Basta ya de tanto poliamor, la monogamia tambi¨¦n puede ser transgresora
En un contexto de aparente auge de las relaciones abiertas, asoman reivindicaciones de la pareja heterosexual de toda la vida
¡°Me gustar¨ªa que no nos forz¨¢ramos a desempe?ar roles que no deseamos, que las relaciones fueran m¨¢s sencillas y relajadas¡±, dice una trist¨ªsima Liv Ullmann en un primer plano inc¨®modo filmado por Ingmar Bergman para Secretos de un matrimonio. Ullmann (o su personaje, Marianne) est¨¢ sentada en un horrible tresillo verde chill¨®n, muy del gusto de la ¨¦poca (1973), y viste con recato burgu¨¦s y mojigater¨ªa subrayada. Casi 120 a?os antes, otra mujer de ficci¨®n se apoyaba en el alf¨¦izar y se entregaba a sus propios suspiros conyugales: ¡°Antes de casarse, se hab¨ªa cre¨ªdo enamorada: pero como la felicidad que deb¨ªa resultar de ese amor no llegaba, deb¨ªa de haberse equivocado, pensaba. Y quer¨ªa saber qu¨¦ se entend¨ªa exactamente en la vida por las palabras felicidad, pasi¨®n y deliquio, que tan hermosas le hab¨ªan parecido en los libros¡±, escribi¨® Flaubert desde el punto de vista de Emma Bovary. La Marianne de Bergman quiere desromantizar las relaciones. La Bovary de Flaubert quiere lo contrario, que el aire de las novelas sople un poquito en su vida de clausura, pero ambas mujeres comparten una impotencia: alguien escribe sus biograf¨ªas con un guion tradicional donde sus deseos no cuentan.
En el siglo largo que separa a ambos personajes se desat¨® el nudo que los oprim¨ªa. El feminismo, la democracia y la revoluci¨®n sexual demolieron el matrimonio y su moralismo, y en la demolici¨®n colaboraron con entusiasmo los grandes escritores del XIX, cuyas obras forman un largu¨ªsimo alegato contra la hipocres¨ªa mon¨®gama (Madame Bovary, Anna Karenina y La Regenta, por supuesto, pero tambi¨¦n Mujercitas o Cumbres borrascosas). En su serie de televisi¨®n, Bergman dio testimonio de sus ruinas y propin¨® la puntilla final a la instituci¨®n, obsoleta y t¨®xica para la ¨¦poca de la minifalda y el rock. A partir de entonces, las sociedades laicas occidentales normalizaron la sexualidad y las relaciones amorosas, concibi¨¦ndolas como asuntos privados que nadie ten¨ªa derecho a juzgar ni a coartar. Las hero¨ªnas de las novelas decimon¨®nicas se hicieron fantasmas que solo se aparec¨ªan en alg¨²n lugar remoto al que no hab¨ªa llegado a¨²n la se?al de la tele. El ¨²ltimo acto fue la promulgaci¨®n del matrimonio igualitario, del que la otrora cat¨®lica y asfixiante Espa?a fue pionera. Por primera vez se pod¨ªa decir de verdad que todos fueron felices y comieron perdices. Y si no lo fueron y no las comieron fue porque no les dio la gana y pidieron el men¨² vegano, no porque los curas, los ministros y las Bernardas Albas se interpusieran en su dicha y en su libertad.
La tragedia matrimonial parec¨ªa terminada, pero en los ¨²ltimos a?os se ha levantado de nuevo el tel¨®n para representar un ep¨ªlogo desconcertante. Hagai Levi, uno de los maestros de la tele contempor¨¢nea, acaba de estrenar una adaptaci¨®n de Secretos de un matrimonio. La acci¨®n, la trama y los personajes retratan a la clase media estadounidense del siglo XXI y no a la escandinava de posguerra, pero la tesis de Bergman se respeta en toda su extensi¨®n: el matrimonio heterosexual mon¨®gamo corrompe, oprime y destruye a las personas. La pregunta es por qu¨¦ Levi cree que esa postura tiene la misma vigencia en 2021 que en 1973. Entonces a¨²n abundaban las Bovarys y las Kareninas, la homosexualidad viv¨ªa en un armario cerrado con siete llaves y cualquier relaci¨®n que no pasara por el altar ten¨ªa que ser clandestina o alegal. En 2021, quien no guste de enredarse en un matrimonio heterosexual lo tiene tan f¨¢cil como quienes sue?an con casarse en el Ritz.
Y, sin embargo, la reedici¨®n de las ideas de Bergman cae sobre un p¨²blico receptivo que se ha acostumbrado a creer que un difuso aunque omnisciente poder heteropatriarcal presiona a las mujeres para que se casen con hombres y procreen. As¨ª se promueve desde ciertos ambientes intelectuales y activistas de las nuevas izquierdas, que han encontrado acomodo en varias estructuras de poder, como el Ministerio de Igualdad. Alegatos poliamorosos como la obra de teatro Qu¨¦ locura enamorarme yo de ti, de Gabriela Wiener; o ensayos como Pensamiento mon¨®gamo, terror poliamoroso, de Brigitte Vasallo; o Anarqu¨ªa relacional, de Juan Carlos P¨¦rez, forman la vanguardia, mientras miles de art¨ªculos contra la maternidad y las relaciones convencionales agrandan y ceban el debate. Para estas doctrinas, las relaciones abiertas, m¨²ltiples y no convencionales no son solo elecciones libres y privadas, sino manifestaciones pol¨ªticas de lucha contra la tiran¨ªa sexista.
Si esa dictadura existe, no funciona. La tasa de nupcialidad en Espa?a est¨¢ en su m¨ªnimo hist¨®rico: 3,51 matrimonios por cada 1.000 habitantes en 2019 (2020 no cuenta en t¨¦rminos comparativos). Desde 1976, a?o en que el INE empez¨® a calcular esta magnitud (entonces estaba en 7,18), no ha hecho m¨¢s que caer, y ni siquiera repunt¨® cuando el derecho se ampli¨® a las parejas homosexuales en 2005. La nupcialidad en Espa?a est¨¢ por debajo de la media europea, que anda por 5, y muy por debajo de pa¨ªses irreprochablemente democr¨¢ticos y liberales en cuestiones sexuales como Alemania (5), Dinamarca (5,30) o Islandia (4,60). La tasa de natalidad ha sufrido un desplome acompasado, pero m¨¢s abrupto, y est¨¢ en 7,19 nacimientos por 1.000 habitantes. En 1975 eran 18,70.
Tal vez el Leviat¨¢n presiona para que nos casemos y tengamos hijos, pero la sociedad espa?ola lo ignora alegremente y lleva camino de convertir las bodas y los bautizos en celebraciones marginales de minor¨ªas. Lo normal ¡ªentendido como lo m¨¢s frecuente¡ª ya es no casarse ni tener hijos. La revoluci¨®n sexual ha triunfado en Occidente y esas viejas opresiones sociales son historia de la literatura, por eso los activismos se rebelan contra algo que no existe. Reivindican como formas de rebeld¨ªa maneras de amar y de vivir el sexo que ya reciben la protecci¨®n legal que se espera de cualquier derecho ciudadano en una sociedad abierta, compleja y democr¨¢tica. Mejor dicho: la polic¨ªa ya no multa a los novios que se magrean en el parque ni detiene a los homosexuales, sino que los protege, y persigue a quienes los agreden.
Como toda acci¨®n tiene su reacci¨®n, asoman algunas t¨ªmidas vindicaciones de la pareja heterosexual como una forma de transgresi¨®n. El matrimonio anarquista, de Bego?a M¨¦ndez y Josep Maria Nadal Suau; o Un a?o con los ojos cerrados, de Carmen M. C¨¢ceres y Andr¨¦s Barba, son dos libros testimoniales escritos a cuatro manos por parejas que se celebran y disfrutan su condici¨®n de tales. Aqu¨ª no hay infiernos dom¨¦sticos.
De ambos libros, El matrimonio anarquista tiene un car¨¢cter m¨¢s de alegato y se adapta mejor a la politizaci¨®n de la vida cotidiana que promueven ciertos activistas de las nuevas izquierdas. Esto indica que la vida privada y sexual vuelve a ser un campo de batalla, lo cual no es una buena noticia y no se combate adhiri¨¦ndose a un bando, sino negando la necesidad de la guerra.
Hay quien intenta convertir el amor en una cuesti¨®n de militancia, ideologizando hasta sus aspectos m¨¢s nimios, y esto no es muy distinto de lo que suced¨ªa en las novelas del siglo XIX, donde el matrimonio era una instituci¨®n pol¨ªtica que obligaba a los c¨®nyuges a representar permanentemente un papel y a actuar conforme a criterios de prestigio, decencia y ejemplaridad. La revoluci¨®n sexual del siglo XX no demoli¨® el matrimonio mon¨®gamo, sino su conciencia de superioridad moral y su monopolio sobre las relaciones, y lo hizo mediante la doctrina liberal de vive y deja vivir, como quer¨ªa el personaje de Liv Ullmann. Si el sexo se rearma de discursos moralistas, volveremos a la oscuridad de los cl¨¦rigos que se?alan qu¨¦ formas de amor son correctas y cu¨¢les no.
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