Jorge Dioni: ¡°En Espa?a el neoliberalismo tiene dos corrientes: el Partido Tur¨ªstico y el Partido Inmobiliario¡±
Tras el ¨¦xito de ¡®La Espa?a de las piscinas¡¯, el autor publica ¡®El malestar de las ciudades¡¯, un viaje hasta ese centro de la gran urbe que abraza al turista y ahoga al vecino
¡°?Os pod¨¦is apartar un momento, que yo tambi¨¦n quiero hacer mi foto?¡±. Estamos retratando a Jorge Dioni L¨®pez en un rinc¨®n de la madrile?a plaza Mayor y un hombre de mediana edad con un m¨®vil 5G en la mano, tras esperar su turno unos instantes, nos insiste en que acabemos de una vez. No hay acritud en sus palabras, pero s¨ª la velada exigencia del que reivindica un derecho. ¡°Espere un momento¡±, responde el fot¨®grafo, ¡°estoy trabajando, ya casi tengo lo que buscaba¡±. ¡°Oye, que yo me estoy gastando mucho dinero en Madrid y no tengo todo el d¨ªa¡±, zanja el (presunto) turista. Quiere su foto, que viene a ser la misma que la nuestra. Y la quiere ahora.
A Jorge Dioni (Benavente, Zamora, 48 a?os) la an¨¦cdota le resulta deliciosa. Cree que ilustra a la perfecci¨®n una de las tesis centrales de su nuevo libro, El malestar de las ciudades, un ensayo sobre urbanismo, turismo, superficies comerciales y otros accidentes del cuerpo y del alma que publica Arpa Editores. Las ciudades ya no pertenecen a sus residentes. Son escaparates en los que todo est¨¢ en venta, y los visitantes se sienten accionistas que han adquirido derechos de propiedad. Un rinc¨®n de la plaza Mayor susceptible de convertirse en una foto que ir¨¢ a parar a Instagram es un bien de consumo como cualquier otro, y cuando alguien est¨¢ invirtiendo una peque?a fortuna en unas vacaciones en Madrid es hasta cierto punto l¨®gico que considere que todo, incluso los encuadres ajenos, le pertenece.
Minutos despu¨¦s, ante un par de ca?as y una tapa de embutido en una terraza del barrio de La Latina, Dioni nos habla del malestar de Madrid, un s¨ªndrome difuso pero muy perceptible que podr¨ªa tener cura ¡°si entre todos encontr¨¢semos la manera de resistirnos al modelo dominante y construy¨¦semos una ciudad un poco m¨¢s amable y humana que no expulsase a sus ciudadanos a la periferia¡±. Ese modelo, que describe sin ambages como el ¡°urbanismo neoliberal¡±, construye ciudades en las que, sostiene, ¡°cada vez ocurren m¨¢s cosas y vive menos gente¡±. Seg¨²n ¨¦l, Madrid es una urbe ¡°muy terciarizada¡±, que depende de su capacidad para ¡°captar flujos¡±, del movimiento permanente, como ya mostr¨® la pandemia: ¡°Si no se mueve, se muere¡±. Dioni afirma en su libro que Londres y la capital de Espa?a son ¡°las ciudades m¨¢s segregadas y desiguales de Europa¡±. No es casual: son el fruto de la aplicaci¨®n del modelo de Margaret Thatcher y Esperanza Aguirre. Es decir, la madre ideol¨®gica de la revoluci¨®n conservadora y su gran albacea en Espa?a.
Dioni fue periodista deportivo en el diario Sport. Hoy es articulista, editor y corrector, realiza tareas de comunicaci¨®n corporativa y da clases de Narrativa en la Escuela de Escritores. Se crio en Benavente, vivi¨® 10 a?os en el centro de Barcelona y se instal¨® en 2000 en Parque Oeste, un barrio de nuevo cu?o en Alcorc¨®n, muy cerca de Madrid, ¡°pero en una constelaci¨®n mental algo distinta¡±. Hace a?o y medio public¨® su primera obra de no ficci¨®n, La Espa?a de las piscinas, uno de los libros m¨¢s citados y celebrados de 2021, premio al mejor ensayo del Gremio de Librer¨ªas de Madrid. En aquella ocasi¨®n, Dioni describ¨ªa la ¡°periferia azul¡± (por el color de sus piscinas) de las grandes ciudades espa?olas, producto del bum inmobiliario y sede de una clase media aspiracional que ha huido de la colmena para abrazar la utop¨ªa del suburbio estadounidense, con sus chal¨¦s, sus alarmas, sus colegios concertados, su centro comercial y sus hipotecas. Con El malestar de las ciudades, el escritor ha querido recorrer el corto trecho que separa las periferias de sus n¨²cleos urbanos para seguir indagando en cu¨¢l es nuestro modelo y c¨®mo condiciona nuestras vidas.
?Qu¨¦ tal le han tratado a usted las ciudades?
Me crie en un pueblo grande. Al final de la adolescencia fui a Barcelona y estuve all¨ª 10 a?os. Viv¨ª en el centro, iba andando al trabajo. Hace 23 a?os me mud¨¦ a la periferia de Madrid y aqu¨ª sigo. Barcelona me trat¨® bien, disfrut¨¦ la ciudad. Madrid me fascina y me agobia. Mi barrio perif¨¦rico me trata muy bien, es una peque?a comunidad con su calle mayor que la vertebra, su comercio de proximidad, su parque p¨²blico¡ Un lugar en el que conoces a tu frutero y a tu panadera.
Fue cronista deportivo. ?Qu¨¦ le ense?¨® el f¨²tbol?
El deporte es una gran escuela. Pero tal vez la lecci¨®n m¨¢s duradera de esa etapa fue pol¨ªtica: viv¨ª en tiempo real la emergencia del populismo en la Espa?a democr¨¢tica. A alguien que ha escrito de f¨²tbol en la era de los Jes¨²s Gil, Lopera, Caneda, Cuevas y Del Nido no pueden sorprenderle fen¨®menos contempor¨¢neos como Bolsonaro o Donald Trump. Lopera lleg¨® a teatralizar la salvaci¨®n econ¨®mica del Betis con una falsa llamada en directo en la que daba luz verde al pago de miles de millones de pesetas: ¡°Ya est¨¢, hemos salvado al Betis¡±. Populismo vanguardista de manual.
Dice usted que siempre ha aspirado a escribir ficci¨®n, pero el ensayo, la no ficci¨®n, se cruza una y otra vez en su camino.
Tengo ah¨ª mi proyecto de novela, aparcado de nuevo, porque estos a?os leyendo sobre urbanismo y pol¨ªtica neoliberal me han atrofiado la imaginaci¨®n. Una amiga del taller de escritores me recomienda que lea ahora mucha narrativa y, sobre todo, poes¨ªa, para desengrasar ese m¨²sculo.
El urbanismo neoliberal ha ido apostando por convertir las ciudades en un producto al que se da acceso al que puede pagarlo
?C¨®mo se gesta El malestar de las ciudades? ?Hasta qu¨¦ punto es hijo del ¨¦xito de La Espa?a de las piscinas?
Bueno, mi primer libro tuvo una gran repercusi¨®n. Eso me dio la oportunidad de viajar por toda Espa?a participando en presentaciones, ponencias y actos de todo tipo. Soy m¨¢s bien introvertido, pero he disfrutado la oportunidad de abrirme al mundo, conocer gente nueva y ver de cerca lugares que apenas conoc¨ªa. Eso ha supuesto un est¨ªmulo para mi curiosidad. Mi abuelo ten¨ªa un bar, y de ¨¦l hered¨¦ la costumbre de observar d¨®nde est¨¢ el trasiego, d¨®nde se re¨²ne la gente, d¨®nde hay actividad econ¨®mica y qu¨¦ uso se hace del espacio p¨²blico. No me planteaba seguir escribiendo sobre modelos urban¨ªsticos porque no soy arquitecto, no soy urbanista. Pero mis viajes llevaron a nuevas reflexiones, y esas reflexiones, a nuevas lecturas, y poco a poco se fue imponiendo la idea de hacer otro ensayo. Primero iba a ser sobre centros comerciales; despu¨¦s, sobre el efecto depredador del turismo, y, por ¨²ltimo, encontr¨¦ en las ciudades, en su apuesta por crecer convirti¨¦ndose en objetos de consumo y expulsando a parte de sus residentes, un escenario de reflexi¨®n general que me permiti¨® conectar todos los puntos.
Cuenta usted en su pr¨®logo que uno de los detonantes fue la condescendencia arrogante con la que se suele hablar de la clase media, de sus h¨¢bitos y su estilo de vida.
Sin duda. En concreto, el desprecio elitista a los centros comerciales y al turismo, cuando casi todos, en alg¨²n momento, somos turistas o consumidores acr¨ªticos y fr¨ªvolos. Hace unos meses se abri¨® un nuevo centro comercial en Torrej¨®n de Ardoz y fue saludado por la prensa como ¡°un nuevo corral para la clase media¡±. Pues miren, el centro comercial de mi PAU de Alcorc¨®n es lo m¨¢s parecido a las calles mayores que conoc¨ª en mi infancia, un lugar al que acudes a pasear, dejarte ver y hacer cosas. De hecho, estuve a punto de centrarme en c¨®mo los grandes almacenes hab¨ªan supuesto una liberaci¨®n para las mujeres a las que el modelo suburbano estadounidense hab¨ªa encerrado en casa en los a?os cincuenta y sesenta, esos ¨¢ngeles del hogar que enloquec¨ªan por la soledad y la reclusi¨®n, que se atiborraban a ansiol¨ªticos y que encontraron en el mall un lugar en el que pod¨ªan socializar sin supervisi¨®n masculina. Ese es otro libro, sin duda, pero mi inter¨¦s por el turismo, el gran comercio y, en general, los h¨¢bitos de la clase media est¨¢ sin duda en El malestar de las ciudades.
?Sin clase media no hay ciudades?
Esa ser¨ªa una de las tesis del libro. Las ciudades trajeron la democracia y la extensi¨®n de la democracia trajo a la clase media. Hoy, cuando debatimos sobre la crisis de esos dos pilares de la sociedad occidental nos resistimos a identificar la verdadera causa, que es el modelo. El urbanismo neoliberal ha ido apostando gradualmente por convertir las ciudades en un producto al que se da acceso al que puede pagarlo. Y como se trata de un producto cada vez m¨¢s caro, nos hemos acercado peligrosamente al punto de saturaci¨®n, el momento en que la clase media ya no pueda pagarlo.
Usted lo describe como un proceso de autodestrucci¨®n gradual.
Exacto. Si tu apuesta no consiste en producir, sino en vender la propia ciudad, acabar¨¢s consumi¨¦ndola hasta que ya no quede nada. Ese es el efecto a largo plazo de la especulaci¨®n inmobiliaria y el turismo masivo, y a eso me refiero cuando hablo de urbanismo neoliberal. El mismo modelo, por cierto, que ha adoptado el pa¨ªs en su conjunto. En el libro explico que la mejor materia prima de Espa?a son la propia Espa?a y los espa?oles. No producimos casi nada s¨®lido, exprimimos el territorio y a sus habitantes.
?Es un proceso reversible?
S¨ª, por supuesto. Pero no resulta f¨¢cil. Para entender por qu¨¦ el modelo neoliberal lleva m¨¢s de cuatro d¨¦cadas siendo hegem¨®nico en nuestras sociedades hay que entender lo audaces, lo revolucionarios y lo inteligentes que fueron sus impulsores y lo bien que supieron venderlo. Hablo de gente como Milton Friedman, un extraordinario divulgador de las ideas de economistas brillantes como Friedrich Hayek, o como Margaret Thatcher, la ¨²ltima gran pol¨ªtica marxista de Occidente.
?Marxista porque se tom¨® muy en serio la guerra de clases y traz¨® una estrategia eficaz para ganarla?
Claro. Pero tambi¨¦n porque utiliz¨® la econom¨ªa como herramienta para una transformaci¨®n social revolucionaria. Ella misma lo dijo: no le importaban los resultados econ¨®micos ni a corto ni a medio plazo, quer¨ªa transformar la cultura y las mentalidades. Aspiraba a imponer los valores de la clase media conservadora, de su padre, peque?o tendero de Birmingham. De la misma manera que los bolcheviques y Stalin crearon al Homo sovieticus, Thatcher cre¨® al moderno Homo britannicus o, si lo prefieres, a nivel m¨¢s universal, al actual Homo economicus.
Insiste usted tambi¨¦n en que las ideas neoliberales triunfaron porque eran sexis. Eran un buen producto, adaptado a las necesidades de sus clientes potenciales.
Vend¨ªan la promesa de una vida mejor. ?Cu¨¢l era el horizonte vital que te ofrec¨ªan las pol¨ªticas keynesianas de ese periodo de estabilidad que consolid¨® los Estados sociales entre el fin de la II Guerra Mundial y la crisis del petr¨®leo? La cultura del esfuerzo, el sentido comunitario, un trabajo para toda la vida¡ Como alternativa, el neoliberalismo ofrece aventura, iniciativa, individualismo, la posibilidad de enriquecerse persiguiendo tus sue?os. Es la l¨®gica rom¨¢ntica del individuo excepcional contra la masa. Es Billy Elliot, el hijo del huelguista que quiere bailar y que consigue que su padre d¨¦ la espalda a la ¨¦tica de clase obrera y se convierta en un esquirol para ayudar al muchacho a perseguir su sue?o. El padre representa lo caduco, lo obsoleto. Billy Elliot es un personaje que encaja a la perfecci¨®n en la moderna literatura de autoayuda.
En Espa?a, el partido neoliberal tiene dos corrientes principales: el Partido Tur¨ªstico y el Partido Inmobiliario
De alguna manera, todos queremos bailar, todos tenemos miedo a que se nos perciba como caducos y obsoletos. Usted afirma que el partido neoliberal tiene un comit¨¦ central bien organizado, pero que su verdadera fuerza radica en sus muchos millones de militantes, que somos, en uno u otro momento, casi todos nosotros.
S¨ª. Y en Espa?a, el partido neoliberal tiene dos corrientes principales: el Partido Tur¨ªstico y el Partido Inmobiliario. Gran parte de nuestros empleos dependen directa o indirectamente del turismo, y en cuanto adquirimos una propiedad empezamos a pensar m¨¢s como propietarios que como padres o futuros abuelos de ciudadanos que heredar¨¢n el pa¨ªs que les dejemos. Nos convertimos en c¨®mplices de un modelo que genera desigualdad y degrada el territorio.
?Qu¨¦ hacemos entonces? ?Cambiamos la m¨²sica? ?Dejamos de bailar?
Dejar de bailar casi nunca es una opci¨®n. La mayor¨ªa de las personas tenemos un margen de maniobra limitado. Podemos optar por la desconexi¨®n radical, por estilos de vida alternativos, pero los h¨¦roes contraculturales son cuatro, el resto aspiramos a vivir lo mejor posible con las cartas que nos reparte la vida. S¨ª, podemos tratar de organizarnos y hacer un esfuerzo colectivo para cambiar la m¨²sica, pero pensemos que cualquier alternativa con posibilidades de ¨¦xito deber¨ªa ser al menos tan ambiciosa, tan atractiva y tan audaz como fue el neoliberalismo en su fase emergente. Y eso es dif¨ªcil.
El fil¨®sofo Mark Fisher dec¨ªa que vivimos la lenta cancelaci¨®n del futuro, que nos resulta m¨¢s f¨¢cil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Tampoco quiero caer en una deriva melanc¨®lica. Siempre hay cierto margen de resistencia. Hay varias esferas: la pol¨ªtica, el pensamiento, el activismo¡ La participaci¨®n en movimientos vecinales, el pensamiento cr¨ªtico, el intercambio de conocimiento y tantas otras actividades pueden ayudarnos a vivir en ciudades mejores. Pero la sustituci¨®n del actual modelo por otro m¨¢s redistributivo, menos depredador, llevar¨¢ su tiempo. Si es que ocurre.
?Hay alg¨²n contramodelo de ¨¦xito, alg¨²n ejemplo concreto de ciudad que est¨¦ proponiendo algo distinto y viable?
Bilbao me parece un ejemplo de modelo neoliberal atenuado. Construyeron el Guggenheim, apostaron por el efecto atracci¨®n de la llamada arquitectura milagro, pero a rengl¨®n seguido trazaron una estrategia de regeneraci¨®n urbana que pasaba tambi¨¦n por reindustrializar la ciudad. Y me interesa el caso de Pamplona, la que fue durante mucho tiempo la ciudad espa?ola con mayor proyecci¨®n internacional. En julio, durante los sanfermines, se convierte, obviamente, en una locura, pero el resto del a?o es una ciudad equilibrada y bastante humana, en la que la gente se toma sus vinos relajada en los bares de la Estafeta. Han encontrado un cierto equilibrio sin salirse del modelo, pero adapt¨¢ndolo y matiz¨¢ndolo.
En El malestar de las ciudades abundan las conexiones ins¨®litas fruto de esas tormentas mentales. El libro nos pasea por la Baltimore que sirvi¨® de modelo a Pasqual Maragall mientras urd¨ªa su plan maestro para transformar la Barcelona de los primeros ochenta, pero aborda tambi¨¦n el ocaso de la socialdemocracia (¡°italianos y franceses optaron por prescindir de ella y hoy, en el espectro pol¨ªtico tan crispado y convulso que se les ha quedado, la echan de menos¡±) o habla de f¨²tbol (¡°la Premier es una perfecta met¨¢fora de c¨®mo el modelo neoliberal se apropia de todo menos, de momento, del patrimonio sentimental: los clubes ya no pertenecen a sus socios, sino a fondos de inversi¨®n, oligarcas y jeques, pero s¨ªmbolos como la bandera o el escudo se blindan para dar al aficionado un v¨ªnculo emocional y un cierto sentimiento de pertenencia¡±). Tambi¨¦n propone una estrategia de resistencia a la deriva neoliberal de las ciudades que va mucho m¨¢s all¨¢ de los lugares comunes progresistas: ¡°Hay que encontrar la manera de atraer a la gente de orden. A conservadores y nacionalistas perif¨¦ricos que quieren vivir en sociedades con textura y arraigo, con conciencia comunitaria, y aspiran a preservar su cultura, sus costumbres, su lengua, su idiosincrasia local. Su modelo. Hay que explicarles que, si apostamos por seguir convirtiendo la ciudad, el territorio, en un producto que se pueda vender en un mercado desregulado, nada de eso va a poder conservarse¡±.
Su libro se cierra con una especie de manifiesto expr¨¦s, una hoja de ruta para intentar articular sociedades m¨¢s humanas: ¡°Trabajo garantizado, semana laboral de cuatro d¨ªas, jornada de seis horas, salarios y patrimonios m¨ªnimos y m¨¢ximos¡±.
Es un intento de ofrecer algo de aire, porque entiendo que mi diagn¨®stico de la actual situaci¨®n puede resultar un tanto f¨²nebre. Quer¨ªa dejar claro que hay alternativas, que hay proyectos que podr¨ªan marcar diferencias muy sustanciales, como la apuesta por cooperar m¨¢s y competir menos, por repartirnos el trabajo y por preservar del mercado lo que nos resulta valioso y consideramos que debe preservarse.
Sin embargo, la receta que triunfa ahora mismo para canalizar el malestar de nuestras sociedades parece m¨¢s bien cerrar la puerta.
S¨ª, las pol¨ªticas de exclusi¨®n, el nativismo, el racismo, el particularismo identitario, est¨¢n de moda. Como no parece factible un debate serio sobre equidad, sobre c¨®mo nos repartimos entre todos el espacio y los recursos de que disponemos, muchos se est¨¢n dejando tentar por esa l¨®gica de cerrar la puerta. En la guerra del ¨²ltimo contra el pen¨²ltimo, al pen¨²ltimo se le recomienda que agite bien la bandera, porque es su manera de demostrar que cuando lleg¨® el ¨²ltimo ¨¦l ya estaba. Y lo cierto es que en el modelo neoliberal llevado a sus ¨²ltimas consecuencias no cabemos todos. En mi opini¨®n, la clase media no ha entendido a¨²n que ese espacio de exclusi¨®n tiende a ampliarse y que, si insiste en cerrar la puerta, al final va a ser ella quien se quede fuera. Lo estamos viendo en las ciudades.
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