?Somos capaces de detener esta locura?
El reciente informe sobre el peligro de extinci¨®n masiva de especies en el planeta llama a una urgente reflexi¨®n
Como a miles de ciudadanos del mundo, el informe que acaba de presentar en Par¨ªs la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosist¨¦micos (IPBES, por sus siglas en ingl¨¦s) me ha dejado literalmente pasmado e indignado. Es cierto que no es el primer documento de este tipo. Pero acaso es el primero que muestra, sin anestesia y con precisi¨®n casi quir¨²rgica, qu¨¦ le puede pasar al ecosistema terrestre.
Un mill¨®n de especies, animales y vegetales, podr¨ªan desparecer en unas pocas d¨¦cadas, desde los ¨¢rboles de zonas tropicales hasta los corales, as¨ª como numerosas especies de anfibios, peces, aves, mam¨ªferos y hasta insectos, la mayor¨ªa aplastante dentro de los habitantes de la biosfera. Nadie se salva, y menos a¨²n nosotros, con nuestras grandes ciudades, nuestro delirio consumista y nuestra escasa visi¨®n de un futuro sostenible.
En Am¨¦rica Latina, han desaparecido 42 millones de hect¨¢reas de bosques tropicales entre 1980 y? 2000, seg¨²n ha reportado el portal Mongabay Latam rese?ando parte del profuso informe, cuya versi¨®n final tiene 1.500 p¨¢ginas. Se trata, en suma, de una suerte de informe similar a los que emite el Panel Intergubernamental sobre Cambio Clim¨¢tico (IPCC), pero sobre la biodiversidad, ese recurso sin el cual la vida es imposible.
Ya en el 2007 la ONU, a trav¨¦s de su secretario ejecutivo de la Convenci¨®n para la Biodiversidad de entonces, Ahmed Djoghlaf, alertaba sobre la extinci¨®n de 150 especies animales por d¨ªa. Y la Uni¨®n Internacional para la Conservaci¨®n de la Naturaleza (UICN) renueva, desde hace a?os, su Lista Roja de Especies Amenazadas. No hay forma de decir que no sabemos lo que ocurre, pero ?por qu¨¦ (nos) est¨¢ pasando esto?
El informe sostiene que uno de los factores que ha desatado este drama es el cambio clim¨¢tico, en tanto que los otros cuatro son la contaminaci¨®n, los cambios en los usos de la tierra y el mar, la desaforada extracci¨®n de recursos y las especies invasoras. Todos ellos, si se observa, se intensifican a partir del siglo XVIII, fecha clave para identificar cu¨¢ndo comienzan a emitirse Gases de Efecto Invernadero (GEI) en grado extremo.
Si no conocemos, no amamos, no entendemos. Cuidar una flor, un colibr¨ª, una abeja, un guacamayo, no es un mero acto de exotismo
Un tiempo en el cual tambi¨¦n empiezan a crecer las ciudades y a aumentar una poblaci¨®n que demanda recursos, alimentaci¨®n, comodidades. La historia tr¨¢gica, sublevante, de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) en EE UU es un episodio desolador. A inicios del siglo XIX exist¨ªan millones de ellas, cubr¨ªan el cielo de algunos estados, pero al final de esa centuria desaparecieron de la faz de la Tierra.
Las mataron sin medida ni clemencia, por deporte o por necesidad (eran f¨¢ciles de cazar y, por ende, un alimento barato). A comienzos del siglo XX solo qued¨® una, de nombre Martha, que muri¨® en el Zool¨®gico de Cincinnati, Ohio, un aciago 1 de diciembre de 1914. Esa masacre fue una de las peores, pero no la ¨²nica, en un mundo donde el homo sapiens se multiplicaba, sin conciencia ecol¨®gica alguna, con escaso sentido preventivo.
Un desarrollo econ¨®mico, muy centrado en la l¨®gica extractiva, gravit¨® en esta deriva depredadora y lo siguen haciendo. Si lo principal es el crecimiento, o mover la econom¨ªa a como d¨¦ lugar, este tipo de tragedias se repetir¨¢n. ?Est¨¢n en curso, mejor dicho! Basta ver lo que dice este informe sobre Indonesia, donde millones de hect¨¢reas de bosques tropicales se han perdido, debido al cultivo masivo de palma aceitera.
Por lo visto y sufrido, resulta evidente que la p¨¦rdida de biodiversidad solo se puede controlar promoviendo cambios pol¨ªticos y econ¨®micos. Ya se habla de econom¨ªa verde, o de aprovechar los servicios ecosist¨¦micos, t¨¦rminos y pr¨¢cticas que a estas alturas de la historia ya no deber¨ªan alarmar a nadie. Y que, por supuesto, no aluden a una econom¨ªa cerrada o estatista, que tambi¨¦n puede provocar estragos ambientales.
El extractivismo no tiene signo pol¨ªtico. Se le usa para llenar la caja fiscal y hacer programas asistencialistas, o para llenar las arcas de enormes empresas, mientras los ecosistemas son diezmados. Mientras las zonas ind¨ªgenas, donde la biodiversidad est¨¢ mejor conservada, son devoradas en el altar de una modernidad inconsciente y desatada, que acaso cree que todo tiempo pasado, o toda cultura originaria, fue peor.
Ya en el 2007 la ONU, a trav¨¦s de su secretario ejecutivo de la Convenci¨®n para la Biodiversidad de entonces, Ahmed Djoghlaf, alertaba sobre la extinci¨®n de 150 especies animales por d¨ªa
A nivel social e individual, la responsabilidad tampoco es m¨ªnima. Hoy existe una gran campa?a mundial para reducir el uso de pl¨¢stico, otro insumo que degrada ferozmente la biodiversidad. ?Es suficiente? ?Se va a salvar el mundo usando bolsas de tela o llenando un bols¨®n semanal con pl¨¢stico para reciclar? Sin duda, eso ayuda, pero tan importante como eso es recuperar, a nivel ciudadano, la experiencia real de la naturaleza.
Hoy buscamos p¨¢jaros en el mundo de los Pok¨¦mon, en vez de buscarlos en los ¨¢rboles, o creemos que conocemos la naturaleza viendo las magn¨ªficas series de Nat Geo Wild. A muchos les interesa m¨¢s pasarse un d¨ªa en un Mall, antes que en un parque, o en un ¨¢rea protegida, como si la vivencia de comprar fuera superior, o siquiera comparable, con la de ver volar una parvada de palomas sobre un bosque.
Si no conocemos, no amamos, no entendemos. Cuidar una flor, un colibr¨ª, una abeja, un guacamayo, no es un mero acto de exotismo. Es una manera de salvarnos como especie, y de salvar al resto de seres vivos. Un colibr¨ª hace, con su dulce y m¨¢gico vuelo, que las plantas se reproduzcan; un pez sirve de alimento para un mam¨ªfero marino, o para nosotros mismos; el bosque amaz¨®nico suelta materia org¨¢nica y fertiliza la lluvia.
La naturaleza est¨¢ all¨ª, vi¨¦ndonos y llam¨¢ndonos; somos parte de ella, pero la estamos destrozando. Aunque la biodiversidad tiene un riqu¨ªsimo potencial, la agredimos con un ritmo de vida que luego se vuelve irrespirable. Este informe nos est¨¢ diciendo que eso no puede continuar, que se agota y, con ello, puede extinguirse nuestra propia especie, como en esas pel¨ªculas catastr¨®ficas de Hollywood donde todo se acaba.
La ¨²ltima paloma migratoria en libertad fue supuestamente matada por un adolescente que le dispar¨® con una escopeta, all¨¢ por 1900. Imagino que en sus adentros se sinti¨® realizado al perpetrar esa cacer¨ªa final. Deber¨ªamos hoy imaginar a un joven, tal vez distinto, que mire un ¨¢rbol, o un bosque, con otra expectativa: la de cuidarlo, la de sentir que una paloma, o cualquier otra ave, son parte de la preciosa comunidad de los seres vivos que lo arropa.
Ramiro Escobar Cruz es periodista y profesor universitario. Ense?a en la Pontificia Universidad Cat¨®lica del Per¨², en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
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