Vinokurov tambi¨¦n se acerca a Armstrong
Ullrich y el kazajo se colocan a menos de 20 segundos del norteamericano
El Portillon es un puerto triste y umbr¨ªo. En el lado franc¨¦s, en sus laderas, cubiertas de altos abetos y pinos que hacen del sol del mediod¨ªa una sombra negra y espesa, creci¨® el ni?o Luis Oca?a, hijo de un emigrante de la luminosa y pobre Cuenca que hu¨ªa del hambre y de la persecuci¨®n pol¨ªtica y hab¨ªa encontrado trabajo y vida en la construcci¨®n de un embalse en el r¨ªo Garona. En el Portillon, en su lado espa?ol, en la frontera del valle de Ar¨¢n, esperaban los aficionados espa?oles pegados a sus transistores la llegada de Luis Oca?a, que ya hab¨ªa crecido, que ya era un campe¨®n, con el maillot amarillo y con Eddy Merckx, el can¨ªbal, humillado a su rueda. Oca?a nunca lleg¨®. Se qued¨® herido y roto en una cuneta del col de Ment¨¦. El fatalismo espa?ol, hijo del complejo de inferioridad, encontraba m¨¢s alimento. Los Pirineos, la serpiente de monta?as terribles surgida de la forja loca de la m¨ªtica Pyr¨¨ne, reina despechada y tr¨¢gica, s¨®lo pod¨ªan anunciar sangre, venganza. O el fin de Armstrong, por lo menos.
Al hijo de emigrantes rusos le hierve la sangre cuando monta en bicicleta, y ataca y ataca
Armstrong, el superviviente, no entiende del sentimiento tr¨¢gico de la vida. Del fatalismo. No se cay¨® en el col de Ment¨¦, subi¨® el Portillon, baj¨® por su lado sombr¨ªo, y lo hizo con su visi¨®n pragm¨¢tica de la carrera, como un asunto de econom¨ªa cotidiana. De administraci¨®n de bienes escasos para llegar a fin de mes. Despu¨¦s sufri¨® los derroches, los ataques variados y polivalentes, el tremendo Vinokurov, el exaltado Mayo, volvi¨® a perder tiempo. Pero no se cay¨®, no sangr¨®, no perdi¨® el maillot amarillo. Resiste. Mediada la interminable traves¨ªa de los Pirineos, Ullrich, que act¨²a como los generales golpistas, como si el presidente fuera de paja, sigue a 15 segundos del norteamericano irrompible. A 18 segundos est¨¢ Vinokurov. A tiro de bonificaci¨®n ambos.
Pura a?agaza, el norteamericano hab¨ªa enviado por la ma?ana al Triki Beltr¨¢n a engrosar la lista de los fugados. No fue una elecci¨®n casual, la pajita m¨¢s corta. Beltr¨¢n, bien situado en la general, obligar¨ªa al Euskaltel y al Bianchi a desgastarse para mantener el control de la fuga, para que la cosa no fuera incontrolable, le permitir¨ªa a Armstrong dar un descanso a todos los suyos, al destrozado Heras, a los fatigados rodadores. Beltr¨¢n forz¨® al Bianchi y al Euskaltel a pactar para defender sus intereses para llevar a Armstrong en carroza hasta el Peyresourde, el primer puerto pirenaico que el Tour franque¨® en su historia, en 1910.
Tampoco Vinokurov o Ullrich, gente del Este, ya se sabe, marchan seg¨²n sus estados de ¨¢nimo. Son dos seres racionales y cuadriculados, aunque con diferente sangre. El kazajo -hijo de emigrantes rusos, forzados a moverse por Stalin- desmiente la frialdad de sus ojos claros con una sangre que le hierve cuando monta en bicicleta y le fuerza a atacar, atacar, atacar. Siempre con el mismo registro. Plato, pedalada y para adelante sin volver la vista. Sea en el llano, en un muro de Flandes o en el puerto m¨¢s empinado de los Pirineos o Alpes. El alem¨¢n, sangre fr¨ªa al fin despu¨¦s de a?os de atolondramiento, primero piensa, despu¨¦s vuelve a pensar, despu¨¦s atiende a lo que le dice por el auricular su director Pevenage y, al final, sin dejarse enga?ar por el instinto, act¨²a. Y con esos dos personajes, y conociendo su gui¨®n como si lo hubiera escrito ¨¦l, se dedica el agonizante Armstrong a organizar su funci¨®n cotidiana, que se podr¨ªa titular la imposible defensa de lo indefendible.
En el Peyresourde, invadido por una multitud dominguera y bullanguera, se produjeron los eventos anunciados. Despu¨¦s de algunos bellos preliminares, la valent¨ªa de Menchov, de Mancebo, de Moreau, que diezmaron al grupo, que aislaron a los cracks, que desnudaron sus carencias y sus estados de forma, entraron en acci¨®n las grandes cilindradas. Primero Mayo, acompa?ado poco despu¨¦s, exaltaci¨®n del jolgorio del Euskaltel, por Laiseka. Y justo cuando el de Gernika recuperaba el fuelle tras su aceler¨®n fue el turno de Vinokurov, el tremendo. Se fue con Mayo y nadie les sigui¨®.
Fueron dos recitales paralelos, Vinokurov, y Mayo, incontenible, a rueda, intentando romper la invisible l¨ªnea a la que se agarra Armstrong en su defensa y Ullrich, detr¨¢s, como si fuera de amarillo, manteniendo la calma sin descomponerse, subiendo a ritmo con Armstrong, Zubeldia y Basso a su rueda. En la televisi¨®n el emocionado periodista en moto lleg¨® a medir en un minuto la m¨¢xima desventaja de Armstrong, que contaba con 1.01m sobre el kazajo. Armstrong nunca perdi¨® el amarillo. Ullrich nunca pedi¨® los nervios. En la bajada ni siquiera se acord¨® de la curva de la que se sali¨® hace dos a?os. En la bajada se acercaron lo suficiente para poder seguir respirando.
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