Llorar por las plegarias atendidas
Truman Capote y J. D. Salinger sedujeron a las m¨¢s c¨¦lebres criaturas de la alta sociedad neoyorquina, pero al final ellas acabaron destroz¨¢ndolos
¡°Se derraman m¨¢s l¨¢grimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas¡±. Este pensamiento de Teresa de ?vila merec¨ªa haber sido impreso en las tarjetas del c¨¦lebre Stork Club de Nueva York, donde en los a?os cuarenta del siglo pasado beb¨ªan y desplegaban sus alas los cisnes m¨¢s blancos de la ciudad. Era un club clandestino, pero solo para quienes no ten¨ªan nada que ofrecer a la fama y a la seducci¨®n. Por all¨ª pasaban todas las celebridades del momento y se juntaban con las ni?as doradas del Upper East Side, de apellidos famosos, entre otras Gloria Vanderbilt, Oona O¡¯Neill (hija del dramaturgo ganador del Nobel), las Bouvier, las Astor, todas apacentadas por Truman Capote, quien us¨® m¨¢s de la mitad de su talento solo en elaborar frases ingeniosas y r¨¦plicas malvadas que divirtieran a aquel reba?o que se congregaba en torno a la aceituna del Martini.
Bastaba con que cualquiera de ellas despegara sus labios rojos para que todo alrededor oliera a dinero. ?Qu¨¦ hab¨ªan hecho esas criaturas aladas para derramar tanta felicidad? Nacer en una familia adecuada, una de esas que con solo un estornudo pon¨ªa de los nervios a todo Wall Street. Pero ah¨ª estaba Truman Capote para dar sentido a su vaga existencia mediante el juego sorprendente de las palabras. De Oona O¡¯Neill dec¨ªa: ¡°Solo tiene un defecto, es perfecta¡±. Pero en el Stork Club el ingenio estaba muy repartido. Alguien pregunt¨® a Gore Vidal por qu¨¦ no hab¨ªa saludado al peque?o Capote. ¡°Es que le he confundido con un puff¡±, contest¨®.
Despu¨¦s de libar como una abeja todas las flores de Taormina y sobrevolar las fiestas de Par¨ªs, la nieve de Saint-Moritz, los sillones blancos de la Costa Azul, de Isquia, Capri, Positano y los turbios almohadones de T¨¢nger, siempre rodeado de personajes pasados de la raya, Truman Capote volv¨ªa al Stork Club para reunirse de nuevo con sus criaturas; y ellas, en aquellos oscuros divanes, en los aperitivos en el Oak Bar del Plaza, en los yates o en los jets privados hacia Jamaica, le contaban sus secretos, sus infidelidades, sus vicios y las veces que hab¨ªan intentado cortarse las venas.
Fiel a su principio de que todo lo que hace la literatura no es m¨¢s que un chisme, despu¨¦s de escribir la obra maestra A sangre fr¨ªa, con la que fund¨® el nuevo periodismo, ahogado su talento en alcohol y barbit¨²ricos, quiso a?adir un nudo m¨¢s a la soga con que se ahorc¨® a los asesinos de Kansas. Convertido ya en un viejo peluche rodeado de almohadas, aquellas criaturas a las que durante toda su vida hab¨ªa tratado de seducir comenzaban a abandonarlo y para vengarse se dispuso a escribir una novela, Plegarias atendidas, en la que iba a sacrificarlas. Pese a su belleza, los cisnes son aves muy crueles y atacan con violencia cuando ven amenazados sus nidos. Si fuera cierto que se escribe para enamorar, para que te quieran, Capote hab¨ªa fracasado. Aquellas criaturas aladas acabaron por destrozarlo.
Por el Stork Club ca¨ªa a veces en ese tiempo un joven el¨¢stico, rico, neur¨®tico, inteligente, esnob y sarc¨¢stico, enfundado en un abrigo negro Chesterfield. Se llamaba J. D Salinger y tambi¨¦n trataba de seducir a aquellas muchachas de oro, a la vez que las despreciaba. Las volv¨ªa locas, pero no a todas. La adolescente de 15 a?os Oona O¡¯Neill le fue esquiva hasta que vio que aquel joven tan atractivo hab¨ªa publicado su primer cuento en la revista The Story, como lo hac¨ªan Hemingway, Scott Fitzgerald y Capote. Iniciaron la mutua seducci¨®n en los divanes del Stork Club; Oona y Salinger eran esa clase de novios que se besaban todav¨ªa con los labios cerrados cuando cay¨® sobre ellos la Segunda Guerra Mundial. Salinger se alist¨® en el ej¨¦rcito, particip¨® en el desembarco de Normand¨ªa y, mientras llov¨ªan hierros por todas partes, le escrib¨ªa a Oona desde el frente encendidas cartas de amor hasta que un d¨ªa en un peri¨®dico que estaba leyendo un soldado vio la foto con la noticia a toda p¨¢gina de que Oona O¡¯Neill, su novia tan inocente, aquel cisne blanco, se hab¨ªa casado con Charles Chaplin, 40 a?os mayor que ella.
Cada uno a su modo, Capote y Salinger se vieron obligados a derramar l¨¢grimas por las plegarias atendidas en el Stork Club. Ambos obtuvieron el ¨¦xito m¨¢s resonante, uno con A sangre fr¨ªa, otro con El guardi¨¢n entre el centeno, y los dos perseguidos y atacados por aquellos cisnes blancos tomaron en su huida caminos distintos. Capote huy¨® por la intrincada senda del alcohol y las drogas hasta llegar a ese para¨ªso donde se vislumbra la s¨¦ptima cara del dado que es la muerte y Salinger, bombardeado por el propio ¨¦xito, tuvo que enterrarse vivo en una granja de Cornish, donde su anonimato se convirti¨® en una leyenda hasta el punto de que llegar hasta ¨¦l era una misi¨®n tan dif¨ªcil como encontrar un mono en Marte, siempre que el explorador fuera un periodista, bi¨®grafo, cr¨ªtico literario o editor, pero no si era una joven admiradora atractiva dispuesta a ser pasada por las armas.
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