La m¨ªstica de la monta?a, por asfalto
Un libro de aventura y viajes recoge los recorridos a pie por carreteras de 55 puertos m¨ªticos de Europa, ?frica y Am¨¦rica con la ¨¦pica de las cumbres
Le preguntaron a George Mallory por qu¨¦ quer¨ªa escalar el Everest. ¡°Porque est¨¢ ah¨ª,¡± respondi¨®. As¨ª de simple y de profundo. Mallory muri¨® en el intento y su tragedia aliment¨® la po¨¦tica de la monta?a, un subg¨¦nero literario en s¨ª mismo. Con su arrebato de aventura para el alpinismo. Con su ¨¦pica de sufrimiento para el ciclismo. Con su espiritualidad religiosa para los eremitas. Sin embargo, a¨²n faltaba una versi¨®n en esta m¨ªstica del reino salvaje y desnudo que es la monta?a. Y la acaba de descubrir Jorge Gonz¨¢lez de Matauco en un libro de 650 p¨¢ginas: En busca de los puertos m¨ªticos (Confluencias).
Este aventurero alav¨¦s ha corrido ¡ªa pie y durante siete a?os¡ª por las carreteras de 55 emblem¨¢ticos puertos de monta?a de Europa, ?frica y Am¨¦rica. Con las suelas sobre el asfalto y con la mente puesta en la ¨¦pica de los personajes que hicieron c¨¦lebres estas monta?as: ingenieros, ciclistas, peregrinos, prisioneros, aventureros, dictadores, h¨¦roes de guerra, bandoleros y tambi¨¦n corredores como ¨¦l. La cara domada de la ind¨®mita monta?a.
Todo empez¨® con un cruce de caminos peculiar: un brote reum¨¢tico, que en 2012 dej¨® a este atleta ultramaratoniano como enfermo cr¨®nico con dolores y tratamiento de por vida, y el acercamiento a un libro que despert¨® su fascinaci¨®n: Ascensiones m¨ªticas. 50 puertos de leyenda que deber¨ªas coronar. Aquel volumen, ilustrado con im¨¢genes sugerentes, se dirig¨ªa a los amantes del ciclismo. Gonz¨¢lez de Matauco, abogado y escritor de viajes, no ten¨ªa ni bicicleta. Pero s¨ª dos piernas y muchas ganas de salir del dique seco. Esa fue la motivaci¨®n para ponerse de nuevo en marcha cuando, un a?o y medio despu¨¦s, hab¨ªa pasado lo peor del dolor reum¨¢tico. Ten¨ªa 47 a?os. Y el primer puerto al que se dirigi¨® fue simb¨®lico: el Mont Ventoux.
Lo llaman la Monta?a Calva, el S¨¢hara de las monta?as. 21 kil¨®metros de rampas asfaltadas dominadas por el esp¨ªritu de Tom Simpson, el ciclista que muri¨® en una etapa del Tour de 1967 en medio de este ¨¢rido paisaje donde el viento empeque?ece a cualquiera. Pero hay otro nombre en el que se fija el escritor y que suele pasar inadvertido: Pierre Kraemer. En abril de 1983, cuando ten¨ªa 56 a?os, Kraemer subi¨® en bicicleta al Mont Ventoux un d¨ªa con pron¨®stico de nieve y ventisca. Y all¨ª, cerca de la cima, se baj¨® de la bicicleta, se sent¨® y dej¨® que el fr¨ªo se apoderase de ¨¦l hasta la muerte. Lo encontraron bajo un metro de nieve. Su familia no entend¨ªa nada. Hasta que descubrieron que Kraemer acababa de ser diagnosticado de un c¨¢ncer incurable, que hab¨ªa guardado el secreto, y decidi¨®, como los ancianos del antiguo Jap¨®n, subir a una monta?a simb¨®lica y ser pose¨ªdo por ella.
El libro es un canto a los sue?os. Por ejemplo, el que tuvo el ingeniero Juan Jos¨¦ Santa Cruz para acercarse a las nubes de Sierra Nevada. El resultado fue esa carretera imposible de 50 kil¨®metros que Santa Cruz ide¨® hasta el pico Veleta y que el Gobierno de la Rep¨²blica inaugur¨® en 1935. Aquel ingeniero republicano, enamorado de una gitana y que so?aba con los cielos, acabar¨ªa fusilado en el infierno de la Guerra Civil durante una madrugada de agosto. Pero ah¨ª sigue la carretera, que dio origen en 1985 a una carrera m¨ªtica, la subida al Veleta. Una ascensi¨®n que transita acompa?ada de pinos, luego sabinas y finalmente un paisaje lunar a 3.390 metros de altitud. Una carrera pedestre de siete horas entre calambres en las piernas y vistas al infinito.
En Rumania, el autor sube las cuestas asfaltadas del Transfagarasan en un marat¨®n que recorre la incre¨ªble carretera construida por Ceausescu. La hizo para permitir el paso de tropas y tanques a trav¨¦s de las monta?as ante una hipot¨¦tica invasi¨®n militar. No se fiaba ni de la URSS. De aquella megaloman¨ªa del conducator pasa a la humildad del Sani Pass, un puerto entre Sud¨¢frica y Lesoto. All¨ª, tras acodarse en la barra del pub a mayor altitud de toda ?frica y aceptar sus normas (¡°Si bebes para olvidar, paga por adelantado¡±), relata lo que ve en su carrera por all¨ª: ¡°La cima del Sani Pass es una muestra del sencillo estilo de vida de los basoto, con sus kraals (c¨ªrculos de piedra para el ganado), sus rondavel (viviendas circulares de piedra con techos de ramas) y sus vestidos a base de mantas¡±.
El tenebroso y siniestro paisaje del Etna, en Sicilia ¡ªcon muros de hielo azotados por el viento y la ceniza, monta?as negras y ¨¢rboles petrificados¡ª deja paso al asfalto de las pl¨¢cidas curvas de herradura verde y de epopeya ciclista del Alpe d¡¯Huez, o al abrupto adoquinado del Muro de Grammont, icono del Tour de Flandes y que raya pendientes del 20 % hasta llegar a la colina de Oudenberg. Una experiencia similar es la que vive en las rampas pintadas del Muro de Sormano, una pared lombarda de 1,7 kil¨®metros, o en la subida al Angliru asturiano, donde un cartel resume estas ascensiones m¨ªticas: ¡°A partir del 18% la subida deja de ser graciosa y estimulante. A partir del 20% deja de ser deporte. Y a partir del 22 % deja de ser real¡±. Las del Angliru llegan al 23,5%. Un museo del dolor buscado.
Quien no buscaba el dolor, ni el hero¨ªsmo, fue el griego George Psychoundakis. Pero lo encontr¨®. Este criador de ovejas, nacido en una aldea rodeada por las monta?as sombr¨ªas de Creta, se puso al servicio de la Resistencia cuando miles de paracaidistas de Hitler invadieron la isla en la campa?a de Albania. George dej¨® las ovejas y se reconvirti¨® en un moderno Fil¨ªpides: un corredor mensajero que guiaba a los brit¨¢nicos para instalar estaciones secretas. Caminaba entre rocas y pedregales con botas reparadas con alambres. Com¨ªa caracoles y heno hervido. Se desplazaba de cueva en cueva durante doce horas al d¨ªa cargado con explosivos y armas mientras se escond¨ªa del acoso nazi. Lo cont¨® en The Cretan Runner: la historia de uno de esos peones desconocidos que hacen avanzar la Historia y tras los pasos del cual va el aventurero alav¨¦s. Pero ahora sobre asfalto.
Uno pensar¨ªa que el asfalto aleja del peligro consustancial a la monta?a. Pero no siempre. Tras coronar la carretera m¨¢s alta de Norteam¨¦rica en las Monta?as Rocosas (el Monte Evans, 4.347 metros), el autor se adentra en la Carretera de la Muerte de Bolivia, que va de La Paz a Los Yungas. Tecl¨¦elo en Google. De tan estrecha y abierta a ca¨ªdas insondables, llega a provocar unas doscientas muertes al a?o. Las cruces en memoria de los fallecidos en accidente de tr¨¢fico ¡ªentre el polvo y la elevada humedad¡ª son el funesto recordatorio del peligro mientras el autor hace lo que en todo el libro: correr, correr, caminar, correr. Por la serpiente de asfalto del Stelvio en los Dolomitas. Por las rampas del Kitzbu?heler Horn de Austria. Por el Vrsic de Eslovenia. Por la Serra do Rio do Rastro de Brasil. Por el Teide. Por el Bealach na Ba de Escocia. Siempre en busca de los puertos m¨ªticos. Y de historias. Como hace en el Stalheimskleiva de Noruega, tras los pasos de Mensen Ernst, aquel prodigio m¨ªtico del siglo XIX que corr¨ªa de Par¨ªs a Mosc¨² en menos de quince d¨ªas; de Estambul a Calcuta en cuatro semanas; de El Cairo a Ciudad del Cabo. Un amante de los retos pedestres con un lema simple: ¡°Moverse es vivir, quedarse quieto es morir¡±.
En este libro, nacido para combatir el dolor y volver a sentirse vivo, Jorge Gonz¨¢lez de Matauco vive, corre, se mueve. Por asfalto. Pero sintiendo la m¨ªstica de las monta?as. All¨ª donde late esa duda existencial que Leslie Stephen, padre de Virginia Woolf, se formula en el librito Los Alpes en invierno: ¡°?D¨®nde termina el Mont Blanc y d¨®nde empiezo yo? He ah¨ª la pregunta que ning¨²n metaf¨ªsico ha logrado responder¡±.
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