Peligrosa expedici¨®n a la Tierra Firme
?C¨®mo se puede ni siquiera suponer que es progresista un Gobierno que no respeta la divisi¨®n de poderes, promueve la desigualdad ante la ley e incluye en sus filas a fuerzas del m¨¢s rancio nacionalismo?
En sus recientes memorias m¨ªnimas, firmadas por ¨¦l y escritas por mano ajena, Pedro S¨¢nchez asegura: ¡°En tiempos tan turbulentos como los de la pasada legislatura (¡) tener clara cu¨¢l es esa tierra firme a la que nos dirigimos nos ha ayudado a tomar las decisiones adecuadas¡±. No es verdad ni lo uno ni lo otro. No hay claridad ninguna en una coalici¨®n en la que nadie se f¨ªa de nadie y cuya ¨²nica motivaci¨®n obvia es el lucro personal. En realidad, no es verdad casi nada de lo que dicen ya los portavoces del Gobierno, sus intelectuales org¨¢nicos y los altavoces medi¨¢ticos. En su avorazada pasi¨®n por el poder ni la raz¨®n ni la moral importan con tal de llegar a esa supuesta tierra firme, inexistente.
El Reino de Tierra Firme era la ilusoria denominaci¨®n de las primeras costas no insulares de Am¨¦rica del Sur conquistadas por los espa?oles. Acab¨® despu¨¦s circunscribi¨¦ndose al istmo de Panam¨¢ y fue durante d¨¦cadas, y aun centurias, escenario de traiciones, peleas y matanzas. De los colonizadores contra las tribus locales, desde luego, pero de unos y otros entre s¨ª tambi¨¦n. La lucha por el poder a cualquier precio no es pues idea original de nuestros d¨ªas, ni denota inteligencia alguna. Hoy nos quieren convencer de que huir de la justicia acurrucado en un portamaletas es un acto de hero¨ªsmo pol¨ªtico, pero ya en el siglo XVI N¨²?ez de Balboa viaj¨® como poliz¨®n en las bodegas de un barco con destino a Tierra Firme para escapar de sus acreedores. La clase pol¨ªtica de la ¨¦poca no era desde luego mejor que la de hoga?o, y el descubridor del Pac¨ªfico tuvo sus d¨ªas de gloria, pero acab¨® decapitado por traici¨®n. Estas lecciones centroamericanas quiz¨¢s expliquen la b¨²squeda de un verificador salvadore?o, familiarizado como debe estar con las arenas movedizas de su regi¨®n, que certifique fehacientemente la complicidad del partido en el Gobierno con las maquinaciones de un delincuente pr¨®fugo.
En pol¨ªtica no hay tierra firme que valga, y est¨¢ bien que as¨ª sea en nombre de la libertad. Quienes nacimos y crecimos en el franquismo sabemos por experiencia que la ¨²nica tierra firme que pisamos es la del camposanto. La democracia no elimina los conflictos, incluso los multiplica y enriquece, pero por eso mismo busca el consenso, no tanto en el contenido de los programas ni en el ahogo de la discusi¨®n, por desgarrada que sea, sino en el establecimiento de las reglas del juego. Cambiar estas por su cuenta, sin un amplio consenso con cuantos participan en el lance, es lo que hacen los tramposos.
Estos tiempos turbulentos a los que se refiere el presidente S¨¢nchez no son fruto del azar. Han sido promovidos, o cuando menos potenciados, por una crisis del sistema de representaci¨®n en gran parte de las democracias liberales. La mediocridad de la clase pol¨ªtica, en Espa?a como fuera de ella, el descr¨¦dito de las instituciones, la corrupci¨®n y el clientelismo de quienes administran la esfera p¨²blica, no son enfermedades de la democracia, sino consecuencia de las agresiones que se perpetran contra ella desde el interior de sus mismos poderes. Confiar al Gobierno de S¨¢nchez la dif¨ªcil tarea de suturar los jirones que el activismo militante est¨¢ generando, a derecha e izquierda de nuestro panorama pol¨ªtico, es como nombrar jefe de los bomberos a un pir¨®mano.
Ya casi no merece la pena especular con la inconstitucionalidad de la inminente ley de amnist¨ªa. Un documento as¨ª, redactado por los propios delincuentes que se benefician del mismo, promulgado gracias a sus votos y remunerada su actitud con miles de millones en perd¨®n de la deuda que sirvi¨® entre otras cosas para financiar sus delitos no tendr¨¢ legitimidad pol¨ªtica ni moral, tanto si el tribunal competente la declara constitucional como si no. Todo eso est¨¢ dicho hasta la saciedad, y el com¨²n de los ciudadanos se muestra convencido al respecto de las amenazas que esta aventura infame comporta para el inter¨¦s general, aunque el poder pretenda refutarlo con un discurso de una vacuidad sonrojante. Eso s¨ª, el relato ha contaminado la l¨²cida inteligencia de algunos comentaristas, parapetados en la defensa de la ortodoxia oficial para justificar su renuncia al pensamiento cr¨ªtico. ?C¨®mo se puede ni siquiera suponer que es progresista un Gobierno que no respeta la divisi¨®n de poderes, promueve la desigualdad ante la ley de los ciudadanos e incluye en sus filas a fuerzas reaccionarias y supremacistas del m¨¢s rancio nacionalismo? De paso, los partidos que lo sustentan falsifican la historia en nombre de la memoria, hasta el punto de olvidar sus desviaciones y fracasos del pasado. El tradicional comportamiento, en tiempos de democracia, por parte de Esquerra Republicana de Catalunya fue la insurrecci¨®n contra el orden establecido, en la Rep¨²blica como en la Monarqu¨ªa parlamentaria. Respecto al PNV, convendr¨ªa que los historiadores lograran esclarecer lo sucedido sobre las conversaciones que enviados del partido mantuvieron con representantes alemanes durante la ocupaci¨®n nazi de Francia para establecer una autonom¨ªa en la regi¨®n vasca. Y ya puestos, el PSOE, adem¨¢s de presumir de su obvio anhelo progresista y su larga historia democr¨¢tica, podr¨ªa ilustrar a las nuevas generaciones sobre su rebeli¨®n armada contra el Gobierno republicano y los llamamientos de sus l¨ªderes a la guerra civil de hace casi un siglo, de cuyas horribles consecuencias no nos recuperamos hasta la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n ahora amenazada. Por lo dem¨¢s, la asonada del 1 de octubre de 2017, organizada desde el Parlament, fue un mamarracho revolucionario, que el propio S¨¢nchez lleg¨® a calificar de rebeli¨®n. Aunque de nuevo nuestro pa¨ªs no tiene la exclusiva de estas desviaciones. Terroristas como Menajem Begin o Yasir Arafat acabaron siendo mandatarios pol¨ªticos galardonados con el premio Nobel de la Paz. Y en nombre de los derechos humanos y la democracia, desde Hiroshima a Gaza, Occidente ha protagonizado o permitido las mayores matanzas de la Historia.
La invasi¨®n de las instituciones por parte de los gobiernos de S¨¢nchez amenaza con deslegitimar la acci¨®n del Ejecutivo. Sus llamadas al di¨¢logo son palabras vac¨ªas. El acoso al poder judicial, al que ahora pretende controlar el Parlamento, empez¨® en la anterior legislatura. Ministras del Gobierno llamaron a los jueces, desde la tribuna del Congreso, fascistas con toga sin que el presidente tuviera capacidad de reprenderlas o destituirlas. Porque en realidad S¨¢nchez, m¨¢s que presidente de un Gobierno de coalici¨®n, ha sido, es y ser¨¢ un reh¨¦n de quienes le prestan su inestable apoyo.
Los eruditos a la violeta, portavoces del buenismo progresista, acusan de haberse hecho de derechas a cuantos socialistas hist¨®ricos, intelectuales cr¨ªticos o sabios profesores advierten sobre lo peligroso de la actual andadura emprendida por esta especie de peronismo a la espa?ola. Defender el Estado de derecho es ahora, por lo visto, una prueba del conservadurismo oto?al de quienes protagonizaron la Transici¨®n. Mientras tanto, tenemos que aguantar los discursos de la presidencia m¨¢s sectaria que ha tenido el Congreso de los Diputados. En su esfuerzo imposible por dotarse de credibilidad, ha procurado citar a sus predecesores socialistas F¨¦lix Pons y Gregorio Peces-Barba. A pesar de ello, no parece que haya le¨ªdo las reflexiones de este ¨²ltimo en sus memorias La democracia en Espa?a. Mi inolvidable amigo Gregorio comenta su preocupaci¨®n por que los separatistas vascos y catalanes pretendan extraer consecuencias jur¨ªdicas del llamado ¡°hecho diferencial¡±. La aceptaci¨®n del mismo ¡°por el Gobierno central de turno romper¨ªa frontalmente el consenso constitucional y potenciar¨ªa como reacci¨®n el nacionalismo espa?ol excluyente. Ser¨ªa el principio del fin del consenso y la ra¨ªz, como en otras ocasiones, del delenda est Constitutio. Habr¨ªamos vuelto a las andadas y la experiencia hist¨®rica no habr¨ªa servido para nada¡±.
Que la Constituci¨®n, o el Cielo, nos protejan de la expedici¨®n de Pedro S¨¢nchez a la Tierra Firme. Est¨¢ llena de caimanes que ¨¦l mismo alimenta.
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