El punto d¨¦bil de la democracia

1. Zaragoza

Empezaremos por aquella ma?ana en Zaragoza. El sal¨®n del Gran Hotel, g¨¦lido, impersonal. La sala bajo la luz fr¨ªa, m¨¢s apropiada para una autopsia que para una presentaci¨®n en sociedad. Nuestro paisaje, Amelia, ahora lo pienso, fueron salas de espera, salas de reuniones, salas de convenciones, salas de banquetes, salas multiusos que de querer servir para todo no sirven para nada.

Yo te observaba en Zaragoza cuando desvelaste el cartel electoral ante la prensa. Los chicos de imagen lo hab¨ªan tapado con una tela azul que te llevaste en la mano y luego no sab¨ªas qu¨¦ hacer con ella, con la tela azul. Y all¨ª, delante, tu foto impresa en el papel cart¨®n sobre el caballete, retocadas las facciones hasta hacer desaparecer cualquier arruga y por tanto cualquier rasgo. Con tanta sinceridad que hay en una cara, los dise?adores hab¨ªan preferido difuminarte las facciones y aclararte el color de ojos.

Lo hacen al modo de las portadas de revista porque la gente le ha cogido miedo a mostrar cualquier imperfecci¨®n. Por eso me gustaba estar gordo. Era la primera demostraci¨®n de car¨¢cter. Lo de mi tripa de Buda lo dijo Carlota. Pero no era una tripa, era una personalidad. ?A que t¨² supiste verlo?

¨CT¨², con tu tripa de Buda, Basilio.

¨CCiento diecinueve kilos no se logran sin esfuerzo ¨Cos advert¨ª, para que no se tomara mi gordura por un s¨ªntoma de abandono sino de firmeza.

Yo tuve que enfrentarme a todas las dietas, a la dictadura flaca, a los gimnasios de tortura y a las tropas trotonas. Yo me esforc¨¦ para no estar en forma, fui un insumiso a la ropa de deporte y a la vulgaridad de un mundo a r¨¦gimen. 119 kilos eran mi desaf¨ªo al valor ese tan supremo y memo de la salud. Pero si a todos nos van a asesinar tarde o temprano sin importar demasiado la dieta que sigamos. Decir ?hasta ma?ana? cada noche es un s¨ªntoma de autoconfianza excesivo. En mi entierro, guarden la piedad para los porteadores del ata¨²d, que se quebrar¨¢n el espinazo, que se jodan por participar en ese rito infame. Los pa¨ªses que honran con tanta pompa f¨²nebre a los muertos lo hacen para lavar su culpa por el trato que dan a los vivos. Si el mundo fuera decente, ir¨ªamos a morirnos a un barranco y nos dejar¨ªamos caer sin ceremonia.

Estar gordo es rebelarse contra el futuro flaco que nos espera. Un futuro en ch¨¢ndal. Tambi¨¦n llevo gafas, ahora que tantos andan oper¨¢ndose las dioptr¨ªas. Y no me import¨® quedarme algo calvo, esas entradas que me han ampliado la frente como se ampl¨ªan las pistas de un aeropuerto. La ¨²ltima vez que vol¨¦ desde Estambul el avi¨®n ven¨ªa repleto de tipos con la cabeza regada de pelos reci¨¦n implantados y sus calvas, que tanto les avergonzaban, cubiertas de alcohol yodado. En el futuro no habr¨¢ calvos, pens¨¦. Estar¨¢ prohibido tener defectos f¨ªsicos. Ser guapo ser¨¢ un derecho humano que se exigir¨¢ en masivas manifestaciones frente a la sede del gobierno. ?Todos somos guapos! Je suis Brad Pitt! Esa es nuestra democracia de foto retocada, de filtro embellecedor, de serie juvenil. Todos los caminos de la virtud conducen al nazismo. ?Te dije eso alguna vez? S¨ª, s¨ª, en alguna ciudad te lo dije.

¨CTodos los caminos de la virtud conducen al nazismo. Y t¨² me respondiste, con esa media sonrisa que conced¨ªas cuando lo que escuchabas te divert¨ªa pero te asustaba al mismo tiempo:

¨CMe gusta tu maldad, Basilio, porque es gratuita.

Pero no era gratuita. La puse a tu disposici¨®n por un m¨®dico sueldo. Aunque al hacerme la propuesta te respond¨ª con m¨²sica. Me puse a cantar. T¨² me dijiste quiero que trabajes conmigo en la campa?a, y yo me puse a cantar.

¨CIo non voglio pi¨´ servir, no, no, no, no, no, no. Io non voglio pi¨´ servir!

Una carcajada entre dos personas es mucho m¨¢s vinculante que un apret¨®n de manos, que cualquier contrato

Rompiste a re¨ªr, eso no te lo esperabas. Una carcajada entre dos personas es mucho m¨¢s vinculante que un apret¨®n de manos, que cualquier contrato. Puede que de esa carcajada naciera una afinidad, esa afinidad que percib¨ª entre nosotros. ?Me equivoco, Amelia? Dime si miento cuando hablo de ese v¨ªnculo natural que nos un¨ªa. Por ejemplo, la dificultad para entendernos con los j¨®venes. Ya no compart¨ªamos los referentes ni los intereses ni las ambiciones. Lo comentamos en alguna ocasi¨®n. Ese silencio en las comidas cuando comprendes que nada de lo que ellos andan diciendo te importa un comino y nada de lo que t¨² puedas decir les ata?e a ellos. A mis cincuenta y cuatro a?os no es que fuera a morirme de viejo, pero uno percibe que pertenece a un mundo antiguo, a un tiempo re?ido con el hoy. Y t¨², con sesenta y dos, pese a la espl¨¦ndida madurez que exhib¨ªas, tambi¨¦n andabas de puntillas por el presente, como si no te correspondiera del todo estar all¨ª. Me gust¨® tu prisa cuando me llamaste por tel¨¦fono para la primera cita.

¨C?Podr¨ªamos vernos esta tarde? ?Te puedo invitar a un caf¨¦?

Cuando te conoc¨ª yo gozaba de la voluminosa quietud del hipop¨®tamo. ?Sab¨ªas que mis enemigos me llaman as¨ª? El Hipop¨®tamo, pero m¨¢s que un insulto lo he tomado siempre como un elogio. Prefiero los ratos largos en la ba?era, con el agua hasta la barbilla, que ganar el pan con el sudor de mi frente. Entre mis planes no figuraba volver al trabajo, pero me dej¨¦ enredar por la adrenalina que promet¨ªa tu propuesta. Empez¨® todo en aquel caf¨¦ cuando me dijiste te quiero a mi lado. Como un cohete en Cabo Ca?averal empec¨¦ a rugir por la l¨ªnea del descuento. En ingl¨¦s lo llaman count down, la cuenta abajo. Me gusta eso. Cuenta abajo. Nosotros decimos cuenta atr¨¢s porque tenemos una visi¨®n horizontal del tiempo, pero los anglosajones son verticales en todo.

Recuerdo, pocas semanas despu¨¦s, la reuni¨®n donde se eligi¨® tu foto para el cartel. Est¨¢bamos en el despacho del secretario general, en la sede de Los Cuervos. Hab¨ªa cinco o seis opciones. En todas ten¨ªas cara de angustia disimulada bajo una sonrisa que llaman tranquilizadora y que suele ser muy inquietante. A la foto elegida, tras retocarla a fondo, le a?adieron las letras inclinadas. Lautaro nos explic¨® que la rotulaci¨®n ladeada sugiere dinamismo. La mujer que necesitas. Sonre¨ªste al decirlo en voz alta aquella primera vez. Lo volviste a repetir esa ma?ana en el hotel de Zaragoza.

¨CLa mujer que necesitas... Pero no lo interpreten como un rasgo de soberbia. Mi esfuerzo va a consistir en servir a las necesidades de los dem¨¢s. Yo soy una mujer que aspiro a ser necesaria. He venido a conducir la nave de mi pa¨ªs y de mi gente hacia una vida mejor. He venido a escuchar y a trabajar. He venido a ser la persona que Espa?a necesita.

Te preguntar¨¢s c¨®mo era capaz de escribir tantas necedades mientras pensaba lo que pienso. Eso explica un poco mi irritaci¨®n perpetua. O, como dijiste al conocerme mejor, mi estado de des¨¢nimo.

¨CBasilio, t¨² no tienes estado de ¨¢nimo, t¨² tienes estado de des¨¢nimo.

Toda la prensa convocada en el Gran Hotel iba a reproducir tus palabras y las c¨¢maras capturar¨ªan tu costoso salivar mientras representabas el nuevo papel en la comedia de tu vida, el de la mujer necesaria, la mujer que necesita Espa?a. La candidata a presidir el gobierno. Tras tu aparente fortaleza, solo eras una debutante en el baile, la ni?a del traje largo y los primeros tacones bajo la mirada de los depredadores.

Y eso que los periodistas ya no son inquisitivos ni impertinentes, como cuando yo empec¨¦ en esa profesi¨®n. Ahora aspiran a una vida c¨®moda, parecida a la que se pegan sus jefes. Son j¨®venes transmisores, a ratos parecen telefonistas antiguas, esas que se dedicaban a pinchar clavijas y hacer llegar voces de un lado a otro sin saber qui¨¦n habla con qui¨¦n.

Al acabar la presentaci¨®n del cartel electoral, camino del autob¨²s me sugeriste que ten¨ªamos que intentar ser m¨¢s contundentes.

¨CEnti¨¦ndeme, Basilio, yo ya hablo con demasiadas vueltas y ret¨®rica, mejor que escribas m¨¢s directo. Con cuchilladas.

¨CCaramelos. Les vamos a dar caramelos, que es lo que les gusta a mis queridos ni?os.

¨CAy, no los llames as¨ª, odio cuando los llamas as¨ª.

Porque el espejo les miente, t¨² eres m¨¢s guapa, t¨² eres mejor, les dice, y ellos se lo creen, pero son iguales

Te refer¨ªas a mi man¨ªa de llamarles queridos ni?os a ellos, a la gente, a los electores. S¨ª, yo los llamo mis queridos ni?os, te lo dije en la primera reuni¨®n, porque as¨ª no me olvido de sus caprichos infantiles, no me dejo enga?ar por esa incomprensible superioridad que exhiben sobre los pol¨ªticos. Los pol¨ªticos son todos tal, dicen, o los pol¨ªticos son todos cual, como si jam¨¢s se hubieran visto representados por ellos en el espejo. Porque el espejo les miente, t¨² eres m¨¢s guapa, t¨² eres mejor, les dice, y ellos se lo creen, pero son iguales. Como el perro se acaba pareciendo al amo. ?O era al rev¨¦s? El votante termina por ser igual que lo votado. ?O era al rev¨¦s?

Te hab¨ªan cortado el pelo antes de la sesi¨®n de fotos. Quer¨ªan un peinado m¨¢s neutro, sin la melena, aunque t¨² dijeras que te hac¨ªa m¨¢s gorda. Pero el nuevo corte ten¨ªa la virtud de situar en tu nuca entrevista el centro irradiador.

¨CNo hay nada m¨¢s triste que un pol¨ªtico que anda preocupado por su pelo. A mis queridos ni?os les gusta mirar a un pol¨ªtico, m¨¢s si es mujer, y ver a alguien que no anda preocupado por su peinado. Angela Merkel, Margaret Thatcher, he ah¨ª dos triunfadoras que no se tocaron el pelo en sus largos mandatos. Pod¨ªa desplomarse la Bolsa, hundirse la flota, que el peinado de sus mandatarias les transmit¨ªa a mis queridos ni?os la solidez de lo eterno.

No s¨¦ si te asust¨¦ demasiado en aquella reuni¨®n inicial. Pero prefer¨ªa no arrancar nuestra relaci¨®n con un malentendido. Amelia, te dije, vamos a dejarnos de enga?os, el juego consiste en ganar. Fue en el caf¨¦ Marconi. T¨² me confesaste una preocupaci¨®n. Sospechabas que los mensajes complejos ya no pueden llegarle a la gente. Te quedaste boquiabierta cuando te respond¨ª:

¨CNi tampoco los simples. No les llega ning¨²n mensaje. Les llega una experiencia.

¨C?Una experiencia?

¨CS¨ª. Una especie de fantas¨ªa vivida. Un reconocimiento.

¨CNo s¨¦. Me parece que no te entiendo.

¨CImagina que cierras los ojos y pap¨¢ viene a cogerte de la manita de nuevo, como cuando eras un ni?o a punto de cruzar la calle. Eso es lo que quieren sentir. Esa experiencia.

¨C?Qu¨¦ tiene esto que ver con nosotros?

¨CLa democracia solo tiene un punto d¨¦bil. Depende de la gente.

¨CEso es una obviedad.

¨CEl problema de la gente es que solo sabe guiarse por la propia experiencia. La mayor¨ªa han renunciado a toda otra construcci¨®n mental que no pase por lo vivido, por lo ya experimentado. Por eso las mejores democracias surgen tras las guerras, tras los desastres, tras los desmanes. Cuando a¨²n est¨¢ reciente el dolor, la memoria del da?o. Con el paso del tiempo, olvidan el trauma y vuelven a precipitarse hacia el fuego. Entonces esperan que los salve pap¨¢ y en mitad de la noche llaman a gritos a mam¨¢.

Ah¨ª fue la primera vez en que me miraste como si yo fuera un loco, como si yo fuera un monstruo. S¨ª, un monstruo. El gordo que se hab¨ªa puesto a cantar ¨®pera en mitad del caf¨¦ Marconi era para ti un enajenado cargado de teor¨ªas hirientes.

¨CMira, Basilio, yo no voy a descubrir la democracia ni a inventar nada nuevo. Lo que necesitamos es seducir a la gente y eso no es f¨¢cil. Me gusta c¨®mo escribes, me gustan tus convicciones y tu discurso. Por eso quiero que trabajes para m¨ª.

¡®Queridos ni?os¡¯ se publica el 1 de septiembre.

Queridos ni?os

David Trueba.
Anagrama, 2021.
456 p¨¢ginas. 19,90 euros.

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