El hiyab y la geograf¨ªa del para¨ªso
No llevar velo no era visto como herej¨ªa. Pero este asunto ha sido politizado por los fundamentalistas
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Por mucho que insistan algunos en la obligaci¨®n de vestir el hiyab como precepto religioso, este no es un pilar del islam porque, si lo fuese, el Cor¨¢n lo prescribir¨ªa como en el caso de la oraci¨®n, el ayuno, la limosna, la peregrinaci¨®n, etc¨¦tera. Sin embargo, no hay vers¨ªculo alguno que determine que el hiyab sea uno de los pilares del islam. En este sentido, es una cuesti¨®n cuasi religiosa, que se acerca m¨¢s a una costumbre.
Hist¨®ricamente muchas mujeres musulmanas de alto rango social y religioso no se velaban en el sentido estricto de ¡°hablar a los hombres tras el velo¡±. Por ejemplo, ?Aisha, conocida como ¡°la madre de los creyentes¡±, participaba en discusiones con hombres e incluso en la toma de decisiones, ya fueran de guerra o de paz. Sukayna, hija del Husain, dirig¨ªa en su casa una tertulia con hombres en torno a la poes¨ªa.
Quiz¨¢, por eso, no llevar velo no haya sido visto hist¨®ricamente como herej¨ªa o signo de infidelidad.
Con esta sumisi¨®n el hombre siente que controlar¨¢ la maternidad y el coraz¨®n del movimiento reproductivo en la sociedad
Cubrirse la cabeza con velo era una simple protecci¨®n general, tanto para hombres como para mujeres, impuesta por la naturaleza del clima, el viento, el polvo y la arena. Tanto es as¨ª que el velo y el niqab eran prendas de uso tradicional en Bizancio y Persia.
Hay variedad de formas, colores y maneras de vestir el velo. En Egipto y Siria es un adorno y signo de belleza que destaca los encantos m¨¢s atractivos y seductores de las mujeres, concretamente los labios y los ojos, a diferencia de lo que sucede en Afganist¨¢n y los pa¨ªses del Golfo.
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El hiyab es realmente pol¨¦mico entre los musulmanes. Es una controversia utilizada desde hace tiempo, ideol¨®gica y pol¨ªticamente, por parte de las fuerzas fundamentalistas para intentar controlar a la sociedad, y que toma fuerza o se debilita seg¨²n la situaci¨®n de cada pa¨ªs. De hecho, este asunto se ha politizado fuertemente en el marco de las tensas relaciones entre los ¨¢rabes y Occidente, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre.
La aceptaci¨®n del hiyab se considera parte de la interpretaci¨®n actual de los textos sagrados del islam. Sus defensores dicen querer servir al islam y defenderlo de las amenazas contra ¨¦l. Aunque esta afirmaci¨®n fuese acertada, el hiyab no es el arma que garantiza dicha defensa.
Lo m¨¢s probable es que esta reivindicaci¨®n del hiyab tenga como objetivo vincular el presente a un pasado religioso ficticio, de forma que dicho pasado se perpet¨²e en la pol¨ªtica y en la memoria colectiva. Se basa en una interpretaci¨®n arbitraria, limitada y muy estricta de algunos textos religiosos, adem¨¢s de ser claro s¨ªntoma de la naturaleza de las relaciones entre el hombre y la mujer en las sociedades ¨¢rabe-isl¨¢micas.
El hiyab es la parte m¨¢s obvia del predominio masculino-patriarcal sobre la sociedad. Es, tal vez, la parte m¨¢s reveladora del sentimiento del var¨®n-padre que, sometiendo a la mujer, piensa que somete al enemigo, destacando con ello, de la manera m¨¢s clara y directa, la victoria de la masculinidad-paternidad. El hombre siente que, si dirige a la mujer a su gusto, controlar¨¢ la maternidad, es decir, los futuros nacimientos y el coraz¨®n del movimiento reproductivo en la sociedad, aparte de controlar lo m¨¢s bello: la feminidad. As¨ª, encuentra sosiego en la fe, pensando que de este modo hace un ejercicio previo en el que la mujer vive la vida terrenal a la sombra del hombre y a su amparo, con el fin de que aparezca en su pleno esplendor, sin velo alguno, despu¨¦s de la muerte, en la imagen de una hur¨ª dedicada completamente a satisfacer los placeres de la masculinidad creyente.
En la vida terrenal, el hombre convierte a la mujer en un objeto privado, en cama, casa o jard¨ªn. Esta conversi¨®n en un objeto es una mera representaci¨®n teatral de lo que vivir¨¢ en la otra vida.
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Lo cierto es que la geograf¨ªa de la otra vida en el imaginario isl¨¢mico ayuda a entender la geograf¨ªa de su mundo profano. No podemos entender bien la segunda sin entender la primera. La feminidad, seg¨²n el legado imaginario de esta geograf¨ªa, solo existe en su pleno sentido religioso en la otra vida, es decir, en el para¨ªso. La feminidad existe exclusivamente en su calidad de placer y gozo: el placer m¨¢s satisfactorio y el gozo absoluto. As¨ª se entiende la insistencia de los fundamentalistas en mirar a la mujer en vida ¨²nicamente como recipiente, o vientre, o como mero tr¨¢nsito hacia la hur¨ª.
La hur¨ª existe, en esencia, por y para recibir al creyente en la otra vida; es el lecho que le proporcionar¨¢ placer y alegr¨ªa. Para enfatizar ese placer y la alegr¨ªa, volver¨¢ a ser virgen despu¨¦s de cada coito, algo que confirman algunos alfaqu¨ªes y ex¨¦getas. En este contexto, la misma muerte se convierte, para algunos creyentes, en un anhelo por alcanzar el para¨ªso y las hur¨ªes. Como si la muerte y el sexo fuesen dos aspectos de la vida que se complementasen.
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?C¨®mo no decir, entonces, que esta visi¨®n religiosa patriarcal-masculina anula a la mujer como sujeto? ?C¨®mo no decir, entonces, que esta visi¨®n hace de la mujer una extensi¨®n o sombra de la masculinidad? ?C¨®mo no decir, entonces, que anular a la mujer es una suerte de aniquilaci¨®n?
No hay velo en la otra vida y la hur¨ª es el m¨¢ximo exponente de lo l¨ªcito que el creyente elige a su gusto, o que es elegida para ¨¦l por la voluntad de Dios. En este sentido, ?no ha de entenderse que ponerse el velo en esta vida es un retraso respecto a no ponerse en absoluto el velo en la otra vida, es decir, posponer la libertad a la otra vida? ?No se trata de una c¨¢rcel temporal, una especie de espera, para encontrarse con la feminidad, libre y virgen, en la eternidad del m¨¢s all¨¢?
A la luz de todo esto, el predominio patriarcal-masculino sobre la feminidad de la mujer constituye el n¨²cleo estrat¨¦gico de la cultura fundamentalista hoy en d¨ªa. La mujer dentro de esta cultura queda reducida, en la teor¨ªa y en la pr¨¢ctica, a ser un objeto ¡ªquiero decir ¡°m¨¢quina sexual¡±¡ª o un objeto en el diccionario de lo l¨ªcito e il¨ªcito.
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La sumisi¨®n femenina a la imposici¨®n del hiyab es una confesi¨®n deliberada de esclavitud, y una rendici¨®n ante todo lo que supone dicha esclavitud. Es optar por una interpretaci¨®n religiosa arbitraria, es decir, por la cultura de la ignorancia y la represi¨®n. Esta cultura impide la integraci¨®n de la mujer en el movimiento social, tanto en el plano te¨®rico como en la pr¨¢ctica. Es una opci¨®n que favorece el retraso social y obstaculiza la lucha que llevan a cabo las sociedades ¨¢rabes hacia la separaci¨®n entre religi¨®n y Estado, para lograr la democracia y los derechos humanos de libertad, igualdad y justicia, sin discriminaci¨®n alguna entre hombres y mujeres.
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La hur¨ª en el imaginario isl¨¢mico fundamentalista recuerda a aquella sirena de la mitolog¨ªa griega que representa, a la vez, la seducci¨®n sexual-er¨®tica m¨¢s all¨¢ de la muerte y la seducci¨®n hacia la eternidad. A mi juicio, la mayor¨ªa de los musulmanes y aquellos que han nacido en el seno de la cultura isl¨¢mica prefieren, como el protagonista de la Odisea, Ulises, y como los griegos, la vida terrenal al sol en brazos de una mujer en libertad, a la vida en brazos de las sirenas.
Que venga la muerte despu¨¦s.
La muerte no es el problema.
El problema es la vida.
Adonis es un poeta, ensayista y traductor sirio exiliado en Par¨ªs. Es autor entre otras obras del poemario ¡®Historia desgarr¨¢ndose en cuerpo de mujer¡¯ (Huerga y fierro) y del ensayo ¡®Violencia e islam¡¯ (Pen¨ªnsula).
Traducci¨®n de Jaafar al Aluni.
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