La vida partida del defensor del Prado
La hija menor del fot¨®grafo Roberto Fern¨¢ndez Balbuena y de la pintora Elvira Gasc¨®n recuerda el papel de su padre en la protecci¨®n del patrimonio del museo madrile?o en la Guerra Civil y su trayectoria vital
En marzo de 2002 conoc¨ª a Guadalupe Fern¨¢ndez Gasc¨®n, la hija mayor de Roberto Fern¨¢ndez Balbuena y la tambi¨¦n pintora Elvira Gasc¨®n, los dos exiliados en M¨¦xico desde el final de la Guerra Civil. La galer¨ªa Freijo, de Madrid, expon¨ªa por vez primera una selecci¨®n de las extraordinarias fotograf¨ªas de Balbuena. Hablamos de las fotos, pero tambi¨¦n de su madre, que hab¨ªa nacido ¡ª¡±de casualidad¡±, dijo en alguna entrevista¡ª en Almenar, un pueblecito de Soria, y por la que yo sent¨ªa una curiosidad de paisano. Elvira Gasc¨®n sigue siendo hoy en Espa?a una desconocida. En 2002 se celebr¨® en Soria una exposici¨®n de dibujos e ilustraciones, el arte al que m¨¢s se dedic¨® en M¨¦xico junto al de los murales para edificios p¨²blicos. El investigador Juan Antonio G¨®mez Barrera le ha dedicado recientemente dos minuciosos art¨ªculos.
La hermana menor de Guadalupe, Elvira, ha publicado ahora este libro en el que ven¨ªa trabajando desde hac¨ªa a?os. Si lo partimos en dos, como de hecho parece estarlo por el bloque de im¨¢genes, comprobamos lo diferente de las dos mitades. La primera est¨¢ ¨ªntegramente dedicada a la destacada participaci¨®n de Fern¨¢ndez Balbuena en los trabajos de protecci¨®n y custodia del patrimonio art¨ªstico ¡ªlas grandes pinturas del Museo del Prado, principalmente¡ª durante las terribles vicisitudes de la guerra. Coincidiendo con el ascenso de los comunistas al gobierno en 1936, Balbuena, un arquitecto convertido en pintor por propia vocaci¨®n, ocup¨® las responsabilidades m¨¢s altas en la Junta Delegada de Madrid. Con los hermanos Ferrant y bajo las ¨®rdenes, muchas veces suspicaces, del ministro Wenceslao Roces y del director general Josep Renau, Balbuena dedic¨® esfuerzos sin l¨ªmite, en tesituras extremas, a aquella tarea encomiable. Pero los acontecimientos son conocidos de sobra por numerosos estudios (entre ellos, los de Isabel Argerich y Judith Ara, o Arturo Colorado) que, sin embargo, no parecen haber modificado la idea previa, extraordinariamente ingenua y esquem¨¢tica, que tiene de ellos la hija de los exiliados y que muy seguramente qued¨® fijada en ella junto a la emoci¨®n y la reviviscencia de las narraciones en familia: una conflagraci¨®n entre ¨¢ngeles y demonios.
La segunda parte tiene mucho m¨¢s inter¨¦s, por lo que cuenta y por lo que no llega a contar del todo de una biograf¨ªa que no se agota en aquella misi¨®n denodada. Balbuena hab¨ªa sido un pintor dubitativo entre influencias diversas. La pintura de los Salones (incluso la regionalista), V¨¢zquez D¨ªaz, Solana, dejaron en ¨¦l huellas contrapuestas. Luego particip¨® en los proyectos de la Sociedad de Artistas Ib¨¦ricos, ya de por s¨ª variopinta y no siempre innovadora. Su paso por la Academia de Roma entre 1915 y 1918 parece haber inspirado lo m¨¢s valioso de su arte anterior a la guerra. Entre arcos que inevitablemente recuerdan a Carr¨¤ o a De Chirico, en esas pinturas hay muchos desnudos, tan robustos como los de Campigli o Casorati, dispuestos a veces en composiciones diagonales, muy frecuentes en el neoclasicismo mediterr¨¢neo de la ¨¦poca.
La segunda parte del libro tiene un dramatismo que contrasta con la inanidad de la otra mitad, una historia ya conocida
Ya en M¨¦xico, Balbuena fue un artista muy distinto. Los transparentes bodegones de l¨ªneas cortantes a lo Dal¨ª o a lo Morandi desaparecieron para dar entrada a una veta tenebrista, puede que en el recuerdo del Solana de su juventud. En esa cuerda hizo varios retratos de su amigo el escritor Juan Jos¨¦ Arreola. Cuando en 1991 se celebr¨® en M¨¦xico la exposici¨®n por el centenario de su nacimiento, Arreola record¨® a Balbuena en una larga conversaci¨®n con Elvira Fern¨¢ndez Gasc¨®n que se recoge en el libro. El irrelevante empleado de banco que era entonces Arreola fue quien orient¨® a Roberto y Elvira para encontrar vivienda, primero en la avenida de Ju¨¢rez y luego, ya muy amigos, a dos manzanas de su propia casa, en la colonia Cuauht¨¦moc, donde tambi¨¦n viv¨ªa Juan Rulfo. Se hab¨ªan casado por poderes mientras Balbuena permanec¨ªa en Europa y despu¨¦s lo hicieron en la gran catedral de M¨¦xico, bendecidos por el arzobispo. El libro de Elvira deja traslucir el reconcomio ante el recuerdo de su madre, el control dom¨¦stico, sus desequilibrios, el pintor sojuzgado al que ahora la hija peque?a quiere rendir un homenaje en el que su propia memoria encuentre justificaci¨®n. Por eso esta parte tiene un dramatismo que contrasta con la inanidad de la otra mitad.
El episodio que tiene para m¨ª m¨¢s inter¨¦s de la vida mexicana de Balbuena est¨¢ referido, justamente, a aquellas fotograf¨ªas expuestas por primera vez en Madrid en la galer¨ªa Freijo y ocultas hasta entonces en esa dif¨ªcil intimidad de la vida familiar. En ellas resuenan los ecos del pintor que pudo llegar a ser en los a?os veinte, influido por la nueva objetividad, los cactus, la forma pulida de los huevos, los aparatos t¨¦cnicos sobre mesas inmaculadas. La excelencia de Rulfo como fot¨®grafo es bien conocida. La de Balbuena junto a ¨¦l, en las excursiones fotogr¨¢ficas que compartieron (por el mismo tiempo, adem¨¢s, en que escrib¨ªa Pedro P¨¢ramo), lo es algo menos. Rulfo era mucho m¨¢s joven, le¨ªa su libro in¨¦dito y escuchaba atentamente las observaciones del pintor, a quien retrat¨® sentado en el suelo con la mirada hacia los volcanes. Tambi¨¦n retrat¨® a su hija Elvira, convertida en una Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Balbuena recog¨ªa con su c¨¢mara Hasselblad la sobrerrealidad retorcida y prediluviana de los bosques de magueyes, las ramas colosales entre las que desciende una cortina de sol.
El Prado en peligro
Turner, 2022
336 p¨¢ginas. 21,90 euros
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