Ivanhoe se cuela en ¡®El ¨²ltimo duelo¡¯
Son notables las semejanzas entre el torneo final de la novela de Walter Scott y la historia real que cuenta la pel¨ªcula de Ridley Scott
Mi torneo favorito de los libros y el cine era hasta ahora el de Ivanhoe contra el templario Brian de Bois-Gilbert en el final de la novela de Walter Scott y del filme de 1952 de Richard Thorpe. Desde ni?o me fascina ese combate en el que, en la pel¨ªcula, el saj¨®n protagonista emplea el hacha de guerra y el normando una maza de cadena, mangual, l¨¢tigo de armas o rompecabezas (los alemanes lo llamaban Morgenstern, lucero del alba), un tremendo instrumento dotado de una bola de pinchos con el que era f¨¢cil darte a ti mismo si te descuidabas, como con el nunchaku. Los dos caballeros, declinando las lanzas y sin yelmos, s¨®lo con capuchas de malla met¨¢lica, se enzarzan en sus caballos engualdrapados en un ¡°duelo de proximidad¡± de aterrador estr¨¦pito met¨¢lico, desplegando una sa?a homicida de aqu¨ª te espero y muy poco caballeresca. Ivanhoe (Robert Taylor) es derribado, pero consigue desmontar a su vez a Bois-Guilbert atrapando la cadena de la maza con su hacha y estirando, y lo ultima en tierra sin mucho miramiento, plaf, con su arma. Eso en el filme, en la novela original, no menos emocionante, justan de manera convencional con las lanzas (Bois-Guilbert a lomos de su corcel de guerra Zamor, ganado en lid al sult¨¢n de Trebizonda) e Ivanhoe, exhausto de sus muchas aventuras anteriores, cae. Sin embargo, pese a que nuestro h¨¦roe lo ha golpeado con poca fuerza en el escudo, el templario (en el filme no se respeta su pertenencia a la orden) tambi¨¦n se va al suelo, donde queda inm¨®vil. Cuando Ivanhoe se acerca tras desenvainar su espada, resulta que el rival est¨¢ muerto, no por la lanza de su enemigo, escribe Walter Scott, sino ¡°v¨ªctima de la violencia de sus pasiones contenidas¡± ¡ªalgo que me cost¨® a?os entender: hasta que tuve pasiones contenidas¡ª.
Ese es, con la entrada a continuaci¨®n del rey Ricardo Coraz¨®n de Le¨®n cabalgando al frente de sus caballeros ¡ªen el cine a los acordes de la fanfarria de Miklos Rosza¡ª, uno de los momentos se?eros de la novela de aventuras toda, como la apoteosis final de los Geste en Zinderneuff o el pistoletazo de Doramin en el pecho de Jim. Y es que los dos caballeros est¨¢n contendiendo en un Juicio de Dios por la suerte de una mujer, la bella jud¨ªa Rebeca, acusada de brujer¨ªa y a la saz¨®n puesta ya en una pira, sin encender, para ir ganando tiempo. Ivanhoe se ha presentado, en el l¨ªmite horario, como su campe¨®n, su defensor, mientras que el templario, pese a estar secreta e imposiblemente enamorado de la jud¨ªa (como lo est¨¢ ella de Ivanhoe: cu¨¢ntas cosas de los amores contrariados hemos aprendido en el g¨¦nero de aventuras), ha de combatir para demostrar su culpabilidad y que la quemen.
La historia de los contendientes medievales d¨¢ndose porrazos con mujer a chamuscar de por medio les sonar¨¢ a todos los que ya hayan visto El ¨²ltimo duelo, el largometraje de Ridley Scott, actualmente en las pantallas cinematogr¨¢ficas. Es muy similar, y no porque el cineasta, que comparte apellido con el novelista, se haya inspirado en Ivanhoe sino al contrario porque Walter Scott, ¨¢vido lector de Froissart, conoc¨ªa sin duda el hecho real en que se ha basado la pel¨ªcula: el juicio por combate a muerte entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris en 1386, con la mujer del primero, Marguerite (hija del traidor Robert de Thibouville), presente, y pendiente su destino de qui¨¦n ganara. El combate hist¨®rico, descrito en las Cr¨®nicas de Froissart, escritas hacia 1390, se celebr¨® en Par¨ªs, en Saint-Martin-des-Champs, y no en la ficticia sede templaria de Templestowe en Inglaterra (y en el siglo XIV y no a finales del XII como Ivanhoe, que transcurre durante el reinado de Ricardo Coraz¨®n de Le¨®n). Y lo que se dirim¨ªa mediante Judicium Dei era una acusaci¨®n por violaci¨®n contra Le Gris por parte del matrimonio. Si perd¨ªa Carrouges, lo que supondr¨ªa su muerte, su mujer ser¨ªa quemada in situ por perjurio (una media hora de calvario espantoso). Otra diferencia es que Marguerite vest¨ªa de negro y Rebeca (al menos en el cine) de blanco.
¡®Un espejo lejano¡¯
La pel¨ªcula me ha parecido apasionante, al igual que el ensayo de mismo t¨ªtulo en que est¨¢ basada ¡ªEl ¨²ltimo duelo, de Eric Jager (?tico de los libros, 2021)¡ª y que Ridley Scott sigue de manera extraordinariamente fiel, aunque enfatizando una lectura feminista y haciendo a Le Gris (Adam Driver), con sus anhelos pretendidamente rom¨¢nticos y trovadorescos ¨¤ la Lancelot, mejor de lo que el libro lo retrata. Matt Damon encarna muy bien en su hieratismo con cicatriz al iracundo, malhumorado, vengativo y rudo Carrouges. El libro, que es un trabajo de investigaci¨®n sobresaliente, proporciona una extensi¨®n estupenda al visionado del filme y ofrece mucha m¨¢s informaci¨®n, aprovechando que se conserva cantidad de documentaci¨®n sobre el caso, entre otras cosas las notas personales de Jean Le Coq, el abogado de Le Gris, que no lo ve¨ªa muy claro (!). Profundiza asimismo en las personalidades y caracteres de los personajes (Le Gris estaba casado y ten¨ªa hijos, los Carrouges ven¨ªan del legendario conde Ralph al que le reban¨® el cuello su mujer por infidelidad y cuyos descendientes ten¨ªan una marca roja en la cara) y sigue a los supervivientes tras el torneo. Lo que nos hace encontrarnos con un viejo conocido: ?nada menos que Enguerrand de Coucy!, el famoso caballero cuya vida cont¨® la historiadora Barbara Tuchman en el inolvidable Un espejo lejano (Argos Vergara, 1979, reeditado por Ariel) y que es una piedra angular de nuestro amor por la Edad Media junto a Paseo por el amor y la muerte, de John Huston, el Lancelot du lac de Robert Bresson, o Excalibur, de John Borman.
El vencedor del torneo (no dir¨¦ qui¨¦n para no hacer spoiler, aunque ya lo hizo Froissart hace siete siglos) combatir¨¢ despu¨¦s en la batalla de Nic¨®polis (1396) contra los turcos de Bayaceto en las filas del se?or de Coucy y bajo el mando del almirante de Vienne. En la batalla, los caballeros franceses y borgo?ones del ej¨¦rcito cruzado se desvincularon de toda disciplina com¨²n con sus aliados h¨²ngaros y alemanes y cargaron a tumba abierta, hirviendo de ardor y rebosando franca vanidad, contra los otomanos, que acabaron despedaz¨¢ndolos; literalmente: a los jinetes acorazados, incluso ca¨ªdos, hab¨ªa que arrancarles a trozos las armaduras para poder matarlos. De hecho, los turcos llevaban en su ej¨¦rcito unos especialistas abrelatas a tal fin, armados con mazas y martillos.
La pista del vencedor del torneo parisiense se pierde en Nic¨®polis lo que significa que o bien muri¨® en la batalla o, tomado prisionero, fue uno de los millares de cautivos decapitados en serie por orden del sult¨¢n, furioso por sus p¨¦rdidas en el combate y la precedente matanza de prisioneros turcos realizada por los cruzados. Por su parte, Coucy, ese gran s¨ªmbolo del medioevo (conoci¨® a Chaucer, fue mecenas de Froissart, pele¨® en la Guerra de los Cien A?os), muri¨® en 1397 esperando rescate en Bursa. Como escribe Walter Scott citando a Coleridge, y qui¨¦n lo dir¨ªa mejor, ¡°The knights are dust / and their good swords are rust / their souls are with the saints, we trust¡±.
Si el duelo de Ivanhoe y Bois-Gilbert es espectacular en la pel¨ªcula de Richard Thorpe (hay otra versi¨®n, muy flojita, de 1982, aunque recupera al malo como templario, con su ense?a del cuervo con el cr¨¢neo, Gare le corbeau, y encarnado en Sam Neill), el de Carrouges y Le Gris en el filme de Ridley Scott es alucinante. Es como estar metido uno mismo en un combate medieval, con todo su fragor y furia: se te atragantan las palomitas. La pel¨ªcula sigue los preparativos explicados en el libro de Jager, gran seguidor de Maurice Keen (La caballer¨ªa, Ariel, 1986), con sumo detalle: c¨®mo los caballeros (Le Gris era escudero pero fue nombrado caballero en el propio campo para que no hubiera desigualdad de rango) se van revistiendo pieza a pieza con la armadura, se encasquetan el bacinete, el casco, suben a sus caballos, siempre un macho (un caballero nunca montaba una yegua en combate), muy grande (equs magnus), capaz de cargar los 135 kilos del jinete y su equipo y que a menudo estaba ¨¦l mismo entrenado para atacar y matar coceando.
La Trinidad de las hachas
El equipamiento de Le Gris, que contaba con m¨¢s medios, era mejor que el de Carrouges (aunque una armadura muy buena pod¨ªa ser una trampa para el portador), y tambi¨¦n pose¨ªa un f¨ªsico m¨¢s poderoso; ambos ten¨ªan una edad similar, y el retador m¨¢s experiencia militar. Como se ve en el filme comenzaron con las lanzas y luego pasaron al resto de la panoplia, que inclu¨ªa espadas, dagas, y un hacha muy vers¨¢til pues filo en un lado, en el otro un martillo acabado en punta (el bec de corbin) y en el extremo del mango una punta de lanza: llamaban al arma, tres veces letal, la Trinidad. Las normas rigurosas en la lid afectaban hasta a los espectadores: cualquiera que se moviera de su sitio y molestara y no dejara ver ser¨ªa castigado cort¨¢ndole una mano. Tras el Laissez-les aller! del alguacil los contendientes se lanzaron el uno contra el otro. Un caballo de guerra pod¨ªa pasar de cero a galope tendido en pocos segundos. El peso combinado de caballo, hombre, armadura y lanza pon¨ªa casi una tonelada de impulso tras la punta del arma.
El combate era a muerte y sin reglas. Cuenta Jager que en un duelo de ese tipo en Flandes en 1127 un caballero venci¨® al otro meti¨¦ndole el guantelete de hierro por los bajos de la armadura y arranc¨¢ndole los test¨ªculos. Cuando empezaba un duelo judicial del estilo, se?ala el historiador, ¡°la caballer¨ªa estaba muerta¡±.
Los duelistas rompen lanzas y acaban como en Ivanhoe a hachazo limpio (sucio). Nada de bonito paso de armas a lo Fontaine des pleurs, con chevaliers errants, unicornios y tal. A un caballo le parten el espinazo y queda derrumbado, el otro tambi¨¦n cae. Y terminan los supuestos caballeros arremeti¨¦ndose de tal manera barriobajera que ve la escena un trovador y se le cae el la¨²d. Ridley Scott no nos ahorra nada de esa salvajada, aumentada en la pantalla grande, los primeros planos y el sonido envolvente. ¡°El mundo no ha vuelto a ver un espect¨¢culo como ese¡±, dice del duelo Eric Jager. La cosa acaba can¨®nicamente, con el golpe final en uno de los ¨²nicos puntos por donde pod¨ªa penetrar una hoja: el visor de la celada. A Mart¨ªn de Riquer, que una vez me explic¨® c¨®mo se ultimaba a un caballero poniendo la punta de la daga sobre un ojo y golpeando el pomo con la palma (lo ilustr¨® con su pipa), le hubiera encantado. Al perdedor, como muestra la pel¨ªcula, se lo despojaba de todo el equipo (la armadura ensangrentada quedaba en manos del vencedor) y se lo sacaba a rastras para entregarlo al verdugo de Par¨ªs que se lo llevaba por las calles hasta el siniestro sitio de Montfaucon, m¨¢s all¨¢ de las murallas, donde se ajusticiaba pormenorizadamente a los criminales y se los suspend¨ªa de altas horcas de piedra de casi doce metros de alto hasta que se descompon¨ªan sus cad¨¢veres, un horror.
Un oficial de comandos, de arquero
Para acabar con una nota simp¨¢tica, recordar que en la pel¨ªcula Ivanhoe aparece en un cameo de excepci¨®n como arquero sin nombre (parte de la tropa de Locksley) uno de los personajes m¨¢s singulares de la Segunda Guerra Mundial, el oficial de comandos Jack Churchill Mad Jack (DSO), que entraba en combate contra los nazis armado de arco de flechas y mandoble escoc¨¦s y tocando la gaita (c¨®mo hac¨ªa todo a la vez es un misterio). De esa guisa desembarc¨® en Sicilia y en Salerno. El tipo era realmente un consumado arquero que hab¨ªa representado a Gran Breta?a en los campeonatos del mundo de tiro con arco en Oslo en 1939.
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