Sal sobre la herida de la desigualdad: el coronavirus agranda la brecha econ¨®mica
La epidemia de peste negra del siglo XIV, que dej¨® decenas de millones de muertos, pas¨® a la historia como un periodo redistributivo. El patr¨®n no se repetir¨¢ con la covid-19
La crisis del coronavirus crea lugares comunes a la misma velocidad que destruye otros, muy arraigados en el imaginario econ¨®mico: mientras el ¡°sin precedentes¡± se asienta como muletilla para todo, el mantra de que las pandemias reducen la desigualdad se tambalea. No porque sea err¨®neo en s¨ª mismo ¡ªse demostr¨® cierto en la gran plaga de peste negra y, en menor medida, en la epidemia de gripe de 1918 (que se ensa?¨® con los trabajadores m¨¢s j¨®venes)¡ª, sino porque en esta ocasi¨®n no se dan las circunstancias para que as¨ª sea: si entonces se ceb¨® con la poblaci¨®n en edad activa, disminuyendo el factor trabajo y conduciendo a un aumento de los salarios, esta vez tiene a las personas mayores como principales v¨ªctimas. De ser algo, esta pandemia ¡ªcuarentena incluida¡ª es, seg¨²n m¨¢s de una docena de historiadores y economistas consultados, desigualadora. A diferencia de las anteriores, agravar¨¢ la inequidad ya existente, en parte heredada de la crisis de 2008. El teletrabajo es una posibilidad solo para algunos, generalmente los m¨¢s cualificados, mientras condena a los m¨¢s precarios. Igualmente, pese a las severas p¨¦rdidas en Bolsa, todo apunta a que el capital recuperar¨¢ el paso antes que los mercados laborales. El resultado de este c¨®ctel, seg¨²n una docena de historiadores y economistas, s¨®lo puede ser uno: quienes llegaron m¨¢s apurados a la crisis saldr¨¢n tambi¨¦n peor.
El historiador Walter Scheidel ilustr¨® en el monumental El gran nivelador (Cr¨ªtica, 2018) c¨®mo solo la guerra, la revoluci¨®n, el colapso del Estado o las plagas ¡ª¡°los cuatro jinetes de la equiparaci¨®n¡±, en sus palabras¡ª son los ¨²nicos factores capaces de equilibrar la relaci¨®n de fuerzas entre ricos y pobres. Sin ellos, dec¨ªa, no hay mejora posible. El caso de la peste negra (decenas de millones de muertos en el siglo XIV, quiz¨¢ el m¨¢s funesto de siempre; con una reducci¨®n de entre el 25% y el 45% de la poblaci¨®n) provoc¨® una ca¨ªda de la desigualdad y aument¨® el bienestar de quienes lograron sobrevivir. La gripe de 1918, aunque en mucha menor medida (40 millones de fallecidos, algo m¨¢s del 2% de la poblaci¨®n mundial), tambi¨¦n merm¨® la fuerza de trabajo y provoc¨® un efecto similar, aunque menor. ¡°Las pandemias enferman y matan a las personas y dejan a las familias con niveles de vida m¨¢s bajos. Los efectos directos sobre la pobreza y el bienestar son grandes y persistentes. La alegr¨ªa de la mejora resultante en la igualdad suena hueca: ?qu¨¦ bueno que somos m¨¢s iguales en nuestra miseria!¡±, apostilla James Foster, de la Elliott School of International Affairs.
La riqueza del 10% que m¨¢s tiene
100%
Francia, R. Unido
y Suecia
90
80
1918
Gripe
espa?ola
70
Italia
60
1629-31
Plaga en el
norte de Italia
50
40
1347-51
Peste Negra
en Europa
1656-57
Plaga en el
sur de Italia
30
1300
1400
1500
1600
1700
1800
1900
2000
Fuente: Science, Guido Alfani y Thomas Piketty.
EL PA?S
La riqueza del 10% que m¨¢s tiene
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Francia, R. Unido
y Suecia
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Plaga en el
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Peste Negra
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Fuente: Science, Guido Alfani y Thomas Piketty.
EL PA?S
La riqueza del 10% que m¨¢s tiene
100%
Francia, R. Unido
y Suecia
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Gripe
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Plaga en el
norte de Italia
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Fuente: Science, Guido Alfani y Thomas Piketty.
EL PA?S
La riqueza del 10% que m¨¢s tiene
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Francia, R. Unido
y Suecia
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Gripe
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Plaga en el
norte de Italia
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Peste Negra
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Fuente: Science, Guido Alfani y Thomas Piketty.
EL PA?S
Con el coronavirus ni siquiera se vivir¨¢ esa mejora coyuntural: la cifra de muertos es tan grande en t¨¦rminos absolutos (330.000 personas) como devastadora en lo moral, pero muy poco relevante en lo estad¨ªstico en un mundo que va camino de los 8.000 millones de habitantes, 20 veces m¨¢s que en los tiempos de la peste negra. Nada cambiar¨¢ en el equilibrio entre capital y trabajo: como recuerdan casi al un¨ªsono Nora Lustig, profesora de la Universidad de Tulane y una de las mejores historiadoras econ¨®micas latinoamericanas de nuestros d¨ªas, y ?scar Jord¨¤, de la Universidad de California en Davis y coautor de uno de los primeros trabajos sobre las consecuencias econ¨®micas de la covid-19 a largo plazo, lo que hace distinta a esta pandemia es que (afortunadamente) en t¨¦rminos relativos las muertes son significativamente menores que en anteriores ocasiones. "Los m¨¢s afectados son los jubilados, con ahorros y capital, pero que ya est¨¢n fuera del mercado laboral¡±, apunta Jord¨¤. Y, en cambio, s¨ª empeorar¨¢n otras variables clave para la inequidad.
¡°Esta vez es diferente: no habr¨¢ escasez de mano de obra y el salario del trabajador medio no subir¨¢¡±, remarca Scheidel, profesor de la Universidad de Stanford, en conversaci¨®n con EL PA?S. ¡°En el corto plazo, de hecho, el coronavirus probablemente incremente la desigualdad, con mayores brechas entre los trabajadores de sectores relativamente estables y aquellos que se llevar¨¢n la peor parte de los confinamientos¡±. Todo, agrega, Guido Alfani, historiador de la Universidad Bocconi de Mil¨¢n, depende mucho del contexto y de las instituciones: "Ser¨ªa m¨¢s correcto decir que algunas pandemias, como la peste negra, que fue la plaga m¨¢s mort¨ªfera de la historia, s¨ª redujeron la desigualdad. Pero no todas: en la del siglo XVII [tambi¨¦n de peste] en el sur de Europa, que en Italia mat¨® a entre el 30% y el 40% de la poblaci¨®n, por ejemplo, no provoc¨® ninguna reducci¨®n significativa ni duradera¡±.
A¨²n sin datos duros ¡ªhabr¨¢ que esperar a?os¡ª, todo apunta a que esta vez no solo no caer¨¢ sino que picar¨¢ al alza: igual que el virus golpea m¨¢s a unos pa¨ªses (los que dependen del turismo y los servicios, v¨¦ase Espa?a) que a otros (las econom¨ªas m¨¢s cerradas), tambi¨¦n sacude m¨¢s a los estratos de ingresos bajos. ¡°Es un mito que todas las pandemias tengan un efecto siquiera neutral en el plano social¡±, sentencia sin dejar mucho lugar para la duda Svenn-Erik Mamelund, de la Universidad Metropolitana de Oslo y uno de los investigadores que m¨¢s ha ahondado en las derivadas econ¨®micas y demogr¨¢ficas de los estallidos sanitarios. ¡°Los pobres siempre han sido m¨¢s golpeados en t¨¦rminos m¨¦dicos (hospitalizaciones y muertes) y econ¨®micos: tambi¨¦n son los que terminan empobreci¨¦ndose m¨¢s. Es algo que estamos viendo hoy con los negros y los indios navajo en EE UU, pero tambi¨¦n con los m¨¢s pobres en Madrid, Par¨ªs, Oslo o Estocolmo: quienes dicen que la covid-19 es un igualador est¨¢n equivocados¡±. La enfermedad, completa por correo electr¨®nico el Nobel Joseph Stiglitz, autor de El precio de la desigualdad (Taurus, 2012), ¡°golpea a la parte baja de la escala socioecon¨®mica, que pierde sus trabajos de manera desproporcionada [respecto a la media]. Se llevan lo peor¡±.
Las crisis ense?an siempre las verg¨¹enzas y los vicios ocultos ¡ªy no tan ocultos¡ª en las econom¨ªas. Y esta pandemia est¨¢ revelando crudamente las brechas que ya exist¨ªan antes de que el virus hiciese acto de presencia: las tasas de mortalidad son m¨¢s altas entre los colectivos m¨¢s fr¨¢giles en pr¨¢cticamente todas las ciudades de Occidente y la disponibilidad de unos ahorros en muchos casos laminados por la Gran Recesi¨®n lo marca todo. Quien entr¨® a la crisis endeudado tiene menos posibilidades de salir airoso que quien lleg¨® con un colch¨®n de seguridad y un empleo estable y bien remunerado. ¡°Destrozar¨¢ a los deudores, inquilinos y a quienes tienen cr¨¦ditos que no pueden devolver por la merma de sus ingresos¡±, alerta James K. Galbraith, de la Universidad de Texas. ¡°A menos que haya un alivio general de esas deudas, los acreedores se har¨¢n con los activos a precios de saldo. Sin ese reseteo, habr¨¢ una depresi¨®n prolongada y una pauperizaci¨®n masiva de las hasta ahora clases medias¡±.
El efecto de los confinamientos sigue siendo una inc¨®gnita: es, como recuerda Alfani, la primera vez en la historia de la humanidad en la que tantos pa¨ªses optan por medidas ¡°tan estrictas, as¨ª que no podemos asirnos a episodios del pasado para tratar de predecir qu¨¦ ocurrir¨¢¡±. Pero, por lo pronto, ya se pueden extraer unas primeras conclusiones: en el mercado laboral el coronavirus est¨¢ creando, grosso modo, dos grupos de trabajadores: los que pueden seguir desempe?ando su tarea con casi total normalidad, mayoritariamente cualificados ¡ªlos de cuello blanco, en t¨¦rminos anglosajones¡ª, y quienes directamente no pueden hacerlo ¡ªlos de cuello azul: de empleados de f¨¢bricas a camareros¡ª, que se ven abocados al paro, ya sea en su versi¨®n temporal (ERTE, en Espa?a) o en su versi¨®n permanente. Justo cuando empezaba a sanarse la herida de la anterior crisis sobre las rentas.
Los mercados laborales obedecen, con excepciones, el patr¨®n que sigue: a salario m¨¢s bajo, menores opciones de trabajar desde casa y mayores de caer en desempleo. En EE UU, por ejemplo, cuatro de cada 10 trabajadores despedidos cobraba menos de 40.000 d¨®lares, pese a que el salario medio ya cabalga por encima de los 50.000. Eso, en las econom¨ªas avanzadas. En los pa¨ªses emergentes, el dilema que se presenta es mucho m¨¢s crudo ¡ªconfinarse o comer¡ª, con millones de trabajadores informales ¡ªlos que peor estaban ya desde antes de la pandemia¡ª obligados a desempe?arse, literalmente, en lo que sea para buscar un sustento para ellos y sus familias mientras los empleados m¨¢s cualificados pueden hacer sus labores desde sus hogares sin grandes cambios. No se puede olvidar, tampoco, que la desigualdad estuvo en el origen de las protestas de finales del a?o pasado en Am¨¦rica Latina, una regi¨®n en la que los desequilibrios econ¨®micos siguen campando a sus anchas.
El lujo de quedarse en casa y la desigualdad de g¨¦nero
Quedarse en casa es m¨¢s que nunca un lujo. Ese clich¨¦ no lo desmontar¨¢ la crisis. ¡°Lo vemos en EE UU, s¨ª, pero tambi¨¦n en un Estado de bienestar como Noruega: aquellos con menos educaci¨®n y recursos son los m¨¢s duramente golpeados tanto en t¨¦rminos de desempleo como en ingreso. Y la historia de la crisis nos dice que son, asimismo, los que m¨¢s problemas tienen para regresar al mercado laboral tras un periodo en el paro¡±, subraya Mamelund. ¡°Al afectar m¨¢s a la gente m¨¢s pobre, que no tiene ahorros y que est¨¢ m¨¢s desprotegida: provocar¨¢ una movilidad social a la baja¡±, completa Lustig, que pide sin ambages un impuesto espec¨ªfico a la riqueza ¡°de los multimillonarios¡± vinculado a prevenir la oleada de desigualdad que se viene. ¡°La recesi¨®n est¨¢ tan vinculada con el incremento del desempleo y la ca¨ªda de negocios peque?os, como caf¨¦s o restaurantes, que es dif¨ªcil imaginar un horizonte en el que los pobres salgan beneficiados respecto a los ricos¡±, esboza Peter Lanjouw, de la Universidad Libre de ?msterdam. En plata: la crisis empobrecer¨¢ a todos (o a casi todos: algunos, como siempre, pescar¨¢n a r¨ªo revuelto), pero no por igual.
Las din¨¢micas financieras tampoco ayudar¨¢n a suturar la brecha. La sacudida inicial en las Bolsas fue muy severa, ara?ando el patrimonio de las grandes fortunas ¡ªel cuarto hombre m¨¢s rico del mundo, Warren Buffett, lleva perdida la friolera de 50.000 millones de d¨®lares desde el inicio del choque burs¨¢til¡ª, pero los parqu¨¦s ya han empezado a recuperar (muy poco a poco) parte de lo retrocedido. ¡°Si la Gran Recesi¨®n de 2008 sirve como gu¨ªa, las inversiones de los ricos se recuperar¨¢n antes que los mercados de trabajo¡±, esboza Scheidel. En el otro destino predilecto de las inversiones de los m¨¢s acaudalados, el ladrillo, s¨ª parece que la dentellada ser¨¢ severa. Pero ah¨ª, la clase media que se endeud¨® para ser propietaria tambi¨¦n encajar¨¢ el golpe y el efecto igualador ser¨¢ ¡ªde serlo¡ª discreto.
Participaci¨®n del trabajo
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0,65
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Francia
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Variaci¨®n (puntos)
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-7,7
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Fuente: McKinsey Global Institute.
EL PA?S
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Fuente: McKinsey Global Institute.
EL PA?S
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Fuente: McKinsey Global Institute.
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Fuente: McKinsey Global Institute.
EL PA?S
¡°La capacidad de la gente de proteger a su familia y de capear la tormenta var¨ªa mucho¡±, apuntan Sabina Alkire y Ricardo Nogales, de la Universidad de Oxford. ¡°Mientras algunas personas tienen trabajos formales y estables, relaciones saludables, casas confortables y una salud mental fuerte, otros solo logran ingresos de fuentes informales y enfrentan una situaci¨®n de vulnerabilidad y pobreza, con situaciones comprometidas en casa. Son, particularmente, mayores y mujeres¡±. El g¨¦nero es, en efecto, una variable clave en el an¨¢lisis: la Unesco calcula que 1.500 millones de ni?os en todo el mundo no est¨¢n yendo estos d¨ªas a las aulas, con el consecuente efecto sobre las familias, que deben cuidarles en las horas en las que deber¨ªan estar en la escuela, ¡°y dadas las normas de g¨¦nero existentes y teniendo en cuenta la hist¨®rica distribuci¨®n de tareas en los hogares, podemos asumir sin riesgo de error que esa carga adicional est¨¢ recayendo desproporcionadamente m¨¢s en las mujeres¡±, profundiza Olga Shurchkov, del Wellesley College.
Esa asimetr¨ªa entre mujeres y hombres se est¨¢ notando en pr¨¢cticamente todos los ¨¢mbitos: desde el primer zarpazo del virus, la productividad se ha desplomado entre las mujeres investigadoras mientras crec¨ªa entre sus pares hombres. Tambi¨¦n en clave de empleo: si en la crisis de 2008 las p¨¦rdidas de puestos de trabajo se cebaron con sectores muy masculinizados (construcci¨®n, manufacturas), esta vez la peor parte se la llevan los servicios, donde ellas tienen un peso superior. ¡°La conclusi¨®n es clara: la desigualdad de g¨¦nero se ha incrementado y seguir¨¢ haci¨¦ndolo mientras dure esta recesi¨®n¡±, sentencia Shurchkov.
La importancia de las pol¨ªticas p¨²blicas y la presi¨®n pol¨ªtica
El punto de partida es, de por s¨ª, preocupante. Pese al declive de las clases medias occidentales y que las rentas altas no han dejado de aumentar su trozo del pastel, la mejora de sus pares emergentes ha equilibrado la foto global de la desigualdad. Dentro de los pa¨ªses, el panorama es otro. Desde los sesenta, cuando Billy Wilder triunfaba en las carteleras, la concentraci¨®n del ingreso ha crecido con fuerza: en EE UU, sobre todo, pero tambi¨¦n en el Reino Unido, Alemania, Italia o Espa?a. En paralelo, la inequidad ha ido ganando enteros en el debate p¨²blico: la crisis financiera, que sigui¨® ensanchando la brecha, la convirti¨® en un tema de conversaci¨®n recurrente y dej¨® patente que la preocupaci¨®n va mucho m¨¢s all¨¢ de la justicia social y que ejerce, tambi¨¦n, como inhibidor del crecimiento. M¨¢s all¨¢ de lo ¨¦tico es, en fin, un palo en la rueda de la econom¨ªa.
Las pol¨ªticas p¨²blicas, habitualmente desplazadas al fondo de un debate social constantemente marcado por la guerra cultural y la polarizaci¨®n, emergen como la clave de b¨®veda en el edificio social que resulte de esta crisis. Los bienvenidos mecanismos de protecci¨®n puestos en marcha hasta ahora ¡ªsobre todo en Europa, con varios Estados haci¨¦ndose cargo de parte de los salarios, esquemas de rentas m¨ªnimas y ayudas ad hoc para los colectivos vulnerables: una socializaci¨®n de p¨¦rdidas en el mejor sentido de los posibles¡ª, no tienen visos de ser suficientes. As¨ª lo atestiguan las 100.000 personas que han solicitado ayudas para alimentaci¨®n solo en Madrid y los temores de Stiglitz al otro lado del Atl¨¢ntico. ¡°En EE UU una parte desproporcionada de los tres billones de d¨®lares inyectados en la econom¨ªa ha ido a parar a las manos de los que m¨¢s tienen, entre ellos grandes empresas. Los costes de la crisis est¨¢n recayendo, sobre todo, en los pobres, y el dinero no est¨¢ ayud¨¢ndoles, lo que ampl¨ªa las desigualdades¡±, enfatiza el Nobel.
En los emergentes, la sacudida de la crisis econ¨®mica ser¨¢ igual de dura. Y eso, seg¨²n Lanjouw, de la Universidad Libre de ?msterdam, se dejar¨¢ sentir en la desigualdad global, una brecha que se hab¨ªa cerrado con la globalizaci¨®n y que ahora corre el riesgo de tomar el camino contrario. ¡°El proceso de convergencia entre pa¨ªses pobres y ricos probablemente se ralentice o, directamente, se revierta¡±, remarca el acad¨¦mico holand¨¦s, que ha dedicado buena parte de su vida a temas de econom¨ªa del desarrollo.
Vistos los males del hoy ¡ªpobreza, desigualdad¡ª, se impone la perspectiva y la mirada del ma?ana. En un horizonte algo m¨¢s largo pocos dudan de que la covid-19 ser¨¢ m¨¢s que una mera sacudida econ¨®mica y sanitaria: azuzar¨¢ tambi¨¦n el campo de las ideas. Lo que suceder¨¢ en el futuro, escrib¨ªa recientemente en estas p¨¢ginas Adela Cortina, ¡°depender¨¢ en buena medida de c¨®mo ejerzamos nuestra libertad, si desde un nosotros incluyente o desde una fragmentaci¨®n de individuos¡±. Tanto m¨¢s puede decirse en el plano puramente econ¨®mico.
El debate p¨²blico sobre desigualdad, pronostica Lanjouw, mutar¨¢ para bien: se pondr¨¢ m¨¢s el foco sobre quienes peor est¨¢n. ¡°Puede propiciar un cambio duradero en la orientaci¨®n ideol¨®gica y en las pol¨ªticas p¨²blicas¡±, opina en la misma l¨ªnea Samuel Bowles, del Santa Fe Institute. ¡°Como en la Gran Crisis, la pandemia es un golpe para los mercados no regulados y los Estados peque?os [en t¨¦rminos de gasto p¨²blico] sin una m¨ªnima red de protecci¨®n econ¨®mica para los trabajadores. Si la covid-19 es capaz de demostrar los riesgos mortales de las pol¨ªticas econ¨®micas basadas ¨²nicamente en el libre mercado y de la ideolog¨ªa individualista, tambi¨¦n podr¨ªa propiciar un futuro m¨¢s igualitario¡±. La crisis del coronavirus, cierra Scheidel, tiene el ¡°potencial¡± de incrementar la presi¨®n pol¨ªtica en favor de una agenda m¨¢s progresista. Sobre todo si se prolonga en el tiempo y los niveles de pobreza y descontento, ¡°pudiendo llevar a nacionalizaciones, programas de renta b¨¢sica y una progresividad mayor en la fiscalizaci¨®n de la riqueza. Eso, s¨ª, podr¨ªa reducir la actual concentraci¨®n del ingreso y el patrimonio¡±. El golpe inicial puede revertirse a largo plazo. Solo hace falta un cambio de mentalidad. Profundo.
Valent¨ªn Rodr¨ªguez, 51 a?os, Gij¨®n (Espa?a): ¡°Nunca viv¨ª algo as¨ª, es totalmente surrealista¡±
Hace solo unos d¨ªas que su negocio alz¨® las persianas tras dos meses de haber cerrado. Dentro del local, por el que continuaba pagando alquiler, est¨¢n las seis m¨¢quinas con las que trabaja en tareas de impresi¨®n digital y dise?o gr¨¢fico para empresas y clientes de a pie. Una vez por semana, Rodr¨ªguez ten¨ªa que pasar a encenderlas y evitar as¨ª que se estropearan. ¡°Llevo 27 a?os con este negocio y nunca viv¨ª algo as¨ª, es totalmente surrealista¡±, dice con una risa nerviosa.Tras la crisis de 2008, Rodr¨ªguez opt¨® por un local m¨¢s peque?o y por ¡°acoplarse a la nueva situaci¨®n¡±, pero ahora, por primera vez, no sabe qu¨¦ va a suceder. Ha tirado de sus ahorros y de negociaciones con los bancos y ahora espera todav¨ªa a que algo de la normalidad de antes vuelva a las calles de Gij¨®n. ¡°Cuando esto empiece a reactivarse, va a ser toda una aventura, nadie sabe qu¨¦ va a pasar. Yo ya no voy a recuperar lo que ten¨ªa pero por lo menos tratar¨¦ de seguir hasta donde se pueda¡±. Por ?RIKA ROSETE
Miriam Guerra, 40 a?os, Ciudad de M¨¦xico (M¨¦xico): ¡°Sientes que el mundo se te viene encima¡±
Hab¨ªa conseguido un buen trabajo; el mejor de su vida. Era inform¨¢tica en la sede de Banco Azteca, propiedad de Ricardo Salinas Pliego, el segundo hombre m¨¢s rico de M¨¦xico. Cobraba 30.000 pesos (1.200 d¨®lares) al mes, ocho veces m¨¢s que el salario m¨ªnimo. Con ese sueldo, alquilaba una casa con un gran patio en un barrio de clase media de Ciudad de M¨¦xico, llevaba a su hija de cuatro a?os a una guarder¨ªa privada y pagaba la hipoteca de otro apartamento. Adem¨¢s, manten¨ªa a sus padres; ¨¦l tapicero y ella ama de casa. A finales de abril, en plena pandemia, la despidieron. ¡°Sientes que el mundo se te viene encima. Voy al d¨ªa y no tengo para sobrevivir tres o cuatro meses sin trabajo¡±. El banco le hizo firmar una renuncia voluntaria con un finiquito para as¨ª ahorrarse la indemnizaci¨®n. Era tomarlo o embarcarse en un largo proceso judicial en un pa¨ªs que no cuenta con seguro por desempleo. Con dos tercios de los 60.000 pesos que recibi¨®, le pagar¨¢ a su padre una operaci¨®n de hernia. El resto ir¨¢ para la hipoteca, la renta de la casa y los gastos indispensables. ¡°Lo veo dif¨ªcil. Hay pocas ofertas. Voy a tener que aceptar un salario mucho menor al que ten¨ªa¡±, afirma. De no encontrar trabajo de aqu¨ª a septiembre, va a tener que cambiar a su hija de guarder¨ªa y mudarse con sus padres al departamento de 54 metros cuadrados por el que paga hipoteca. ¡°No cabr¨ªamos todos para vivir¡±, dice, acostumbrada a la casa con patio. ¡°Tendr¨ªamos que quitar la sala y hacerle una habitaci¨®n a mis pap¨¢s¡±. Por JON MART?N CULLELL
Christina Johns, 31 a?os, Washington (EE UU): ¡°Las ayudas simplemente no son suficientes¡±
Son las siete de la ma?ana y Christina Johns saborea un burrito que consigui¨® en el comedor social Miriam¡¯s Kitchen, en Washington. Es una de sus dos comidas diarias. Estudi¨® Negocios en la universidad, pero antes de la pandemia trabajaba como recepcionista en una consulta m¨¦dica, con la idea de que fuese algo temporal mientras ahorraba. Ganaba 15 d¨®lares la hora; unos 2.000 al mes. Ten¨ªa la ilusi¨®n de abrir su propio negocio este a?o, pero el par¨®n de la econom¨ªa hizo que se esfumaran sus planes y tambi¨¦n sus ahorros. En marzo, tras cinco meses en el puesto, perdi¨® su empleo como las m¨¢s de 36 millones de personas que han solicitado ayudas por paro desde que comenz¨® la crisis en Estados Unidos. ¡°Los 1.200 d¨®lares del Gobierno simplemente no son suficientes¡±, acusa sobre el ¨²nico cheque que ha enviado la Administraci¨®n de Donald Trump hasta ahora a todos los ciudadanos. Con eso pag¨® unas cuentas y un cr¨¦dito pendiente. A¨²n espera la respuesta sobre su solicitud de cupones de comida. Por ANTONIA LABORDE
Rodolfo C¨®rdoba, 54 a?os, Rafael Castillo (Argentina): ¡°Hace casi 60 d¨ªas que me frenaron¡±
En Argentina se los llama "buscavidas". Son aquellos que se las arreglan para mantener a una familia sin trabajo fijo, sorteando las crisis con imaginaci¨®n y oficio. A Rodolfo C¨®rdoba le ha ido bien como arreglatodo: es pintor, alba?il, electricista, fontanero, gasista. Puede colocar los cer¨¢micos en el piso de la sala o levantar la pared de una nueva habitaci¨®n en la azotea. Si el techo gotea, C¨®rdoba le pondr¨¢ impermeabilizante. En invierno, C¨®rdoba instalar¨¢ una estufa. Siempre tuvo trabajo, a montones. La cuarentena fue para ¨¦l un mazazo. "Al principio me las arregl¨¦, pero hace casi 60 d¨ªas que me pararon y no puedo trabajar", dice. Vive en Rafael Castillo, un municipio a 35 kil¨®metros del centro de la ciudad de Buenos Aires. Con las restricciones de movimiento no puede ingresar a la capital, donde est¨¢n sus clientes. A¨²n no recibi¨® la ayuda del Gobierno, equivalente a lo que cobra en cinco jornadas, y sobrevive gracias a un vecino que le pidi¨® ayuda en unas refacciones. "Soy peronista de izquierda, vot¨¦ a este Gobierno, pero la estoy pasando mal. No s¨¦ c¨®mo saldremos de esta si no puedo volver a trabajar, porque se est¨¢ haciendo largo", lamenta C¨®rdoba. Por FEDERICO RIVAS MOLINA
Herv¨¦ Favreau, 51 a?os, Par¨ªs (Francia): ¡°No tengo derecho a paro, nos vamos a la calle¡±
Le vio las orejas al lobo del coronavirus en enero, cuando sus proveedores de Hong Kong le anunciaron que no llegar¨ªan los pedidos para su laboratorio de pr¨®tesis dentales por el cierre decretado por el Gobierno chino. Aun as¨ª, no se esperaba ¡°la pesadilla¡± que vive: pedidos impagados, facturas pendientes ¡ª¡°nos han aplazado los impuestos, pero no est¨¢n anulados¡±¡ª, su ¨²nico empleado en paro temporal, como 12 millones de franceses, y el futuro de su empresa, que ven¨ªa de superar el siempre cr¨ªtico primer a?o de vida, en peligro. Algo que aterroriza a este parisino que apost¨® por un negocio propio porque, a sus 51 a?os, nadie le iba a contratar ya. Su socia es su mujer, tienen una ni?a de 14 meses. Si se hunde el laboratorio, se hunde la familia. Y ¡°es tan f¨¢cil caer¡±, suspira. Las ayudas oficiales de emergencia ¡°no cubren ni el alquiler¡±. Adem¨¢s, su fracaso importar¨ªa a su familia¡ª¡°si cierro, no tendr¨¦ derecho ni al paro. Nos vamos a la calle¡±, lamenta¡ª pero no al Estado. ¡°No cambiar¨¦ las estad¨ªsticas oficiales, solo ser¨¦ una sociedad que desaparece, no 50 empleos que se pierden. Somos insignificantes¡±. Por SILVIA AYUSO