Paren el circo
Movilizar las pasiones ha sido desde tiempos inmemoriales la matriz de la pol¨ªtica, pero quiz¨¢ estemos rozando lo intolerable, pura ¡®performance¡¯ para quien solo busca el titular y el tuit viral
De mis viajes cuando me llaman para alg¨²n acto cultural suelo recordar detalles que, la mayor¨ªa de las veces, tienen poco que ver con el libro que vaya a presentar o la charla encargada, y mucho con una preocupaci¨®n social latente a la que, encerrada en mi estudio, no siempre logro acceder. Hace unos d¨ªas, en Granada me sorprendi¨® pillar a la recepcionista de la residencia donde me alojaron leyendo en Ideal que las listas de espera para una consulta m¨¦dica sobrepasan las dos semanas. En Sevilla, el taxista que me llev¨® al aeropuerto se quejaba amargamente de los gastos que entra?a ser aut¨®nomo, incluso cuando se facturan cantidades escasas, y yo, no sin cierta solidaridad, le confes¨¦ que lo entend¨ªa, pues hay meses que, como autora freelance, no alcanzo el tan aclamado salario m¨ªnimo. En Ibiza, me conmovi¨® escuchar a una educadora poner el grito en el cielo porque, debido a la turistificaci¨®n masiva, le era pr¨¢cticamente imposible comunicarse en su lengua materna, el catal¨¢n, lo cual a?ade un desgarro cultural al vapuleo econ¨®mico. Las historias van repiti¨¦ndose casi sin buscarlas: precariedad juvenil, clamores por el coste del aceite, de la gasolina¡ y, en general, una percepci¨®n de que las cosas van solo regular, y de que arriba, en los sillones pagados con dinero p¨²blico, algunos no est¨¢n haciendo su trabajo, m¨¢s bien se dedican a azuzar una polarizaci¨®n que, en el peor de los casos, distrae de lo verdaderamente importante: c¨®mo voy a llenar la despensa o por qu¨¦ no me atienden cuando estoy enfermo.
¡°?Esto no es un patio de colegio!¡±, grit¨® la presidenta del Congreso, Francina Armengol, cuando los insultos a Pedro S¨¢nchez se fueron de madre en el debate de investidura de Alberto N¨²?ez Feij¨®o. Por supuesto que no; los colegios son espacios educativos y los ni?os, seres con derecho al juego y sin las responsabilidades de un adulto. El hemiciclo parec¨ªa un circo, el escenario donde la desfachatez y la mentira tomaban las riendas en un alarde de irresponsabilidad frente a quien sufre y vota con la esperanza de que las cosas mejoren. El espect¨¢culo, ya lo dec¨ªa Guy Debord, no es un aderezo sobrepuesto al mundo, sino ¡°el modelo actual de la vida socialmente dominante¡± y el patr¨®n conscientemente elegido para un entramado democr¨¢tico que cada vez crea m¨¢s desafecci¨®n. Que movilizar las pasiones ha sido desde tiempos inmemoriales la matriz de la pol¨ªtica es sabido, pero quiz¨¢ estemos rozando lo intolerable, pura performance para quien solo busca el titular y el tuit viral. L¨¢stima que muchos exijamos m¨¢s seriedad en momentos tan cr¨ªticos de la historia atravesados, entre otras cosas, por crisis jam¨¢s vista, como la clim¨¢tica, que Feij¨®o desde?¨® refiri¨¦ndose a la ¡°dictadura activista¡±.
Aplausos. En el ring del divertimento parlamentario se escuchaban las palmas a un discurso incoherente con el ideario del PP e indigno para la ciudadan¨ªa. ¡°Concordia¡±, por boca de quien ha sembrado innumerables dudas sobre un Gobierno leg¨ªtimo; ¡°igualdad¡±, despu¨¦s de que veamos incrementarse la desigualdad a partir de exenciones fiscales a los m¨¢s ricos, o una promesa huera de ¡°fortalecer el Estado del bienestar¡±, cuando somos testigos del desmantelamiento de los servicios sanitarios, la educaci¨®n p¨²blica y hasta la gratuidad de los comedores escolares donde gobiernan. Esta suerte de farsa quedaba sellada por las citas a una Transici¨®n que se ha convertido en f¨®sil del privilegio, como si se fuese un monolito irreformable. Pero hab¨ªa que perpetuar la funci¨®n, como ya se hiciera frente a la pol¨¦mica de permitir el di¨¢logo ¡ªo el gui?ol, seg¨²n quien hable¡ª en distintas lenguas peninsulares en la sede de la soberan¨ªa popular. La coreograf¨ªa m¨¢s sonada la ejecut¨® Vox con su desbandada, obviando que formamos un pa¨ªs plural. Yo, que no hablo ninguno de los idiomas cooficiales, pero que he sentido la discriminaci¨®n en una naci¨®n, EE UU, con m¨¢s hispanohablantes que Espa?a, no pude m¨¢s que espantarme ante tal desprecio que proviene, otra vez, de la espectacularizaci¨®n de todo, hasta el odio m¨¢s cerril.
No me son lejanos los d¨ªas en que observaba, at¨®nita, c¨®mo un personaje televisivo ocupaba la Casa Blanca gracias a una popularidad lograda a base de esc¨¢ndalos. Ese h¨¢bito performativo se ha injertado en unas derechas espa?olas que reconocen su potencialidad de marketing, pero que tropiezan con la necesidad de moralizar cuando quieren atraer a un electorado no trumpista. Mientras, las izquierdas parecen debatirse entre una fidelidad a los hechos y los n¨²meros, la lucha por liderazgos espec¨ªficos en lugar de remar conjuntamente y las bambalinas que agitan los instintos. Me pregunto si no habr¨¢ manera de apagar las luces y que cada cual desempe?e el cometido para el cual ha sido elegido en las urnas, sin m¨¢s ovaci¨®n que la que otorga servir a quienes merecen ver sus derechos respetados: a un medio ambiente limpio y sostenible; al techo y el alimento; a la salud y a la informaci¨®n veraz. El resto no son m¨¢s que superficialidades de unas l¨®gicas capitalistas que minan la tan manoseada democracia, esa que pierde peligrosamente aceptaci¨®n, sobre todo entre los m¨¢s j¨®venes. Sean serios, dense un paseo por la cola del supermercado, la de las urgencias hospitalarias, la de cualquier Administraci¨®n para resolver el menor tr¨¢mite y paren el circo, por favor, que no nos hace ninguna gracia.
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