Elogio de la poes¨ªa que no se entiende
Un solo verso puede quedar latente en la memoria hasta que un d¨ªa enciende su significado. Y hay poemas aparentemente oscuros que son en realidad muy sencillos
La muerte de John Ashbery (1927-2017)?nos invita a pensar en la tradici¨®n po¨¦tica en la que se ciment¨® su prestigio y de la que ha sido el ¨²ltimo superviviente. Es verdad que su obra es compleja, aunque no siempre sea oscura. Quiz¨¢ haya ah¨ª un malentendido que no s¨®lo le afecta a ¨¦l y que tiene que ver con la habilidad para leer poes¨ªa.
Como dec¨ªa Eliot, toda gran poes¨ªa comunica antes de ser entendida. Pero no se refer¨ªa tan s¨®lo a la poes¨ªa que com¨²nmente se define como dif¨ªcil, sino tambi¨¦n a muchos poemas aparentemente sencillos que en la vida de uno tardan mucho tiempo en desplegar todo su sentido. Un solo verso ¡ªpor ejemplo, este de Antonio Machado: ¡°Se?or, ya me arrancaste lo que yo m¨¢s quer¨ªa¡±¡ª puede quedar latente en la memoria hasta que un d¨ªa enciende la seriedad de su significado. El propio Ashbery coment¨® que hab¨ªa un verso de Elizabeth Bishop cuyo enigma siempre le acompa?¨®: ¡°and looked and looked our infant sight away¡± [¡°y mir¨¢bamos y mir¨¢bamos la mirada perdida de nuestra criatura¡±]. Del otro lado, hay poes¨ªa aparentemente oscura que es en realidad muy sencilla o incluso idiota. Muchos de los admirables artefactos verbales de Mallarm¨¦, sin ir m¨¢s lejos, esconden acertijos pueriles.
En la obra de Ashbery, magm¨¢tica e inabarcable, se oyen voces de toda la poes¨ªa anglosajona moderna ¡ªuno de los ¨¢mbitos que mayor felicidad pueden procurar al lector entregado¡ª, transformadas gracias a su dicci¨®n imperiosa y a su o¨ªdo mozartiano para el lenguaje. Su primer libro se public¨® en 1956, justo un a?o despu¨¦s de la muerte de Wallace Stevens, cuya sombra llen¨® con sangre nueva.
Buena parte de la literatura estadounidense puede explicarse siguiendo el rastro que las principales corrientes espirituales y est¨¦ticas de Europa ¡ªel catolicismo y el puritanismo, los rom¨¢nticos o el exilio jud¨ªo¡ª dejaron en Am¨¦rica, en cuya atm¨®sfera se incendiaron para convertirse en otra cosa. La poes¨ªa de Ashbery es la eterna ¨²ltima estaci¨®n de un viaje que empieza con las meditaciones terminales del rom¨¢ntico Wordsworth en el paisaje de Inglaterra, sigue, ya en la naturaleza virgen de Estados Unidos, con las sublimaciones aurorales de Emerson y la apoteosis del yo de Walt Whitman, se desv¨ªa brevemente con el regreso europeo y urbano de T. S. Eliot y se encauza de nuevo con la adopci¨®n de Wallace Stevens, el poeta que agot¨® las posibilidades del romanticismo ingl¨¦s.
La muerte de John Ashbery invita a pensar en la tradici¨®n po¨¦tica de la que fue el ¨²ltimo superviviente
Aunque Ashbery vivi¨® una era de turbulencias pol¨ªticas, nunca compuso himnos sociales. ¡°Poes¨ªa es poes¨ªa. Protesta es protesta¡±, dijo claramente. Como muchos poetas de su generaci¨®n, se cri¨® entre Eliot y Stevens. La trivialidad y el habla de la calle que fluyen en el torrente de muchos de sus poemas estaban ya, ovilladas, en La tierra bald¨ªa (1922) de Eliot. Stevens, por su parte, se propuso componer lo que ¨¦l llamaba ¡°el lat¨ªn de la imaginaci¨®n¡± con la lengua viva de su tiempo. Eliot, convertido en s¨²bdito de la Iglesia de Inglaterra, acab¨® explorando el misticismo en los Cuatro cuartetos (1943), su ¨²ltima obra po¨¦tica. Y Stevens, en sus poemas tard¨ªos, tal vez los mejores que escribi¨®, se dio cuenta de que la deificaci¨®n de la mente que hab¨ªa indagado en toda su obra era un fraude. Entre la ascensi¨®n religiosa de uno y la derrota del romanticismo en el otro, Ashbery encontr¨® una salida, dejando que lo vern¨¢culo compusiera su propio misterio.
Su poes¨ªa es deudora de las vanguardias, pero nunca se pliega a sus consignas ni a sus reglas, aprovechando tan s¨®lo la libertad que dejaron, por ejemplo, los surrealistas. Es ¡°el gran permiso¡± del que habl¨® Henri Michaux y que el propio Ashbery utiliz¨® para definir su po¨¦tica. Tampoco la comparaci¨®n con la vanguardia pl¨¢stica o musical de su tiempo ¡ªcon Pollock o Luciano Berio¡ª ayuda demasiado a explicar su obra, m¨¢s all¨¢ de que los que la juzgan ininteligible tambi¨¦n consideran inaudible la m¨²sica atonal. La pintura, en la cultura popular, se ha librado en gran parte de esos calificativos s¨®lo por razones econ¨®micas.
No hay nada que descifrar en la poes¨ªa de Ashbery, cuyo magnetismo estriba en la constante extensi¨®n de las posibilidades comunicativas del lenguaje. Su estilo es el de un o¨ªdo que piensa y reverbera, aproxim¨¢ndose verbalmente, como ¨¦l mismo dijo alguna vez, a algo que no es verbal. ¡°Cuando las palabras se aproximan unas a otras¡±, dijo en una entrevista, ¡°adquieren otro significado, lo que uno oye en un determinado momento es una refracci¨®n de lo que ha desaparecido antes o despu¨¦s¡±.
Las corrientes espirituales y est¨¦ticas de Europa se incendiaron en Am¨¦rica convirti¨¦ndose en otra cosa
El protagonista de sus poemas es a menudo el propio lenguaje, una lengua dem¨®tica que crece vegetativamente y arrastra todo lo que encuentra a su paso. ¡°Estamos interesados en el lenguaje que t¨² llamas aliento¡±, dice uno de sus versos. Es el aliento, la respiraci¨®n del lenguaje, lo que a menudo modula su tono, desplazando al yo que desde el romanticismo estamos acostumbrados a identificar en la voz que habla en un poema. La ilusi¨®n subjetiva y autobiogr¨¢fica queda as¨ª sustituida por la incesante combusti¨®n de lo colectivo, tanto en lo ¨ªntimo como en lo p¨²blico, creando una ¡°oscuridad que le confiere un contorno a la verdad¡±, como el propio Ashbery observ¨® a prop¨®sito de Marianne Moore.
M¨¢s que Autorretrato en espejo convexo (1975), su poemario m¨¢s citado y popular, el m¨¢s predecible dentro de los c¨¢nones de la poes¨ªa norteamericana, quiz¨¢ sea Una ola (1984) su mejor libro. El extenso poema que lo cierra y le da t¨ªtulo es, en particular, el paradigma de su mejor manera de componer. Los tres primeros versos (¡°Atravesar un dolor y no saberlo, el portazo de un coche en la oscuridad. Salir a un terreno invisible¡±) nos sumergen en un habla memorable e impersonal que, sin embargo, nunca deja de transferir una extra?a sensaci¨®n de intimidad desamparada: ¡°y nos preguntamos si tambi¨¦n nosotros nos hemos ido, / sepultados en nuestro amor, / el amor que nos defini¨® tan s¨®lo un rato, / y cuando retrocede unos pocos pasos, para tener otra perspectiva, teme haberse encontrado con la eternidad entretanto¡±.
En su larga vejez, Ashbery no dej¨® de escribir y entregar poemarios, como si su vida dependiera de mantener el ritmo de un solo y largo poema inacabado, ¡°un cometa peligroso gritando odio y cat¨¢strofe, pero tan vuelto hacia adentro / que su sentido, bueno o distinto, nunca puede conocerse¡±, como dijo en ¡®Siringa¡¯, su particular meditaci¨®n sobre Orfeo, el cantor que, seg¨²n ¨¦l, construye su canto como un rascacielos para abandonarlo y desaparecer en el ¨²ltimo momento, cediendo el magma del lenguaje, todav¨ªa caliente de su aliento. En un mundo sin cielo, todo es despedida, como escribi¨® Mark Strand ¡ªpoeta contempor¨¢neo de Ashbery, hijo tambi¨¦n de Wallace Stevens¡ª resumiendo el cometido de toda una generaci¨®n que se encontr¨® con un mundo de sentidos agotados y que hizo del lenguaje su ¨²ltimo espacio trascendente.
La ilusi¨®n subjetiva y autobiogr¨¢fica queda sustituida por la incesante combusti¨®n de lo colectivo
Andreu Jaume es cr¨ªtico y editor.
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