Comer porquer¨ªas de vez en cuando nos gusta a todos, y quien diga lo contrario, miente
No comemos s¨®lo para darle al cuerpo los nutrientes que necesita para seguir funcionando, sino que comemos, tambi¨¦n, para celebrar el gozo de seguir vivos, para disfrutar de todos y cada uno de nuestros grados de libertad
?Qui¨¦n es guapa, pelirroja, culona y divina, se las pir¨® campo a trav¨¦s ayer a media tarde a perseguir conejos y ha vuelto de madrugada en una walk of shame de reina, radiante, con una sonrisa de satisfacci¨®n dibujada de oreja a oreja, envuelta en un mant¨®n de manila de mierda fresca de corzo? ?Roma!
Roma toma su nombre de la Loba Capitolina, la estatua de bronce que representa a la diosa silvestre Luperea, protectora de los reba?os de los ataques de los lobos, y que, seg¨²n la versi¨®n del mito m¨¢s difundida, en el siglo VII a.C. amamant¨® a dos beb¨¦s fugitivos, R¨®mulo y Remo, salv¨¢ndoles la vida. A?os m¨¢s tarde, esos dos j¨®venes fundar¨ªan la capital del imperio romano.
Al instante en que la vi por primera vez, un s¨¢bado de agosto caluroso y sofocante de hace once a?os, tuve claro su nombre. Yo, en mi octavo mes de embarazo, a punto de explotar, bajando a la calle desde mi cuarto piso sin ascensor, en camiseta, shorts y pantuflas, al colmado, a por un par de garrafas de agua; ella, un cachorro de pocos meses de color naranja, melenudo, desgarbado y paticorto, toreando coches en una encrucijada donde confluyen dos avenidas de cuatro carriles en el centro de Barcelona, enloquecida y agarrotada de miedo en medio del barullo, en una nube de estr¨¦pito de cl¨¢xones.
Nunca he sido animal de tener demasiada simpat¨ªa por las mascotas. Nunca le he visto la gracia a guardar a nadie enjaulado ni atado en corto en contra de su naturaleza, en un zulo en la jungla de cemento y alquitr¨¢n, un medio que ya es bastante arisco con los humanos, que supuestamente somos capaces de racionalizarlo y entenderlo. Pero ese d¨ªa no dud¨¦. Clav¨¦ el cayado a modo de Gandalf en medio del asfalto y me lanc¨¦ decidida a la calzada, par¨¦ los coches al grito de ?qu¨¦ co?o esperas que entienda, la pobre bestia, con tanto pitar!, me acerqu¨¦ a ella, la as¨ª por el pellejo del pescuezo, como habr¨ªa hecho su madre, y la saqu¨¦ de all¨ª. Me la llev¨¦ al veterinario m¨¢s cercano, para que le escaneasen el chip, le hicieran el chequeo de rigor y se hicieran cargo del problema. Ah¨ª la dej¨¦.
Un par de horas m¨¢s tarde son¨® el tel¨¦fono. La consulta cerraba en diez minutos. El animal, que deb¨ªa tener poco m¨¢s de cuatro meses de edad, no ten¨ªa chip ni problemas de salud aparentes allende el susto. El lunes ir¨ªa de cabeza a la perrera.
Roma se vino a vivir con mi hija y conmigo y sali¨® ganando m¨¢s que nadie cuando decid¨ª que nos ven¨ªamos a vivir al campo.
Aqu¨ª es m¨¢s f¨¢cil que en la ciudad comer casero y sano. Si una tarde de viernes cualquiera se me ocurriese telefonear a la pizzer¨ªa m¨¢s cercana para pedir un par de margaritas a domicilio, me soltar¨ªan una risotada. A nadie le sale a cuenta mandar un motorista, as¨ª que la comida nunca viene a una, hay que ir a por ella, y viajar por viajar, resulta m¨¢s pr¨¢ctico ir a hacer la compra una vez a la semana o cada quince d¨ªas y tener siempre la despensa llena: tanto de lo b¨¢sico como de lo superfluo.
Cuando compro un par de pollos enteros o una pieza grande de ternera o de cerdo, cart¨ªlagos, tendones, ternillas y restos van a una olla donde hierven unos minutos. De ah¨ª, a un cuenco en la nevera, de donde van saliendo para ali?ar el pienso que toma Roma. Darle pollo crudo pondr¨ªa en peligro las gallinas del vecino: pasar¨ªa a identificarlas autom¨¢ticamente como merienda.
En las cercan¨ªas de mi casa hay un s¨®lo reba?o de ovejas. Los vecinos nos conocemos el horario y las rutinas del pastor, y ¨¦l se cuida de llevarlas debidamente se?alizadas con cencerros que permiten saber a distancia d¨®nde se encuentra el ganado. Esto hace que Roma pueda salir a pasear conmigo sin atar, con la tranquilidad que da saber que no habr¨¢ encontronazos.
Roma hoy no se puede mover de dolor de huesos, el agarrotamiento por el sobreesfuerzo le durar¨¢ un par de d¨ªas, y de empacho. Se va haciendo mayor y ya no tiene el cuerpo para seg¨²n qu¨¦ trotes, pero sabe que en la vida hay males (olores a jabal¨ª, conejos que corren, mierda fresca de corzo) por los que merece la pena dejarse llevar, igual que a m¨ª no me da la gana renunciar a pasar una que otra velada mascando tobosines a sabiendas de que el ardor de est¨®mago me va a tener la noche en vela. S¨®lo se escapa un par de veces al a?o, y no hay nada que pueda hacer para evitarlo, que no sea condenarla a vivir siempre encerrada o encadenada, como en la ciudad.
Hace poco una se?ora me asalt¨® en el supermercado al grito de ¡°?Mira la Nicolau, la abanderada de la comida tradicional! ?Esta foto va directa al Twitter!¡±. Me pill¨® metiendo en el carro un par de bolsas de Risketos y un paquete de Donettes.
No comemos s¨®lo para darle al cuerpo los nutrientes que necesita para seguir funcionando, sino que comemos, tambi¨¦n, para celebrar el gozo de seguir vivos, para disfrutar de todos y cada uno de nuestros grados de libertad. Vivir con menos de tres contradicciones es ser un fan¨¢tico. Se?ora, yo no acepto chantajes terroristas: comer mierda de vez en cuando nos gusta a todos, y quien diga lo contrario, miente.
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