El contagio de la sinraz¨®n
El populismo del Brexit y el alarmante aumento de los casos de sarampi¨®n comparten la ra¨ªz de las noticias falsas. El uso torticero que del emblem¨¢tico sistema p¨²blico de salud brit¨¢nico hacen los l¨ªderes ¡®brexiters¡¯ es un ejemplo

El hecho de que el Reino Unido haya perdido el estatus de ¡°pa¨ªs libre de sarampi¨®n¡± que otorga la Organizaci¨®n Mundial de la Salud ser¨ªa, en circunstancias normales, motivo de esc¨¢ndalo en un miembro del G7. Pero la preocupante regresi¨®n sobreviene cuando el pa¨ªs, pionero en la universalizaci¨®n del acceso a la sanidad en los duros a?os de la posguerra mundial, est¨¢ a punto de ejecutar ese disparatado ejercicio de balconing conocido como Brexit, as¨ª que el desdoro del sarampi¨®n ¡ªno de otra forma puede denominarse semejante bald¨®n en el expediente p¨²blico¡ª ha pasado pr¨¢cticamente inadvertido. No por casualidad, ambos hechos, la rampante prevalencia epidemiol¨®gica y el Brexit, comparten la ra¨ªz de las noticias falsas: los bulos del movimiento antivacunas, en el caso de los contagios, y el envite original de prometer recuperar para la sanidad patria los 350 millones de libras que Londres env¨ªa semanalmente a Bruselas, y que a la postre resultan no ser tantos.
Esa fue la principal promesa con que arranc¨® la campa?a a favor del Brexit, con aquel autob¨²s capitaneado por un airado Boris Johnson, el mismo que, unos a?os despu¨¦s y como primer ministro, persevera en la ilusi¨®n con el anuncio de un plan de inversiones en sanidad por un valor equivalente a los 350 millones semanales para apuntalar el venerado, y muy deficitario, Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas inglesas) una vez se consume el Brexit. Pero el portazo comprometer¨¢ como poco su mayor capital: los miles de profesionales de la salud extranjeros, procedentes en buena parte de la UE, que lo mantienen operativo.
As¨ª que ni la vacuna del sarampi¨®n produce autismo, como aseguran los detractores de la inmunizaci¨®n, ni el NHS ser¨¢ m¨¢s potente tras el desengarce brit¨¢nico de Bruselas (basten como ejemplo las sombr¨ªas previsiones de escasez de medicamentos), por no hablar de la eventual vivisecci¨®n irlandesa, que se antoja m¨¢s que traum¨¢tica, en ese experimento obcecado que empez¨® como una rev¨¢lida de tintes hamletianos sobre el liderazgo conservador de David Cameron, y que acabar¨¢ como el rosario de la aurora, lo que demuestra que los ¨®rdagos electorales a veces los carga el diablo.
La sanidad p¨²blica no es de ning¨²n modo beneficencia ¡ªcomo s¨ª lo es la menguante atenci¨®n que reciben los m¨¢s vulnerables en EE UU¡ª, sino una aut¨¦ntica profesi¨®n de fe ideol¨®gica, la de una apuesta por la justicia distributiva, ll¨¢mesele a eso izquierda, m¨¢s moderadamente socialdemocracia o simple af¨¢n de progreso social. Por eso jugar con la sanidad, colocarla ante el espejo de una ret¨®rica antid¨¦ficit o convertirla en moneda de cambio identitaria para satisfacer torpes intereses espurios, no hace sino atizar la sinraz¨®n. La pandemia del populismo, m¨¢s contagiosa que el sarampi¨®n y en la que el mundo se va sumiendo poco a poco.
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