Vivian Gornick, la maestra de la literatura del yo
Utiliz¨® sus experiencias personales para el an¨¢lisis social. Luego dio el salto a la autoficci¨®n, en la que, dice, una buena historia bien vale una traici¨®n
?Y si para escribir la historia tienes que traicionar a alguien que quieres? ?Y si tienes que contar algo que te involucra no solo a ti, sino a otra persona? Para Vivian Gornick (Nueva York, 1935) no hay dilema: si existe la historia, la escribir¨¢. Traicionar¨¢. Es a ella a quien le debe lealtad. ¡°Lo que escribo es m¨¢s importante que c¨®mo se puedan sentir los dem¨¢s¡±, dice. Podr¨ªa parecer indolencia, pero no lo es, o no del todo. Gornick no solo lleva escribiendo m¨¢s de medio siglo, sino que tambi¨¦n ha invertido unas cuantas d¨¦cadas en esclarecer d¨®nde debe colocarse el narrador dentro de lo que escribe. Y para ella est¨¢ ah¨ª, a plena luz. La autora estadounidense es considerada maestra de la literatura del yo, que aunque suene ensimismado, no lo es. De hecho Gornick ataca ¡ªferoz, implacable¡ª a quienes se valen de la escritura para explorarse los ombligos o exorcizar demonios. Intuy¨® muy pronto que la literatura en primera persona ten¨ªa otra misi¨®n. Otro poder.
Ten¨ªa ocho a?os, hija de jud¨ªos comunistas y estudiante en un colegio p¨²blico del Bronx. Su profesora encarg¨® a la clase una redacci¨®n sencilla, y lo que sucedi¨® se parece a las decenas de historias que cuentan los escritores para presumir de talento precoz. La profesora destac¨® solo una redacci¨®n, la de Gornick, y la ley¨® en voz alta. Pero no aplaudi¨® la belleza de su prosa, ni su incipiente impulso escritor. ¡°Ella s¨ª ha entendido lo que hab¨ªa que hacer¡±, celebr¨®.
La an¨¦cdota no tuvo m¨¢s recorrido. Gornick cuenta a EL PA?S que olvid¨® de qu¨¦ trataba aquella redacci¨®n, y tambi¨¦n eso que ella hab¨ªa visto y el resto no. Creci¨® marxista y apasionada con la literatura, y fue a la universidad para huir de un futuro como oficinista. All¨ª tambi¨¦n hubo mentores que vislumbraron su futuro en las letras, y aunque intent¨® ser novelista, era nefasta. Todo lo que escrib¨ªa estaba cojo. Hasta que al final de los a?os sesenta acudi¨® a un acto por los derechos civiles de los negros que acab¨® con violencia. Volvi¨® a casa corriendo, taquic¨¢rdica. Lo escribi¨®. Esta vez era otra cosa. Ten¨ªa eso. Gornick prest¨® sus ojos al lector para contar aquella revuelta, utiliz¨¢ndose a s¨ª misma m¨¢s que como testigo acr¨ªtico de lo sucedido, d¨¢ndole forma a una narrativa nueva. El semanario contracultural The ?Village Voice public¨® esa cr¨®nica y todas las que escribi¨® durante los siguientes 10 a?os. No es que con sus narraciones apoyara al feminismo radical de los efervescentes setenta, es que ella misma acab¨® convertida en una de las figuras m¨¢s brillantes de esa segunda ola, en plena barricada. Hab¨ªa dado con ese algo, con esa tarea que ten¨ªa que hacer: utilizar su experiencia personal para la cr¨ªtica y el an¨¢lisis social. Era su cruzada.
Gornick se cas¨®, se divorci¨®, public¨® cr¨ªtica, ensayo. Se cas¨® y divorci¨® otra vez. Encontr¨® su punto de vista. Y de pronto, un d¨ªa de verano, volvi¨® otra vez a los ocho a?os, pero no al aula con su profesora. Tecle¨®: ¡°Tengo ocho a?os. Mi madre y yo salimos de nuestro apartamento al rellano del segundo piso. La se?ora Drucker est¨¢ parada en la puerta abierta del apartamento de al lado, fumando un cigarrillo¡±. Ese fue el primer p¨¢rrafo de Apegos feroces, su libro de memorias que finiquit¨® la relaci¨®n con el periodismo. La historia de los paseos con su madre por Nueva York fue el reencuentro con la literatura y con ese ¡°algo m¨¢s¡± que nunca hab¨ªa dejado de martillearla. La autoficci¨®n. No eran solo esos paseos, ni las tensiones sociales de esa ciudad, ni esa complej¨ªsima relaci¨®n con su madre. Ese, su libro m¨¢s aclamado y premiado, deslumbr¨® por el singular uso de la experiencia vital de Gornick para convertirla en algo m¨¢s que una relaci¨®n de batallitas y an¨¦cdotas bien empaquetadas: lo importante no es lo que le pasa a la persona, sino el sentido que la persona le atribuye a lo que ha vivido. Lo que dice de la condici¨®n humana. Esa es la historia.
Se lo ha repetido a los aspirantes a escritores a los que ha dado clase durante tres d¨¦cadas: ¡°No escribas sobre tus sentimientos, usa tus sentimientos para escribir¡±, su lecci¨®n m¨¢s imperecedera. Gornick, l¨²cida, sabe de los riesgos que entra?a usarse a s¨ª mismo en un relato, tirar de la primera persona suele acabar dejando todo pringado de ego. ¡°Cuando escribes sobre tus sentimientos consigues algo de un valor limitado, que puede ser terap¨¦utico, pero no perdurar¨¢¡±, dice. El verdadero reto es usar esa experiencia, alejarse del centro del escenario para dar forma a la historia por encima de la situaci¨®n. Se vale de una cita del escritor Harry Crews para ilustrarlo: ¡°Si no abandonas tu casa, te asfixiar¨¢s. Y si te vas muy lejos, te faltar¨¢ el aliento¡±. Como escritor hay que estar en contacto con la experiencia original, pero no ahogarse en ella. Una tesis que ha alcanzado tambi¨¦n a base de leer a los dem¨¢s con el bistur¨ª en la mano. El ensayo La situaci¨®n y la historia. El arte de la narrativa personal, que Sexto Piso public¨® el pasado noviembre, es una destilaci¨®n de esa obsesi¨®n, un an¨¢lisis de decenas de textos de otros grandes autores que, a trav¨¦s de la narrativa personal, lograron explicar el mundo y no quedarse en la superficie de lo vivido. Una lecci¨®n did¨¢ctica de c¨®mo utilizarse sin ensimismarse. ¡°Emplea el yo para dar cuenta de los otros¡±, subraya la investigadora Ver¨®nica Ripoll Le¨®n, autora de una tesis sobre la escritura de Gornick. Un yo al estilo de Montaigne, que no utiliza disfraz ni maquillaje, mostr¨¢ndonos a una Gornick tan contundente en sus opiniones como contradictoria y conflictiva en sus afectos.
Ya no ten¨ªa ocho a?os, sino ochenta, cuando a su agente empezaron a lloverle peticiones del otro lado del Atl¨¢ntico para traducir sus obras. ¡°Nada sucede de pronto¡±, respondi¨®, suspicaz, al enterarse. Acababa de estallar el movimiento del MeToo en 2017, y pa¨ªses como Espa?a redescubrieron el feminismo feroz de Vivian Gornick y los libros que hab¨ªa escrito d¨¦cadas atr¨¢s. Asumi¨® su papel de madre de la nueva ola y vivi¨® ese renacimiento como experimenta todo lo dem¨¢s: con socarroner¨ªa y an¨¢lisis. La escritora Lore Segal, amiga personal, recuerda que ya en los a?os ochenta, cuando se conocieron, Gornick y ella discut¨ªan mucho sobre el valor del feminismo y su misi¨®n. Ahora Gornick, de alguna manera, siente que est¨¢ reviviendo aquellas diatribas cuando la requieren para hablar del feminismo de hoy y ella responde con consideraciones que ya escribi¨® hace 20 a?os. La vida, dice, es un constante recordar cosas que ya sab¨ªa.
Mientras nuevos lectores llegan a sus lecciones viejas (con la publicaci¨®n de Mirarse de frente o El fin de la novela de amor), Vivian Gornick rara vez rechaza una entrevista. Atiende a casi todas desde su apartamento en el West Village, abriendo una rendija a su mundo por el que se cuelan una cama deshecha y dos gatas de personalidades enfrentadas. Aunque su mundo no est¨¢ ah¨ª, sino que sigue afuera, en las calles sin rumbo de Nueva York. En sus conversaciones. Las que mantiene con su reducido y fiel c¨ªrculo de amistades y las que caza al vuelo de desconocidos. En los restaurantes, con frecuencia la charla que le resulta m¨¢s estimulante es la que mantiene con los camareros. Gornick contin¨²a describi¨¦ndose como una escritora de la tradici¨®n fl?neuse, y su vida, sus paseos y di¨¢logos son su materia prima. Su arcilla. Despu¨¦s los moldear¨¢ y quiz¨¢s las discusiones con amigas como Lore Segal acaben entre sus p¨¢ginas. Los traicionar¨¢ cont¨¢ndolo. Ellos lo saben y discrepan: no siempre es una traici¨®n. Es algo m¨¢s. Saben que, desde los ocho a?os, Gornick ha entendido la tarea.
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