luego el lugar, sin explicaci¨®n alguna, volv¨ªa a renacer. Los ¨²ltimos meses, de hecho, el lugar es un sitio vivo, de clientes fieles que lo reservan para sus salidas nocturnas. Cualquiera podr¨ªa pensar que es un lugar exitoso, que est¨¢ muriendo cuando m¨¢s vivo est¨¢.
¡°Como bar ha sido exitoso, pero monetariamente no lo ha sido¡±, dice Ernesto, que en estos dos a?os ha visto c¨®mo varios de los negocios vecinos han cerrado y reabierto, convertidos de restaurante en churrer¨ªa, de discoteca en sitio de comida r¨¢pida, de pizzer¨ªa en galer¨ªa. Ernesto podr¨ªa explicar por qu¨¦ un bar cubano puede no ser exitoso en Nueva York. Podr¨ªa mencionar las reducidas ventas, los pocos deliveries (entregas a domicilio), las rese?as que nunca tuvieron en los medios de prensa, o el espacio del lugar, demasiado peque?o.
Ahora que son algo m¨¢s de las ocho de la noche, el bar, de poco m¨¢s de 750 pies cuadrados, comienza a repletarse de personas, los ¨²ltimos visitantes de Mi Salsa Kitchen. Ya lleg¨® Juan Caballero, una fot¨®grafo cubano que documenta la rumba desde hace 20 a?os y que vive a solo diez minutos caminando. Juan nunca falta, sobre todo los mi¨¦rcoles y los viernes. Otras veces, cuando regresa del trabajo en el tren, a veces solo entra a saludar. ¡°Lugares como este son irrepetibles¡±, dice. Se le ve triste. ¡°Aqu¨ª hemos encontrado compa?¨ªa, a alguien para conversar, para abrazarse¡±.
Luego entra, apurado, el rumbero Rafael Monteagudo, que se sentar¨¢ ante el caj¨®n quinto cuando comience el espect¨¢culo. ¡°Yo nunca pienso que es la ¨²ltima rumba ac¨¢¡±, asegura. ¡°La vida nunca te dice cu¨¢ndo es la ¨²ltima vez¡±.
El cantante Roger Consiglio, que se mantiene muy callado hasta que estalla la rumba, se muestra nost¨¢lgico. Dice que este es el ¨²nico lugar donde se siente en casa. ¡°Vienes y tienes un pedacito de Cuba¡±. Tambi¨¦n se nota apagado el chileno Maximo Vald¨¦s, que ha venido de mangas largas, y acompa?ar¨¢ a Roger en el canto y las claves: ¡°Este es un bar cubano, pero tambi¨¦n latinoamericano¡±, dice. ¡°Se form¨® una comunidad y le voy a echar de menos¡±.
El bar est¨¢ abarrotado cuando suenan los primeros tambores, la guagua y los cencerros. Todos hacen silencio ante el altar de los rumberos. Afuera, las hileras de taxis amarillos que maldicen a Uber, las jovencitas en blusas desmangadas bajo un fr¨ªo de cinco grados, las ratas que se pasean por la estaci¨®n Second Avenue, las filas para el ATM (cajero autom¨¢tico) donde todos sacan el cash (efectivo) que nunca tienen, los vistosos porteros de edificios, los m¨¢s elegantes porteros que pueda ostentar una ciudad, y los que llegan a Mi Salsa Kitchen, cada vez m¨¢s.
Llega Pupy, que por mucho tiempo, con sus looks extravagantes de zapatos de punta, traje y sombrero, trabaj¨® como una especie de host tropical. Pupy cree firmemente que lo mejor de Mi Salsa Kitchen era ¨¦l mismo: ¡°Este lugar es especial, pero m¨¢s especial si estoy yo. No Pupy, no party [Sin Pupi no hay fiesta]¡±. Llega el doctor que tiene una esposa iran¨ª y que no se pierde los d¨ªas de salsa. Llega tambi¨¦n DJ Gael Seraf¨ªn, que ha hecho inolvidables fiestas en el bar, y que tiene aguados los ojos: ¡°Ahora mismo me estoy dando cuenta de que no tenemos otro espacio para que los cubanos lleguen y est¨¦n juntos¡±, dice. Est¨¢ tambi¨¦n Susana Vallejo, una venezolana que lleg¨® una noche durante la pandemia y no se fue m¨¢s: ¡°Es un lugar de encuentro, y ya no lo vamos a tener¡±. Llega Ricardo Arn¨¢is, un peruano que dice no haber visto un lugar con hombres y mujeres tan hermosos. Se ve en una esquina sentada a la curadora de arte Tata Lopera, vecina del bar, que hace dos a?os sali¨® del metro y le dijo a su esposo: ¡°Est¨¢n haciendo un nuevo sitio que se llama Mi Salsa Kitchen¡±. Desde entonces no dej¨® de visitarlo. En la barra est¨¢ parado Alejandro Cede?o, un cliente fiel, que dice tener muchos sentimientos encontrados. Han llegado otros: la se?ora mayor que una vez se desmay¨®, se par¨® y sigui¨® bailando; los que conforman la larga cola del ba?o; la profesora de estudios cubanos... Est¨¢ Armando Su¨¢rez, el poeta que baila guaguanc¨® y que cree que hay algo que nunca va a desaparecer: ¡°Imagino que habr¨¢ otro lugar donde podamos volvernos a reunir¡±.
Maritza no ha dejado de vender tragos y tragos, como si la gente creyera que comprando todos los tragos de la ¨²ltima noche estuvieran a tiempo para salvar la vida del bar. Cuando el bar cierre, Maritza no sabe c¨®mo pasar¨¢ las noches encerrada en casa. Por el d¨ªa piensa recuperar antiguos h¨¢bitos que el trabajo le quit¨®: ir al gimnasio, comer sano, descansar m¨¢s, tener tiempo a solas con Ernesto. Se ve llegar mucha m¨¢s gente. Abrazan a Maritza y le agradecen. No parece que sea el ¨²ltimo d¨ªa en la vida de nadie. ?Te parece que es el ¨²ltimo d¨ªa? Maritza evita la idea: ¡°Llevo un mes pensando que no es el ¨²ltimo mes, que no es la ¨²ltima semana y hoy que no es la ¨²ltima noche¡±.
La rumba suena cada vez m¨¢s fuerte. La gente apenas tiene espacio para bailar. Se siente la voz de Roger que dice: ¡°Esta es la ¨²ltima rumba que cantamos en tu morada¡±. La gente, que ahora es coro, repite todo lo que Roger va diciendo. En un momento Roger grita: ¡°Ave Mar¨ªa qu¨¦ calor¡±, y todos dicen ¡°?qu¨¦ calor!¡± bajo los 12 grados del cielo de Manhattan. Han tenido que quitar las mesas para ganar espacio. No cabe un alma. De tantas voces, parece una sola voz. De tanta gente, parece una misma masa de cuerpo. Llega Rom¨¢n D¨ªaz, el rumbero mayor. Todos saben que est¨¢n viendo tocar a una leyenda. Llega taciturno, con sus habituales gafas y una boina. Rom¨¢n es m¨¢s bien inexpresivo: ¡°Todas las despedidas son tristes, hay una canci¨®n que lo dice¡±. Quiero saber qu¨¦ canci¨®n es. ¡°No s¨¦ qu¨¦ canci¨®n es, pero existe¡±.
Cuando la rumba se acaba, m¨¢s tarde de lo habitual, la gente no se va, sino que se mantiene rondando el lugar. No parecen los ¨²ltimos momentos de un bar, no hay rituales o palabras de despedida. La gente se comporta como todas las noches de los ¨²ltimos tiempos. Algunos agarran el abrigo y salen a fumar. Luego entran y se sientan en la barra. Es tarde, m¨¢s de las dos de la ma?ana. Maritza sale de pronto. La polic¨ªa ha pedido que hagan silencio, un vecino llam¨® para quejarse. Maritza entra y da la orden. Hay que irse. Nadie se va. Alguien rompe una botella y aparece Estuario a recoger los vidrios, un paraguayo que lleva m¨¢s de cuarenta a?os sin documentos en la ciudad y que limpia el bar cuando todos se van. Los ¨²nicos que tienen el privilegio de conocer a Estuario son los madrugadores. La gente permanece como si quisiera alargar el tiempo de la vida del bar, pero ya es hora de irse. Ma?ana hay que recoger mesas, desmontar cuadros, contar todas las botellas que no se tomaron, toda la comida que no se comieron, para llevarlos a un storage del Bronx. Nadie hace caso. El bar, finalmente, cerr¨®.
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