Teatro para salvar a los j¨®venes de Sharpeville
La comunidad negra de esta deteriorada barriada sudafricana recurre a un colectivo de artistas para hacer frente a sus demonios: contaminaci¨®n, desempleo, drogadicci¨®n y olvido

Desde que encontr¨® sentido a hacerse preguntas, Modisana Mabale no deja de darle vueltas a una. "?Por qu¨¦ mis vecinos, los padres de mis amigos, los hijos de mis amigos, mis amigos, se empe?an en llenar de basura nuestras calles?" El servicio municipal de recogida de residuos no pasa demasiado por el barrio sudafricano de Sharpeville, aunque no le falta trabajo: en la explanada que hace de campo de f¨²tbol se acumulan tetrabriks, bolsas de pl¨¢stico cargadas de residuos y una taza de Angry Birds con el asa rota. Al otro lado, delante de la porter¨ªa que marca el linde del camino que conduce a la escuela, hay m¨¢s bolsas con los desperdicios de hace demasiados d¨ªas, varias monta?as de pl¨¢sticos y suficientes razones para seguir pregunt¨¢ndose "?por qu¨¦ nos hacemos esto?".
¡°La manera en la que tratamos a nuestro entorno define quienes somos. Refleja lo que somos y c¨®mo estamos. Una met¨¢fora de lo que ha ocurrido en Sharpeville¡±, prosigue Mabale, agitador cultural del barrio y miembro del colectivo Street Arts Government. Ubicada en cintur¨®n industrial de Gauteng, apenas a 45 minutos en transporte colectivo de Johannesburgo, la barriada fue creada a mediados de los a?os treinta para realojar a los trabajadores negros asentados hasta entonces en los alrededores del municipio de Vereeniging. El gueto tom¨® el nombre del que entonces era alcalde de la ciudad, el escoc¨¦s John Lillie Sharpe.
Hoy Sharpeville sigue siendo un lugar gris. Gris por las carrocer¨ªas desvencijadas de los veh¨ªculos que, de vez en cuando, atraviesan las calles que deber¨ªan ser gris-asfalto pero son cada vez m¨¢s polvo seco o barro pegajoso en funci¨®n de la estaci¨®n. Gris porque el humo de las acer¨ªas, tejares y minas en las que ya no trabajan apelmaza la respiraci¨®n. Gris porque no hay demasiadas oportunidades de mirar al futuro. ¡°La disposici¨®n urbana de la zona fue pensada teniendo en cuenta las corrientes del viento (que pod¨ªan estar contaminados por la industria), para que atravesara los township (asentamientos) y no los barrios de blancos¡±, subraya en la zona un joven soldado que acaba de volver la misi¨®n humanitaria en Sud¨¢n del Sur. La tasa de paro en el pa¨ªs acaba de alcanzar el 29%, la cifra m¨¢s alta en 11 a?os. De Sharpeville no hay ni siquiera cifras. Solo muchos chicos alistados en las fuerzas armadas.
Es eso o las calles. Las de Sharpeville, territorio de drogas; o las de Johannesburgo o Rustenburg, que son otra forma de exiliarse. En las minas que alimentaron el despegue econ¨®mico de la regi¨®n de Gauteng, que si fuese un pa¨ªs tendr¨ªa el s¨¦ptimo PIB m¨¢s importante del continente, ya no hay espacio para ellos, que tampoco quieren ir a las minas. Al igual que los hijos de la nueva clase media negra amamantada por el Congreso Nacional Africano (ANC), los llamados peyorativamente Black Diamonds, se refugian en los like de Instagram, los productos de Gucci o los coches de alta cilindrada; en las barriadas, los j¨®venes han tenido que buscar una salida en lo que ten¨ªan a mano. En Soweto y Alexandra, el turismo y la danza pantsula; en Sharpeville, las drogas.

¡°Aqu¨ª la situaci¨®n es peor que en otros township [suburbios], por ejemplo en Soweto, donde los l¨ªderes locales miran por su poblaci¨®n", se?ala Mabale, que es estudiante de Teatro y Estudios Ambientales en la Universidad Rhodes. ¡°Aqu¨ª no. Aqu¨ª la corrupci¨®n lo inflama todo¡±, prosigue. ¡°Aqu¨ª los pol¨ªticos vienen cada cinco a?os, para las elecciones, prometen y prometen, pero despu¨¦s no cumplen¡±, interviene Mzwakhe Mcely, otro vecino del barrio. Ambos forman parte del colectivo de artistas que est¨¢ envidando al futuro que hab¨ªan escrito para los j¨®venes de Sharpeville. ¡°Intentamos ofrecerles una salida a trav¨¦s del teatro o de otras artes¡±, convienen.
Para ello han rehabilitado un antiguo hostal abandonado a un extremo del barrio, al principio o al final dependiendo de por el lado de la presa de Leeukuildam por el que se entre. Son una veintena. Hay poetas, actores, dramaturgos, m¨²sicos, bailarines y artistas visuales. ¡°Aqu¨ª cada uno trabaja su proyecto propio y colabora en el de los dem¨¢s¡±, apunta Mabale, que es uno de los l¨ªderes del movimiento.
Hay un peque?o gimnasio. ¡°El cuerpo es nuestra herramienta¡±,?advierte Mdngase Goumrelon, otro de los miembros, que indica que tambi¨¦n cuentan con una decena de estancias para trabajar. ¡°Para documentarnos tenemos que ir a la biblioteca municipal. Porque aqu¨ª todos los proyectos tienen un significado¡±, a?ade. Ahora mismo est¨¢n preparando un espect¨¢culo teatral sobre el ubuntu, el principio filos¨®fico que rige el funcionamiento del centro. ¡°Tiene que ver con c¨®mo nos presentamos ante la vida, ante los dem¨¢s (¡) Aqu¨ª todos nos ayudamos, nos ense?amos unos a otros. Es un modelo colaborativo¡±, tercia Mabale. De hecho, han convertido una parte del centro en una escuela para personas con discapacidad. En Sharpeville no existe otro lugar al que puedan acudir: de no venir aqu¨ª se quedar¨ªan en casa, escondidos de cualquier mirada ajena. ¡°Aqu¨ª¡±, vuelve a tomar la palabra?Mcely desde su silla de ruedas, ¡°reciben ense?anzas b¨¢sicas, realizan manualidades y participan en sus propios espect¨¢culos teatrales¡±. Crean comunidad.
Las cuadrillas educativas que van a las escuelas para despertar la conciencia medioambiental en los cr¨ªos; o las que patrullan las calles recogiendo basura y botes de code¨ªna
El centro est¨¢ abierto a todos, pero son los espect¨¢culos ambulantes, al estilo del espa?ol La Barraca, lo que convence a los j¨®venes del barrio. ¡°El teatro y el arte tienen el poder de hacer cambiar el comportamiento de la gente, de concienciar. La televisi¨®n est¨¢ lejos de uno, est¨¢ en la casa, pero no es cercano. Nosotros s¨ª estamos ah¨ª. A los j¨®venes lo que m¨¢s les gusta es el humor, es la mejor forma de acercarse a ellos. De hecho¡±, apunta Mabale, ¡°al terminar las actuaciones muchos vienen y nos preguntan sobre lo que hacemos. No pretendemos que todos sean artistas, pero s¨ª que reciban una formaci¨®n en valores¡±.
Mientras otros muchos artistas prefieren ir a Maboneng, el barrio de moda de Johannesburgo donde las propinas de los turistas bien pagan la actuaci¨®n, y a lo teatros de la ciudad; los chicos de Sharpeville han optado por quedarse en la comunidad. No porque no tengan propuestas y acepten de vez en cuando, sino porque su compromiso est¨¢ en el barrio. ¡°Nosotros, asegura Mabale, queremos actuar para nuestra gente¡±. Con entradas gratuitas o a 10 rands (0,6 euros) para que nadie se quede fuera de un espect¨¢culo que habla de ellos: de las M¨¢s de 100 mentiras que valen la pena en Sharpeville.
La frustraci¨®n que est¨¢ detr¨¢s de todo
A sus 21 a?os, Goumrelon ya ha perdido a un amigo por sobredosis. Fue hace tres a?os. Hoy son unos cuantos m¨¢s a los que podr¨ªa pasarles en cualquier momento. ¡°Es frustrante. Est¨¢n enganchados. Vienen y solo me hablan para pedirme dinero. A m¨ª me gustar¨ªa que vinieran para pedir ayuda¡±. La code¨ªna es la reina de Sharpeville. Se vende sin prescripci¨®n, incluso a menores de edad. Solo hay que saber preguntar d¨®nde. ¡°Es un problema de influencias. Desde que entramos en secundaria hay gente que bebe y se coloca con code¨ªna. Es la puerta de entrada a una espiral de drogadicci¨®n¡±, confiesa el joven estudiante de arte dram¨¢tico. Mezclada con refrescos o alcohol, la code¨ªna es una forma barata de olvidarse de todo.
Y en Sharpeville saben mucho del olvido.

¡°Los chicos lo hacen porque no ven futuro, porque la tasa de paro aqu¨ª es alt¨ªsima¡±, reflexiona Mabale, quien siempre tiene otra pregunta en la cabeza. Sharpeville no es la ¨²nica barriada con problemas de futuro. Tiene que haber algo m¨¢s. ¡°La frustraci¨®n¡±, se contesta. El 21 de marzo de 1960 Sharpeville entr¨® en la historia: 69 personas murieron y otras 200 resultaron heridas en lo que se vino a llamar "la masacre de Sharpeville", una matanza perpetrada por la polic¨ªa sudafricana para reprimir una multitudinaria manifestaci¨®n contra el apartheid.
Un memorial levantado en el centro del barrio, junto a la biblioteca, recuerda hoy a los m¨¢rtires de aquel d¨ªa. En el parque que hay justo enfrente dos j¨®venes se detienen a mear sobre la hierba. Cargan con varias botellas de pl¨¢stico. ¡°No respetan nada. Da igual que lo recojamos todo, la gente sigue tirando las cosas aqu¨ª¡±, lamenta Thabo Raclebe, uno de los voluntarios de Sharpeville Kasi Development Project que desde hace casi dos a?os acuden todos los d¨ªas a retirar los desperdicios de esta zona del barrio. La cuesti¨®n, insiste?Mabale en darle vueltas a la cabeza, es entender por qu¨¦ lo hacen. ¡°Como puedes ver no hay ni un solo contenedor en la calle. Igual si los hubiese la gente no tirar¨ªa todo, pero la municipalidad no los pone¡±, responde Raclebe.
A Sharpeville lo han concebido siempre como un lugar a olvidar. Los colonos lo levantaron como un contenedor, de gente y de los residuos que genera el progreso industrial; la Sud¨¢frica libre como la reserva de los otros: al frente de las revueltas anti apartheid estuvo aqu¨ª el Congreso Panafricanista (PAC), una escisi¨®n del ANC mucho m¨¢s beligerante y dispuesta a reclamar la liberaci¨®n de la mayor¨ªa negra del pa¨ªs sin pactos con la ¨¦lite gobernante. Su l¨ªder, Robert Sobukwe, al que hoy honra en su barrio un peque?o museo abierto por los artistas de Sharpeville en su centro de trabajo, insist¨ªa en que la liberaci¨®n ten¨ªa que ser tambi¨¦n psicol¨®gica.
¡°Eso es lo que cuesta cambiar, la mentalidad de la gente. Necesitamos dejar de pensar que esto es un vertedero¡±, confirma Mabale, aliviado de encontrar respuestas estructurales. ¡°Cuando ¨¦ramos peque?os¡±, de eso hace ya m¨¢s de 30 a?os, ¡°hab¨ªa un cami¨®n que pasaba por el barrio y te daba chuches si entregabas botellas. As¨ª crecimos y con nosotros esa forma de valorar el cuidado medioambiental¡±.
El colectivo de artistas de Sharpeville organiza espect¨¢culos ambulantes con los que consiguen atraer la atenci¨®n de j¨®venes sometidos a la marginalidad
Las promesas de la Sud¨¢frica libre nunca se cumplieron. Al menos no todas. ¡°?D¨®nde est¨¢ el alcantarillado? Mira c¨®mo corre la suciedad por las aceras. Est¨¢ todo abandonado¡±, se lamenta otro joven antes de volver a sentarse con su cuadrilla junto a la pared que da acceso a la biblioteca. En ese punto exacto hay WiFi gratis.
Ese malestar, que m¨¢s que en la cultura est¨¢ hoy en una pol¨ªtica que premia lealtades y corrupciones, se traduce en frustraci¨®n. A veces incluso en violencia. ¡°Los chicos expresan ese malestar a trav¨¦s de la violencia o el consumo de drogas. Es su forma de desafiar a la autoridad. Lo mismo por lo que tiran los desperdicios a la calle una y otra vez. Es su forma de decirle a lo que mandan que est¨¢n enfadados¡±. Que est¨¢n hartos de ser olvidados.
Mabale?y los artistas de Sharpeville han empezado a darle la vuelta al olvido. Empezaron con una flash-mob en la que representaban la cita de una joven pareja en pleno vertedero. ?C¨®mo van a verse en un sitio as¨ª? Fue un ¨¦xito que llen¨® al barrio de una conclusi¨®n: nadie va a venir a ayudarnos, si queremos liberarnos tendremos que hacerlo solos.
Y as¨ª empezaron las cuadrillas educativas que van a las escuelas para despertar la conciencia medioambiental en los cr¨ªos; o las que patrullan las calles recogiendo basura y botes de code¨ªna. ¡°La m¨¢xima es reducir, reusar y reciclar¡±, insiste?Mabale mientras espera a que le traigan la comida en un peque?o restaurante abierto junto a un lavado de coches en la misma parcela donde hace unos meses hab¨ªa otro vertedero ilegal. Hay varias macetas decorativas creadas a partir de botellas de pl¨¢stico y mesas que antes eran pal¨¦s. ¡°Intentamos darle una segunda oportunidad a las cosas¡±, bromea antes de torcer el gesto. Un joven acaba de tirar al suelo una bandeja de porexp¨¢n al terminar las patatas fritas. Pese a todo, todav¨ªa queda mucho por hacer.
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