Juan Carlos I: la vida de un rey en tres actos
Le apodaron Juan Carlos el Breve. Pero, contra todo pron¨®stico, consigui¨® consolidarse. Par¨® un golpe de Estado. Su figura se engrandeci¨®. Y a?os m¨¢s tarde, con la aburrida normalidad, llegaron los deslices
El anuncio de Juan Carlos I de que renuncia este domingo a la vida p¨²blica ha vuelto los ojos a su figura. Fue proclamado Rey en noviembre de 1975. Muchos desconfiaban de que su reinado durara. Pero dur¨®: el 2 de junio de 2014, hace cinco a?os, anunciaba su abdicaci¨®n. Esta es su vida en tres actos.
1. El desastre
Fue un s¨¢bado por la tarde de noviembre de 2012. Un viejo amigo de Juan Carlos I acudi¨® a verle al palacio de la Zarzuela, despu¨¦s de que el Rey le llamara por tel¨¦fono. Lo encontr¨® solo, en una habitaci¨®n interior muy peque?a, tumbado boca arriba en una camilla, dolorido de la cadera, con el mando a distancia de la televisi¨®n en la mano, cambiando de canal. Sin mucho m¨¢s que hacer. Sin nadie al lado. Hablaron de lo que hablan dos amigos que se conocen desde hace m¨¢s de 40 a?os: de la mala salud, de los hijos, de que las cosas, como siempre, son imprevisibles. Recuerda la pena que sinti¨® al ver al en otro tiempo popular e indiscutido Juan Carlos I, as¨ª, perdido en su propio palacio, zapeando, atendiendo las escasas llamadas de tel¨¦fono que recib¨ªa. El Rey ten¨ªa ese d¨ªa 74 a?os. Y no estaba bien. Ni ¨¦l ni la instituci¨®n que encarnaba. La Monarqu¨ªa atravesaba uno de sus peores momentos.?
Al final, result¨® que fajarse con la Transici¨®n, lograr la amistad de un comunista como Santiago Carrillo o de un socialista como Felipe Gonz¨¢lez, con ser dif¨ªcil, result¨® m¨¢s f¨¢cil que soportar el desgaste del d¨ªa a d¨ªa desde la cima culminante del 23-F hasta ese feo s¨¢bado por la tarde. Fue m¨¢s manejable pedir a los amigos m¨¢s ¨ªntimos, los del colegio, que le ayudaran a organizar en los ¨²ltimos a?os del franquismo reuniones secretas con personajes ajenos al r¨¦gimen. M¨¢s sencillo echar a un presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, que cre¨ªa tutelarle. Fue m¨¢s f¨¢cil decidir sin g¨¦nero de dudas que la Monarqu¨ªa no deb¨ªa tener ning¨²n poder pol¨ªtico y respetar siempre ese compromiso. Fueron m¨¢s manejables aquellos d¨ªas revolucionados que la aburrida normalidad que vino despu¨¦s, cuando parec¨ªa que todo estaba ganado. La dulce velocidad de crucero fue lo que acab¨® en desastre.
Result¨® que lograr la amistad de un comunista como Carrillo fue m¨¢s f¨¢cil que soportar el desgaste
Ocho meses antes de que ese amigo acudiera a visitarle, en abril, don Juan Carlos se hab¨ªa ca¨ªdo en una caba?a en el delta del Okavango, en Botsuana, rompi¨¦ndose una cadera ya de por s¨ª maltrecha y triturada a base de operaciones. Estuvo toda una noche tumbado en el suelo, sin gritar, sin poder moverse, seg¨²n relata el libro Final de partida, de la periodista Ana Romero. Todo se hizo p¨²blico en pocas horas: el traslado urgente a un hospital de Madrid, la alarma m¨¦dica, el haber estado cazando elefantes en una esquina ex¨®tica de ?frica con su amante, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, entonces de 51 a?os, y unos millonarios amigos saud¨ªes. Espa?a, ahogada en la crisis econ¨®mica, con una nueva generaci¨®n de j¨®venes indignados por su retroceso social y su falta de futuro, hab¨ªa dejado de admirar a ese Rey, desconectado de un mundo que hab¨ªa cambiado sin que ¨¦l se diera cuenta.
Una periodista que lo acompa?aba por esa ¨¦poca recuerda un tipo cascarrabias, que se enfadaba cuando tropezaba al caminar con el bast¨®n o la muleta, cada vez m¨¢s d¨¦bil. A¨²n conservaba su entrenada capacidad de aguante: un d¨ªa, seg¨²n cuenta un alto cargo que trabaj¨® en la Casa del Rey, en una audiencia con unos diplom¨¢ticos ¨¢rabes, se le sali¨® de golpe la pr¨®tesis de la cadera, pero ¨¦l soport¨® el dolor a pie firme, sin quejarse, sufriendo en silencio, hasta que acab¨® el acto. Con todo, las amenazas eran demasiadas: su salud limitaba sus movimientos, su sordera alimentaba su desconfianza, y esa desconfianza engordaba su mal genio. Su popularidad y la de su familia bajaban mes a mes. Adem¨¢s, se hab¨ªa enamorado de Corinna y no estaba dispuesto a renunciar a ella, aunque esto significara coquetear con el esc¨¢ndalo, que acab¨® alcanz¨¢ndole en ?frica.
Para tratar de recuperar algo de la antigua popularidad, d¨ªas despu¨¦s del episodio de la cacer¨ªa pidi¨® perd¨®n en una ins¨®lita alocuci¨®n televisada, rodada en un pasillo del hospital, apoy¨¢ndose en la muleta: ¡°Lo siento mucho. Me he equivocado: no volver¨¢ a ocurrir¡±. Miraba a la c¨¢mara con una expresi¨®n algo infantil en los ojos, de ni?o pillado en un renuncio. Pidi¨® perd¨®n por el episodio concreto de la cacer¨ªa ¡ªsin especificarlo¡ª, aunque, en realidad, el perd¨®n pod¨ªa hacerse extensivo a otras faltas, como los episodios de corrupci¨®n que hab¨ªan afectado a uno de sus yernos, I?aki Urdangarin, y salpicado a su propia hija, la infanta Cristina.
Un exministro que lo conoce bien divide su trayectoria en tres etapas: ¡°La primera, la de sufrir y tragar, hasta que le nombraron Rey. La segunda, hasta el 23-F, la de su enorme contribuci¨®n hist¨®rica, que nadie discute. La tercera, cuando cree que nadie le va a pedir cuentas nunca¡±. ¡°Tal vez crey¨® que la Monarqu¨ªa estaba ya consolidada para siempre, que funcionaba sola. ?l segu¨ªa haciendo las mismas cosas de siempre, pero la sociedad hab¨ªa cambiado por la crisis¡±, sostiene el historiador Jordi Canal, autor del ensayo La monarqu¨ªa en el siglo XXI. El aislamiento de La Zarzuela, la fatiga o simplemente la edad hab¨ªan disminuido ese instinto pol¨ªtico con el que supo, en los momentos dif¨ªciles, interpretar lo que quer¨ªa la sociedad.
D¨ªas despu¨¦s de la cacer¨ªa y la ca¨ªda en ?frica, pidi¨® perd¨®n en una ins¨®lita alocuci¨®n televisiva
Muchos pensaron que deb¨ªa echarse a un lado y dejar paso al pr¨ªncipe Felipe. El mismo Juan Carlos, seg¨²n afirma el emprendedor y escritor Diego Hidalgo, otro amigo de muchos a?os, se hab¨ªa prometido abdicar a los 70 a?os, convencido de que eso era lo mejor para ¨¦l, para su hijo y para la instituci¨®n mon¨¢rquica. Y as¨ª se lo hab¨ªa confesado a Hidalgo. Pero una cosa es pensar eso a los 40 o los 50 a?os y otra seguir manteni¨¦ndolo a medida que llegas a esa edad. Un veterano ministro que comparti¨® muchas horas con el Rey lo disculpa: ¡°Es que lo dif¨ªcil no es llegar, ni mantenerse. Cr¨¦ame: lo dif¨ªcil es saber irse, descubrir que ha llegado la hora y hacerle frente¡±. Es dif¨ªcil para los m¨²sicos, para los futbolistas, para los actores y para los pol¨ªticos. Y es dif¨ªcil tambi¨¦n para los reyes. Un amigo, movido ¨²nicamente por el afecto y la fidelidad, le aconsej¨® que dejara el trono en aquellos d¨ªas nefastos. Pero el Rey le contest¨® tajante: ¡°Agradezco mucho que mis amigos me den consejos, pero hay temas que se pueden tocar y otros no¡±.
El 6 de enero de 2014, en la Pascua Militar, un d¨ªa despu¨¦s de cumplir 76 a?os, cansado y aturdido, ley¨® un discurso en el que se trab¨® varias veces y en el que confundi¨® bastantes palabras. Eso acab¨® por convencerle. Lo hizo tarde, pero no demasiado tarde. Nadie sabe qu¨¦ habr¨ªa pasado si hubiera esperado m¨¢s. Sea como fuere, hasta ah¨ª hab¨ªa llegado: no m¨¢s d¨ªas hist¨®ricos; tampoco m¨¢s s¨¢bados por la tarde siendo el Rey, viendo la tele en palacio. No era un buen final. Tampoco el m¨¢s justo para Juan Carlos I. Pero no hab¨ªa otro disponible.
2. La llegada
¡°Le gusta la vida¡±, dice una persona que trabaj¨® junto a Juan Carlos I en sus ¨²ltimos a?os, y a?ade: ¡°Siempre le gust¨® hacer cosas. Arreglar motores. No puede estarse quieto. No es un intelectual, no. Eso lo sabe todo el mundo. Pero estaba suscrito a revistas cient¨ªficas, le gustan las cosas del espacio. Si no hubiera sido rey, habr¨ªa sido ingeniero, de los de tocar cables¡±. No hubo oportunidad. Desde ni?o le convencieron ¡ªse convenci¨®¡ª de que era un tipo ¡ªprivilegiado o no, seg¨²n se mire¡ª con un destino. Porque uno tiene un destino, pero tambi¨¦n carga con ¨¦l.
Ten¨ªa 10 a?os cuando fue enviado a educarse a Espa?a y, tambi¨¦n, a servir de moneda de cambio entre su padre, don Juan, entonces exiliado en Portugal, y Franco. ¡°Yo me sent¨ªa una pelota de pimp¨®n entre ellos¡±, confesar¨ªa el Rey en 2014, en un documental titulado Yo, Juan Carlos I, de la productora francesa Cin¨¦t¨¦v¨¦, que nunca fue emitido en Espa?a pero est¨¢ disponible en YouTube.
Ten¨ªa 10 a?os cuando fue enviado a Espa?a y sirvi¨® como moneda de cambio entre su padre y Franco
El trato era este: don Juan colocaba a su primog¨¦nito en Madrid. En contrapartida, Franco vigilaba de cerca al ni?o y posible heredero. En medio, un chico rubio y t¨ªmido que hab¨ªa nacido en Roma, que pronunciaba el espa?ol con un ligero acento franc¨¦s y que iba a pisar por primera vez la patria de la que tanto hab¨ªa o¨ªdo hablar a sus padres. Lleg¨® una ma?ana helada de noviembre de 1948 a la solitaria estaci¨®n de Villaverde en un tren procedente de Lisboa. En el apeadero le esperaba una severa y algo ministerial comitiva de cincuentones que asust¨® al chico. Ya hab¨ªa estado interno antes en Suiza. Pero esto parec¨ªa peor. ¡°Ten¨ªa miedo. Nadie ten¨ªa m¨¢s miedo que yo, con todos esos se?ores al lado¡±, recordaba en el documental citado. El colegio, improvisado y algo ortop¨¦dico, fue organizado a la carrera expresamente para ¨¦l en una finca particular, Las Jarillas, situada a 17 kil¨®metros de Madrid, en la que en la actualidad se celebran bodas de lujo. La decena de alumnos reclutados para servir de compa?eros de clase fueron escogidos por don Juan entre ni?os de su edad procedentes de familias aristocr¨¢ticas. Uno de ellos era el futuro presidente del Banco Urquijo y senador Real, Jaime Carvajal Urquijo, entonces un ni?o un a?o menor que Juan Carlos. ¡°La familia le llamaba Juanito. Nosotros, don Juanito¡±, recuerda. ¡°Era simp¨¢tico, alegre, deportista. Como estudiante era normal, aunque apretaba al final en los ex¨¢menes y hac¨ªa buen papel¡±, a?ade. Al evocar esos d¨ªas, don Juan Carlos, en ese mismo documental franc¨¦s, record¨®, precisamente, los s¨¢bados por la tarde (m¨¢s s¨¢bados por la tarde). Algunos de sus compa?eros se marchaban a casa con sus familias. ?l se quedaba siempre en ese caser¨®n de estilo andaluz a pasar el fin de semana.
Comenz¨® a forjarse un car¨¢cter. ¡°No se trata de si me gusta o no me gusta. Nac¨ª para ello. Desde mi infancia, mis maestros me han ense?ado a hacer lo que no me gusta¡±, asegura en una cita recogida en el libro Juan Carlos, la infancia desconocida de un rey, de Juan Antonio P¨¦rez Mateos.
La primera visita al Pardo lleg¨® a los pocos d¨ªas de bajarse del tren. El dictador ten¨ªa entonces 54 a?os, se encontraba en el apogeo de su poder. Juan Carlos, Juanito, segu¨ªa siendo un ni?o intimidado e impresionable. En un momento de la entrevista, Franco not¨® que el chico se distra¨ªa mirando hacia una esquina del despacho y le pregunt¨®, algo intrigado, que qu¨¦ le pasaba. El otro respondi¨® con la franqueza de los 10 a?os: ¡°Es que hay un rat¨®n ah¨ª abajo¡±. Al salir, Franco le regal¨® una escopeta. Desde aquel d¨ªa se profesaron afecto. Franco le hablaba con met¨¢foras algo raras, a base de par¨¢bolas ambiguas y de an¨¦cdotas de su propia vida. Juan Carlos por lo general callaba (¡°t¨² oye y calla¡±, le hab¨ªa aconsejado su padre). Este intercambio un poco esot¨¦rico de confidencias dur¨® hasta los ¨²ltimos d¨ªas del dictador: cuando, en los a?os setenta, en alguna de las reuniones semanales que manten¨ªan, el futuro rey planteaba preguntas, Franco le contestaba con su caracter¨ªstico estilo evasivo: ¡°No tengo la menor idea, alteza. Lo que en todo caso no va a poder hacer es lo que har¨ªa yo¡±.
Pas¨® por la Academia General de Zaragoza, por la Escuela Naval de Mar¨ªn, y por la Academia General del Aire de San Javier, en Murcia. Durante estos a?os fue feliz, tal vez porque encontr¨® en sus compa?eros el esp¨ªritu de camarader¨ªa y el calor que le hab¨ªan faltado durante todos esos a?os vividos hasta entonces en Espa?a, lejos de su familia: una soledad que le marc¨® para siempre y que resulta dif¨ªcil de soportar para un adolescente, por muy entrenado a aguantar que estuviera. A muchos de esos compa?eros de promoci¨®n les llamar¨ªa la tarde decisiva del 23-F.
En la universidad de Madrid estudi¨® asignaturas sueltas de Econom¨ªa, Historia y Derecho. All¨ª el recibimiento no fue como en el Ej¨¦rcito. Una ma?ana de 1961, al entrar en la Facultad de Derecho de la Complutense, en el vest¨ªbulo, un grupo de falangistas, que menospreciaban al futuro rey por considerarlo una marioneta de Franco, comenz¨® a increparle grit¨¢ndole ¡°?Fabiolo, Fabiolo!¡±, en alusi¨®n a la espa?ola Fabiola de Mora y Arag¨®n, casada con el rey Balduino de B¨¦lgica. El por entonces estudiante Antonio ?lvarez-Couceiro (hoy empresario jubilado), que hab¨ªa conocido a don Juan Carlos la tarde anterior y que se encontraba en ese mismo vest¨ªbulo, al o¨ªr los gritos, se ofreci¨® a acompa?arle hasta la clase. A¨²n son buenos amigos. El abogado y dirigente comunista Jaime Sartorius, que con el tiempo se convertir¨ªa tambi¨¦n en buen amigo de don Juan Carlos, estudiaba tambi¨¦n Derecho en esa facultad ese a?o. ¡°Cada vez que entraba el futuro rey en la clase, nosotros, los alumnos de izquierda, nos levant¨¢bamos y nos ¨ªbamos, para que supiera que no quer¨ªamos saber nada de ¨¦l. ?l se limitaba a sonre¨ªr. Sin decirnos nada¡±, recuerda Sartorius.
As¨ª, ninguneado por casi todos, Juan Carlos permanec¨ªa en medio, aprendiendo desde muy pronto por d¨®nde pisaba y qu¨¦ conven¨ªa hacer ¡ªy no hacer¡ª para seguir adelante. Mientras, Franco controlaba todo lo relativo a su vida: ¡°Un d¨ªa¡±, relata Diego Hidalgo, ¡°est¨¢bamos Juan Carlos y yo en la cafeter¨ªa de la facultad y al pasar una estudiante vendiendo una revista universitaria quiso comprarla. Cuando busc¨® las cinco pesetas, comprob¨® que no ten¨ªa. Yo entonces saqu¨¦ un duro y le compr¨¦ la revista, pero me qued¨¦ mir¨¢ndole, esperando a ver si quer¨ªa darme una explicaci¨®n¡±. Se la dio. Don Juan Carlos le cont¨® que no ten¨ªa dinero porque unos meses atr¨¢s, de vacaciones en el sur de Espa?a, despist¨® a los escoltas y se fue a pasar la noche con una mujer que hab¨ªa conocido. Los escoltas, asustados al no encontrarle, despertaron a su jefe, que despert¨® a su jefe, que despert¨® al ministro, que despert¨® a Franco. Este, para evitar m¨¢s sustos, a partir de entonces prohibi¨® que llevara dinero encima.
Tras acabar los estudios, pas¨® a desempe?ar una labor difusa, sin funci¨®n concreta, en una especie de limbo institucional. Franco no acababa de decidirse a designarle pr¨ªncipe y heredero. Mientras, proliferaban los chistes relativos a su pretendida estupidez. La ultraderecha le llamaba ¡°el rey tonto¡± y la izquierda apostaba a su brevedad. A su capacidad de encaje a?adi¨® la del disimulo. Supo esconder sus cartas, esperar el momento, su momento, si es que llegaba.
Franco decidi¨® nombrarle su sucesor en julio de 1969 sin que nadie lo hubiera anticipado. ¡°Un d¨ªa me anunci¨®: ¡®Le voy a nombrar heredero, con el t¨ªtulo de rey. ?Acepta usted?¡¯. Yo me dije: ¡®Esto ya va en serio¡±, dice don Juan Carlos en el citado documental. En una ceremonia con las Cortes coci¨¦ndose de calor y que pas¨® inadvertida para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, m¨¢s interesada aquel verano por la llegada del hombre a la Luna, jur¨® fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento, y declar¨® que recib¨ªa la ¡°legitimidad pol¨ªtica surgida del 18 de julio de 1936¡±.
Lo hizo con el rechazo de su padre, que a¨²n aspiraba a la Corona, y que le recrimin¨® que se hubiera plegado as¨ª a las exigencias de Franco. Juan Carlos ya hab¨ªa prevenido a don Juan por carta a?os atr¨¢s: ¡°T¨² has jugado una carta; yo otra, por tu mandato. Sigue t¨² con la tuya y yo con la m¨ªa. Si gana tu carta, me descubro, chapeau, pero no lo veo probable¡±.
Su padre se enfad¨®, la oposici¨®n le calific¨® de ¡°pr¨ªncipe del r¨¦gimen¡±. En medio, como siempre, ¨¦l, un hombre que ya ten¨ªa 31 a?os, que segu¨ªa estando bastante solo, como en la adolescencia, y que era consciente de que juraba unos principios pero que ten¨ªa otros, como en el chiste de Groucho Marx. Juan Carlos lo justific¨® as¨ª: ¡°No fue f¨¢cil, pero, si no hubiera aceptado, ?c¨®mo podr¨ªa haber hecho lo que hice?¡±.
Todo apuntaba al mismo objetivo. Pero solo ¨¦l lo sab¨ªa. A?os despu¨¦s, cuando ya era rey de Espa?a, le resumi¨® a Santiago Carrillo toda esa ¨¦poca con una frase: ¡°Durante 20 a?os tuve que hacer el idiota, lo que no es f¨¢cil¡±.
3. La cima
Se coron¨® con esa mala fama el 22 de noviembre de 1975. ¡°Yo sab¨ªa que ten¨ªamos que hacer una democracia. ?Pero c¨®mo? Buena pregunta¡±, aseguraba en el documental. Y a?adi¨®: ¡°Meses atr¨¢s, hab¨ªa visto en la plaza de Oriente el apoyo a Franco. All¨ª en el balc¨®n yo me dec¨ªa: habr¨¢ que hacer que todos estos cambien de lado. Pero es que hab¨ªa muchos¡±. La izquierda desconfiaba de ¨¦l desde siempre. Los falangistas y el r¨¦gimen, tambi¨¦n. Todos lo consideraban manipulable. El presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, directamente, alud¨ªa a su mote, Juan Carlos el Breve.
La izquierda desconfiaba de ¨¦l. Los falangistas y el r¨¦gimen, tambi¨¦n. Todos le consideraban manipulable
Y sin embargo, contra todo pron¨®stico, lo consigui¨®. En poco tiempo se despoj¨® de la m¨¢scara que le hab¨ªan atribuido. A los seis meses se deshizo de Carlos Arias tras aceptarle una dimisi¨®n que el otro le ofreci¨® de farol convencido de que el joven Rey la rechazar¨ªa. ¡°?Le he echado!, ?le he echado!¡±, le confes¨®, exultante, a un amigo por tel¨¦fono nada m¨¢s ver salir a Arias por la puerta del despacho. Para sustituirle eligi¨®, como apuesta personal y por la que soport¨® una lluvia de cr¨ªticas, a un hombre de su generaci¨®n, Adolfo Su¨¢rez, en el que se miraba buena parte de la poblaci¨®n y con el que el Rey ten¨ªa varias cosas en com¨²n: ambos eran lo suficientemente j¨®venes para no haber vivido la Guerra Civil. Tambi¨¦n eran optimistas, simp¨¢ticos, astutos y arriesgados. Imprimieron a las reformas un ritmo veloz sin frenazos, en la convicci¨®n de que para que no se cayera la bicicleta no hab¨ªa que dejar de pedalear. Los dos hab¨ªan jurado tambi¨¦n unos principios de los que abjuraron sin mucho problema de conciencia. Los dos sab¨ªan ad¨®nde iban.
Un ejemplo: Jaime Carvajal Urquijo, el amigo que estudi¨® con Juan Carlos I en Las Jarillas, cuenta que en 1973, en una visita a Espa?a, Henry Ford, por entonces presidente de Ford, buscaba un pa¨ªs del sur de Europa donde construir una planta de producci¨®n de autom¨®viles. Y que se decidi¨® por Espa?a tras entrevistarse con Juan Carlos, entonces Pr¨ªncipe, debido a que ¨¦ste le asegur¨® que el pa¨ªs ser¨ªa una democracia y que estar¨ªa integrado en Europa. Tres a?os despu¨¦s se abr¨ªa la planta de Almussafes. ¡°Y esto no lo s¨¦ por el Rey, sino por Ford, que me lo cont¨® a?os despu¨¦s, cuando yo era presidente de la compa?¨ªa en Espa?a¡±, explica Carvajal.
El recientemente fallecido exministro socialista Alfredo P¨¦rez Rubalcaba, en una entrevista llevada a cabo hace un par de meses, apuntaba tres caracter¨ªsticas de la personalidad de don Juan Carlos que resultaron determinantes en esos a?os: ¡°Primero, es un tipo cercano, que te hace sentir bien. Y esto, trat¨¢ndose de un rey, es importante. Segundo, es un tipo listo. Un superviviente, y se le nota. Es alguien que lo ha pasado muy mal. Hay que recordar su llegada a Espa?a cuando era ni?o. Ah¨ª empez¨® a sobrevivir. Y eso le ha hecho un tipo listo, porque la gente obligada a sobrevivir agudiza el ingenio. Y tercero, es valiente: dir¨¢n que es f¨¢cil ser valiente cuando uno es jefe de Estado, pero no lo es¡±.
El 15 de diciembre de 1976 se vot¨® y se aprob¨® el refer¨¦ndum sobre la reforma pol¨ªtica, en abril del a?o siguiente se legaliz¨® el PCE, en junio se celebraron las primeras elecciones, y el 11 de mayo de 1978, horas despu¨¦s de que la Comisi¨®n Constitucional del Congreso aprobara el art¨ªculo del proyecto de Constituci¨®n que dictaba que la forma pol¨ªtica del Estado espa?ol iba a ser la monarqu¨ªa parlamentaria, el Rey, que se deshac¨ªa (¡°con alivio¡±, seg¨²n asegur¨®) de los inmensos poderes heredados de Franco, entraba en un restaurante en el que hab¨ªa quedado con un grupo de periodistas y ped¨ªa: ¡°Felicitadme: me han legalizado¡±.
El resto es conocido: la tarde del 23-F don Juan Carlos hab¨ªa quedado con dos amigos para jugar al tenis en el palacio de la Moncloa. Sal¨ªan a la pista cuando les avisaron de que algo grave pasaba en el Congreso de los Diputados. Par¨® el golpe, que era un golpe algo chapucero, pero que pod¨ªa haber triunfado, como triunfan tantas cosas chapuceras. De hecho, el mismo don Juan Carlos, al d¨ªa siguiente, en una reuni¨®n en La Moncloa con los principales l¨ªderes pol¨ªticos, resumi¨® ante ellos lo cerca que estuvo todo de descarrilar con una expresi¨®n muy suya: ¡°La cosa ha estado as¨ª, as¨ª¡±.
Esa noche marc¨® el cenit de ese Rey en el que casi nadie confiaba excepto ¨¦l mismo, que accedi¨® al trono sin muchos aliados y sin manual de instrucciones, pues, a diferencia de su hijo, ¨¦l debi¨® de aprender sobre la marcha un oficio que nadie le hab¨ªa ense?ado. Esa noche se gan¨® el destino que llevaba cargando toda una vida.
Este s¨ª ser¨ªa un buen final. Un final justo para el rey Juan Carlos, del que a veces se olvidan muchas cosas. Pero en la vida de los hombres no se eligen los finales. Por eso el hombre que par¨® un golpe de Estado vestido de general en televisi¨®n era el mismo que, muchos a?os despu¨¦s, ped¨ªa perd¨®n tambi¨¦n por televisi¨®n en el pasillo de un hospital.
Lo bueno de la vida de los reyes es que su recuerdo no viene dado necesariamente por sus ¨²ltimos d¨ªas. Juan Carlos I lo sabe. Hace unos meses, le pregunt¨® a un amigo:
¡ª¡°?Y c¨®mo crees que pasar¨¦ yo a la historia?¡±.
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