?Era depresi¨®n o capitalismo?
La idea de la salud mental no es anecd¨®tica; es la disputa sobre qu¨¦ entendemos por lo humano: consciencias con o sin conciencia. El riesgo es que la depresi¨®n se vuelva en s¨ª misma capitalista, incluso en boca de sus m¨¢s estridentes detractores
¡±No era depresi¨®n, era capitalismo¡±, se repet¨ªa durante el estallido social de 2019 en Chile. Ese a?o se habl¨® mucho sobre salud mental, y hubo un lunes terrible en que tres personas se quitaron la vida en el metro y un titular en la prensa dec¨ªa: ¡°El dolor subterr¨¢neo¡±.
El escritor Mark Fisher, fallecido un par de a?os antes, hab¨ªa puesto a circular la idea de que la depresi¨®n era un asunto pol¨ªtico. No era una idea para nada nueva; desde las disciplinas psi muchos ven¨ªan se?alando una sobremedicalizaci¨®n de la vida. Como el psiquiatra Allen Frances, quien dirigi¨® una versi¨®n del DSM (Manual diagn¨®stico y estad¨ªstico de los trastornos mentales), ya en 2014 advert¨ªa sobre la expansi¨®n diagn¨®stica y la tendencia a convertir en patolog¨ªa los problemas cotidianos. Pero la cr¨ªtica a la privatizaci¨®n del dolor ps¨ªquico despeg¨® esos a?os con Fisher; quiz¨¢s porque no hablaba la lengua de los terapeutas, sino una m¨¢s expansiva, la de la cr¨ªtica cultural. Era una idea que ten¨ªa m¨¢s vuelo que curarse con una pastilla y seguramente el solo hecho de sentirse parte de algo ¡ªque lo personal fuese pol¨ªtico ¡ª era ya algo de la cura misma: descansar de uno mismo (aunque suela recomendarse lo contrario) puede ayudar a salir del solipsismo depresivo y la hiperalerta angustiosa.
Pero como todo fen¨®meno cultural, los efectos no son unidireccionales; fharmakon significa remedio y veneno a la vez. Y una idea, cuando se congela, cuando se repite como f¨®rmula, tambi¨¦n se convierte en un sedante. O estimulante, seg¨²n convenga.
La revoluci¨®n farmacol¨®gica en la d¨¦cada de los cincuenta tuvo la virtud de vaciar los manicomios, y la industria avanz¨®, con los llamados tranquilizantes menores, hacia las personas sin grandes patolog¨ªas. Reacciones depresivas, madres agobiadas, estudiantes ansiosos pod¨ªan ser ayudados. El entusiasmo cambi¨® la pr¨¢ctica psiqui¨¢trica, se renunci¨® cada vez m¨¢s a la cl¨ªnica psicopatol¨®gica y a la comprensi¨®n de los mecanismos del malestar, orientando la pr¨¢ctica hacia s¨ªntomas visibles y estandarizables. Las disciplinas psi que adher¨ªan al modelo, pod¨ªan al fin conseguir el anhelado reconocimiento cient¨ªfico. Pero fue reci¨¦n en los noventa, cuando aparecieron nuevos f¨¢rmacos que promet¨ªan ¡°estar mejor que mejor¡± y menos efectos secundarios, que entonces la depresi¨®n se convertir¨ªa en ¡°el resfriado com¨²n de la psiquiatr¨ªa¡±. En esos a?os un artista famoso afirmaba en un late show norteamericano que con Prozac creaba mejor.
Chile no qued¨® atr¨¢s. La antrop¨®loga Clara Han, en su estudio etnogr¨¢fico La vida en deuda: tiempos de cuidado y violencia en el Chile neoliberal, describe ese salto en el retorno a la democracia. Se adoptaron los est¨¢ndares internacionales, se expandi¨® la cobertura, los diagn¨®sticos se homogenizaron, y de la psiquiatr¨ªa comunitaria no se quer¨ªa saber mucho por ser considerada muy ideologizada. Concluye en su investigaci¨®n que el modelo estaba lejos de reparar y contener las huellas y los lazos rotos en la postdictadura. Una de las m¨¦dicas a cargo del Programa Nacional de Depresi¨®n le confiesa a Han: ¡°El programa es m¨¢s un tranquilizante para el sistema de salud que para la poblaci¨®n¡±.
Mi recuerdo es que quienes trabaj¨¢bamos en el incipiente Programa Nacional de Depresi¨®n a comienzos de los 2000, hac¨ªamos una trampa piadosa. A todas esas personas que, tal como denunci¨® despu¨¦s un subsecretario ¡ªprecisamente en 2019¡ª iban a hacer ¡°vida social¡± al consultorio, a esos pacientes, llamados policonsultantes, los ingres¨¢bamos al programa aunque infl¨¢ramos la cifra. Siempre pod¨ªas encontrar un s¨ªntoma depresivo y era la ¨²nica forma de que recibieran ayuda. Hasta ah¨ª era estrategia, no cre¨ªamos que todos fueran depresivos. Pero algo fue cambiando con los a?os: los diagn¨®sticos le ganaron a las preguntas y las pastillas a las palabras.
?Era depresi¨®n o capitalismo? Era depresi¨®n y capitalismo. Que la salud mental se despolitizara, como casi todo, es lo que Fisher vino a recordar. Pero era tambi¨¦n un lenguaje, o bien su empobrecimiento. El dolor ps¨ªquico era despojado de su faz existencial, de las preguntas y la responsabilidad por ellas; se volv¨ªa una verruga, algo ajeno a la persona y deb¨ªa extirparse. El lenguaje para tratar los males existenciales se volvi¨® m¨ªnimo. Era el lenguaje que tra¨ªa el nuevo siglo: el de los ¨¢ngeles. Y eso no lo advirti¨® Fisher a sus seguidores. Y la frase que aun¨® en el estallido, tampoco.
La depresi¨®n es qu¨ªmica, pero no toda, tambi¨¦n es pol¨ªtica. Sin embargo, ello no quita que sea un asunto muy personal. Lo que cada quien haga con ella es lo que cuenta. Cuando se acusa a la dopamina o al capitalismo de un modo extra?o, como si fuesen una persona indeseable que nada tiene que ver conmigo, aparece lo que podr¨ªa llamarse capitalismo del yo: un yo que no quiere saber nada de sus condiciones de producci¨®n, en este caso, de sus pulsiones y contradicciones. Por m¨¢s que Freud sea vapuleado ¡ªnunca le perdonaron recordarnos que nadie se conoce ¡ª su pregunta es totalmente vigente: ?qu¨¦ tiene que ver usted con el mal del cual se queja? Apela al narrador interno y su libertad, aquella que, por cierto, se desgasta con la negaci¨®n de la pol¨ªtica pero tambi¨¦n con su exceso cuando despoja de la soledad necesaria para pensar por uno mismo. Esa interioridad, que algunos llaman mentalizaci¨®n, es la que protege de quedar volcados hacia afuera, desprotegidos ante las modas, los impulsos, los dolores externos pero tambi¨¦n de los demonios que vienen de adentro.
Los ¨¢ngeles no saben de sus duelos y rencores. Los ¨¢ngeles no buscan crecer. ?Lo que hoy llamamos salud mental tiene algo que ver con crecer? Tampoco es seguro que crecer siga importando en general.
Cada ¨¦poca tiene sus presentaciones sintom¨¢ticas y la forma importa. Hace algo m¨¢s de una d¨¦cada se hablaba mucho de las personalidades l¨ªmite, significaba estar entre un diagn¨®stico y otro, pues los s¨ªntomas eran tan err¨¢ticos como sus portadores. Esa inc¨®gnita se desplaz¨®. Hoy se usa menos esa nomenclatura, pero las categor¨ªas diagn¨®sticas se fragmentaron y multiplicaron. Ese desplazamiento oculta lo que precisamente insinuaba ese nombre: estar en el l¨ªmite. ?Entre qu¨¦ y qu¨¦? Entre la infancia y la adultez, pensaba G¨¦rard Pommier a comienzos de nuestro siglo. La capacidad de estar a solas, separarse sin melancolizarse (tanto) ni refugiarse en la paranoia, aceptar que las verdades son parciales y que nadie nos quiere tanto como para permitirnos ser unos idiotas, son todas operaciones psicol¨®gicas que nunca logramos definitivamente. Vamos y volvemos, pero que son necesarias para que el dolor no se vuelva autodestructivo. Y eso cuenta para una persona, como tambi¨¦n para una sociedad que aspira a la vida democr¨¢tica.
Hay algo m¨¢s que los lenguajes estandarizados borran. Que el tr¨¢nsito entre la ni?ez y la adultez es doloroso y que incluso la literatura ha descrito c¨®mo en esa etapa a veces nos congelamos, nos cubrimos de m¨¢scaras, disfraces, damos rodeos para ser ni?os un poco m¨¢s. Algunos ocultan el cuerpo, lo marcan con signos de tribus imaginarias para suplir la piel que cae antes que crezca una nueva. Otros se entristecen y otros se angustian. Porque volverse sexuado angustia. Tambi¨¦n asomarse al mundo y el deber de inventarse a un vida. Son tiempos dif¨ªciles para imaginar esas cosas, quiz¨¢ siempre fue dif¨ªcil, pero no es seguro que nuestras p¨ªldoras ayuden en lo profundo; aunque a veces s¨ª sea necesario usarlas. Como tampoco esas otras p¨ªldoras que a veces vienen del activismo: caminos trazados y pieles ortop¨¦dicas y homog¨¦neas para cerrar lo que a¨²n tiene por crecer.
Fharmakon: la medicina tambi¨¦n puede ser veneno.
Rosa Mar¨ªa Olave, representante del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCH) en la comisi¨®n que discuti¨® el proyecto de ley de salud mental para la educaci¨®n superior en Chile, advirti¨® que la primera propuesta corr¨ªa no solo el riesgo de sobremedicalizar, sino tambi¨¦n restarles agencia a los estudiantes en su acontecer y transformar a las universidades en centros de salud mental. Insiste que el ¨¦nfasis debe estar en la convivencia antes que en las etiquetas. ?Qu¨¦ pasa con nuestros lazos? ?Con la capacidad de resolver conflictos? Agregar¨ªa, ?qu¨¦ pasa con la vieja f¨®rmula de buscar saber qui¨¦n somos en el di¨¢logo antes que en la identidad como r¨®tulo?
La idea de la salud mental, hoy en boca de tantos, no es anecd¨®tica es la disputa sobre qu¨¦ entendemos por lo humano: consciencias con o sin conciencia. El riesgo es que la depresi¨®n se vuelva en s¨ª misma capitalista, incluso en boca de sus m¨¢s estridentes detractores.
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