Scampia: tres guerras y 100 funerales
El arresto de Marco di Lauro, ¨²ltimo capo del clan de la camorra que convirti¨® la periferia de N¨¢poles en un infierno de droga y violencia, cierra una etapa negra para la ciudad
La historia de Scampia est¨¢ marcada a fuego y hierro por tres grandes guerras y el apellido de un hombre al que sus vecinos solo conocieron el d¨ªa que se lo llevaron esposado. Las cicatrices de aquel desastre siguen en las aceras de este barrio de N¨¢poles, en las ventanas tapiadas de las casas de protecci¨®n oficial y en las siete moles de hormig¨®n que levantaron acta del infierno de la camorra. Algunas heridas, en cambio, contin¨²an abiertas. Raffaella coge carrerilla y trata de terminar la historia sin emocionarse. La tarde del 6 de noviembre de 2005, su hijo Antonio fue asesinado por unos pistoleros del clan Di Lauro justo debajo de casa. Eran los tiempos de la primera faida (la guerra entre clanes) de Scampia con un muerto cada tres d¨ªas. A ¨¦l le tomaron por un camello de la banda rival mientras esperaba a su hermano jugando al futbol¨ªn. Intent¨® huir, pero ten¨ªa una discapacidad cong¨¦nita que le afectaba a la movilidad y no pudo correr como el resto de sus amigos. Le dispararon dos veces por la espalda. Durante 11 a?os fue considerado un camorrista y Raffaella ni siquiera pudo llorarle p¨²blicamente en un funeral. Hace una semana, una de esas heridas comenz¨® a cicatrizar.
Marco Di Lauro (38 a?os), ¨²ltimo exponente del clan que convirti¨® un barrio llamado a ser un experimento social en el mayor supermercado de droga de Europa, hijo del hist¨®rico capo Paolo Di Lauro (65 a?os), conocido como Ciruzzo o¡¯ millonario, fue arrestado la semana pasada. Era el segundo mafioso m¨¢s buscado de Italia ¡ªdespu¨¦s del siciliano Matteo Messina Denaro¡ª, llevaba 14 a?os huido y, como sucede siempre con los grandes padrinos, fue hallado en un modesto apartamento al lado de su barrio de siempre, con su pareja, dos gatos y las zapatillas de andar por casa puestas. Las escuchas confirman que no se movi¨® de N¨¢poles y cuando sal¨ªa de casa, a menudo lo hac¨ªa travestido de mujer. El territorio ¡ªes la ¨²nica norma¡ª solo se controla desde el territorio. ¡°Algo de justicia se hace. Pero a mi hijo, que hubiera cumplido 40 a?os, no me lo devolver¨¢n nunca. Y estos, al final, terminar¨¢n saliendo de la c¨¢rcel¡±, se?ala Raffaela en el portal de su casa, uno de los edificios conocidos como Los siete palacios. Un lugar donde durante a?os hab¨ªa que pedir permiso a los vigilantes de los clanes que hab¨ªan blindado las puertas para poder entrar en tu propia casa y que hoy empieza a recuperarse.
Los a?os de plomo dejaron muchas m¨¢s v¨ªctimas inocentes del clan Di Lauro y sus guerras intestinas: Gelsomina Verde (torturada y quemada), Dario Scherillo (tiroteado mientras volv¨ªa a casa con su scooter), Attilio Romano (asesinado en su tienda)¡ Pero, en realidad, todo el barrio qued¨® mutilado de por vida. Scampia, que hoy deja atr¨¢s aquel periodo gracias a sus vecinos y al trabajo de hombres como el comisario Michele Spina, ten¨ªa que ser otra cosa. Las velas (hoy ya han demolido tres y en pocos meses caer¨¢ la cuarta), unas torres de hormig¨®n en forma triangular proyectadas por el arquitecto Franz Di Salvo como met¨¢fora de un viento que soplaba hacia el futuro, iban a ser un proyecto social para 80.000 personas con espacios verdes y un pupurr¨ª de ideas ut¨®picas alrededor del cemento. Pero aquellos barcos se hundieron antes de zarpar. El terremoto de Irpina en 1980 oblig¨® a realojar a muchas familias humildes reventando la concepci¨®n original del espacio, recuerda dando un paseo por la zona Patrizia Palumbo, valiosa activista que lleg¨® al barrio en 1977 y forma parte de la asociaci¨®n antimafia Libera. El Estado se desentendi¨® de aquella barriada del norte de N¨¢poles cuyo nombre en napolitano hablaba de sus confines con la campi?a. Hoy otras tres velas esperan la demolici¨®n, aunque solo en una de ellas (la celeste) sigue vendi¨¦ndose hero¨ªna, como muestra un reguero de jeringuillas a la entrada. El espacio moral del poder lo ocup¨® otro grupo.
Paolo Di Lauro, hijo adoptivo de una familia humilde del barrio de Secondigliano, curtido como vendedor ambulante de g¨¦nero falso, empez¨® a trabajar a las ¨®rdenes de Aniello Lamonica, hist¨®rico capo de la zona en los a?os ochenta, conocido tambi¨¦n como El carnicero por su costumbre de arrancarle el coraz¨®n a sus v¨ªctimas. Extorsi¨®n, palizas, contrabando de cigarrillos¡ Pero Di Lauro ten¨ªa hambre y termin¨® asesinado a su protector, se independiz¨® y comprendi¨® mejor que nadie por d¨®nde pasaba el futuro de Scampia. Aquel espacio, donde no hubo comisar¨ªa hasta 1997, era un para¨ªso log¨ªstico que podr¨ªa haber servido incluso para construir un fabuloso centro comercial. A su manera, podr¨ªa decirse que puso la primera piedra y su familia lo gestion¨® durante 20 a?os. La desgracia en la que el patriarca del clan sumi¨® a aquella zona, un ermita?o que apenas sali¨® de casa durante su largo reinado, no impidi¨® que siempre fuera percibido como un benefactor. El cielo, sosten¨ªan sus afiliados, se lo agradeci¨® con 10 hijos varones. En los libros de cuentas que la polic¨ªa le incaut¨® aparecen como F1, F2, F3¡(por figlio, hijo) en fr¨ªo orden cronol¨®gico.
Giovanni Mandato, actual responsable de la polic¨ªa de Scampia, un tipo alto y atl¨¦tico que se entrena en el gimnasio del barrio con expresidiarios y conoce al dedillo las bandas que hoy operan en el territorio, cuenta en su despacho c¨®mo estuvo a punto de arrestar al jefe del clan en 2003 en su casa. Aquella noche llegaron de madrugada a su villa de Secondigliano, pero solo hab¨ªa dos mastines napolitanos, su esposa y una cama que todav¨ªa estaba caliente. Todo el barrio los proteg¨ªa. ¡°En los a?os noventa, era normal. Aqu¨ª no hab¨ªa asociaciones. No hab¨ªa legalidad. Di Lauro era el capo indiscutido. Ten¨ªa much¨ªsimos puntos de venta de droga de los que viv¨ªa mucha gente. En aquella ¨¦poca facturaban un mill¨®n de euros al d¨ªa. No hab¨ªa denuncias. Al contrario, la omert¨¢ [el silencio] era tremenda. No se hablaba de legalidad en ning¨²n sitio. El Estado, claramente, perd¨ªa entonces aquella batalla. Hoy puedo decir que estamos ganado¡±, recuerda sentado ante un retrato de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, asesinados en por la Cosa Nostra.
"Hoy no hay un l¨ªder reconocible. Ni freno ni reglas", explica el fiscal general antimafia, Franco Roberti
El Millonario, que estuvo viviendo en un barco en el puerto de N¨¢poles tras su fuga, hab¨ªa revolucionado el negocio. Estrech¨® lazos con los productores colombianos. Liquid¨® a los intermediarios y abri¨® el mercado. El clan distribu¨ªa a toda Italia y en el barrio logr¨® crear m¨¢s de 20 puestos de venta de droga. Los edificios estaban tomados por ej¨¦rcitos de camorristas. Los toxic¨®manos llegaban tres veces al d¨ªa y hac¨ªan cola ordenadamente, recuerda Mandato. Blindaron las puertas, construyeron dispensarios. Para entrar en casa, da fe Palumbo, hab¨ªa que perdirle permiso a un esbirro del clan que vigilaba la porter¨ªa con una jaula de perros al lado. Pero la faida que enfrent¨® en 2004 y 2005 al clan Di Lauro con un grupo de disidentes dirigidos por Raffaele Amato, conocidos como Los scissionisti o Los espa?oles ¡ªAmato se ocupaba de los enlaces con Espa?a¡ª dejaron m¨¢s de un centenar de muertos en las calles. Aquello le debilit¨® terriblemente y en 2005, sin que la polic¨ªa hubiera podido jam¨¢s escuchar su voz en ninguno de las cientos de llamadas interceptadas, termin¨® condenado a tres cadenas perpetuas en r¨¦gimen de aislamiento. Sucesores, sin embargo, no le faltaban.
Cosimo, su heredero natural, el primog¨¦nito, era vanidoso y mal gestor. Vest¨ªa de negro, con la melena recogida en una cola. Despreci¨® el poder de los hist¨®ricos capos y provoc¨® una rebeli¨®n. Tambi¨¦n fue detenido. Marco, F4 en el argot contable del padre, termin¨® siendo el jefe de la organizaci¨®n casi por eliminaci¨®n. Franco Roberti, fiscal general antimafia de Italia entre 2013 y 2017 y actual consejero de Seguridad en la regi¨®n de Campania, delinea sus caracter¨ªsticas. ¡°?l calcaba las hormas paternas. Era un l¨ªder de la organizaci¨®n, y gracias a ello tambi¨¦n ha estado 14 a?os huido. Ten¨ªa m¨¢s capacidad organizativa. Y f¨ªjese, durante su desaparici¨®n no se movi¨® nunca del territorio. Ning¨²n capo verdadero lo hace. Lo contrario significar¨ªa perder poder pol¨ªtico criminal. Si te alejas, careces del control necesario y est¨¢s sobreexpuesto a las investigaciones de la polic¨ªa, porque no tienes la protecci¨®n que solo te garantiza tu territorio¡±.
Pero el territorio tambi¨¦n ha cambiado. Hoy la guerra de clanes ya no est¨¢ en barrios perif¨¦ricos como Secondigliano, Scampia o El tercer mundo. La lucha por el poder se ha desplazado al centro de N¨¢poles y, parad¨®jicamente, la ausencia de los grandes capos (Marco di Lauro era un superviviente) ha abierto la puerta del caos. Dos famosas pizzer¨ªas, Sorbillo y Di Matteo, amanecieron hace pocas semanas con la fachada marcada por una bomba y una r¨¢faga de balas. Roberti advierte del cambio de paradigma. ¡°Hoy no hay un l¨ªder reconocible. Hay estas baby gang que son hijos, sobrinos, nietos de viejos capos. Falta un control de jefes reconocidos, por eso enloquecen y se disparan entre ellos. No hay un freno, una regla. En el mundo camorr¨ªstico actual faltan las normas de comportamiento que exist¨ªan antes. Antes se respetaban, aunque fuera con la violencia. Hoy asistimos a este fen¨®meno porque no hay reglas de repartici¨®n del territorio¡±. Unas normas que tampoco evitaron las tres guerras de Scampia.
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