?Se ha vuelto la izquierda m¨¢s sermonera que la derecha?
El reproche de un supuesto puritanismo acompa?a, como una sombra, a las fuerzas y los discursos igualitarios. Las invocaciones a la moral, en otros tiempos asociadas a los conservadores, cunden en aguas progresistas
Todas las ¨¦pocas tienen sus incoherencias. En Historia de dos ciudades, Charles Dickens hace notar desde el primer p¨¢rrafo a sus lectores victorianos que en el siglo XVIII, el que llev¨® a la Revoluci¨®n Francesa, las cosas eran tan complejas como lo parec¨ªan en 1859: ¡°Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la ¨¦poca de las creencias y de la incredulidad, la era de la luz y de las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperaci¨®n¡±.
Estas l¨ªneas de Dickens valen para la actualidad: tenemos m¨¢s informaci¨®n que nunca y estamos m¨¢s desinformados que nunca; m¨¢s conectados que nunca y m¨¢s aislados que nunca; ajenos a la moral y, a la vez, empecinadamente moralistas. Se ha popularizado el t¨¦rmino ¡°izquierda rega?ona¡± (hace unos d¨ªas lo utiliz¨® el escritor Javier Cercas) en referencia a las actitudes supuestamente puritanas de los progresistas y a su aparente propensi¨®n a entrometerse en la vida personal ajena. Frente a eso que llaman ¡°izquierda rega?ona¡±, las derechas, a las que tradicionalmente se atribu¨ªa el ¡°moralismo¡±, tratan de mostrar un perfil libertario. ?El mundo al rev¨¦s?
¡°Nada nuevo¡±, opina la periodista y ensayista Luc¨ªa Lijtmaer, autora del libro Ofendiditos (Anagrama, 2019). ¡°Ya hemos vivido situaciones similares en otras ¨¦pocas de cambio¡±, explica. ¡°Por ejemplo, en los a?os setenta, cuando el feminismo plant¨® batalla a la pornograf¨ªa, tambi¨¦n hubo acusaciones de moralismo y de ¨¢nimo censor¡±. Lijt?maer cree que ha cambiado el debate pol¨ªtico (lo personal es p¨²blico) y que ciertos discursos se han hecho inaceptables. ¡°A nadie le hace gracia ahora aquello de ¡®mi marido me pega¡¯ de Martes y Trece. ?Porque somos m¨¢s puritanos? No lo creo¡±.
El catedr¨¢tico Jos¨¦ Luis Villaca?as, especialista en Kant y uno de los m¨¢s prestigiosos fil¨®sofos espa?oles, considera razonable que el discurso progresista apele a lo moral: ¡°Si la izquierda quiere superar el individualismo y generar sentimientos de solidaridad, tiene que apelar a argumentos morales que favorezcan la compasi¨®n, simpat¨ªa y solidaridad, y el igual derecho a bienes b¨¢sicos con los que viene asociada la vida digna; de ah¨ª su inevitable moralidad¡±.
A la combinaci¨®n de lo personal y lo p¨²blico se a?aden ciertos rasgos de la nueva izquierda que Lijtmaer prefiere calificar de ¡°ejemplarizantes¡±, ¡°como lo de comprarse la ropa en Alcampo y preconizar cierto tipo de vida, que a m¨ª me parecen relacionados con la izquierda populista latinoamericana¡±. El caso es que cuando Pablo Iglesias e Irene Montero compraron una casa en Galapagar, cerca de Madrid, no fueron los suyos quienes los criticaron, sino la derecha, que r¨¢pidamente populariz¨® el t¨¦rmino ¡°casopl¨®n¡±. Cuestion¨¢ndose, obviamente, que unos dirigentes izquierdistas tuvieran el derecho moral de residir en una zona acomodada.
La discusi¨®n p¨²blica sobre lo moral adquiere una especial virulencia cuando se refiere al feminismo. La secretaria de Estado de Igualdad, ?ngela Rodr¨ªguez, caus¨®, por ejemplo, bastante estupor cuando critic¨® que las j¨®venes espa?olas valoraran el coito por encima de la masturbaci¨®n. ¡°Eso fue un error de comunicaci¨®n, esos temas corresponden a las campa?as educativas sobre la sexualidad¡±, dice Lijtmaer, quien recuerda que, seg¨²n los sondeos, crecen las actitudes machistas en los adolescentes varones. Como cab¨ªa esperar, la pornograf¨ªa en internet no ha resultado el mejor instrumento para la educaci¨®n sexual. La proliferaci¨®n de violaciones grupales constituye un fen¨®meno relativamente nuevo.
Por un lado, la necesidad de poner fin a ciertas cosas justifica un cierto furor moralista. Por otro, en el fragor de la discusi¨®n se escucha solamente lo primario y se pierde lo dem¨¢s. Como la denuncia ir¨®nica. El periodista Juan Soto Ivars acaba de publicar el libro Nadie se va a re¨ªr (Debate, 2022), en el que relata la desdichada peripecia de An¨®nimo Garc¨ªa y su grupo art¨ªstico, Homo Velamine.
El grupo denunciaba determinadas actitudes por la v¨ªa de la paradoja. Cre¨®, por ejemplo, una falsa web llamada FEA (Feministas con Esperanza Aguirre). Tras el caso de La Manada, una violaci¨®n grupal en Pamplona (7 de julio de 2016), Garc¨ªa y los suyos quisieron criticar el abuso sensacionalista por parte de los medios de comunicaci¨®n creando una web (falsa) que ofrec¨ªa ¡°recorridos tur¨ªsticos por la ruta de La Manada¡±. An¨®nimo acab¨® condenado a a?o y medio de c¨¢rcel por da?os morales a la v¨ªctima. Y fue despedido de Greenpeace, la organizaci¨®n ecologista para la que trabajaba.
An¨®nimo Garc¨ªa sufri¨® una aut¨¦ntica ¡°cancelaci¨®n¡± por una campa?a ir¨®nica contra el amarillismo de los medios en un caso de violaci¨®n. La reprobaci¨®n legal y moral arruin¨® su vida.
Luc¨ªa Lijtmaer piensa, sin embargo, que la ¡°cultura de la cancelaci¨®n¡± anglosajona no cuajar¨¢ en Espa?a. ¡°Otra cosa¡±, dice, ¡°es que una determinada empresa, por razones de imagen, prefiera prescindir de alguien que ha hecho algo cuestionable¡±. Y se pregunta: ¡°?Han cancelado a Pl¨¢cido Domingo? Hay denuncias contra ¨¦l por abusos sexuales, pero no pasa nada¡±.
El periodista Juan Soto Ivars, autor de Arden las redes (Debate, 2017) y La casa del ahorcado (Debate, 2021), ofrece en el primero un ejemplo brutal de ¡°cancelaci¨®n¡± progresista por razones morales. Es el de Justine Sacco, una joven empleada de la empresa IAC, propietaria de aplicaciones de citas como Tinder.
Un d¨ªa de 2013, Justine Sacco viaj¨® por trabajo a Sud¨¢frica. Antes de embarcar, envi¨® a sus 200 seguidores en Twitter (gente habituada a su humor negro y a sus chistes provocativos) el siguiente mensaje: ¡°Me voy a ?frica. Espero no pillar el sida. Es broma. ?Yo soy blanca!¡±. Apag¨® el m¨®vil y emprendi¨® el largo viaje. No supo que durante esas horas su mensaje hab¨ªa rebotado miles de veces, que decenas de miles de personas la hab¨ªan insultado y la consideraban una racista infame, que se hab¨ªa convertido en trending topic mundial, que una multitud an¨®nima, moralmente indignada, hab¨ªa exigido a IAC que la despidiera y que IAC hab¨ªa satisfecho de inmediato la ¡°demanda popular¡±.
Cuando aterriz¨®, Justine Sacco ya no ten¨ªa empleo y, a juzgar por las cifras, era una de las personas m¨¢s odiadas del planeta. Su vida estaba arruinada. ?Por qu¨¦? Por nada. Por un chiste malo. Sacco fue v¨ªctima de una necesidad colectiva: miles de personas necesitaban sentirse moralmente superiores a ella y dejar por escrito ese sentimiento.
Antes de seguir, ?qu¨¦ es el moralismo? El fil¨®sofo y ling¨¹ista Tzvetan Todorov formul¨® una definici¨®n en 1999: ¡°Es la lecci¨®n moral dictada a los otros y quien dicta la lecci¨®n se siente orgulloso. Ser moralista no significa en absoluto ser moral (¡). El individuo moral somete su propia vida a los criterios del bien y el mal, que van m¨¢s all¨¢ de sus satisfacciones o placeres. El individuo moralista somete a tales criterios la vida de quienes le rodean; extrae su virtud ¨²nicamente de la denuncia de sus vicios¡±. Es decir, se regodea en los presuntos vicios, o defectos morales, de los dem¨¢s.
Quiz¨¢ haya algo innato en ello. En su libro Sobre el ciudadano, publicado en lat¨ªn en 1642, Thomas Hobbes, padre de la filosof¨ªa moderna, dec¨ªa lo siguiente: ¡°Todo goce del alma, toda satisfacci¨®n proviene de que, al compararse uno mismo con los dem¨¢s, pueda uno tener una opini¨®n de s¨ª como de alguien superior¡±.
Internet y las redes sociales constituyen un factor relevante para explicar el fen¨®meno. El psic¨®logo y escritor Edu Gal¨¢n, autor de El s¨ªndrome Woody Allen y La m¨¢scara moral, compara el desarrollo de internet con la invenci¨®n de la imprenta y considera que ambos avances tecnol¨®gicos tienen efectos disruptivos similares. ¡°En las redes sociales se intenta llamar la atenci¨®n¡±, dice, ¡°y no existe mejor forma para ello que practicar la exhibici¨®n individualista y criticar moralmente al otro¡±.
Caben pocas dudas acerca del efecto de la cibern¨¦tica en la proliferaci¨®n de las actitudes neoinquisitoriales. Un estudio de varios profesores de la Universidad de Nueva York, basado en m¨¢s de medio mill¨®n de mensajes en Twitter, demuestra que las afirmaciones de contenido emotivo o moral se difunden con mayor rapidez que las otras. Con respuestas favorables en su propio grupo social o ideol¨®gico y de rechazo en los otros grupos, lo que conduce a la viralizaci¨®n. Los algoritmos que rigen las redes fomentan, por supuesto, la visibilidad de ese tipo de mensajes: la bronca es la base del negocio.
Germ¨¢n Cano, profesor de Filosof¨ªa y especialista en Friedrich ?Nietzsche, se muestra de acuerdo en que el fen¨®meno de la ¡°hipertrofia moral¡± est¨¢ muy ligado a las redes sociales, en especial a Twitter. Pero distingue entre lo moral como reflexi¨®n acerca de lo normativo y los valores vigentes y el ¡°moralismo punitivo¡± con el que se descalifica al adversario. ¡°El exceso de moralismo¡±, dice, ¡°est¨¢ muy vinculado a la exacerbaci¨®n de lo individual y lo subjetivo¡±.
Y lo relaciona con la transformaci¨®n de la sociedad de masas: ¡°En el siglo XX, las masas se un¨ªan f¨ªsicamente para comprobar y exhibir su fuerza; hoy, las masas se han individualizado y no se perciben poderosas en el espacio p¨²blico, sino en el espacio privado¡±. Es decir, ¡°cada uno en su habitaci¨®n, opinando de forma autista¡±.
Un factor adicional dificulta, seg¨²n Cano, el entendimiento. Se trata de la falta de contexto, de intermediaci¨®n y, sobre todo, de tiempo. El intercambio de ideas (o de cr¨ªticas morales) se reduce a unas pocas l¨ªneas que el receptor consume con rapidez e interpreta de forma literal. Por eso la iron¨ªa, la figura ret¨®rica consistente en decir lo contrario de lo que se quiere expresar, advirtiendo de ello con alguna palabra o gesto, decae en el discurso p¨²blico.
El fil¨®sofo Villaca?as hace distinciones acerca de lo que ocurre en las redes. ¡°Alguien que ponga su nombre en la Red no querr¨¢ pasar por insensible a las argumentaciones morales¡±, dice. ¡°No es seguro que suceda igual en las cuentas an¨®nimas, donde los criterios de alineamiento parecen m¨¢s vinculados a actitudes ideol¨®gicas de confrontaci¨®n y donde las valoraciones espec¨ªficamente morales son detestadas como ingenuas, poco realistas e ignorantes de la condici¨®n humana. En suma, en la que esos seres an¨®nimos se sienten autorizados a pensar lo peor de la humanidad y a promoverlo al mismo tiempo¡±.
Villaca?as a?ade que, hecha esta distinci¨®n, ¡°todo el mundo desea asociar su nombre a la actitud moral que facilite el reconocimiento por parte del grupo¡±.
Otro ilustre kantiano, el catedr¨¢tico Juan Arana, coincide y va m¨¢s all¨¢: ¡°Yo dir¨ªa que estamos regresando al tribalismo. Como ya nadie sabe ni le importa averiguar qu¨¦ es bueno y qu¨¦ es malo, se divide el mundo que nos rodea en grupos buenos y malos: cada cual pretende identificarse con los mejores y obviamente necesita recetas muy f¨¢ciles de aplicar para distinguir a los afines de los extra?os, a fin de confraternizar con unos y satanizar a los otros¡±.
El fuego cruzado de aplausos y acusaciones morales no suele atenerse a razonamientos filos¨®ficos ni argumentos factuales. Esta es la era de las emociones y los sentimientos. ¡°Cuando se empieza a razonar ya no es tan f¨¢cil dejar de hacerlo: un argumento lleva a otro, uno puede encontrar a alguien que razone mejor y ante el que no quede otra que doblegarse. En cambio¡±, subraya Arana, ¡°en la vida emocional cada individuo es juez supremo e inapelable: nadie puede poner en duda mis sentimientos y, si rechaza o desprecia lo que yo siento, puedo convertirlo en v¨ªctima de mi venganza afectiva¡±.
Los linchamientos virtuales (que no son solamente virtuales, ya que entra?an consecuencias en la vida real, como demuestra el caso de Justine Sacco) tienen algo de sist¨¦mico. ¡°En el espacio p¨²blico de la democracia moderna¡±, escribi¨® el fil¨®sofo y polit¨®logo franc¨¦s Pierre-Andr¨¦ Taguieff, ¡°la condena a muerte social se logra por medio de la m¨¢xima difusi¨®n del acta de acusaci¨®n¡±. Es as¨ª en las redes y en los medios de comunicaci¨®n tradicionales, cada vez m¨¢s permeados por lo virtual.
En su libro La m¨¢scara moral (Debate, 2022), Edu Gal¨¢n destaca algo que ¡°se pone de manifiesto en m¨²ltiples experimentos sociales: una persona tiende a castigar m¨¢s a otra si hay gente mirando la sanci¨®n¡±. Y hoy estamos todos mirando.
Jos¨¦ Luis Villaca?as considera que no hay ¨¢nimo inquisitorial en las redes y que lo que llamamos ¡°linchamientos¡± vendr¨ªa a ser un da?o colateral: ¡°Yo veo la aspiraci¨®n a confirmar las propias posiciones, prejuicios, valoraciones o creencias y a utilizar todas las armas para da?ar al adversario. No veo que las redes tengan que ver en absoluto con la verdad. Creo que son espejos de car¨¢cter y que ya el hecho de preferir el anonimato al nombre propio es uno de esos espejos. Implica el abandono de la responsabilidad, que es la apuesta decidida por la inmoralidad. En ese ocultamiento, uno se autoriza a s¨ª mismo la desinhibici¨®n pulsional. El resultado es una asimetr¨ªa que puede producir mucho sufrimiento. Las redes sociales deber¨ªan sencillamente prohibir las cuentas an¨®nimas¡±.
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